Para llegar a Villavieja la etapa no iba a ser larga y  el madrugar ha quedado para otro día. Salimos del hostal y encontramos las calles de Ponferrada bastante animadas. Los niños iban al cole y gente volvía al trabajo tras el día de fiesta. Viendo las caras de sueño evoqué al memorable Pepe Rubianes: “¡Vamos a trabajar!”. Sonreí ante la perspectiva de escapar durante un par de semanas de la rutina laboral. Además estaban montando el mercadillo semanal en las inmediaciones de la Plaza de abastos y aprovechamos para desayunar en medio de tanto ajetreo. Pasábamos desapercibidos a pesar de las mochilas y de nuestra indumentaria porque aquí todos están acostumbrados al tránsito de peregrinos.

Pensé aprovechar que los miércoles la visita al Castillo de Ponferrada  es gratuita pero lo descartamos porque no abren hasta las 10 de la mañana.  Me hubiera gustado buscar la entrada del pasadizo que, según la leyenda, une esta fortaleza con la de Cornatel. Tal vez ese atajo permitiera ahorrar algún kilómetro, aunque todos estemos de acuerdo en que esa sea una pretensión muy poco peregrina.  Inexplicablemente el túnel no aparece en las guías ni en los folletos turísticos,  así que también lo descartamos y caminamos siguiendo la dirección que nos indicaba el Sil. De todas formas el castillo de Cornatel al llegar también lo encontramos cerrado y hubiéramos tenido un problema para poder salir.

Lo del túnel me llevó a pensar en cuantos castillos se construyeron en esta comarca. El más importante, el de los templarios en Ponferrada, situado sobre múltiples líneas místicas que algunos trazan sobre el mapa peninsular. Flanqueándolo: Cornatel, Bembrive, Borrenes, Villafranca y algún otro. Algunos han llegado mejor que otros a nuestros días. En Ponferrada no nos habían aclarado si alguna otra  leyenda hace referencia a que hubiera más túneles desde esos lugares. Más de una gran ciudad hubiera envidiado una red subterránea así para el metro.

¿Qué necesitaba la protección de tantos castillos?  El oro ya se lo habían llevado otros que llegaron antes. Hay quien habla de que los templarios custodiaban una Copa, la de la última cena. Sea cierto o no, se necesitan muchas para contener todo el sol que en esta tierra se queda atrapado en los racimos de uvas. Hoy ese sol encendía las viñas con tonos otoñales, pero en esta época del año Doña Mencía ya se ha recluido en las bodegas y espera.

Para intentar salir de dudas se lo pregunté al templario esculpido a las afueras de Priaranza, pero no me contestó. Tal vez si estuviera tallado en un árbol vivo, como el Buda del albergue de Molinaseca, sería más comunicativo.

Gracias y buenas noches. Ultreia!