Fernando Cristó...
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Camino a Mombuey

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9:30. Chispeos de agua en el aire – según Internet, lluvia fuerte a partir de las diez –: toca show de ponerse el poncho, enganchar el paraguas a la mochila, etc, así que este lugar me viene genial: la puerta abierta dando a una especie de establo o granero remozado con extrema sencillez, pero sorprendente buen gusto: madera, tierra, piedra, hierro, ningún material que no haya en abundancia por los alrededores, y sin embargo, combinados aquí con un aliento diferente.

“¿Quieres café?” Un hombre dentro, acento anglosajón, amable: “No te puedo atender: tengo cita ahora para pasar la ITV del coche en Sanabria. Aquí tienes el agua caliente, aquí la leche, y unas galletas. Aquí una hucha, por si quieres dejar algún donativo.” Y se va.

Llevo yo ya 25 días de peregrinación por la vía de la Plata. Y hay un momento en que, si eres español y a poca sensibilidad que tengas,  la piedra de las ciudades al paso (Sevilla, Zafra, Mérida, Cáceres, Salamanca, Zamora…) va impregnando su señorío en tu imaginario y casi en tu andar: es difícil de explicarlo, algo así como que tu columna vertebral hace eco de la columna civilizatoria de la España de Sur a Norte.: morisca, romana, conquistadora, renacentista, románica… sedimento de una manera de estar en el mundo.

Por eso mismo, aturde un tanto llegar al norte de Zamora y percibir cómo ese mundo se va desintegrando a ojos vista. Pueblos abandonados, dejadez generalizada y la piedra, que servía para perfilar esa “civitas” ahora cae en los muros derrumbados de las casas vacías.

… y bien… la vida va y viene, la piedra no es quizá el mejor símbolo para reflejar su fluidez. En este establo remozado cerca Sanabria, hay un pálpito nuevo de vida humilde que se cuela pizpireta por las rendijas de lo viejo.  Podría pensar: “los pérfidos ingleses… siempre aprovechando la debilidad ajena para colocar su pica  colonial”, y quizá no estaría muy equivocado. Pero opto por pensar diferente: En el gusto con que se han aprovechado la madera, la tierra y la piedra hay un tributo a la dignidad sencilla de formas de vida rural española: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra…”. De hecho, la ausencia de muros, y la puerta abierta son ya un soplo de aire fresco y gentil.

Si apareciese un burro por la puerta no me extrañaría lo más mínimo. O una escena a lo Belén, hombre y mujer con  bebe junto a un fuego y dos bestias arropándolos. O el mundo del arcipreste de Hita: un cuervo, una trotaconventos, doña Endrina y unas ortigas de la huerta: Ahí chisporrotea otra vez la vida alegre y despreocupada de nuestra mejor cultura... Quizá es que nos enseñoreamos demasiado en el pasado y abusamos de la piedra...

En fin, acabo de tomar el café y las galletas, y me preparo para volver a andar. Llueve con ganas, pero el camino está espléndido  por aquí, un sendero entre árboles en dirección a Mombuey. En los últimos kilómetros, los trigales han ido intercalándose con bosque atlántico de encina, y ya la planicie castellana va metamorfoseándose en colinas y monte indómito.

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Papadopou
Imagen de Papadopou

En Monbuey, según he leido en algún comentario, también reformaron el albegue. Ahora puede que recoja, de alguna forma,  la esencia que me sugiere tu escrito. Solidez, permanencia, tradición, herencia, impronta,caracter. todo eso que va desvaneciendose en el aire. Será eso o no, tanto da, porque solo se trata de un pequeño refugio. Pero en todo caso un lugar donde meterse. Un espacio sencillo, diáfano, abrazado por la piedra y cubierto de acogedora madera, que será de encinas o robles de la zona, o tampoco, que igual son de pino de la lejana Escandinavia o del centro de Europa o del  Imperio del medio, que ahora todo viene sellado con el made in PRC, vaya usted a saber. En cualquier caso, la piedra puede convertir un frio hueco vacio en un limpio espacio para cobijarse de la lluvia que suele acudir puntual cuando el caminante menos la echa en falta y tampoco la agradece, porque no tiene que arrancar su alimento de esa tierra que empapa. Se limita a transitar por encima, superficialmente, sin calar. Como él no pretende echar raiz, ella lo ignora, impasible a los pasos que da, no como a la lluvia. Probablemente nos iria mejor sin fueramos más impermeables a las ganas de perdurar y de dejar huella y asumieramos que , por el contrario, nadie hablara de nosotros cuando hayamos muerto. Por mucha piedra que dejemos detrás nuestro. Saludos.

Fernando Cristó...
Imagen de Fernando Cristóbal Otxandio

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El establo remozado era parte de un albergue de donativo, en Villar de Farfon, pueblico casi totalmente abandonado, cerca de Mombuey.  Los dueños eran en realidad sudafricanos blancos, por lo que durante un rato mi cabeza estuvo rumiando si su presencia era un acto de colonialismo, aún más o menos amable, como suele ser lo anglosajon en el mundo jacobeo.

... y fue un rumiaje estimulante, debo decir. ¿Es que la cultura española ha tratado con dignidad a sus "mimbres humildes"? ¿No nos ha fascinado la grandeza de alcurnia primero, y la tecnología/progreso después para despreciar lo sencillo, y lo apegado a las voces sutiles de la naturaleza, de la vida, de las gentes humildes?

Quizá fue alucinación mía, pero en la disposición de los materiales- madera, tierra, piedra, metal - me pareció percibir una fina sensibilidad y ponderación de cómo ha vivido el ser humano a ras de tierra siempre, sea en África, Asia, Europa o donde sea.

El hecho de que mi cabeza no acabara de decidir si aquello era "colonialismo" es porque la pareja sudafricana tenía un pasado de misioneros evangélicos por países africanos, y no sé exactamente cómo recalaron en Sanabria.

Pero está claro que han traído con ellos un gusto por cierta "sencillez terrosa" que encaja perfectamente con lo que era la vida rural de este pueblico. Y quizá es una buena lección para aprender: quizá el pálpito de la vida va más por ponderar la dignidad de esta sencillez que por cegarse con cochazos y escudos blasonados.

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