Ideas peregrinas en un Camino desde Sevilla (IV)
Al salir del albergue en Villafranca pregunte a una señora dónde podía ir a comer bueno, bonito y barato. Allí tiene un sitio que creo que se llama ElvisPresli, o algo así, que está muy bien, ahí abajo en la esquina de la plaza. Me imaginé una ambientación roquera. Llegué al lugar indicado y ante la puerta del local sonreí al ver el nombre: Albor d’Eyre. Respecto a lo demás la señora no andaba desencaminada. Cuando terminé de comer, muy bien por cierto, le pregunté al camarero el motivo del nombre. Me miró sorprendido y me dijo que no tenía ni idea. Bueno, pensé, ojalá se trate de un nuevo amanecer para estas pequeñas ciudades, aunque sus habitantes aún no lo sepan.
También me sorprendió el bonito museo en el que con cuatro pinceladas bien dadas, aprovechando modernas tecnologías y buen hacer, se muestra el discurrir de la ciudad y sus habitantes a través de los tiempos. Allí te recuerdan como desde la antigüedad siempre hubo unos pocos que lo tenían casi todo y otros muchos que casi nada tenían. También queda patente el interés que siempre han tenido esos pocos en perpetuar su forma de entender la vida y de organizar la sociedad. Escriben las leyes y la historia. Si pasa el tiempo suficiente esa visión acaba siendo comúnmente aceptada y se muestra en los museos.
La ruta hasta Torremejía transcurrió llana a través de una pista inacabable. La tierra allí es tan colorada que parece que del cielo le hubiera caído encima el rojo de un rojo amanecer. Estos días los cielos desprovistos del rojo del alba han estado de un blanco azulado, de un azul grisáceo, de un gris plomizo. Camino junto a campos de olivos que confraternizan con las viñas. Un viñedo del que no se ve el final. Muchas cepas están tan bien plantadas que ellas solas mantienen el equilibrio. Otras, que parece que estén castigadas con los brazos en cruz, en cambio, se sujetan de los alambres que las guían y necesitan tomar de la mano a las que tienen al lado.
Después de cruzar el Guadiana y dejar atrás Mérida -la ciudad que se llamó Emérita Augusta y fue un regalo del Emperador a sus soldados para que se establecieran aquí y trabajaran las tierras- reencontramos la dehesa. El paisaje está exuberante desde antes de El Carrascalejo y pasado Aljucen nos sumergimos en él. Enormes encinas cobijan ovejas y vacas. Los alcornoques los reconoceréis porque se han remangado sus vestidos de corcho para refrescarse. Por todos lados hay enormes berruecos rocosos rodeados de retamas de un amarillo ardiente, que parecen luminarias encendidas en medio de la campiña. Más arriba las jaras les dan el relevo haciendo ondear sus grandes pétalos blancos como velas al viento. Las vacas me miraban con curiosidad al pasar. Debían preguntarse si era alguna especie de caracol grande y con patas porque iba con la casa a la espalda. Encontré también un grupo de cazadores de setas a la búsqueda de gurumelos. Estaba lleno de carteles prohibiendo recoger frutos silvestres pero nada decían sobre los hongos. Desde Huelva habían venido para no lograr más que una magra cosecha.
Ayer en el albergue de Aljucen nos reunimos seis peregrinos. Una mujer francesa que, para variar, hablaba español porque sus padres eran de aquí -hijos a su vez de exiliados tras la guerra civil- , un hombre belga que también hablaba nuestro idioma, otros dos hombres alemanes y una mujer húngara que a pesar de que había viajado en muchas ocasiones a España, y le encantaba, no hablaba ni una palabra de español. Las conversaciones se cruzaban en la mesa de la cena en tres o cuatro idiomas y excepto cuando eran en el mio propio se me escapaban dos o tres de cada cuatro palabras. Más todavía según avanzó la velada y el vino rebajaba mi nivel de concentración.
Dos cosas retuve de la charla. Primero que de los seis cuatro eran jubilados. Les intenté explicar que en español jubilación deriva de júbilo y, por tanto, alegría. En inglés retirement más bien sugiere retirada, apartar a un lado. No estoy seguro de haber conseguido explicarlo convenientemente.
La segunda es que la señora francesa cuarenta años atrás pasó quince días en la mismas localidad en la que yo vivía entonces. Asistió a la boda de un familiar y vete a saber si en algún momento, en algún bar o por la calle, nos cruzamos o nos dirigimos la palabra sin poder imaginar que muchos años después compartiriamos mesa, mantel y anécdotas en un albergue del Camino.
Muchas gracias y buenas noches.
- Inicie sesión o regístrese para comentar
¿Júbilo? Eso debía ser hace años, ahora temblamos al pensar en qué jubilación nos quedará. Verás como pronto a algún político se le ocurre cambiar el nombre o inventar uno nuevo; les encanta echar la meadita para dejar su huella personal que les asegure su paso a la posteridad y aparecer en las fotos que luego vemos en esos museos de los que hablas.
En francés se dice pasar a "à la retraite" ...me suena a retreta, la lista que pasábamos en la mili antes de irnos a dormir. Espero que no sea una metáfora sobre dormir para siempre; tampoco es muy halagüeño el nombrecito.
Buen Camino, Papadopou, pinta bien ese grupito para hacer Camino.
Pues la verdad es que el grupito no duró. El señor de Bélgica ayer ya no lo vi se hizo una etapa de 45 hasta Valdesalor, y con ampollas, y con 70 años. Hoy me lo he encontrado en Casar. La señora francesa hacia etapas de menos de 20. De los alemanes no he sabido más. La mujer húngara llegó ayer a Aldea de Cano pero hoy prefirió quedarse a conocer Cáceres. En fin, unos que llegan, otros que se van .
La verdad es que tus relatos, tan completos y con tanto detalle, casi me hacen sentir que estoy en la misma mesa del albergue cenando y con vino. También acostumbro a preguntar a gente del lugar dónde comer. Habitualmente es una garantía y si es una ciudad un poco grande los alrededores del mercado local seguro que habrá buenos lugares también.
Coincidir con otros peregrinos al llegar al albergue se agradece. Es bueno socializar al final del día. Y no te obliga a nada mas que a pasar un rato agradable y tranquilo.
Sigue tu Camino, aquí seguimos leyendo tus crónicas. Buenas noches
Gracias MaTeresa. En eso estábamos hace un momento, socializando con unas infusiones y esperando la hora de ir a cenar. Si invitas a unos vinos también suelen hacerse buenos amigos. En fin, a ver si hoy me han recomendado bien.
Poco a poco, entre nosotros, la distancia física va aumentando; camino más lentamente, y estoy saliendo ahora de Zafra. Sin embargo, mi interés por tus relatos y el placer de leerlos va en aumento.
Caminar en solitario, como parece ser tu caso y el mío permite observar más libremente que en compañía y centrar la atención de manera plena en lo que nos rodea. Fruto de ello son las preciosas descripciones que a menudo nos ofreces de los lugares y las personas que encuentras, a las que añades tus propias reflexiones sobre la vida y las compartes generosamente.
¿Qué más se puede pedir?...
Sigue escribiendo tan bien como lo haces, y muchas gracias de nuevo. Buen camino Papadopou
Gracias, Antonio. Tardes lo que tardes va a estar igual de bonito. La campiña está espectacular. Tapizada de flores, casi literal. Además parece que van a volver a regar a partir de mañana. Saludos y buen Camino, compañero.
Creo que no había participado desde los olivos cordobeses, pero sepas Papadopou que te sigo con interés.
Tengo una duda: entiendo que vas solo, pero en el tramo Granada-Cordoba ¿ también caminabas solo ? ya qe solías escribir en plural ...
Buen Camino !
Gracias Xalic. Efectivamente desde Granada a Córdoba me acompañaba mi mujer. Desde Sevilla camino solo, aunque compañía haberla haila. Saludos.
Me imagino a los alcornoques con los vestidos de corcho remangados! Tienes corazón de poeta, Papadopou. He vuelto a recordar el camino partido en dos, a un lado las viñas y al otro los olivos, derramados hasta el horizonte, como si el resto del mundo hubiera desaparecido.
Lo dicho, un placer leerte!
Gracias, Montse. Es un placer explicaroslo. Saludos.