Ideas peregrinas en un Camino desde Sevilla (V)
Pasé por Cáceres como una exhalación, hablando en sentido figurado. El domingo se levantó un agradable día primaveral y el sol invitó a la gente a salir. Por la mañana los caminos se llenaron de ciclistas y luego todos, residentes y turistas, a llenar las calles del centro de Cáceres y sus terrazas. Cuando llegué a la Plaza Mayor casi me hallaba en stock (insisto, solo casi) al ver tanta gente junta después de días casi sin cruzarme con nadie (insisto, de nuevo, solo casi). Pedí en la oficina de turismo un sello para mi credencial ya que la Catedral estaba cerrada y la Iglesia de Santiago también. Era hora de comer y me fui en busca de un bar tranquilo donde tomarme un par de cañas, a ser posible acompañadas de una tapa generosa. Lo encontré, como casi siempre en estos casos, por casualidad. Llegando a la plaza de toros perdí la ruta y mientras esperaba para cruzar en un semáforo para recuperarla le pregunté a una pareja que también esperaba el verde si no había ningún bar cerca. ¿No le gusta ese? -me contestaron señalando justo detrás mío-. Ponen unas tapas muy buenas, te tomas dos cervezas y ya vas comido. Pues no se hable más.
Al día siguiente, saliendo de Casar, era todavía oscuro. Habían cambiado la hora justo la noche pasada aunque la campana del reloj del ayuntamiento todavía no lo sabía y tocaba una campanada de menos. Salí con una luz en la frente más para que me vieran que para ver. En alguna casa no hacían caso al despertador y este sonaba como si no hubiera mañana, solo para que alguien lo oyera desde la calle. Algo así les pasaba a los gallos, que cantaban a un nuevo día que aún no se había levantado. No hubo una colorida salida del sol. No me gusta caminar en la oscuridad.
Siguiendo la pista a través de los llanos de Cáceres adivinaba aquella extensión de pastizales para el ganado. Me acordaba de las praderas que enseñaban en las antiguas películas de vaqueros. Pero aquí todo está vallado. Nunca vi tantas puertas en el campo. Siempre tengo la sensación de avanzar al borde de algo que me resulta ajeno. A mí izquierda, una finca con cuatro caballos. Tal vez haya más, parece un terreno grande, pero todavía está algo oscuro y no los veo. Esos cuatro levantan las cabezas y empiezan a correr. Sus siluetas al galope resultan formidables. De pronto se paran y se van trotando en otra dirección, han alcanzado el límite del cercado. Esto, en aquellas películas, no pasaba.
Mientras avanzo clarea y veo a mi derecha el trazado de la autovía. Al fondo, la iluminación intensa de un área de servicio. No puedo evitar pensar que estoy caminando sobre el trazado de una antigua vía romana que, en su día servía para lo mismo que nuestra red de carreteras moderna, y que también disponía de sus áreas de servicio para atender las necesidades de los viajeros. Parece que entonces uno de estos lugares se llamaban mansio. Las calzadas de hoy más que conectar, desconectan. Los pueblitos cercanos están mucho más apagados que la luminosa área de servicio. El trazado de las antiguas vías rápidas de los romanos hoy nos sirve para trasladarnos más despacio, caminando. La moderna velocidad también llegará un día en que quede apartada a un lado como los miliarios que duermen en el olvido junto al Camino recordándonos, si es que estamos atentos y los vemos, que todo es efímero.
En Cañaveral me acerqué a la farmacia en busca de ayuda para resolver las molestias de una ampolla. Me dirigieron al consultorio donde una médica me resolvió el problema mientras me explicaba que su marido también es un avezado peregrino. A él le enseñó como realizar la cura y así cuando sale a caminar pone en práctica lo aprendido y, en los albergues en los que se aloja, ayuda a curar las ampollas a otros peregrinos. Si os lo encontráis alguna vez ocupado en tales menesteres, preguntadle si su esposa es la médica de Cañaveral y, aunque no lo conozco, le dais recuerdos de mi parte.
Dejamos la muy noble villa de Cañaveral, lo pone en las placas del pueblo. Ha llovido esta noche pero parece que el sol saldrá a saludar camino de Galisteo.
Ayer llegando al pueblo, perdón, a la muy noble villa, el cansancio que me hacía bajar la vista al suelo y eso me permitió descubrir la humilde belleza de un millón de flores que jalonaban los márgenes de la senda. Tan diminutas algunas que tenías que aproximarte mucho para que no pasarán desapercibidas. Como tantas veces, qué fácil resulta perderse lo bueno de la vida.
El camino hasta Galisteo es, de nuevo, muy bonito. En él encuentras muchos alcornoques a los que les han quitado las cortezas de corcho. Les ha quedado a la vista la piel rojiza que cubrían que es a veces tersa, a veces añosa y marcada de nudos. Veremos si no echaran de menos sus ropajes porque han anunciado que el invierno nos dará un último zarpazo de despedida. Las encinas motean las colinas que voy atravesando. El verde del suelo lo manchan las matas de lavanda de color morado. ¡Y los olores de tantas flores!
Finalmente he terminado la etapa en un pueblo encerrado por sus murallas. Como el sol acabó ganando la partida las vistas desde el altozano fueron espléndidas. Esta tarde las nubes volvieron a parecer de algodón y coronaron el pueblo. Mañana cruzaré el rio Jerte para continuar el periplo.
En la oscuridad puede que me equivoque y vaya rio arriba en busca de la locura de los cerezos en flor que cada año, hacen que ese rincón de Cáceres parezca un trocito de Japón.
Muchas gracias y buenas noches.
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No sólo ponemos puertas al campo. Galisteo entre murallas, nosotros entre paredes. Solo los pájaros mantienen su libertad...,si no los hemos enjaulado. Por su seguridad, claro.
Muchas gracias a ti por tus inspiradas ideas. Buen Camino!
No hay de qué, Indi. Gracias a ti. Saludos.
Buenas noches y buen camino, Papadopou. Sigue contándonos (cuando te apetezca) tus andanzas, que las esperamos y disfrutamos.
¡¡¡Ultreia!!!
Me alegro de compartirlo y que os apetezca también dedicarme un ratito. Saludos.
Papadopou!!
Tu és genial!!
Muchas gracias por la narrativa!
Saludos y buen Camino!
No se merecen, Joao. Saludos.
Buenos dias y Buen Camino. Sigue con tus crónicas que leemos con ganas. Ahora mismo, no es tan poetico como tus escritos, pero estoy tomando un te verde, al estilo "Joao" lento lento, ya en el curro, mientras leo tu crónica de esta parte del Camino que todavía tengo tan viva en mi memoria.
Abrazo
Gracias MaTeresa, me alegro de poder haber alegrado un poquito ese día que tenías por delante. Saludos.
Hola Papadopou, entiendo cómo te sentías al llegar a Cáceres pues a m me ocurrió lo mismo tras tantos días de andar en soledad.
El albergue del embalse está cerrado? Me gustó mucho el crepúsculo desde su terracita. Seguro que te hubiera inspirado una hermosa descripción.
Gracias de nuevo por tus relatos
Hola Montse. El albergue del embalse de Alcántara sigue cerrado. Cuando llamé para preguntar me dijeron que esta pendiente la nueva concesión.
Aún no he disfrutado ni de la salida ni de la puesta del sol. Mañanas nubladas, incluso un par que salí aún de noche, el amanecer resultó insulso y gris. Las tardes, cansadas que ni ganas me quedan para ir a mirar como pinta el ocaso. En fin, quedan días por delante. Saludos.
En Caceres solte un rato la mochila en la oficina de Turismo. Hacer la visita al casco antiguo sin peso fue una situación extraña . Es como si me hubiese tomado una conocida bebida "que te da alas " .
Pues ni se me ocurrió preguntarlo. Di un par de vueltas cargado mientras iba enfilando la salida . En cambio en Merida si que me guardaron la mochila un rato mientras visité el Museo -la consigna la tienen cerrada y puse cara de pena para que me permitieran hacer la visita sin la mochila-. Saludos.
Gracias por el relato Papadopou, es realmente bonito como le describes... Me imagino esas nubes, alcornoques y pequeñas flores, el perfume de la lavanda también.
La sensación "rara" al llegar a una ciudad grande, mientras haces el Camino, la conozco bien. La última vez fue en Burgos, al principio estaba entusiasmanda por conocer la ciudad... Pero pocas horas después sentía una sensación agridulce, cené muy pronto y me fui directa al albergue. Es un shock potente.
Muy buen Camino!
Gracias Cristineta. Cada vez me apetece menos hacer escala en ciudades grandes , aunque otra cosa seria que no las conociera y deseara visitarlas. Ya veremos que haré en Salamanca. Tengo que mirar no sea que llegue allí un finde. Saludos.
Mira, por hablar...
Precioso... Gracias por compartir!! Buen Camino :)
Vaya regalo del cielo! Y seguro que te esperan más
Gracias, PAPADOPOU por tu buenísima narración de ese camino tan entrañable y que tantos recuerdos me trae. En CASAL, recuerdo que el reloj nos daba todas las horas de la noche y lo teníamos enfrente del albergue, poco podíamos dormir, no sé en estos momentos si continúa igual. Gracias, otra vez, por esa frescura y darnos envidia por los que aún, como yo, no hemos salido a caminar. Un fuerte abrazo para todos. AGUR, MANU.
Gracias a ti, Manu. La campana del ayuntamiento de Casar no sonó por la noche y se pudo dormir tranquilamente. Al salir del albergue a las 7 me dió los buenos días y un buen sobresalto. Saludos.