Ayer paseamos el trazado del laberinto que dibujaron los nazaríes antes que les arrollara el cuadriculado urbanismo cristiano. En el empedrado Albaycin atisbamos en cada giro las bermejas torres de la ciudadela que se alza enfrente.

Allí nació Enrique Morente. Cuesta de San Gregorio, número 9. Al regresar a nuestro alojamiento unas voces ofendian el silencio nocturno. Jefe, ¿no les gusta el flamenco?  No especialmente, pero a ratos si me gusta Morente.

Esta mañana, al desayunar, en la barra del bar encontramos al mismo simpático camarero que ayer nos sirvió la comida. Buenas, ¿ya visitasteis la Alhambra? No, ya la conocemos y, además, no vinimos a eso -le he contestado-. ¿Entonces? Vamos a seguir el Camino de Santiago. ¿Desde aquí? -respondió sorprendido y con cara de incredulidad-. Si, hombre,  es un lugar tan bueno como otro. ¿No viste esos azulejos con la flecha amarilla? Hay uno en la calle de ahí abajo. Pues eso, que el Camino pasa por aquí

Ayer en la Catedral pedimos si podían sellarnos la credencial. La chica que atendía la taquilla rebusco por los cajones para encontrar el sello. Puede que no lo utilice demasiado, estaba al fondo de uno y bien envuelto. Lo estampó. Es grande, rojo carmesí. Como la flor de cuchillo que escribía Federico.

Granada es maravillosa, pero no parece muy caminera.

Hoy la etapa ha sido corta. Solo hasta Moclin. No preguntéis. Ya expiare mis pecados cuando llegue el momento.

Caminábamos escuchando los pájaros y, de pronto, el ruido de una motosierra. Pregunto si alguna de esas ramas cortadas quiere acompañarme a Compostela y una se mueve. Lo tomo como un si. Igual fue un poco de viento pero la alzo del suelo y, con un pisotón poco elegante, la dejo con una medida adecuada. La he convertido en un bordon para que me ayude en los momentos complicados. Un nuevo compañero.

Pronto nos encontramos en medio del olivar. Ya han recogido las aceitunas y están podando los árboles. En algún momento parece que esos montones de ramas y hojas abran un pasillo para que podamos pasar. La tierra está blanda porque los últimos días llovió, aunque no mucho. Se agarra a nuestras botas con mil dedos pegajosos, no quiere dejarnos proseguir.

Ascendiendo hacia el pueblo enriscado en el que está noche nos hemos refugiado  contemplamos la vega granadina con la Sierra Nevada guardando su espalda.  La montaña se había desvestido ayer del manto de nubes que la cubría cuando llegamos a la ciudad y solo se dejó puesto el inmaculado camisón con el que luego se fue a dormir. Blanco como la nieve, no podía ser de otra forma. Hoy por la mañana no quiso ponerse nada más encima y dejó que el sol refulgiera sobre ella . El frío no nos mordió y la ascensión hasta Moclin nos costó sudor, pero no lágrimas. Esas las derramó, dicen, el moro que perdió definitivamente Granada cuando se volvía a contemplarla mientras se alejaba. Tal vez lo hizo desde un lugar como éste.

Muchas gracias y buenas noches.