Ideas peregrinas en un Camino desde Málaga
El peregrino accidental en ocasiones se siente como si estuviera encaramado en el péndulo de un reloj. Vive instalado en la constante oscilación que marca el paso de un tiempo que no le pertenece. Lo ha vendido a cambio de una vida que pasa, casi, sin dejar huella.
De forma impensada a veces parte en busca de ese tiempo perdido. Aumentando el impulso del balanceo, como un niño en un columpio, asciende más alto y cuando casi tiene la nube blanca al alcance de la mano se suelta del asidero y salta al vacío. Es un salto de fe. El aire se cuajará bajo sus pies y se dejará pisar por los pasos que todavía no han sido dados. Un nuevo camino se materializará. Un peregrino fortuito pues no esperaba recuperar de nuevo esos trocitos de vida.
El vaivén no solo le lleva arriba y abajo. También adentro y afuera. Ahora dentro del camino, después fuera otra vez, de vuelta a la vida cotidiana y vuelta a empezar. En ocasiones está aquí, en ocasiones allí. Cuando está en este lado se sorprende pensándose como si estuviera en el otro. Porque mientras está aquí desearía encontrarse allí. Casi nunca al contrario. En cierto modo un peregrino intermitente.
Pero aquí y allí suelen ser términos relativos, dependen del punto de vista. El sujeto aunque esté, pues eso, sujeto, anclado en uno de los lados, puede perder de vista en cuál se encuentra realmente. Puede parecer nítido cuando existe una línea que los separa, como cuando se cambia de acera para cruzar una calle o al atravesar un rio de una orilla a la otra. Pero otras veces será menos evidente, como con los dos lados de un espejo. En otras no resultará en absoluto obvio cuando aquí y allí se confundan dentro de su cabeza y trate de acertar con los ojos cerrados. Peregrino en un Camino que puede ser su vida misma. Una vida que es su propio Camino.
Un peregrino accidental puede que inesperadamente se deje llevar por la melancolía. Tal vez crea vivir en una caverna oscura y del exterior solo aprecie las sombras que se proyectan desde fuera. Señalará la luz que entra por la boca del agujero imaginando una escapatoria. Pero no puede asegurar que lo que haya allí fuera sea el mundo real o si, por el contrario, lo son esas sombras que se dibujan en las paredes que le rodean.
Dentro la vida puede parecerle un cúmulo de infelicidad. Un cúmulo, un nimbo, un cirro. Una nube enorme dispuesta a descargar encima suyo el mayor aguacero que nunca haya sido llovido. Entonces escapará a los caminos con las anteojeras puestas, sin atender a lo esencial. Un tanto pusilánime, ciertamente. Más bien un tonto pusilánime.
Porque cuando llegue esa hora de la noche en que la desazón malmete y musita al oído el dulce veneno que no sabe como dejar de escuchar, le bastará levantar la vista para darse cuenta de que por ninguna parte está esa nube negra que cree que le persigue.
Lo que halla cuando alarga la mano, entre el sueño y la vigilia, es la calidez de la piel suave de quien reposa a su lado tras compartir su día y cuya presencia le grita que no camina en soledad, aunque en ocasiones se resista a entenderlo así.
Entonces se volverá animoso. Alivio de luto. Pretenderá recobrar aquel tiempo dilapidado y encalará las paredes de la caverna, cubriéndolas de un blanco luminoso que invitará a las sombras a disiparse. Tal vez también pueda encontrar la forma de abrir algún tragaluz para que el sol siempre pueda penetrar hasta el fondo iluminándolo todo.
Ahora caminará en compañía para evitar que algunas de las ideas más peregrinas, que en ocasiones surgen a su pesar, dibujen su día a día. Porque de lo contrario le harán vivir un sueño, una sombra, una ficción, a veces una aflicción.
El peregrino accidental o vocacional, intermitente, fortuito, impensado, solitario o acompañado, pusilánime o animoso, sueña que… ¿Con qué sueña el peregrino?
Pues, tal como sueña el rey que es rey y gobierna, el peregrino sueña que es peregrino. Tal como el rico sueña su riqueza y el pobre su miseria, de igual forma el peregrino sueña su peregrinaje. Con ello vive porque ¿qué es la vida? “… una ilusión, una sombra, una ficción. Y el mayor bien es pequeño: Que toda la vida es sueño. Y los sueños, sueños son“. Y, como todo el mundo sabe, esas palabras no son mías. Solo las tomé prestadas.
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"Ahora caminará en compañía para evitar que algunas de las ideas más peregrinas, que en ocasiones surgen a su pesar, dibujen su día a día." y te acompaño en tu Camino, si me dejas...
¡¡¡Ultreia!!!
Naturalmente, Martos. Bienvenido.
Esa sombra solitaria, ¿camina en compañía? Necesitaremos que el peregrino abandone Málaga, e inicie su singladura para resolver esta duda
Mientras, ¡buen Camino!
Mañana empezamos, hoy hemos deambulando por la ciudad a modo de calentamiento. Mucha animación, por cierto. Pero no creo que seamos tantos por los caminos. Saludos.
Hola Papadopou
Bonito relato, con mucho corazón y todo el lleno de buena filosofía
Te deseo que encuentres lo que quizás no sabes que buscas y puedas cerrar el pasado, no huyas de el, lo que lleves dentro te seguira a donde quieras que vayas
Buen camino!!
Muchas gracias. La busqueda no acaba nunca. Saludos.
En esta mi caverna que necesita urgentemente una mano de cal y ya estoy buscando la forma de abrir otro tragaluz, he tenido que imaginarme entre sueño y vigilia para, entre claroscuros, transitar entre los tuyos, caminar entre ideas, sombras, sueños y realidades. No ha sido fácil; cada peregrino hace su Camino.
Suelo esconjurar las tormentas previamente a la llegada de esa hora de la noche en que la desazón malmete: solo Aquí y Ahora es capaz de hacerlo, llenando la oscuridad de luz —porque detrás de las nubes y al otro lado de la noche siempre brilla el sol, aunque no lo veamos—, si me abandono al ayer y al mañana casi siempre relampaguea y truena. Esto es así también en el Camino...¿O solo es ilusión, sombra, ficción...,sueño?
Pero una caverna sigue siendo una caverna por mucho que la encalemos. O la derribamos para que la luz y el aire puro no encuentren obstáculo o acaparamos leña y nos preparamos para el invierno. Y tienta mucho el calor del hogar: oscilan las sombras como lo hacen las llamas, su chisporroteo encandila —como lo haría una serie de Netflix—, pero el hollín se acumula y el humo vicia el aire obligando a deshollinar, ventilar y encalar en primavera, a desentumecer el cada vez más oxidado engranaje cuando los pájaros más cantan allí afuera.
El aquí y allí relativos te/nos delata: "Porque mientras está aquí desearía encontrarse allí. Casi nunca al contrario" .
Buen Camino en compañía peregrino accidental, que tu hogar sea el Camino, donde aun en invierno hallamos calor, siempre brilla el sol y el aire es más puro y fresco; los petirrojos te acompañan y cantan, y nunca llega esa hora de la noche en que la desazón malmete, pues aceptamos lo que hay y lo que es sin enjuiciar, porque no hay ayer ni mañana. Y que tu mano encuentre pronto la otra, más cálida y suave (eso seguro ) y no se separen jamás.
Parece que somos culos de mal asiento, que se dice. Solo o acompañado, siempre palante, que de las cavernas se puede salir si la luz se resiste a entrar. Gracias y un abrazo o dos.
Sigue soñando Papadopou, por tí y por todos los que nos gustaría compartir tu andadura. Buen Camino
Yo ahí sigo, volando voy volando vengo y cuando no haya nadie cerca me lo invento Gracias y un saludo.
Era miércoles 10 de enero, y después jueves 11.
Este año los Reyes Magos me han traído un Camino (de Santiago). Ay, el paréntesis. La duda acostumbra a rondarme cuando sé que a Santiago no voy a llegar. Por si acaso lo vamos a recorrer inmediatamente, no vaya a ser que sus majestades cambien de opinión y regresen para dejarme sin regalo. Son magos pero no majícos y, tal vez, tampoco resulten tan campechanos como otros monarcas en sus buenos tiempos. Cosas de la realeza.
En realidad, será por exigencias del guion que empezamos justo hoy y regresaremos el día señalado para volver. En esta ocasión el dictado es laboral, pero en otras es por algún otro compromiso ineludible, visitas médicas inaplazables o cualquier otra obligación.
Así que he abierto un paréntesis. Otro dichoso paréntesis abriéndose, y cerrándose claro, alrededor de un lapso de tiempo finito durante el cual escapar de la monotonía. Una ventana de oportunidad que o la cazas al vuelo o se te escapará entre los dedos. Como la arena de la playa que hay dentro del reloj de cristal y que, cuando le dan la vuelta, se pierde inexorablemente cayendo al vacío. Al reloj queda la posibilidad de volver a girarlo, pero el tiempo habrá volado igualmente.
Por la mañana nos hemos dormido. Víctimas, sin duda, de una conjura a la que el pérfido despertador se ha dejado arrastrar. Ya veré otro día si encuentro al instigador. Tuvimos que correr para no perder el tren que tenía que llevarnos a Málaga. En esta ocasión recorreré (recorreremos) el ramal del llamado Camino Mozárabe a Santiago que parte de dicha ciudad y llegaremos hasta Córdoba, la capital del Califato.
La elección de una buena marca comercial a priori puede repercutir en el atractivo del recorrido. Asimismo resulta recomendable rematar con un eslogan pegadizo, del estilo “la montaña por testigo”, “el camino de los sentidos”, etc.
La marca “mozárabe” no sé si vende suficientemente bien o si la afluencia de peregrinos podría mejorar con otro banderín de enganche. Lo que si consigue es recrear en el imaginario de los potenciales usuarios, clientes, peregrinos o caminantes, referencias a un tiempo pasado en el que los mozárabes, cristianos que vivieron en al-Andalus bajo dominio musulmán, transitaron esos caminos con destino a Compostela para cumplir su peregrinaje.
Es probable que los Caminos “mozárabes” fueran caminos para el tránsito entre Andalucía y León y Galicia por ser la ruta más sencilla y la más trillada (por cierto, gracias a la herencia de los ingenieros romanos). Por ahí debieron circular probablemente los cristianos andalusíes que partieron al exilio, voluntario o forzado, para establecerse en territorios del despoblado norte peninsular. Pero ¿diríamos que la expedición de Almanzor fue una peregrinación a Santiago? Seguro que no. Pues eso.
Es probable que a partir del momento en que Extremadura y la mayor parte de Andalucía, fueron sometidas y devueltas al orbe cristiano manu militari, las citadas rutas también fueran utilizadas por peregrinos del Sur para acudir a la tumba del Apóstol, como ya hacían por entonces miles de otros peregrinos de toda Europa. Pero esos peregrinos ya no eran mozárabes.
¿Y antes de eso? La peregrinación a Santiago de mozárabes de al-Ándalus, que luego regresaran a su hogar en tierra de moros, es posible pero no parece muy plausible. Y además no está documentada. A mi me resultó más sencillo encontrar algún testimonio de peregrinos musulmanes hispanos a La Meca que de mozárabes a Santiago (que no lo logré).
En cualquier caso … ¿no era la realidad la que superaba a la ficción? Pues que sea la curiosidad, la mía, la que las supere a ambas. Ya veremos lo que deparará este periplo. No voy a dejar que se me estropee el viaje por un tecnicismo y, en un quítame allá esas pajas, lo que no sucediera igual me lo invento. El Camino se hace caminando, y escribir ayuda a llegar un poquito más lejos.
Para empezar, el viaje supuso una primera aproximación a la comunión con mis semejantes, con los que compartía el vagón del tren que nos transportaba a respetable velocidad. Como no nos dirigíamos a Santiago sino al Sur, no creo que ostentáramos la condición de peregrinos sino de viajeros. Además lo ponía en el billete, que incluía el SOV (seguro obligatorio de viajeros). Sin embargo ciertas situaciones me hicieron pensar que nada sucedía por casualidad. Por ejemplo, ¿qué pensar del hecho que el hombre sentado justo al otro lado del pasillo, se durmiera en su asiento y empezará a roncar como un camionero polaco en un albergue del Camino? Estuve en un tris de ponerme los tapones para poder pensar pero como nadie parecía incomodarse, me pregunté si no sería que mis oídos hubieran empeorado súbitamente y ese resoplido solo estuviera en mi cabeza. Sin embargo podía oír perfectamente la música que otro pasajero, en un acceso de generosidad mal entendida, había decidido compartir con el resto del pasaje a pesar de que, algo inconcebible para él (o ella, seamos inclusivos, porque tampoco me levanté a verificar el dato), tal vez alguien pudiera no compartir sus gustos musicales. También oía el llanto de un par de críos, la conversación de la señora de detrás que le explicaba a alguien dónde tenían que recogerla, los ruidos del videojuego con el que niño de delante estuvo entretenido durante todo el trayecto. En fin la próxima vez pediré que me acomoden en el vagón silencioso.
Al final del viaje la ciudad nos esperaba. Habíamos decidido dedicar un día para conocernos un poco . Dejaría que me explicara historias de tiempos pasados, que son las que a mi me apetecen. De antes incluso de que nacieran sus primeros habitantes. De cuando se establecieron cerca del mar y ella surgió. El mismo mar que trajo a navegantes de lejanos puertos. Unos fueron sucediendo a los otros en su dominación, Malaka, Malaca, Malaqa. Málaga es la que hoy perdura junto al mar.
Hoy ese mismo mar riza de espuma sus olas para acariciar a la ciudad que se acomoda alrededor del monte de Gibralfaro, que desde su altura contempla como la brisa interrumpe el vuelo para, jugando, despeinar las palmeras que se alzan brillantes de sol sobre las cabezas de los que pasean por debajo.
Mañana, después de escuchar esas historias, de haber tomado chocolate y churros en el desayuno, vermut casero en el aperitivo, el pescaito frito en la comida, de haber paseado por las animadas calles llenas de gente, de disfrutar del sol y el vino en las terrazas, de haber cumplido con lo tópico y lo típico, mañana, nos calzaremos las botas y las ropas humildes del peregrino, aunque sean DeCartón, e iniciaremos nuestro viaje. A ver si a partir de ahora estamos a la altura.
Muchas gracias y buenas noches.
Sabias reflexiones históricas sobre los caminantes de antaño que pudieran recorrer esas sendas. Y comparto tu conclusión: pocos mozarabes debieron acudir a Santiago; y como muy bien indicas: aquellos mozárabes que fueran seguro que no volvían.
Esperemos esas peregrinas ideas que dará el Camino, para demostrar que a estas conclusiones se llegó muy apresuradamente: "lo que no sucediera, igual me lo invento".
Buen Camino maestro.
¡Vamos Papa!
Seremos ligeros mientras te acompañamos
Vamos! toca calzar las Bestard!
Peregrino accidental arrancas tu travesía y, si me dejas, si me dejáis, esta vez me cuelgo de la mochila. Quiero oler la niebla y la retama. Y ver ese Camino que os encamina hacia esos pueblos blancos en lo alto de las colinas. Quiero notar el sol calentando mi cara y mi alma. Y sonreír con el crujido de una tostada regada con el oro liquido que nos regala esta tierra generosa.
Abrazo
Cómo vas Papadopou ? Has pasado el Torcal y llegado a esa enigmática ciudad que es Antequera ? Espero descubrir en tus comentarios algunas de las muchas historias que esconde la ciudad y su Colegiata de Santa Maria. Saluda a la Peña de los Enamorados.
Muchos ánimos y un fuerte abrazo. Buen Camino
Gracias a todos. Todo va bien, gracias, pero me resulta curioso lo que se me están atascando las ideas. En fin, ya saldran. Esta mañana dejamos atras Antequera. Mientras, allí la montaña te contempla
Saludos.
Vaya!!! llego tarde a este hilo!!!
De haberlo leido antes habria sido un placer tomar un café contigo y charlar sobre las cosillas del camino, pues de Málaga soy.
Saludos y buen camino ¿has salido ya de la provincia de Málaga?
Hola. Tendrá que ser la próxima vez. Hoy estamos ya en Lucena. Saludos .
a la próxima seguro, buen camino!!!
Era martes, 16 de enero.
Ayer por la noche estaba sentado en uno de los sillones del albergue en Villanueva de Algaidas. En dicho albergue hay sillones, dos y muy cómodos. Además una mesa camilla con un brasero (eléctrico) para calentarte mientras estás allí sentado. Las compañeras ya se habían ido a dormir dejándome solo ante la dificultad que vengo arrastrando, vaya usted a saber porqué, estos días para escribir una sola palabra. Se me agolpaban los recuerdos de las últimas jornadas, pero no conseguía hilvanar mínimamente las ideas. Los trazos se mezclaban deslavazados y se retorcían para confundirme. Así que decidí prescindir de cualquier orden, cronológico o de lo que fuera, y dejar que se organizaran solos.
Este viaje se resiste a convertirse en peregrinaje, aunque camine con la mochila a cuestas. No consigo verme en el Camino, y no es debido a ningún problema de visión. No consigo oír el eco de las voces y de los pasos de quienes me precedieron, y no parece que sea por (nuevos) problemas auditivos.
Tampoco creo que sea porque esta ruta no haya sido transitada en otros tiempos, supongo que ni más ni menos que las otras que recorrí desde Granada o Almería en las anteriores ocasiones. Imagino que, simplemente, el Camino está vez no me había llamado y yo me colé en la fiesta, casi como el invitado inoportuno que aparece sin que nadie lo haya convocado. Quizá me confundí por las ganas que tenía de recorrer algún lugar desconocido (para mi) y poder escapar de la rutina unos días, para distraerme. Además al viajar en compañía no me permito despegar los pies del suelo, arrancar uno de aquellos recorridos por vericuetos interiores que a priori no sé adónde me podrían conducir. Con mi compañera comparto el tiempo, viajamos juntos. No es mi viaje, ni mi tiempo, sino nuestro. Resultaría descortés por mi parte desaparecer, ni que fuera figuradamente, y abandonarla en el camino para dejar que mis pensamientos me llevaran lejos de su lado. Así que vuelo bajo, como el grajo, aunque el frio que está haciendo por aquí no sea del…
El viernes pasado en Málaga el despertador reincidió y de nuevo se abstuvo de sonar a la hora señalada. La etapa iba a empezar más tarde de lo previsto. Por suerte un amable autobús se ofreció a aliviarnos el recorrido urbano. Empezamos mal, pensé. Pero accedí para ahorrarnos el olor a ciudad, el humo de los coches y la posibilidad de que alguna paloma blanca, o una cotorra verde, descargaran sus deposiciones sobre nuestras cabezas. Pobre excusa, es cierto, sobre todo porque el día anterior nada de todo eso me había parecido importante mientras deambulábamos por la zona más cool de la urbe, o como diríamos en nuestro idioma, la más genial, más chévere, más molona.
Iniciamos la caminata en Junta de los Caminos. Durante el quebrado recorrido hasta Almogía el sendero subió y descendió cerros abruptos y escarpados barrancos cortados por el afilado río Campanillas y los arroyos que en él acaban confluyendo. Hice remembranza, al atravesar la rambla seca, de un agua que aquí tampoco comparecía. El nombre, Campanillas, me hizo evocar el sonido acuático de una gota al caer sobre agua, plinc. Un sonido casi metálico, campanil, cuando primero rebota sobre la lámina acuosa e inmediatamente vuelve a caer, zambulléndose definitivamente en la multitud de gotas semejantes a ella misma. Engarzadas en un caudaloso collar de brillante recorrido bajarán saltando por el cauce, chocando con las peñas y puliendo los cantos del rio. El brillante plinc de cada una se convierte en el sordo rumor de una multitud.
El día que crucé el Campanillas no había ni agua ni multitud. Estábamos solos yo y mi compañera. Éramos tan solo una gota, plinc, que seguía el curso que indicaban las flechas amarillas buscando un mar para zambullirse.
Pero el cauce estaba seco y el camino lleno de piedras. Cada guijarro que pisábamos nos recordaba el esfuerzo que es preciso realizar para avanzar un solo paso. Cada piedra del camino explicaba los secretos para aprender a ver el tiempo pasar sin que te provoque desasosiego. A cualquiera le gustaría que toda piedra en el camino tuviera la forma de un corazón afectuoso y que latiera en la misma sintonía que el propio.
Muchas gracias y buenas noches.
Buenas tardes Papa. Me alegra leerte y ver como sacas provecho de una etapa aburrida y seca. El cauce también estaba seco cuando yo pasé en un mes de Mayo, pero no te precupes que en futuras etapas tendrás de descalzarte para pasar corrientes de agua. Cuando llegas a Almogia ya no te importa que esté en cuesta y una vez arriba empieza el verde.
No todos los Caminos los hacemos con el mismo "cuerpo" pero todos nos hacen. Disfruta.
Un abrazo y Buen Camino.
Si. Tuvimos que quitarnos los zapatos después de Encinas para cruzar el río Anzur.
Menudas fotos chulas que haces
Voy a poner una sin pedirte permiso, para que otros la disfruten, a ver si de esta ofensa obtienes inspiración
Permiso concedido. De todas formas Florez las pone en el facebuc por si alguien quiere echar un vistazo
Saludos.
Amigo, quizás esa desazón sea lo que te haga pensar y encontrar respuestas, saludos y buen Camino!!!
Gracias y un saludo.
"Este viaje se resiste a convertirse en peregrinaje"
Peregrinaje, viaje, libertinaje, hospedaje, homenaje,carruaje, paisaje,personaje, vendaje....
Hay muchas palabras con esa terminación.
Y algunas muy chulas.
Y colarse en una fiesta sin haber sido invitado es una de las cosas mejores que se me ocurren.
Un abrazo, Papadou.
Y buen caminaje.
Muchas gracias. La fiesta está a punto de acabar y todavía nadie ha venido a echarnos
Era miércoles, 17 de enero.
Conseguimos llegar a Lucena antes que la nube nos alcanzara. El chaparrón nos pilló comiendo, en el interior de un mesón. Cuando acabamos las calles estaban encharcadas y el nublado parecía haber decidido quedarse con nosotros para conocer el pueblo. Pero al final, tal vez decepcionado con la visita, acabó marchándose y el sol asomó tímidamente, con el tiempo justo para despedirse de su público. Un nuevo ocaso, que iba a dejarnos a la espera de un nuevo amanecer.
Mientras tanto, cuando se apagaron las luces del día las estrechas calles se sumieron en unas sombras apenas rotas por las farolas encendidas. Farolas de hoy, o lucernas de antaño. Rendijas de luz para entrever a través de los velos del olvido con el que el tiempo oculta los hechos pasados. Encandilado anduve un rato por si al doblar alguna esquina escuchaba el tañer de un laúd o un salterio, una conversación en ladino o algo. Pero los aires de Sefarad se disiparon aquí hace siglos. En Eliossana, como por ahí está escrito que llamaban sus habitantes a la Lucena sefardí, los que sobrevivieron a la toma de la ciudad por los almohades siguieron el camino del exilio para poder conservar su identidad, y su vida. Algunos huirían a los reinos hispanos del norte para poner a prueba la tolerancia de los cristianos, con los resultados que conocemos. En Lucena dejaron a sus muertos. Los encontraron hace unos años, cuando se intentaba construir una carretera para llegar más deprisa a algún lado. Hoy, con visión comercial y con un buen lema por montera, en la “Perla de Sefarad” intentan explotar esa veta en busca de beneficios crematísticos.
Si los consiguen tal vez dedicaran una parte a disponer un buen albergue para acoger a los caminantes a Santiago. De momento ni bueno ni malo, no lo hay. Así que aquí se hace preciso buscar otras alternativas.
Al final desenredé la madeja de callejas oscuras y regresé al apartamento que habíamos alquilado para los tres. Esa noche iba a funcionar como albergue de peregrinos e íbamos a preparar una cena comunitaria. Estábamos nosotros dos y una, digamos, peregrina belga. Digamos peregrina, porque de su nacionalidad no tenía porqué dudar.
Estábamos comiendo en Almogía en la terraza cubierta de un restaurante en lo alto del pueblo. Para llegar al albergue habíamos tenido que escalar unas calles empinadas que precisarían calzar crampones los días de helada. Para ir a comer preferimos no perder una altura que luego habría que recuperar. Tuvimos que elegir entre el olor a fritura del interior o el olor a tabaco de la terraza, donde fumaban unos clientes que, tal vez, estuvieran contraviniendo alguna normativa, como mínimo la de la cortesía. Cuando nos servían los segundos apareció ella, alta y espigada, cargada con una mochila en apariencia pesada y cubierta con una funda parcheada con cinta en varios puntos. Eligió el interior del bar y nosotros al acabar regresamos al albergue. Cuando ella acudió también tras la comida nos explicó que llevaba varias semanas caminando una senda que rodea la provincia de Málaga y que ahora se dirigía a visitar Córdoba. Para ello aprovecharía la ruta jacobea y sus albergues, me dijo mostrándome la credencial que se había comprado. Todo explicado tal cual, en un buen español y sin rastro de sonrojo. Yo no me atreví a explicarle cuales tendrían que ser los atributos del buen peregrino. Consejos vendo que para mi no tengo, pensé. Si que le sugerí que, aunque nadie iba a preguntarle su motivación, ya que tenía la acreditación como peregrina podría hacer el esfuerzo de parecerlo. Pero si ya hice otras veces el Camino y nunca hubo inconvenientes, me dijo. En fin, desde aquel día hemos compartido etapas, alojamientos (excepto en un par de ocasiones en que deserté del alojamiento compartido) y comidas. Ha completado los recorridos a pie, no ha tomado autobuses, carga con su mochila a la espalda, comparte y se deja ayudar, es agradecida y soporta estoicamente los inconvenientes de la proximidad de sus semejantes. Además ni bebe ni fuma. En fin, una joya de peregrina, salvo que no lo es, como ella misma dice.
Muchas gracias y buenas noches.
Era jueves, 18 de enero.
Por la noche en la pensión de Cabra ante la hoja en blanco, la pantalla quiero decir, repasaba momentos de los últimos días que por no estar plasmados en ningún sitio acabarían por difuminarse hasta perderse en el vacío donde acaban todas las palabras que no se han pronunciado, las ideas que no se han pensado y las plegarias que no se han rezado.
Pensé en el empleado municipal de Almogía, que haciendo equilibrios se llevó en su moto el microondas averiado del albergue para intentar repararlo en su casa. Nos resumió la etapa hasta Villanueva: 20 kilómetros, todo plano. Me pareció muy esquemático, aunque barrunté que debí perderme en su explicación, quizá a causa de la velocidad a la que hablaba y el marcado acento de allí que tenía. Él reconocía hablar deprisa pero le extrañó lo del acento, decía que eran los demás los que hablaban raro. A causa de las palabras que se comía en cada frase, por considerarlas redundantes supongo, la descripción quedó un poco demasiado resumida y obvió unos repechos notables que hicieron la etapa (algo) más exigente.
Sentado en la cama también sentí en la cara la ligera brisa cálida que bajaba de la montaña al empezar la caminata en la Villanueva que hay a los pies del Torcal. El sol tibio de la mañana buscaba acariciar piel desnuda así que, sin hacerme de rogar, antes de abordar la primera cuesta me desembaracé de la chaqueta y de las mangas largas dejando los brazos al aire. No era el calor del desierto, aunque acabábamos de abandonar el oasis, en el que desayunamos. Que se sepa: bajo los farallones calizos del Torcal se elaboran, los domingos a partir de las ocho, los mejores churros del orbe, o casi. Siguiendo un ritual centenario se prepara una casi mística mixtura con los elementos litúrgicos, el agua y el trigo. La sacerdotisa, que llaman churrera, oficia la transustanciación para que comulguen los fieles que acuden al templo, que denominan churrería. Tras un hirviente baño en el oleo sagrado, despunta una crujiente y fina costra que envuelve el esponjoso y caliente interior donde ha quedado atrapado el aire de la sierra. Amén. Lo digo yo, aunque en el tema no soy ningún experto. Pero como hoy en día se puede opinar de todo sin tener idea de (casi) nada, simplemente pareciendo entender, yo ahí lo dejo.
Volví a contemplar las extensas panorámicas desde el Puerto de Escaleruela, a los pies del Camorro, el más áspero de los pasos que superan las montañas para acceder a Málaga, o viceversa. Me alcanzaron allí las voces de los vencidos que huyeron tras la toma de Medina Antakira por los cristianos, aunque la mayor parte se instaló en Granada y, en principio, no habrían subido por aquí. Pero tal vez alguno escogió la ruta hacía Mālaqa, en lugar de acudir a Medina Arxiduna y luego a la capital nazarí. Tal vez por la pena de verse obligados a abandonar sus casas se convirtieron en estatuas no de sal sino de caliza, quedando allí como rocas de formas caprichosas. Tal vez no tanto como las del Torcal Alto, pero en cualquier caso evocadoras.
Tal vez hasta me hubiera imaginado que pasaba por aquí una calzada romana (algunos así lo sostienen) que bajaría hasta Anticaria. Me habría llevado a la suntuosa villa que un rico terrateniente hizo construir cerca de la ciudad, en un lugar donde, andando el tiempo, las gentes del futuro levantarían una estación de ferrocarril, algo que él no podía entonces ni siquiera imaginar qué podría ser, por muy desarrollada que en aquella época estuviera la ingeniería. Me podría haber colado en el banquete que celebraran ese día o me podría haber hecho invitar que siempre resulta menos chusco. Con mi inexistente latín, hubiera explicado que la elegante figura del efebo broncíneo que adornaba el triclinium, la desenterrarían muchos siglos después los futuros habitantes de esa ciudad cuando fueran a construir una autopista, aunque utilizaría el término viae, calzada, al que estarían más habituados. Cuando las miradas alarmadas de mis anfitriones así me lo recomendaran, haría mutis por el foro y desaparecería, pero no sin antes recorrer las estancias y los patios. Admiraría las refinadas obras de arte y los espléndidos mosaicos que reunió el propietario de la villa, sin duda una persona de posibles, de los que sólo he podido contemplar los restos expuestos en el museo, lo cual deja mucho espacio para la imaginación.
Muchas gracias y buenas noches.
Bien Papadopou
Era viernes, 19 de enero.
El día que llegamos a Baena no pudimos dar esquinazo a la nube negra como en Lucena. Preparados, apunten… ¡agua! Y nos cayó toda encima. La previsión meteorología fue certera. Ya el primer aviso había llegado, con la precisión de un reloj suizo, a la hora que salimos de la pensión en Cabra. Así que paramos a desayunar allí mismo al pasar por el mercado de abastos. Mientras fuera caían chuzos de punta, dentro cayeron churros y café con leche. Esta vez sin parafernalia litúrgica, era todavía temprano para andarse con ceremonias.
La tregua que siguió sirvió para llegar hasta el siguiente punto de avituallamiento en Doña Mencía. Yo conozco a otra Mencía, una señora berciana a la que me he bebido a besos muchas veces en escarceos que nunca fueron más que inocentes flirteos. A esta otra, cordobesa, no le tenía tanta confianza, ni siquiera para apearla del tratamiento.
Agradecimos el terreno llano y firme de la vía verde, que evitaba tener que andar pisando charcos. También agradecimos la mañana nublada y lluviosa que disuadió a los ciclistas de salir a pedalear, evitando potenciales atropellos.
Antes de abandonar el pueblo en dirección a Baena paramos en un bar a redesayunar, aplicando la máxima aprendida en tantos caminos que dónde encuentres un bar abierto, aprovéchalo. Aquí habitualmente lo complicado es elegir en cual entrar porque suelen abundar.
A Baena llegamos mojados, como ya apunté. Convertimos el apartamento que alquilamos en un tendedero tras hacer la colada. Luego, por la noche la cena comunitaria con nuestra invitada belga, que también había encontrado un alojamiento alternativo al albergue, ya que en este no la dejaban entrar a instalarse hasta las cinco de la tarde, una hora muy taurina pero inapropiada para un caminante cansado que necesita secar sus ropas mojadas tras el chaparrón.
La jornada había terminado. Cenado, limpio y con la ropa seca y recogida, acomodado en el sofá, calentito, en la penumbra, medio alumbrado por la luz de una farola de la calle, ya que no había bajado la persiana, con una taza de te caliente entre las manos. Esa era la foto del momento.
En esas estaba y recordé que al salir de Antequera hacia Villanueva de Algaidas la mirada de la montaña la sentía en el cogote todo el rato. Aunque la dirija siempre arriba, hacía el cielo, la montaña me observa, pensé. La montaña por testigo, pensaron en otro lugar por el que había pasado hace un tiempo. Aquí el lema hubiera resultado de lo más acertado.
Cartaojal es uno de esos pueblos que debería haber en todas etapas de todos los Caminos y si no lo hay, ponerlo. Situado a la mitad del recorrido, con su bar abierto para tomarse un refrigerio o descansar, con tienda para comprar si necesitas algo. Una maravilla.
A Cartaojal le están arrancando sus olivos. Ahora plantarán placas solares. Debe ser cosa de unos iluminados. Literalmente, porque estos proyectos los suelen promover los modernos gigantes, los que fabrican la luz que mueve el mundo. Gigantes que simulan que son molinos y pretenden pasar desapercibidos. En Cartaojal, como en otras partes sustituirán los árboles por artilugios de hierro y cristal. Para captar la energía del sol las hojas de los olivos, que se vuelven plateadas cuando la luz las hace brillar, ya no bastan. Una energía ancestral concentrada en pequeñas píldoras redondas de las que exprimir oro líquido. Una energía que no sirve, ciertamente, para cargar la batería de un teléfono. Nuevas técnicas para conseguir una energía que sirva en lugares lejanos y que, a cambio, destrozaran el paisaje y, posiblemente, empeoraran la vida de un paisanaje cuyas quejas nadie quiere escuchar.
En lo sucesivo, el camino transcurrió entre olivares. Hasta Villanueva de Algaidas y, al día siguiente hasta Encinas Reales, ya en Córdoba, olivos para aburrir. Entre ellos posiblemente tejen una red de solidaridad a través de sus raíces, enlazados unos con otros para acaparan el agua, la luz, el aire. Las demás plantas se ven excluidas. El suelo está desnudo y la tierra seca, blanca, amarilla o roja. Alrededor de cada árbol nada crecía. Ni siquiera la imaginación. Olivos para disfrutar.
Muchas gracias y buenas tardes.
Era martes, 16 de enero.
¿Otra vez? Pues si, ya comenté que la lógica temporal probablemente se iba a ver alterada.
Llegamos a Encinas y pasamos a recoger las llaves del albergue por el ayuntamiento. Luego fuimos a comer al restaurante que nos recomendaron. Nosotros dos y nuestra amiga belga. Emily no se llamaba así pero mi mujer, vete a saber porqué, le cambiaba el nombre cada vez que la nombraba, a pesar de que ella la corregía reiteradamente cuando se equivocaba. Tal vez le vio cara de Emily y no del nombre que sus padres eligieron para ella.
Cuando entramos al albergue dentro hacia más frio que en la calle. Luego haría más aún porque la puerta tenia unas aberturas de ventilación que impedían que se caldeara la estancia. En verano podía resultar interesante pero en invierno era como estar en plena calle. Gracias a los calefactores al menos en los dormitorios estuvimos calientes. Vino un hombre a arreglar una litera rota y empezó a despotricar del estado del albergue, animándonos a quejarnos para que lo mejoraran. Hombre, le expliqué yo, no es el Ritz pero servirá para pasar la noche. Si soy un invitado, ¿tendré que dar las gracias por lo que me dan?
Nos reunimos en uno de los cuartos para compartir una cena fría y una charla hasta la hora de dormir. Luego además llovió, y no poco, pero el agua no entró. La de la lluvia, porque la que perdía la caldera provocó en la otra habitación un buen charco que hubo que recoger con los fregones.
A la mañana siguiente los arroyos bajaron crecidos. Pensé en el Rio Genil cuando lo cruzamos cerca de Cuevas bajas y las defensas que habían levantado para evitar desbordamientos que inundaran los cultivos. De lo que no me acordaba era de que en el camino de Lucena había que vadear el río Anzur. Tuvimos que descalzarnos y remangar los pantalones para cruzar la corriente de agua, fría y fangosa, que bajaba bullanguera. No podía ser de otra forma porque había nacido allí arriba en una Zambra, así que el rio salió fiestero y en cuanto caen cuatro gotas se crece con la bulla y se desborda alegre para regocijo de los campos que riega. Lo seguimos un rato hasta que nos desviamos hacia Lucena y él se despidió para seguir su camino.
De Puente Genil a Lucena, de Loja a Benamejí, como en la copla, es tiempo de recoger las aceitunas y los montes bullen de actividad y ruido de maquinaria. No andan pidiendo permiso a los árboles para arrebatarles sus dones. Más bien se los arrancan con poca delicadeza. En los tiempos que corren se aceptan las dádivas pero no se devuelven palabras de agradecimiento.
El viento peinaba los olivos y provocaba un ondulante movimiento del verde. El mar se rizaba de olas y de espuma encendida por el sol, que asomaba a ratos apartando los velos de nubes. Acariciaba la piel, haciendo cosquillas y te invitaba a desprenderte de las capas de ropa que te cubrían. Luego el aire regresaba y te tambaleaba con fuerza.
Entre el oleaje de tanto en tanto se dejaba ver la mancha blanca de un pueblo enroscado en la ladera de un cerro. Desde cualquier pequeña loma que dominara el paisaje en la lejanía todo parecía cubierto por una pátina verde, pero al acercarte se veía la tierra áspera de la que se alzaban los troncos. Las ramas se prendían del cielo con dedos ansiosos para acapararlo todo y luego devolver, generosas, una formidable ofrenda del sol contenido en sus frutos verdes, negros o rojos, de los que se extraerá el preciado tesoro oleoso.
Muchas gracias y buenas tardes.
Era sábado, 20 de enero.
Por la ventana de la habitación del albergue de Castro del Rio se veía justo enfrente el campanario iluminado que coronaba el pueblo. El resto estaba oscuro, salvo por las farolas que se esforzaban en ahuyentar las sombras. Para no molestar el sueño de mis compañeras en la habitación no había otra luz que la que compartía conmigo la iglesia desde fuera y que entraba a pesar de las cortinas echadas. También habíamos tapado con un cartón el hueco dejado por un cristal roto para que no se colara demasiado aire frio y para que no se nos escapara el que habíamos calentado dentro. En el silencio, quebrado solo por la respiración de las durmientes, tronaron las campanas saludando a los que no dormíamos todavía y burlándose de los que intentaban hacerlo. Era ya la media noche y esperé que no siguieran sonando el resto de la noche.
Hoy en Baena la mañana se había levantado clara y luminosa. Había tenido la memoria muy corta y al despertar ya se había olvidado de la lluvia de ayer. El día anterior el cielo había llevado ceñida una faja añil, de un azul plomizo casi negro. Con su faca desenfundada había repartido mandobles a diestro y siniestro y, tras cada tajo, el vuelo de la hoja levantaba un viento cortante que a mi me estremecía y a los olivos los agitaba en una danza frenética.
Pero eso fue ayer. Hoy, antes de salir del pueblo paramos a desayunar. Llegamos a la última casa, justo en la última rotonda. El rótulo indicaba cafetería churrería, así que entramos. ¿Ustedes son de comer?, nos preguntó el hombre al tomar nota de nuestro pedido. Yo más que ella, le contesté. Al final casi tuve que pedir que el resto de los churros me los pusieran para llevar, pero con un pequeño esfuerzo me los terminé. Al fin y al cabo no encontraríamos nada hasta Castro y mejor salir bien desayunados, aunque la ruta no fuera ni demasiado larga ni difícil, buena parte transcurría por carretera. Entre olivos pero sobre vías asfaltadas.
Llegando a Castro sonaban las campanas saludando a los peregrinos. Las dos de la tarde.
Luego, cuando oscureciera, los tañidos de la hora en punto se reirían de mi mientras deambulaba algo perdido por las calles ya oscuras del barrio alrededor de la iglesia, y del albergue. Casas blancas, fachadas encaladas y ventanas enrejadas con hierros elegantemente forjados. Tal vez alguna la fabricara mi abuelo materno, que fue herrero y vivió cerquita de aquí, en Puente Genil, donde murió demasiado joven. El eco de mis pisadas me llevaba hasta callejones sin salida, cerrados por paredes de silencio que me obligaron a volver sobre mis pasos un par de veces. Hasta que pude escapar del dédalo enrevesado de callejas y llegué otra vez a la plaza de la iglesia iluminada.
Me cuesta orientarme en estos barrios que conservan memoria de la aljama que un día fueron. Ya me ocurrió una vez en Alcaudete, donde también me perdí y no sabía encontrar la salida. Incrustada en el moderno Castro, la alcazaba andalusí me recordaba que este lugar antes había sido (quizás) Qasruh, que estaba ubicado en el camino de Córdoba a Elvira.
Recorrer estas callejuelas es como estar leyendo un libro que mezcla dos lenguas. Una la entiendes mientras recorres una calle. La otra te sorprende al pasar la página y al volver una esquina solo puedes intuirla. Pierdo entonces el rumbo y el sentido de lo que leo. Ya no entiendo lo que ando.
Muchas gracias y buenas noches.
Era domingo, 21 de enero.
Nos levantamos y dejamos a las campanas de la iglesia con la palabra en la boca. Queríamos empezar temprano, por aquello de llegar a una hora razonable para comer. En el bar en que estuvimos ayer nos habían dicho que abrirían pronto para atender a la gente que se iba al campo a recoger las aceitunas.
Aunque era domingo, todos al laburo. Hasta el de la tienda de enfrente, que vendía el pan para los bocadillos.
Aunque era domingo, sin churros. Ya los comimos ayer aunque fue sábado.
A cambio me deleité con una sonata para jamón, aceite y pa amb tomata, interpretada de forma magistral por un virtuoso del corte jamonero. A mi me supo a música celestial.
Nuestro lento viaje me permite apreciar qué afortunado soy por poder disfrutar de tantas experiencias agradables. Viajando sin preocupaciones, con un techo bajo el que dormir caliente cada noche y pudiendo saciar el hambre cuando aprieta. Asistir cómo espectador privilegiado, en ocasiones algo indiscreto, al discurrir de la vida de los pequeños pueblos por los que paso.
Ayer el bar de Castro donde comimos (y hoy hemos desayunado) bullía de familias que ocupaban todas sus mesas, menos una en la que afortunadamente nos instalaron. El fenomenal barullo de risas y conversaciones en voz más que alta se mezclaba con el ir y venir de platos y bebidas en un regocijo general.
Luego nos encontrábamos en un local que servía café y pasteles, con una terraza a la que un sol tibio invitaba a sentarse. Mientras la tarde se endulzaba con el almíbar y el cabello de ángel, concurrió una sorprendente multitud de jóvenes madres con sus retoños transportados en cochecitos de buen porte. Yo creía que la gente ya no tenia hijos, pero parece que no es así, al menos aquí. Pronto se animaron conversaciones, comparaciones y carantoñas a las criaturas. Era inevitable que, más pronto que tarde, los llantos hicieran acto de presencia y, como además el sol se había ocultado tras unas nubes y la calidez dio pasó al frescor, nos levantamos para marcharnos. Entonces un cencerreo se dejó oír y por la calle principal apareció un rebaño de cabras. Al pastor y su perrillo todo el mundo parecía conocerlos y los saludaban mientras se alejaban en dirección al rio.
Aún más tarde, ya anocheciendo, entré en un bar y pedí un fino. Los vinos de la tierra aquí no necesitan abuela, son todos finos aunque alguno tenga el calibre más grueso. Había fútbol en la televisión pero en la mesa de al lado la conversación pasaba revista a los decesos más recientes. Repasaban parentescos con esos difuntos , y ese ¿de quién era?. Comparaban sus edades con las de ellos, con algunos habían compartido pupitre, para en un ejercicio de adivinación más que de cálculo procurar quizás avanzar la fecha del fin de los tiempos, de los suyos probablemente. Por casualidad, o no, en Espejo al día siguiente la muerte volvería a hacerse presente pues mientras pasábamos las campanas tocaron a difuntos y la gente empezó a afluir desde todas partes hacia la iglesia de la plaza para despedir a algún vecino. Nos sentimos fuera de lugar mientras subíamos cargados con nuestras mochilas por las calles empinadas y nos cruzábamos con algunos semblantes compungidos.
Curiosamente por la noche al regresar al albergue después del vino presuntamente fino me desorienté brevemente por los callejones, como ya dije. Como si el tiempo que marcaban las campanadas me quisiera dejar allí dando vueltas en alguna especie de bucle. Como el círculo que repite la vida en los pueblos por los que paso al caminar y, en realidad, en cualquier momento en todas partes.
Desde Castro, pasando por Espejo tuvimos un paseo relajado y soleado por la campiña cordobesa hasta Santa Cruz, que no es un pueblo sino una barriada de Córdoba. Llegando ya nos desesperamos (un poco) viendo como el caserío se alejaba de nosotros mientras intentábamos llegar. No hay más puente para salvar el Guadajoz que el de la carretera y para alcanzarlo hay que dar un rodeo de un par de kilómetros, que duelen más porque crees tener tu destino al alcance de la mano, justo delante tuyo. Le pediré al Santo que para la próxima vez nos consiga un puente, ni que sea una plataforma para cruzar el estrecho cauce.
Muchas gracias y buenas tardes.
Seguramente nos perdimos en las mismas calles de Castro, desayunamos el mismo pa amb tomaca y jamón en el mismo bar, escuchamos las mismas doce campanadas, recibiéndolas no con uvas sino con mala uva, pasamos el mismo frío en ese vetusto albergue, que ya tenía el cristal roto, pero al que ahora recuerdo con mucho cariño y nostalgia gracias a ti.
¿Bar Córdoba?
En el cuarto del albergue estuvimos calentitos gracias a los calefactores que funcionaron estupendamente.
¿En serio no se te ocurrió lo del cartón para la ventana? Es de primero de manitas y eso que yo suspendí ese curso
Saludos.
Era un noviembre suave, llovió mucho aquella noche, y la cortina tenía tanta mugre que no dejaba pasar el aire ni busqué calefactor.
El Córdoba no era, creo que no estaba. He mirado en Google y ya no aparece el que yo digo, estaba cerca del Eroski, pero me hizo gracia una cosa que tenían y le hice una foto "No tenemos Wifi, hablen entre ustedes"
Era lunes, 22 de enero.
Íbamos a tener suerte porque tras dos días con el sol secando los caminos el tránsito hasta Córdoba tendría que resultar plácido y nos ahorraríamos el barrizal que se forma en cada episodio de lluvias.
Esta vez evitaríamos el tercer círculo del infierno dantesco, el que corresponde a los glotones y donde les espera una tormenta eterna con su barro abundante, además de otras lindezas. No considero que yo suela pecar de gula. Tanta referencia a la comida durante los Caminos tiene una explicación, tengo hambre cuando camino. Pero reconozco que los dulces me pierden. Los dulces, el chocolate, el jamón, el vino (el bueno y el no tan bueno). Vamos que igual un poco glotón si que soy (no mucho, espero).
Tal vez de ahí el castigo de hace dos años, cuando encontré desbordado el arroyo que después de Castro vierte las aguas al Guadajoz y el camino más que embarrado, estaba empantanado. El recorrido hasta Espejo entonces lo hicimos por el estrecho arcén de la carretera. Lloviendo y con los paraguas volteándose repetidamente al paso de camiones veloces, resultó una experiencia aún más estresante que el barro.
Por la mañana al salir de Santa Cruz veía las cimas de las onduladas lomas sobresaliendo sobre la niebla que rellenaba las hondonadas. El sol brillaba a través de la bruma blanquecina y el olivar adquiría tintes fantasmagóricos.
El suelo mostraba surcos profundos que, por suerte, no estaban llenos de agua. Huellas casi secas de barro modelado por las ruedas de los tractores. Cuando pisa el caminante, más liviano que la pesada máquina a pesar de cargar con la mochila, el blando terreno lo acoge hundiéndose levemente y le agarra firmemente invitándole a quedarse.
Estoy convencido de que si aceptas esa hospitalidad y te detienes allí el tiempo suficiente, el barro se secará alrededor de tus pies y quedarás plantado para siempre como un olivo. Puede que la multitud de árboles retorcidos que vemos junto a los caminos fueran antes peregrinos, o simplemente caminantes, que se vieron atrapados en el barrizal por el hechizo viscoso de un mago, o maga.
Aunque siempre se pueden abandonar las botas, como un pecio perdido en el fondo marino y huir del naufragio solo con los calcetines salvavidas en los pies. Tal como el capitán de la nave, que sería el último en abandonar el barco, el caminante no abandonará sus botas así como así y tirará de ellas levantando el quintal de fango seco que se habrá agarrado a cada una de sus suelas. Caminar se convertirá entonces en un esfuerzo titánico. El plácido paseo por la campiña, en un vía crucis hacia un Monte Calvario figurado.
Pero hoy no. Aunque el suelo estaba tierno y sufrimos algún patinazo, cada pie no arrastró un quintal de barro. Solo medio. Además a mitad de etapa, más o menos, han instalado una marquesina con dos mesas y bancos de madera, para proporcionar reposo al caminante y, lo que puede resultar importante en otras épocas del año, algo de sombra.
Desde las verdes colinas atisbé al fin la blanca silueta de la ciudad asentada al otro lado del río, del que adivinaba el discurrir. Al llegar a su vera lo atravesaría por el puente más evocador, el que usaban los pasos que entraron en la ciudad en los tiempos pasados. Con los años levantaron otros pero los cruzan raudos los vehículos motorizados. El ruido y la velocidad aceleran el tiempo e impiden que este acompase su ritmo con el del caminante y con el del agua que discurre bajo los puentes. Una sintonía que de alcanzarse permitirá que el viaje llegue aún más lejos. Ya veremos.
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Las jarchas son pequeñas composiciones líricas medievales en lengua mozárabe, o sea el habla romance que evolucionó del latín y estuvo influida por el árabe donde este era dominante. Esas piezas, que se añadían como broche final a poemas escritos en árabe culto, trataron de amores y melancolía antes que los trovadores provenzales inventaran el amor cortés y lo cantaran en la lengua de Oc.
En este viaje hasta Córdoba cada etapa ha supuesto un verso que rimaba según el ánimo del caminante. Con los primeros pasos empezó a asomar un poema casi chirriante, con rima asonante de esas que parece que no rimen. Pero ahora al final, cruzar el rio grande, al-wādi al-kabīr, y entrar así en la ciudad, ha significado el remate de la ruta.
Córdoba es la joya engarzada al final del poema. Escrita en una lengua distinta pero igualmente musical, realza y no desentona porque en si misma está completa. Córdoba es la jarcha perfecta para cerrar los recorridos “mozárabes”, si es que no te han de llevar a Compostela. Una breve tonada que cantará la melancolía que produce el final del Camino y su ausencia… hasta el siguiente.
Muchas gracias y buenas tardes.
Menos mal que has sido prudente y no has dicho que el Puente Romano de Córdoba es romano
https://youtu.be/ipVAcOZyGs4?si=9zu3NVb4pLj-OMBx
¿Y entonces el pont del diable (puente del diablo, Martorell) no lo hizo el diablo? ¿Ni el pontifex maximus se dedica a hacer puentes? Se me están cayendo muchos mitos puenteros (o puentenses)
La última reforma del Puente construido por los romanos hace muchos siglos debería haber supuesto la retirada del título académico al arquitecto director y la dimisión del consistorio cordobés del momento. Lo siento como un ataque al buen gusto y al monumento. Suerte que no le encargaron restaurar la Mezquita.
Estoy contigo Papa, Córdoba es en si misma el más bello poema. Yo llegué de ese Camino en la semana de los patios y es inenarrable su belleza. Me tiene el corazón robado desde que la conocí hace casi medio siglo.
Enhorabuena, has salvado honrosamente tu relato y creo que lo has disfrutado. Por cierto, a partir del 14 voy a "continuar" el Camino Mozárabe desde Mérida a Salamanca. Ya estoy nervioso.
Ultreia
Muchas gracias. Espero que te vaya bonito en tu ruta, ya contarás.
Supongo que si llegaste a Córdoba con la mochila durante la fiesta de las cruces y el concurso de patios te tocaría dormir bajo el puente no romano, porque la ciudad estaría abarrotá
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Es mejor no afirmar categóricamente que de este agua no beberé, ni que este cura no es mi padre, ni que este puente romano es romano (aplicable también a las calzadas)
Sobre todo porque siempre sale algún aguafiestas para fastidiar
Este sí es romano.
Ese sí, a la salida de Espejo