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1º PREMIO LITERARIO AGACS 2024. "Charla entre gigantes". Lo he vuelto a hacer!

CHARLA ENTRE GIGANTES.
“-Nací hace más de 900 años, y al contrario que tú, permanezco impasible a los estragos del tiempo. De hecho, cada día me hago más fuerte, y mis cinco metros, no pasan desapercibidos ante los ojos de aquellos que osan visitarme.
Todos los que por mi morada rondan ansían tocar mi pié, y en tenue meditación, rinden breves plegarias mientras humillan sus cansados cuerpos allá dieciseis varas más abajo. La verdad, no difiero unos de otros, y aunque mantengo silencio y no les hago alardes, cuando desaparecen en la lejanía, vuelven sus rostros a dirigirme una última mirada y percibo en sus húmedos ojos, que parten con júbilo y cómo no, con mucho menos peso del que hasta aquí portaban.
Es difícil entenderos sin ponerse en vuestra piel, y sin embargo sois cientos... miles los que me halagáis con vuestra visita. Por ello aquí sigo a través de los siglos, y no concibo no permanecer fírmemente en pie plantado, no sea que los que hasta aquí siguen arribando, puedan perderse en el Camino, o en el tiempo.
Represento la frontera entre la Maragatería y El Bierzo. Si has llegado hasta mí, peregrino, lo celebro, pues has recorrido un largo trecho desde tu casa, y te deseo que en estos días venideros, riegues tu garganta con un pitaccum de la comarca, y repongas fuerzas saboreando un buen caldero con potente botillo. Te hará falta para recorrer estas tierras heladas durante el largo invierno, cuando la tierra se viste de blanco, como una dama que espera ser desflorada en noche de nupcias al percibir las ávidas pisadas de su esposo, ansioso por recorrerla paso a paso.
Te aconsejo que no transites presuroso y te deleites con cada zancada, y que el ansia de sentirte cerca del Santo no te lleve a tropiezo. La anhelada esbelta moza está resuelta a que su noche de bodas sea larga y fructífera.
Mi nombre es Cruz de Ferro.
Mercurio me vió nacer entre las cuencas del Sil y el Duero y un tal Gaucelmo me coronó para que os muestre el trazado de vuestras pisadas desde la lejanía. Este, nunca previó que con vuestro paso me haríais más esbelto y fuerte, gracias al pedestal de rocas que con vuestras míseras penas a lo largo de siglos habéis encumbrado; un manto de pesares llegados de todos los confines de la tierra; vuestros más oscuros y recluidos sentimientos que aquí permitís aflorar, para por fin marchar ligeros siguiendo la estela de las estrellas.”
“-¿No te cansas de tanta palabrería...tanto alarde y orgullo?
Salvo unos pocos que a mí llegan ya bregados desde lejanos lugares de Europa y que a diario duermen en mi morada, los demás penan desvalidos y colmados de lastimosos pesares, con míseros rostros rebosantes de dudas y cargados hasta arriba de kilos que ellos ni saben aún, son el peso muerto acumulado durante sus confusas vidas.
Desde que Roldán llegó aquí maltrecho, y cayó destrozado por los vascones entre mis montañas, no he visto más que caras de desconcierto. Un goteo de almas en pena, con los sesos hechos trizas. No saben lo que buscan, pero sí saben que les apremia la necesidad de enmendar sus vidas. Atemorizados ante la inmensidad de las montañas que me rodean como gigantes acechando a sus quijotes, buscan aquella primera flecha que les muestre el Camino correcto, ese que mañana tomarán al alba, totalmente
desorientados y perdidos. Buscan una dirección, pero mejor harían en encontrar un sentido. En unos días, verán molinos donde vieron siniestros gigantes; sentirán dolores nunca por ellos sospechados. Vagarán sudorosos entre vides cuestionándose si los días caminados realmente son días... ¿perdidos?”
“-No es lo que yo aprecio cuando llegan hasta mí, Reina de Roncesvalles. Tu problema es que cuando los acoges en tu hermosa y fría colegiata, son un puñado de desconocidos. No hay diálogo entre ellos. Vagan y se cuestionan, como si un repentino y duro examen debieran afrontar. Desconocen la experiencia que comienzan a vivir y por primera vez, angustiados, recorren tus gélidos pasillos portando impolutas mochilas repletas de “mesobradetodo”, cuando unas horas antes languidecían en deformados sofás buscando respuestas que no acaban de encontrar.
Hasta mi tumba llegan tras días de penosa fatiga. Abrasados por el sol de ésta mi tierra castellana, lamen sus heridas a las puertas del descomunal mausoleo en el que descanso. Se tumban a la sombra de sus inmensos muros con sus mochilas por almohada, y se deleitan con la grandeza de sus altas e imponentes torres. Los humanos nombraron esta Catedral patrimonio de la humanidad, quizá porque sus góticas arcadas y tenebrosas gárgolas deslumbran entre las modernidades de esta loca infraestructura que ellos llaman urbe.
Los que aquí arriban, llegan sanos y recios, creyendo poder comerse el mundo. Han ido vaciando la mitad de sus mochilas, al advertir que no es necesario tanto ajuar en el Camino. Aprendieron que un bordón traído desde tierras riojanas facilita el avance al caminar, y las ampollas grabadas a fuego en sus callosos pies, han cicatrizado en el largo trecho recorrido. Llegan exultantes, libres de muchas de las penas que a tí confesaron en bendición el día de partida; radiantes sus rostros, alarde de poderío y lo mejor, portando serenas mentes. Lo último que aquí anhelan, es aquel solitario y desgastado sofá que los hundía en la oscuridad.
¡Pobres! No saben lo que estos próximos días les aguarda.”
“-Alardeas Gran Cid, de reparar maltrechas almas y luego los envías a los páramos de “tu Castilla”, contándoles viejos romances y cantares, sin advertirles antes de su partida, que interminables y desnudas llanuras les esperan para medrar y desgastar sus mentes. Llegarán recios de músculo y fibrosos en su caminar, pero es aquí donde realmente pondrán a prueba sus almas. Se percatarán que éstas, son las que realmente han de sanar para vencer sus demonios, y sus mentes serán castigadas sin piedad hasta llegar a mí.”
“-¡Habló la Pulchra! ¡La famosa mimada!
Todos quieren ver los grandes tesoros que en tus bodegas encierras y deleitarse con tus sanas y perfectas rectilíneas paredes. Lo que yo digo, pulcra entre algodones. Yo aquí en segundo plano, desde tiempos remotos en esta milenaria capital leonesa, cuna del más extenso reino que ví nacer, extender y fenecer en pos de tus góticas vidrieras.
Yo, que antaño fuí morada de reyes, ornada con las más hermosas románicas pinturas, permanezco indemne desde mucho tiempo antes que tú y que ese famoso palacete del buen Cid, por cierto, edicicio de enferma estructura, al que reciente tuvieron que envolver entre pañales para volver a escuchar la sonrisa de ese ridículo títere en las alturas.”
“-¡Hablaron los sabios!
Razón tienes Isidoro. Albergas belleza en cada rincón de tus estancias, incluso alardeas de poseer el mayor tesoro de la cristiandad, esa copa de la que los labios de Aquel que muchos de estos humanos veneran, probaron el vino con el que se pactó que todos vosotros existierais para guiar a un sin fin de peregrinos venidos allende los mares para visitar la morada del Santo.
Os gusta veros observados y ser comparados con imponentes gigantes de las alturas.
Osais decir que mi tierra es dura, y gusta de maltratar a estos pobres desdichados, sin contar que donde realmente van a encontrar la paz que buscan en su trasiego, será en los amaneceres que mis albas ofrece a los que temprano ponen pies en la inmensidad amarilla y verde de mis girasoles. Yo, San Martín de Tours, en Frómista, fuí erigida por los mismos hombres que levantaron recias paredes en tierras lejanas, allá en una tal Jaca. Cuentan que un gran Rey mandó construir el primer templo románico tras tierras francas, y que de allí se promulgó este largo recorrido, para que todos nosotros fuésemos venerados. Disponía incluso hospital propio, uno grande, de los más grandes, Santa Cristina, cerca de sus fronteras, en el que miles de estos pobres desdichados dejaron su piel, a los pies de las más altas y bellas montañas.
Mostrais grandes y esbeltas alturas en vuestros muros y en vuestros cimborrios, pero ni qué ver con la grandeza de aquellos lejanos gigantes pirenaicos.”
“-¿Has llegado a ver ese templo con tus ojos? Porque yo resido a su vera. Alojé entre mis paredes a un rey aragonés, el primero de su alcurnia, y sin embargo yo, permanezco oculta en una descomunal peña. Quizá los que bajo ésta me construyeron, no pretendieron alarmar con mi ostentosa construcción. A lo largo de los siglos, he percibido caras de asombro en los peregrinos al toparse con los hermosos capiteles de mi claustro, los cuales nunca han enfermado ni han perdido su color, y aún hoy, siguen ilustrando sobre piedra la historia del mundo, extraida del libro más famoso de todos los tiempos, del cual hablaba aquel primer hombre que, como peregrino cruzó en busca de fieles estas tierras.
Es verdad que solo unos pocos tienen el coraje de llegar hasta aquí arriba, pues corono una montaña en una helada tierra en invierno, y despiadadamente ardiente en época estival. En San Juan de la Peña, como todos me conocen, atesoré la Copa de Ese Hombre, mucho antes de que doña Urraca la vistiera de pedrería y la ocultara de los hombres allá por tierras castellanas.”
“-¡Ese tesoro, estuvo entre mis paredes aquí, en el Bierzo, en Pons Ferrata! Permaneció protegido por altivos caballeros, aquellos que templarios se hacían llamar y que cuando no guerreaban, vivían entre estos mis muros. Feroces guerreros que iban y venían siempre tarifando de Tierra Santa, cuando un tal Papa romano, desde muy lejos lo demandaba. ¡Tanta guerra para acabar abandonándome aquí; sin Copa, sin guerreros y sin ferro! Lo que un tiempo dió sustento a esta tierra, acabó por agotarse y hoy en día, ya nadie explota sus entrañas, pues buscan otra clase de tesoros, esos que ellos creen les traerá raudas y opulentas riquezas sin apenas obrar.
Me consuelo viendo pasar esos miles de peregrinos que agotados por la interminable meseta, se proponen un último esfuerzo enfrentando las montañas que les llevará a Gallaecia. Algunos de ellos, desvalidos y sin fuerza, los menos, a sabiendas que no llegarán a la Casa del Santo, justito unos km después de visitarme a mí, allá en Villafranca, un frío paraje donde hablan galego sin serlo, serán premiados con ese lienzo que les proporciona júbilo, como cuando arriban a destino, allá en Santiago. ¡Cuanto poder en un simple pergamino!”
“-¡Papelajo! algunos pregonan, aunque luego éstos cuelgan en los muros de sus casas, y se regocijan de ello. No lo entiendo. Aquí en Melide entregan otros pequeños papeles, a cambio de ese bicho que en gigante caldero cocinan, para deleite del paladar unos; para engorde de sus bolsillos los otros.
Topan conmigo, Madre de las Nieves, únicamente de paso, sin apreciar mis valiosos tesoros. Soy románica hasta la médula, incluso mi altar así lo pregona, y ni se dan cuenta cuando sus panzas se han satisfecho de pulpo y garnacha. No creo que hayan perdido la fé a estas alturas del Camino, pero marchan tan ligeros de peso y culpa, que su objetivo ya no es perder el tiempo en cultura. Corren y corren despavoridos en busca de cama y ducha, como almas que lleva el diablo.
¡Pobres infelices! Tantos días con lento caminar, para acabar corriendo, sin darse cuenta que la maratón únicamente les devuelve a sus míseros sofás, y sus cotidianos quehaceres volverán a encerrarlos en sus reales vidas.
Espero al menos, que se hayan ganado el ansiado perdón por el esfuerzo.
¡Borrón y cuenta nueva! Pecar es un placer, y en eso ellos, son hábiles.
Quizá vuelvan por aquí, y eso sí, la próxima vez, evitaran la prisa por llegar. Algunos, utilizarán otros itinerarios con el fin de conocer a otros como nosotros y saborear las otras riquezas que proporciona esta extensa y fértil tierra.”
“-¡No os quejéis mis viejos amigos! Todos vosotros, grandiosos, pequeños; majestuosos y modestos; dorados o pétreos. Entre gigantes montañas; entre veredas. Entre caudalosos ríos o entre preñadas huertas.
Nacísteis para ser mis guías, y acompañar a estos mortales hasta mi Morada. Igual da la altura de vuestras torres, el color de vuestras vidrieras, la fortaleza de vuestros muros, la simpleza de vuestros artesonados. Lo que realmente necesito es el calor de vuestro cobijo y el frescor de vuestra sombra. Aquí lo que cuenta es mostrar el Camino a los mortales que ansían abrazarme, tras recorrer cientos, o miles de km. desde todos los puntos del extenso planeta, sin importar su condición. No interesan sus riquezas, su raza ni su religión. Ellos se hacen fuertes durante su peregrinaje, robustos como tu mástil, amigo Ferro, ligeros como tus vidrieras Pulchra Leonina. Altivos como las torres de tu lecho gran Cid.
Adquieren día a día valores que creímos perdidos por los hombres en el tiempo. Aprenden a escuchar en silencio, a llorar por un amigo y a reir con un compañero. Entrelazan abrazos con nuevos conocidos y comparten cama y mesa sin recelo.
Degustan un buen vino, un bocado, un café en la temprana mañana...
Planifican recorridos, deciden un alto en el camino, o un baño en un riachuelo. Lo que habitualmente ellos considerarían locura, aquí se vuelve cordura.
Juzgais sus pasos, sin siquiera conocerlos. No calzais sus botas ni portais su peso.
Os parecen todos iguales y sin embargo son capaces de convivir incluso perteneciendo a diferentes culturas, y es aquí, donde se transforman en un mismo sentimiento.
Existís, porque aquellos que les precedieron en siglos pasados os levantaron, y así de majestuosos lucís sobre vuestros cimientos. Respetadlos porque no hubiérais sobrevivido sin ellos. Os aseguro que cuando aquí llegan, en esta sagrada plaza veo rostros de satisfacción, cargados de emoción y llorando sin consuelo. Permanecéis vosotros inertes y sin saberlo, les hablais de la historia y les guiais sin quererlo.
Majestuosa y solitaria Eunate, milagrosa San Juan de Ortega, enigmático San Antón. Altivo Cebreiro, Imponente Samos, acogedor Grañón…
Todos vosotros tenéis una misión... Permanecer en pie a través de los tiempos, guiando a los hombres que seguirán llegando, si así les marcais el sendero correcto. Vuestros cimientos harán su fé robusta, vuestras altas torres ondearán como estandartes guías. Seréis cobijo de sus maltrechos cuerpos y los destellos en vuestras vidrieras serán sus ojos al alba… Pero ellos, siempre primero. Mientras exista un solo peregrino en el Camino, éste, será eterno.”
Giaccomo camina lento. Por fin divisa Cruz de Ferro. Partió de su lejana Toscana hace ya mucho tiempo. En su mano lleva el único peso por desahogar de su mochila, aquella piedra que recogió en su huerto. En ella grabada lleva el nombre de su pequeño pueblo, y solemne se humilla para depositarla en el suelo. Abraza el robusto mástil y se sumerje en un emotivo rezo, mientras los primeros rayos del sol de la fría mañana envuelven su cuerpo caldeando sus fatigados huesos.
Continúa su caminar ya por fin satisfecho, pues ha cumplido la promesa de llevar hasta allí un recuerdo. Antes de desaparecer, por el helado sendero, escucha un rumor a su espalda y vuelve la cara hacía la vieja Cruz esperando ver un compañero dedicándole un saludo mañanero. Con sorpresa advierte no hay ni un alma que haya interrumpido su silencio a lo largo del sendero pero, ha percibido cómo una voz le anima a seguir adelante hacia la casa del Santo.
¡Et Suseia! se sorprende recitando.
Muestra una amplia sonrisa y en silencio, continua el rumbo al son de su bordón.
En lo alto del gran manto de piedras, ahora sí, Cruz de Ferro, se siente satisfecho.