JULIO SAINZ
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Entrada en la Catedral de Santiago

La Catedral de SANTIAGO abre sus puertas a los turistas y se las cierra a los peregrinos.

El 6 de Diciembre del 2015 año terminé mi Camino de Santiago número 15, esta vez era el Camino Inglés, que lo hacía por segunda vez ya que me encantó la primera y decidí repetirlo.

En el trayecto de todos los caminos que he hecho siempre he pensado en la llegada a Santiago y la entrada en la Catedral, en su interior siempre con un ambiente inigualable con montones de peregrinos cargados con sus mochilas y bastones, aspecto cansado, barbas de varios días, botas sucias…pero todos mirando fijamente hacia la imagen del Santo.

A mi llegada me dirigí primeramente a la oficina del peregrino para sellar mi credencial y preguntar si seguía vigente una norma nueva que me encontré a la llegada de mi Camino anterior, el Primitivo, y que me sorprendió al pretender entrar en el templo, donde un empleado de una empresa de seguridad me prohibió la entrada por no estar permitido hacerlo con mi mochila a cuestas, indicándome que antes la depositase en una  consigna, cosa que hice previo pago de tres euros.

En la oficina del peregrino me confirmaron esa nueva norma, por lo que a la consigna me dirigí, con la sorpresa que estaba cerrada, vuelta nuevamente a la oficina, que desconocía tal circunstancia, me indicaron que en correos había otra consigna, pero tampoco tuve éxito ya que también estaba cerrada. Preguntado nuevamente en la oficina del peregrino, se encogieron de hombros. Pregunté en dos bares y no se responsabilizaban de mi mochila.

No podía volver a casa sin entrar en el templo, por lo que decidí entrar con mi mochila. Al ser día festivo el templo estaba abarrotado de turistas, y no distinguí caras ni atuendos propios de los peregrinos. En ese momento desde el atril una mujer advirtió del comienzo de la misa del peregrino y de la prohibición de hacer fotos durante el oficio. No llevaba tres minutos parado en un lugar  del templo cuando un empleado de una empresa de seguridad me increpó que allí yo no podía estar con la mochila, a lo que le respondí que las consignas estaban cerradas, pero de forma insistente y empujándome con sus manos me repitió que debía abandonar de inmediato el templo, cosa que ante su actitud exigente y sin contemplaciones, le contesté que no me iba del templo, y que no me volviese a poner sus manos. Algunas personas que lo contemplaban le decían igualmente que no entendían por qué yo no podía estar allí. Ese empleado llamó a un compañero en plan de ayuda, de forma que al tratar yo de andar por el templo me acorralaban controlándome. Llamaron a la Policía Nacional, que se presentó allí  en cinco minutos. A su llegada les expliqué lo que ocurría, que me escucharon educadamente y con respeto, a lo que me contestaron que me entendían perfectamente pero que por motivos de seguridad no podía estar con la mochila. Me invitaron a salir acompañado por ellos. A lo que accedí.

La experiencia fue muy desagradable y por mi mente circularon muchas cosas. No me podía creer que de la casa de Dios me echasen como a un delincuente custodiado por la Policía.

Me pregunto: ¿En una iglesia abarrotada, con cientos de señoras cargadas con sus bolsos del brazo y bolsas de compra, y  hombres con pequeñas mochilas, no se les ha ejercido ningún control de entrada por esos bultos ni puesto la mínima pega? ¿Solo en la mochila de un peregrino puede haber explosivos? ,  ¿Porqué no ponen maquinas detectoras de explosivos a la entrada? ¿Es más fiable y con más derechos el turista que el peregrino? ¿Por qué esa discriminación entre turista y peregrino? ¿Por qué el peregrino ha de pagar tres euros?

 Identificar a un peregrino es muy fácil a la entrada del recinto con la credencial que acredita su recorrido e identificación.

Ha sido una mala experiencia y me temo no podré volver a hacer el Camino mientras dure esa absurda norma.

Este era el comentario de grupos de peregrinos en los exteriores del templo.  

 

JULIO SAINZ