Camino Lebaniego Castellano | Información

La denominación Camino Lebaniego, ya sea en singular o plural, se aplica a los diferentes itinerarios que confluyen en la comarca cántabra de Liébana, recuperando antiguos trazados históricos que, tras superar la villa de Potes, conducen hasta el monasterio de Santo Toribio, gran foco de peregrinación desde época medieval. Entre dichas rutas destacan el Camino Lebaniego “clásico o desde la costa, cuyo punto de partida sería San Vicente de la Barquera, el Camino Vadiniense, que bordea los Picos de Europa y prosigue en dirección a Riaño y Mansilla de las Mulas, una pequeña variante conocida como Ruta Leonesa que pasa por el puerto de San Glorio, y el Camino Lebaniego Castellano, objeto de la presente guía, que arranca en la ciudad de Palencia y discurre por las comarcas naturales de Tierra de Campos, la Ojeda y la Montaña Palentina, para entrar en Cantabria a través del puerto de Piedrasluengas.

Además del carácter tradicional de la peregrinación a Santo Toribio de Liébana (donde se custodia el Lignum Crucis, fragmento de madera atribuido a la Cruz de Cristo), estamos ante una ruta bellísima y cargada de historia, pues desde la antigüedad ha sido una vía de conexión y de transporte de mercancías entre la Meseta y los puertos del Cantábrico. Por ello no es de extrañar que los diferentes Caminos Lebaniegos fueran utilizados también por peregrinos jacobeos que decidían desviarse para honrar la reliquia de la Cruz: en concreto, el Camino Lebaniego Castellano se cruza con el Camino Francés en Frómista, con la recientemente recuperada Vía Aquitania en Osorno la Mayor, con la Ruta del Besaya – Calzada de los Blendios en Alar del Rey, y con el Camino Olvidado en Cervera de Pisuerga. 

A pesar de sus momentos de esplendor en el pasado, cabe reconocer que hoy esta ruta es muy poco transitada, por lo cual resulta idónea para aquellos que gusten del silencio y de los paisajes rurales, lejos de la masificación y el bullicio; la contrapartida es la escasez de servicios, por lo cual recomendamos una cierta planificación previa e informarse bien antes de cada etapa, en especial de los alojamientos y de los lugares donde comer o avituallarse.

Cartel del Camino Lebaniego con la Montaña Palentina al fondo.

El Camino Lebaniego Castellano dispone de una credencial específica, un tríptico impreso en color rojo intenso que incluye en su interior casillas donde estamparemos los sellos o justificantes de paso, similar a la credencial del Camino de Santiago (de hecho, ésta también se puede utilizar sin problema en las diferentes rutas lebaniegas). Nos entregarán dicha credencial —que es gratuita— en la oficina de turismo de Palencia (calle Mayor 31, en pleno centro), pero también podemos solicitarla en Frómista (junto a las esclusas del Canal de Castilla) o en Herrera de Pisuerga.   

De forma idéntica a la ruta jacobea, la credencial con los sellos de las localidades por las que pasamos es el salvoconducto que acredita nuestra condición de peregrinos, y que debemos exhibir para acceder a albergues públicos, si bien en este camino por ahora son escasos. Al final del recorrido, en el monasterio de Santo Toribio de Liébana, presentaremos la credencial en su oficina del peregrino, donde nos estamparán el último sello y nos entregarán la Lebaniega, diploma que certifica que hemos cumplido la peregrinación.

Los actuales Caminos Lebaniegos recuperan —salvo algunas modificaciones de orden práctico— antiquísimas vías de comunicación entre la Meseta, la comarca de Liébana y la costa cantábrica, que fueron utilizadas en ambos sentidos ya desde la antigüedad por legiones romanas, viajeros, comerciantes, pastores y también —a partir del siglo VIII— por peregrinos que se dirigían al monasterio de Santo Toribio al objeto de venerar el Lignum Crucis, la mayor reliquia que se conserva de la Cruz de Jesucristo.

Existe cierta confusión entre dos prelados del cristianismo primitivo, ambos con el nombre de Toribio, que aparecen en la historia del citado monasterio, si bien uno de ellos correspondería al momento fundacional, hacia el siglo VI, y otro contribuyó decisivamente a su auge como lugar de peregrinación a partir del siglo VIII; también hay quien piensa que se trataría de un mismo personaje, pero cuya historia nos habría llegado a través de dos narraciones diferentes; de hecho no es fácil discernir ni siquiera a cuál de los dos se atribuye santidad:  

Según cuenta la leyenda, Toribio de Palencia era un monje anacoreta que habitaba una ermita en las afueras de la ciudad, y que mientras predicaba fue apedreado por los lugareños, partidarios del paganismo. Expulsado de Palencia, el monje y sus acólitos decidieron trasladarse a un paraje remoto, perdido en un rincón de las montañas cántabras, donde fundarían el monasterio de San Martín de Turieno (en honor a San Martín de Tours, advocación por excelencia de la época); al principio se instalaron en pequeñas ermitas diseminadas, alguna de las cuales todavía resta en pie, donde practicaban una vida ascética, en conexión con la naturaleza y con Dios; el núcleo se consolidó y a finales del siglo VI se erigió una iglesia primitiva, que en el siglo XI sería substituida por un templo románico y después, en el XIII, por el actual, ya bajo su nueva denominación como Santo Toribio de Liébana.

El segundo personaje —éste bien documentado— es el obispo Toribio de Astorga, que vivió entre los años 402 y 476 (anterior por tanto a la fundación del monasterio, pero cuyos restos mortales serían trasladado allí siglos más tarde). Era hijo de una familia noble de la Gallaecia romana, provincia que hacia el 409 quedó bajo dominio suevo; en su juventud viajó a Roma y a Jerusalén, donde el patriarca Juvenal le obsequió con varias reliquias que provenían del Santo Sepulcro, entre ellas el Lignum Crucis, fragmento del brazo izquierdo de la Cruz de Cristo, y que llevó consigo de vuelta a Hispania. Tras pasar por la parroquia de Tuy, en Galicia, y fruto de sus buenas relaciones con el papa León I, fue nombrado en el año 444 obispo de Astorga, sede desde la cual luchó contra el priscilianismo, corriente muy extendida y que consideraba una herejía. En el siglo VIII, casi 250 años después de su muerte, sus restos —junto con el Lignum Crucis— fueron trasladados al recóndito monasterio de San Martín de Turieno, a fin de protegerlos del avance musulmán; la devoción por la reliquia fue en aumento y el lugar se convertiría muy pronto en uno de los focos más importantes de peregrinación cristiana; más tarde, en el siglo XI, dicho cenobio pasó a denominarse Santo Toribio de Liébana, como homenaje al obispo allí enterrado.

El esplendor del monasterio también está vinculado a otra figura de gran relevancia en su época: el monje Beato de Liébana (730-798), erudito de origen mozárabe que, tras huir del territorio andalusí, se refugió entre estos muros a mediados del siglo VIII; fue aquí donde escribiría entre los años 776 y 786 la compilación en doce libros de Comentarios al Apocalipsis de San Juan, y también donde conoció a Eterio, obispo titular de Osma, con quien redactó el Apologeticum Adversus Elipandum contra los obispos Elipando de Toledo y Félix de Urgell, a quienes acusaba de adopcionismo; mantuvo una fluida amistad con Alcuino de York, abad de Tours y consejero del rey franco —y futuro emperador— Carlomagno, actuando como mediador entre éste y los reyes asturianos. Además de ejercer gran influencia sobre Alfonso II el Casto, monarca clave en la consolidación del reino, Beato también está intrínsecamente ligado a la inventio jacobea, pues fue uno de los primeros en afirmar que el apóstol Santiago había evangelizado España (manifestación con evidente voluntad política, al objeto de fortalecer la identidad e ideología del reino astur, no sólo en su resistencia ante el emirato cordobés, sino también ante la actitud colaboracionista de la jerarquía eclesiástica toledana).

La abadía, a pesar de estar situada en un valle remoto y aislado, lejos de los centros de poder, se convirtió en un gran foco cultural y religioso, con biblioteca y scriptorium donde los monjes copiaban e iluminaban códices. La peregrinación para venerar la reliquia del Lignum Crucis llegó a atraer tantos fieles que, en el año 1512, el papa Julio II otorgó al monasterio el privilegio de celebrar jubileos in perpetuum, durante los cuales se concede indulgencia plenaria a quienes allí acuden (privilegio o gracia que durante siglos sólo compartió con otros tres lugares santos: Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela). 

Así, de la misma manera que los que peregrinaban a Roma recibían el sobrenombre de romeros, a Jerusalén palmeros y a Santiago concheros (por el símbolo de la vieira, la concha marina), los peregrinos que iban a Santo Toribio eran conocidos como crucenos, en referencia a la reliquia de la Cruz. Es también por ello que, en la señalización de los diferentes caminos lebaniegos, se utiliza el símbolo de una cruz de color rojo.

Hasta hace unas décadas, el jubileo de Santo Toribio se limitaba a la semana inmediata a la festividad del patrón; pero en 1967 dicho criterio fue modificado, pasando a celebrarse aquellos años en que el día del santo —el 16 de abril— cae en domingo, y desde entonces su duración es de un año completo a partir de dicha fecha. Al igual que sucede en Compostela, durante los Años Jubilares Lebaniegos aumenta notablemente el número de peregrinos —mejor dicho, crucenos— a Santo Toribio.

El recorrido del Camino Lebaniego Castellano pasa por dos provincias, en dos comunidades autónomas diferentes: la Comunidad de Castilla y León (provincia de Palencia) y la Comunidad de Cantabria (con una sola provincia, del mismo nombre).

La ciudad de Palencia, lugar donde arranca el Camino Lebaniego Castellano, está bien comunicada por tren con Madrid, Valladolid, León, Oviedo, Gijón y Santander; también hay un servicio diario de la línea Barcelona-Zaragoza-Pamplona-Galicia. El aeropuerto más cercano es el de Valladolid, a 60 km. Hay conexiones de autobús entre ambas capitales de provincia, y también con Burgos (empresas ALSA y La Regional).

Disponemos de estaciones de tren (línea de Valladolid-Santander, con dos servicios diarios) en las localidades de Piña de Campos, Frómista, Osorno, Herrera de Pisuerga y Alar del Rey, así como una línea regular de autobuses (empresa Linecar). A pocos kilómetros de Cervera de Pisuerga hay un apeadero de FEVE de la línea Bilbao-León, que cuenta con un servicio diario en cada dirección, en un tren diminuto y deliciosamente lento.    

Para volver desde Potes disponemos del autobús de la empresa Palomera, con tres servicios diarios a Santander y paradas en Unquera, San Vicente de la Barquera y Torrelavega; en el pueblo también hay parada de taxis.

La época más aconsejable para realizar este camino sería de mediados de abril a finales de octubre, evitando los fríos y nieves del invierno; además, muchos alojamientos concluyen su temporada en octubre y permanecen cerrados hasta Semana Santa. En primavera y otoño el clima suele ser fresco y lluvioso, mientras que en verano el calor es llevadero, salvo en las llanuras de Tierra de Campos; por suerte, la vegetación que envuelve el Canal de Castilla aporta una brizna de frescor durante esas primeras etapas. Recordad que, aunque haga buen tiempo, en toda esta zona refresca por las noches, incluso en pleno agosto.

Las últimas etapas de esta ruta discurren por zonas de montaña, con pasos a más de 1300 metros de altitud, donde la meteorología juega un papel fundamental: aquí un episodio de niebla cerrada o una tormenta con aparato eléctrico pueden desbaratar nuestros planes más optimistas. Os recomendamos informarse bien y, en caso de previsiones adversas, actuar con la máxima prudencia. 

Ante la variabilidad del clima a lo largo de la ruta, tanto si vais en época de calor como en estaciones más frescas, resulta imprescindible llevar un gorro, crema solar y un pañuelo al cuello, pues a menudo el sol aprieta, pero también prendas de abrigo y por supuesto un paraguas o una buena capa impermeable para la lluvia. En los meses cálidos, un repelente de insectos puede ser un buen aliado durante las jornadas en que caminaremos junto al Canal de Castilla.

Estamos ante un camino con grandes contrastes de paisajes y relieves: durante las primeras jornadas avanzaremos junto al Canal de Castilla, un bucólico e interminable corredor verde que atraviesa la meseta cerealista de Tierra de Campos, caminando siempre en llano a la sombra de hileras de chopos, alisos y olmos; a partir de Alar de Rey accederemos a la comarca de la Ojeda, territorio ondulado con vegetación de pinos y encinas; los repechos aumentan a medida que nos internamos en la Montaña Palentina, con bosques de robles, praderas y valles solitarios; el techo de nuestra ruta será el collado de Sobrepeñas, a 1460 metros de altitud, donde comienza una larguísima bajada que pasa por el mirador de Piedrasluengas y continúa por el interior de un gran hayedo, para finalizar junto al cauce del río Bullón, ya en la comarca cántabra de la Liébana. Tras superar la villa de Potes, una última cuesta nos conducirá al monasterio de Santo Toribio, en un enclave recóndito y envuelto por frondosa vegetación. 

Fruto de dichos contrastes, a lo largo de la ruta gozaremos de una fascinante combinación de tonalidades en campos, prados y árboles, que varía en función de las estaciones del año. Los amantes de la fotografía disfrutarán con el estallido de colores rojos y ocres que se produce en cierto momento del otoño, por lo general entre octubre y noviembre, si bien dicho clímax cromático suele durar apenas un par de semanas; lo apreciaremos tanto en los árboles que envuelven el Canal de Castilla, como en los bosques —especialmente robledales y hayedos— de las zonas más elevadas; por otra parte, en primavera y principios del verano los prados de altura aparecen repletos de orquídeas y muchas otras flores.

La variedad de fauna —o, en todo caso, de sus rastros— también está asegurada: las aguas y junqueras del Canal de Castilla y del río Pisuerga están pobladas por peces como truchas, carpas y barbos, numerosos anfibios (ranas, sapos, salamandras), garzas, nutrias y cangrejos de río; en las zonas de monte son habituales el jabalí, el ciervo y el corzo, así como zorros, águilas y buitres leonados, mientras que en algunos parajes de montaña se está recuperando la población de osos pardos y de lobos (no temáis: toparse con ellos sería excepcional, pues ambas especies evitan el contacto con humanos). Entre los animales que veremos a menudo cabe citar aves como cuervos, urracas o cigüeñas, los huidizos conejos, liebres y ardillas, rebaños de ovejas, así como vacas y caballos en semi-libertad en los prados de alta montaña; también es habitual la presencia de perros de pastor, que protegen al ganado y a los que —al igual que al resto de animales— nunca debemos molestar.

La señalización del Camino Lebaniego Castellano es excelente: además de paneles explicativos, son habituales los postes de madera con indicaciones, idénticos a los que vemos en el resto de caminos lebaniegos; en la provincia de Palencia se utilizan también balizas con un brazalete de aluminio, un diseño simple y muy eficaz que incluye media cruz lebaniega y una flecha roja indicando la dirección a seguir; una vez en Cantabria, además de los postes veremos mojones o balizas de hormigón (que incorporan también una flecha amarilla en sentido contrario, lo cual es innecesario y puede inducir a error).

La característica más sobresaliente de esta ruta es que discurre en un 90% por caminos o senderos de tierra, evitando en todo momento las carreteras (salvo algún tramo breve por carreterillas locales, sin apenas tráfico). Demos las gracias a quienes decidieron el trazado, pues la ausencia de asfalto resulta toda una bendición para nuestros pies… y para nuestra mente.

El punto oficial de inicio de este camino es la dársena del Canal de Castilla en la ciudad de Palencia, a apenas 400 metros del centro histórico. A partir de aquí, el recorrido de las primeras etapas no tiene pérdida, pues discurre siempre aguas arriba junto al cauce del canal, aprovechando sus sirgas o caminos de servicio, siempre en llano y sin necesidad de desviarse; sólo dejaremos el trazado oficial para acceder a las localidades donde pernoctaremos (los tramos de enlace desde el canal son intuitivos, los veréis en los mapas de las etapas y en la pestaña Recorrido).  

Evidentemente, el trazado de estas primeras etapas no sigue al pie de la letra la antigua ruta romana o medieval entre Palencia y Liébana (calzada que se halla, como es lógico, bajo el asfalto de las actuales carreteras), sino que aprovecha una infraestructura hidráulica como es el Canal de Castilla, básicamente por cuestiones prácticas y de seguridad: evitar tramos por carreteras, facilidad de orientación, sombra, ausencia de desniveles… Ello, además de aportar un plus de tranquilidad, nos permitirá conocer la mayor obra de ingeniería de la España ilustrada del siglo XVIII. 

Nuestro paseo junto al Canal de Castilla finaliza en su nacimiento, en Alar del Rey; a partir de aquí habrá que estar siempre atentos a los postes indicadores y a las señales con la cruz lebaniega, especialmente en los giros, bifurcaciones y en tramos con vegetación frondosa. A menudo los pueblos y los campanarios de las iglesias se convertirán en referencias visuales, que deberemos identificar; también es importante no confundir la señalización propia del Camino Lebaniego con los carteles de otras rutas (Camino Natural del Románico Palentino, Ruta del Carbón de Cok, etc.), pues su trazado no siempre coincide con el nuestro.

Las últimas jornadas de este camino discurren por un territorio rural y ganadero, por lo que a veces cruzaremos portillas de ganado o cancelas; os recordamos que siempre hay que cerrarlas después de pasar. En algunas de estas etapas de montaña, especialmente en zonas de prados, el sendero que seguimos puede quedar desdibujado por la vegetación; son tramos donde deberemos ir localizando visualmente, una tras otra, las sucesivas balizas de madera con señales, lo cual no resulta fácil a principios del verano, cuando la hierba está alta, ni durante episodios de niebla.

El recorrido de las etapas puede verse sobre el mapa, con la ubicación del usuario en tiempo real, en la App de Gronze para usar en ruta: Gronze Maps.

La distancia total del Camino Lebaniego Castellano, desde Palencia a Santo Toribio de Liébana, es de 222 kilómetros; en nuestra guía lo hemos dividido en 10 etapas, de lo que resulta una media de 22,2 kilómetros por jornada. Según la distribución de jornadas sugerida, las etapas más largas serían de algo más de 31 km, y la más corta sería de apenas 13 km; es una distribución prudente, que no admite excesivas variaciones, pues los finales de etapa de la guía corresponden a las escasas localidades que disponen de alojamientos para pernoctar. En todo caso, aquellos que estén fuertes tal vez decidan agrupar alguna de las etapas, con lo cual podrían llegar a realizarlo en 8 o 9 jornadas.

Esta ruta atraviesa o pasa muy cerca de un total de 20 localidades con servicios (más otros tantos pueblos o núcleos sin apenas nada, ni bares, ni tiendas), resultando una media aritmética entre poblaciones con servicios de 11,1 kilómetros… Pero eso es pura teoría, pues en la práctica deberemos superar varios tramos larguísimos (de hasta 24,6 kilómetros, como sucede entre Frómista y Osorno la Mayor) sin pueblos intermedios, ni fuentes, ni bares.

Los servicios específicos de cada localidad aparecen resumidos en las pestañas desplegables de la presente guía; no olvidéis que, salvo los finales de etapa, la mayoría de poblaciones son pequeñas, muchas de ellas con menos de 50 habitantes, donde no siempre tendremos la suerte de hallar una tienda o un bar social abierto a la hora deseada. Respecto al aprovisionamiento de agua durante la ruta, debemos tener presente que las fuentes son muy escasas.

Las primeras etapas junto al Canal de Castilla discurren por caminos anchos y sin desniveles, resultando idóneas para los ciclistas, que en ese terreno avanzarán muy rápido. En bici la distribución de estas primeras jornadas podría ser Palencia-Frómista (con apenas 44 km, por lo que sería posible continuar hasta Osorno) y Frómista-Alar del Rey (64 km); por supuesto, sólo dejarán la sirga del Canal para desviarse a aquellas localidades donde decidan comer o pernoctar.

El resto del recorrido, si bien es mucho más duro (echad un vistazo a los perfiles de cada etapa), resulta por lo general ciclable para las BTT; las mayores complicaciones se presentarán después de Cervera de Pisuerga, con puntos delicados en la bajada al embalse de Requejada (Senda del Oso) y en el tramo a continuación, por un sendero que bordea el pantano. A partir de Camasobres los ciclistas deberán tomar la carretera CL-627 y ascender por ella hasta el mirador de Piedrasluengas, donde volverán a la ruta oficial (la subida con bici y alforjas por el arroyo de la Espina hacia el collado de Sobrepeñas sería toda una heroicidad). Una vez en Cantabria, hay un tramo por sendero entre Cueva y Avellanedo que tampoco resulta fácil para las bicis, si bien la alternativa por carretera, estrecha y muy virada, es peligrosa. 

En bicicleta este camino podría realizarse en unas 4 ó 5 jornadas, que cada bicigrino distribuirá en función de sus aptitudes.

Como ya hemos explicado, en esta ruta los servicios son escasos y se centran en las poblaciones principales. Lo mismo sucede con los alojamientos: por el momento no existe en el Camino Lebaniego Castellano una red de albergues o alojamientos específicos para peregrinos equiparable a la de los Caminos de Santiago, ni siquiera a la del Camino Lebaniego desde la costa, mucho más frecuentado. Salvo en Frómista (donde podremos utilizar los albergues del Camino Francés) y en Potes (con un céntrico albergue de 60 plazas, exclusivo para peregrinos), por lo general deberemos echar mano de alojamientos convencionales (pensiones, albergues turísticos, hostales, hoteles, posadas o casas de turismo rural). En algunos casos estos alojamientos, sobre todo si se comparte habitación entre dos o tres peregrinos, salen a buen precio, similar al de un albergue privado, y por lo general incluyen el desayuno.

Existen varios albergues municipales bajo gestión privada (Herrera de Pisuerga, Perazancas de Ojeda, Cervera de Pisuerga) que en la práctica funcionan como hostels o albergues turísticos, y donde es imprescindible reservar previamente, pues en verano, fiestas locales o fines de semana pueden estar completos. 

Salvo los finales de etapa sugeridos, no existen excesivas alternativas de poblaciones intermedias con alojamientos, por lo que conviene planificar las jornadas no tanto en función de la distancia, sino más bien según la oferta existente, y teniendo en cuenta nuestra capacidad de gasto. Finalmente, cabe recordar que la acampada libre está prohibida, y en las zonas de montaña un vivac sería del todo desaconsejable por la presencia de animales que nos podrían dar un buen susto.

Antes de comenzar la ruta, os sugerimos que dediquéis un día a visitar Palencia, ciudad pequeña, amable y poco conocida; no os podéis perder la catedral de San Antolín, así como el resto de iglesias románicas y góticas; también es muy recomendable dar un paseo por la calle Mayor y, ya de paso, cruzar el río Carrión y llegarse hasta la dársena del Canal de Castilla, punto oficial de inicio de este camino. 

Aunque al cabo de varias jornadas su paisaje pueda resultar un tanto repetitivo, no nos cansaremos de elogiar la belleza serena del Canal de Castilla, con especial mención de sus esclusas y acueductos, prodigio de la ingeniería hidráulica de la España del siglo XVIII; las más espectaculares son la triple esclusa de Calahorra de Ribas y las de Frómista, con cuatro saltos en cascada.

Entre las joyas del románico en tierras palentinas, no podéis dejar de visitar la iglesia de San Martín en Frómista, la abadía cisterciense de San Andrés de Arroyo, la ermita de San Pelayo y la iglesia de la Asunción en Perazancas de Ojeda, así como la colegiata de San Salvador de Cantamuda, con su fotogénica espadaña. Ya en Cantabria, destacan la iglesia de Santa María la Real de Piasca y, por supuesto, el monasterio de Santo Toribio de Liébana, destino final de nuestra peregrinación, con la Puerta del Perdón —que sólo se abre los años jubilares—, la capilla donde se conserva el Lignum Crucis y una talla de Santo Toribio yacente del siglo XIV.

Situada prácticamente al final de la ruta, es imprescindible visitar la villa de Potes, capital de la comarca de Liébana y cuyo interesante casco antiguo está considerado uno de los más bonitos de España; es también un buen lugar para degustar el cocido lebaniego, plato único y contundente, rematando la comida con un orujo, el aguardiente propio de la zona. 

Otros lugares interesantes son el eremitorio rupestre de San Vicente y su necrópolis excavada en la roca, a la entrada de Cervera de Pisuerga; el bosque fósil de Verdeña, reliquia geológica de hace 300 millones de años, cuando este lugar era —parece increíble— un gran delta pantanoso rodeado por una selva tropical; el solitario valle de La Espina, a la salida de Camasobres, que conduce al collado de Sobrepeñas, a 1460 metros de altitud, divisoria de aguas y techo de nuestra ruta, con vistas panorámicas de los Picos de Europa; la preciosa bajada por el hayedo desde el mirador de Piedrasluengas, con casi 800 metros de desnivel, y en general toda la arquitectura tradicional de los pueblos que atravesamos, tanto en Palencia como en Cantabria, muchos de ellos de postal pero sin servicios. 

Si sois observadores, durante el recorrido por los montes y bosques de la Montaña Palentina y de Liébana podéis descubrir rastros de la presencia de osos pardos, ya sea en forma de heces, arañazos en troncos de árboles o en bancos de madera, contenedores de basura volcados, algún destrozo en colmenas de abejas… Puesto que no os toparéis con un oso (sería un hecho excepcional), os sugerimos que preguntéis a los lugareños, seguro que os explicarán historias interesantes sobre este bello animal.