Camino Lebaniego-Castellano: una maravilla por descubrir
Aquellos que gusten de rutas bellas, poco conocidas y todavía sin explotar, tienen una cita con el Camino Lebaniego Castellano, cuyo trazado arranca en Palencia y discurre de sur a norte hacia Potes y el monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria, pasando por el puerto de Piedrasluengas. Estamos ante un recorrido exigente de 220 kilómetros en total, bien señalizado y que sorprende por la variedad de paisajes, por las joyas del románico que jalonan el trayecto y por su rica gastronomía; un camino que hará las delicias de peregrinos y senderistas experimentados, y también de quienes simplemente deseen escapar del ruido y la masificación.
Son cuatro los itinerarios a pie que hoy convergen en la comarca cántabra de la Liébana, y todos ellos recuperan rutas utilizadas desde época medieval o, en algunos casos, desde la dominación romana:
1. Camino Lebaniego desde la costa, el más habitual, cuyo punto de partida sería San Vicente de la Barquera, a orillas del Cantábrico, pasando después por Cades, Cicera, Lebeña y Potes.
2. Camino Vadiniense, que asciende el curso alto del Deva hasta su nacimiento en Fuente Dé, cruza la Horcada de Valcavao y el puerto de Pandetrave para seguir junto al Esla en dirección a Riaño y Mansilla de las Mulas.
3. Ruta Leonesa, una variante del anterior que pasa por el puerto de San Glorio, y sobre el que escribimos un artículo.
4. Camino Lebaniego Castellano, que discurre mayoritariamente por tierras palentinas y al que hoy dedicamos este artículo.
Kepa de Errentería y Juan Carlos de Madrid, buenos amigos de Gronze y amantes como yo de los caminos poco trillados, habían realizado el Lebaniego Castellano en 2018 y 2019, uno desde Frómista, otro desde Alar del Rey, y ambos a su vuelta me explicaron maravillas. También Vicente Pérez Okapi, peregrino y bloguero incansable que vive en Palencia, me animó a descubrir esta ruta: «La Montaña Palentina es bella y desconocida, te sorprenderá».
El empujón definitivo llegó a primeros de julio en forma de carta, dentro de la cual mi amigo me remitía un ejemplar de la credencial específica del Lebaniego Castellano, un tríptico impreso en color rojo vivo e ilustrado con un mapita en su interior, con las habituales casillas donde estampar los sellos. Por delante se presentaba una escapada breve pero intensa, después de un año en dique seco: «Hazme caso, no es un camino para hacer con prisas: si sólo dispones de una semana, y puesto que ya conoces Palencia y Frómista, lo mejor será que arranques en Herrera de Pisuerga».
Siguiendo el consejo de Vicente, dejé para mejor ocasión —y para época más fresca— el tramo inicial de la ruta (Palencia, Frómista, Osorno) y me planté en Herrera de Pisuerga, la Pisoraca romana, localidad bien comunicada y que cuenta con un agradable albergue, si bien este verano estaba cerrado. Una vez allí fue muy fácil localizar el Canal de Castilla para seguir su sirga aguas arriba, a la sombra de los chopos; en algo más de un par de horas, después de pasar junto a cuatro esclusas, se llega a Alar del Rey, donde nace esta gran obra de ingeniería hidráulica, la mayor del siglo XVIII en España. Seguro que muchos ya conocéis este canal, pues es el mismo que nos acompaña durante varios kilómetros del Camino Francés, así como en un trecho del Camino de Madrid.
A partir de Alar del Rey, y siempre en dirección norte, abandonamos poco a poco el paisaje cerealista y llano de Tierra de Campos para entrar en un terreno ondulado, con pequeños valles con vegetación de ribera, encinares y bosques de pinos, mientras divisamos a lo lejos las cumbres de la Montaña Palentina.
Debió ser a la altura de Prádanos de Ojeda cuando me telefoneó Jesús, profesor de instituto y bicigrino de Basauri que veranea en un pueblo cercano; no tardó ni media hora en presentarse para acompañarme en su coche a visitar la abadía cisterciense de San Andrés de Arroyo (donde destaca el claustro, sus columnas esquineras y el rollo jurisdiccional) y la espectacular iglesia de Moarves de Ojeda, pueblín minúsculo pero que cuenta con una fantástica portada románica del siglo XII (el friso escultórico que la corona —con pantocrátor, tetramorfo y apostolado completo— te deja literalmente patidifuso, sin olvidar la pila bautismal de su interior). A pesar de hallarse un pelín apartadas del trazado oficial, ambas visitas resultan del todo recomendables… como también lo fueron las cervezas que más tarde compartí con mi improvisado cicerone.
En Cervera de Pisuerga, a pocos metros del eremitorio rupestre y su necrópolis excavada en la roca, nuestro camino se cruza con otra ruta en franca recuperación: el ya mítico Camino Olvidado o Viejo Camino de Santiago, que discurre en paralelo a la cordillera, saltando de valle en valle. En cambio nosotros continuamos en suave ascenso hacia el norte por la ribera del Pisuerga, superando el parque de La Bárcena y tomando una bonita vereda conocida como la Senda del Oso. Y es que dichos plantígrados poblaron —y pueblan— algunos rincones de estos montes, si bien evitan el contacto con humanos; como explicaba Joan Fiol en un reciente artículo, actualmente avistar un oso sería un hecho excepcional, casi un milagro, en especial durante las horas en que solemos caminar… Quedan pocos osos pardos por la zona, pero —aunque no los veamos— lo cierto es que están ahí: si nos fijamos podremos descubrir rastros de su presencia, ya sea en forma de arañazos en troncos de árboles o en bancos de madera, contenedores de basura volcados, algún destrozo en colmenas de abejas… Preguntad a los lugareños, seguro que os darán más detalles, como también os ilustrarán sobre la presencia habitual del lobo, otro animal bello, enigmático y tradicionalmente maltratado.
Tras bordear un curioso bosque fosilizado de hace 300 millones de años, (cuando este lugar era —no os lo creeréis— un gran delta pantanoso rodeado por una selva tropical), finalizaremos la jornada en San Salvador de Cantamuda, pequeña localidad que reúne dos hitos de este camino: la iglesia, antigua colegiata que destaca por su fotogénica espadaña —si hay suerte también podremos visitar su interior—, y el vecino Hostal La Taba, lugar donde se come de fábula y que ofrece buen trato al peregrino, con alojamiento a precio razonable.
En las dos etapas siguientes —que, si nos sentimos fuertes y las condiciones son buenas, pueden unirse— atravesaremos la parte más montañosa y exigente de la ruta, con bonitos hayedos, robledales y zonas de pastos de altura. A pesar del fresco (en pleno mes de julio, la temperatura al amanecer era de sólo 7 grados) recomiendo salir bien temprano de San Salvador: los primeros 12 km son muy entretenidos, y en algún punto habrá que andar atentos para no perder las señales, lo cual resulta un aliciente; llegados a Camasobres toca hacer una breve parada en la Posada Fuentes Carrionas; allí, mientras nos sirven un café, deberemos decidir —en función de la hora, la climatología y de nuestro estado de forma— si conviene continuar o si es mejor dejarlo para el día siguiente.
De Camasobres a Pesaguero, ya en Cantabria, nos esperan 19 km preciosos, aunque duros y sin servicios. Ascenderemos por el solitario valle de La Espina, con vistas panorámicas y escasa cobertura, para tomar un sendero empinado que conduce al collado de Sobrepeñas, a 1.460 metros de altitud, divisoria de aguas y techo de nuestra ruta: «Por esta senda no suben ni las vacas… Si me lesiono o me rompo una pierna, aquí no me encuentra ni el Tato», advertía en un whatsapp a mis amigos. Tras coronar el alto, el camino desciende al puerto de Piedrasluengas, a 1.355 metros, donde hay un mirador junto a la carretera (ésta sería una posible alternativa para subir hasta allí en días de lluvia o de niebla cerrada). A la izquierda del mirador nace una pista de tierra, siempre en bajada (son casi 800 metros de desnivel negativo) y a la sombra del bosque, que nos introduce en la comunidad autónoma de Cantabria; la primera localidad que encontramos es Cueva, un pueblo de postal pero sin servicios. Desde allí, siguiendo el valle del río Bullón, resta ya poco para Avellanedo, Pesaguero (Posada El Hoyal) y Lomeña (en Casa Fidela, una coqueta casa rural a pie del camino, hacen precio especial a los peregrinos).
La última etapa, tras superar las pequeñas aldeas de Yebas y Los Cos, situadas a media ladera del valle, presenta tres puntos singulares que no podemos dejar de visitar: la iglesia románica de Santa María de Piasca, del siglo XII, donde destacan sus dos bellas portadas con esculturas figurativas en capiteles y arquivoltas (se accede por el patio del antiguo monasterio, rodeando el templo y su ábside); la monumental villa de Potes, capital de la comarca, que cuenta con todos los servicios (entre ellos un albergue exclusivo para peregrinos situado en pleno centro histórico, en un espacio increíble con ventanales al río), y por supuesto el monasterio de Santo Toribio de Liébana, objetivo final de nuestra ruta, al que llegaremos después de una subida de casi 3 km. Una vez allí, tras mostrar nuestra credencial, recibiremos la Lebaniega, diploma que certifica que hemos cumplido la peregrinación.
Dicho monasterio, donde vivió y escribió su obra Beato de Liébana (730-798), fue erigido en este valle remoto y aislado, muy lejos de los centros de poder; a pesar de ello, durante toda la Edad Media constituyó un gran foco cultural y religioso, con biblioteca y scriptorium donde los monjes copiaban e iluminaban códices. Además de los restos de Santo Toribio, aquí se custodia el que —según la tradición— sería el mayor fragmento del Lignum Crucis, reliquia de madera de la Cruz de Cristo traída desde Jerusalén hacia el siglo VIII, lo cual convirtió este enclave en destino de peregrinación. Llegó a atraer tantos fieles que, en el año 1512, el papa Julio II otorgó al monasterio el privilegio de celebrar jubileos in perpetuum, durante los cuales se concede indulgencia plenaria a quienes allí acuden (privilegio o gracia que durante siglos sólo compartió con otros tres lugares santos: Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela). De la misma manera que los que peregrinaban a Roma recibían el sobrenombre de romeros, a Jerusalén palmeros y a Santiago concheros (por el símbolo de la vieira, la concha marina), los que iban a Santo Toribio son conocidos como crucenos, en referencia a la reliquia de la Cruz; también por ello, la señalización de los diferentes caminos lebaniegos es mediante una cruz de color rojo.
Hasta hace poco el jubileo de Santo Toribio se limitaba a la semana inmediata a la festividad del patrón; pero en 1967 dicho criterio fue modificado, pasando a celebrarse aquellos años en que el día del santo cae en domingo, y desde entonces su duración es de un año completo a partir de dicha fecha. Así, el próximo Año Jubilar Lebaniego comenzará el 16 de abril de 2023, con la apertura de la Puerta del Perdón, y se prolongará hasta idéntica fecha de 2024. Tomad nota, pues igual que sucede en Santiago, durante los Años Jubilares Lebaniegos aumenta notablemente el número de peregrinos —crucenos— a Santo Toribio.
Ya en el albergue de Potes, de vuelta del monasterio, estaba repasando los planes para el día siguiente cuando me telefoneó mi amigo Vicente y me preguntó al respecto: «Al final te han sobrado dos o tres días… ¿Y ahora, qué vas a hacer?» Lo acababa de decidir: puesto que el Lebaniego normal es un camino apto de ser recorrido en sentido inverso, aproveché para subir a Pendes y Cabañes, con su precioso castañar milenario, y después bajé a visitar la fantástica iglesia prerrománica de Santa María de Lebeña… Por la tarde un amable señor se ofreció a llevarme en su coche a Cades, donde pernocté, para al día siguiente seguir la senda fluvial del Nansa aguas abajo hasta Muñorrodero… Incluso me dio tiempo de disfrutar del sol y el mar en una playa del Cantábrico, momento de relax tras unos días aprovechados al máximo.
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