Antonio Palacios, un genio en el Camino Portugués

Concluimos la pequeña serie de artículos del Camino Portugués, que acabamos de disfrutar en Galicia, focalizando nuestra atención en un tema que puede resultar algo especializado, aunque a buen seguro constituye un argumento que refuerza el atractivo de los dos itinerarios oficiales procedentes del país vecino.

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Casa do Concello, O Porriño (Foto: Faro de Vigo).
Casa do Concello, O Porriño (Foto: Faro de Vigo).

Nos referimos a un recurso de tanta valía como la arquitectura, concretando este patrimonio en el legado de un personaje que no deja a nadie indiferente: Antonio Palacios Ramilo (1874-1945).

Natural de O Porriño (donde luego nos detendremos, ya que el insigne hijo, declarado por el municipio “predilecto” y en cuyo cementerio reposa, sí fue profeta en su tierra) Palacios es de sobra conocido por algunas de sus obras en la capital del reino. Entre ellas, quizá la más conocida, y firmada junto a Joaquín Otamendi, es el Palacio de Comunicaciones de la Plaza de Cibeles (1904-1918), desde 2011 convertida en Ayuntamiento de Madrid y titulado Palacio de Cibeles. Nos asombra, en un diseño tan temprano —es su primera obra—, tal osadía de monumentalidad, aplicación de un variado catálogo de fórmulas historicistas y conjugación de elementos clásicos con ciertas querencias por el leguaje modernista en boga, todo ello sin caer en el pastiche.

En la misma capital, el anterior edificio inspira al vasto complejo del Hospital de Jornaleros de San Francisco de Paula o Maudes, igualmente caracterizado por la monumentalidad y, algo que va a constituir un referente en su producción, por la aparición de varias torres rematadas con pináculos.

En otras realizaciones madrileñas, sin embargo, Palacios tiende hacia un clasicismo más formal, tales el Círculo de Bellas Artes, a su vez inspirado por las torres de Estados Unidos o el Banco del Río de la Plata (hoy Instituto Cervantes), así como en otros muchos edificios destinados a usos comerciales o habitacionales.

Pero dejemos Madrid para trasladarnos al objeto del artículo: el Camino Portugués. La primera cosa que nos llama la atención es que, en Galicia, sin renegar completamente de su estilo, Palacios a menudo se aparta del cosmopolitismo capitalino para aproximarse a concepciones claramente historicistas pero, sobre todo, de perfil regionalista. De ahí esa rusticidad, acentuada por el uso de materiales tan propios como la piedra granítica en mampuesto, con la que nos vamos a topar en algunos casos, sobre todo cuando interviene en poblaciones que pertenecen al ámbito rural.

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Templo Votivo do Mar, Panxón.
Templo Votivo do Mar, Panxón.

En el Camino Portugués Central, llegados al centro de O Porriño los peregrinos nos sentimos asombrados, emergiendo en medio de la arquitectura tradicional de la antigua villa, por un extraño edificio. Se trata de la Casa do Concello, con planos de 1919 y remate en 1924, por cuyo proyecto Palacios no cobró un centavo, ofreciendo los planos como un regalo a su pueblo natal. La primera impresión que provoca es la de estar ante una especie de castillo medieval, pero no de esos de cartón piedra y escasas aspiraciones que aparecen en ciertas películas, sino de uno recreado con aportaciones regionalistas y personales del autor. Una vez más, como hemos visto en Madrid, ahora sometido al escaso espacio disponible en planta, el protagonismo radica en la torre esquinera con sus almenas, merlones y matacanes sostenidos por ménsulas.

La localidad acoge otras obras menores como la Botica Nueva, diseñada para su hermano farmacéutico; la Fuente del Cristo, con cerámica de Daniel Zuloaga y una columna estriada coronada por un paje sosteniendo el blasón local; o, con un carácter completamente diverso, sorpresa, la entrada a la estación de metro de la Red de San Luis, en la Gran Vía de Madrid, templete que fue trasladado en 1971 aunque, lamentablemente, mutilado, ya que fue despojado de la marquesina de hierro y cristal que protegía el acceso.

Además de las aportaciones citadas, Palacios contribuyó a la puesta en valor de las hoy célebres canteras de la localidad, empleando con profusión sus granitos rosa y gris, hoy con una alta demanda internacional.

Si lo de O Porriño ya puede parecer bastante, aún tenemos más, en realidad mucho más, si nos trasladamos al Camino Portugués de la Costa. Aquí, en Baiona, resulta casi obligado un desvío de la ruta para conocer A Virxe da Rocha (1910-1930), que contemplamos durante un trecho desde el camino. Sobre este monumento de 15 metros de altura siempre hemos comentado que semeja, no tanto por su ubicación como por la grandiosidad, algo así como el Cristo de Corcovado de las Rías Baixas, llegando a convertirse en un emblema que a nadie deja indiferente. Aunque nada tiene que ver con la leyenda jacobea, sino con la idea de un faro marinero bajo la advocación de la Virgen del Carmen, pues en el proyecto inicial la imagen portaba un farol de luz eléctrica, al sostener en el reformado una barca de piedra, parece querer aludir al legendario navío que surcó estas costas en su singladura hacia la ría de Arousa y el Ulla. Construida en granito, tan solo las manos y el rostro de la Virgen son de blanco mármol, mientras que la gran corona se halla revestida de cerámica vidriada. Una escalera interior de caracol conduce hasta la barca (subida de pago), donde hay que tener cuidado con los selfies para no acabar escacharrados a sus pies y sin Compostela.

Muy cerca de Baiona, pero en la variante costera de la ruta costera (más allá el mar), Nigrán posee otras dos obras de nuestro arquitecto: un chalé en Playa América y, en Panxón, el Templo Votivo del Mar. Nos vamos a detener en el segundo (1932-1937), como en Baiona dedicado a la Virgen del Carmen, que se presenta como uno de los ejemplos más acabados de la vertiente regionalista e historicista de Palacios. Los vínculos con la arquitectura medieval son diáfanos: portada ojival de dovelas, remates almenados, presencia de contrafuertes, uso de celosías caladas y, como aportación más notable, el cimborrio octogonal con su cúpula de nervaduras y nítida filiación mudéjar. Una vez más, como en el consistorio porriñés, la torre, y el tratamiento rústico de la piedra, caracterizan el edificio.

Por el mismo itinerario llegamos a Vigo, y en la ciudad encontramos tres obras muy diferentes, que representan el carácter polifacético del arquitecto. En primer lugar, el Teatro García Barbón, un edificio sin duda monumental, remedo a pequeña escala de la ópera de París, y del teatro Arriaga de Bilbao, que ratifica la voluntad de la burguesía local, en una fase álgida del crecimiento económico y urbano, hacia una proyección cosmopolita que supere la frustración de no haber podido conseguir la capitalidad provincial. Un lenguaje de apariencia ecléctica, con presencia de elementos neobarrocos, sobresale en la fachada granítica, perfectamente escuadrada y labrada. En la estructura, no obstante, también fue empleado el hormigón con soluciones imaginativas.

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Detalle de la parte superior de la fachada del Teatro García Barbón (Vigo).
Detalle de la parte superior de la fachada del Teatro García Barbón (Vigo).

En el mismo Ensanche burgués, que consideramos merecedor de una atención mayor de la que se le suele prestar, haciendo esquina entre las calles Reconquista y Marqués de Valladares concibió, fiel al clasicismo, el Banco Viñas-Aranda (1941). El diseño, impuesto por la solidez que se entiende corresponde al mundo de las finanzas, encaja con lo que hemos visto en la fase madrileña de madurez. En algunos aspectos, la concepción del edificio no es ajena a las premisas de la Escuela de Chicago, así en el uso del almohadillado o en la presencia de columnatas colosales, una vez más revestidas de cerámica vidriada.

El tercer ejemplo, en los antípodas de los anteriores, nos devuelve al estilo regionalista, con resabios medievales, visto en Panxón. Nos referimos al Convento de la Visitación (desde 1944), más conocido como Las Salesas, situado en el barrio de Teis junto a la salida del Camino oficial de la ciudad. Inacabado respecto al proyecto inicial, mucho más ambicioso, reproduce algunas de las querencias de Palacios, por ejemplo la utilización de los bloques de granito sin desbastar, según salían de la cantera, para obtener ese aspecto rústico y hasta cierto punto primitivista.

Obviando las notables aportaciones del autor al complejo del balneario de Mondariz, que nos queda fuera de ruta, concluimos nuestro periplo en Santiago de Compostela. La meta del Camino conserva una pequeña obra del arquitecto en el Paseo da Herradura. Nos referimos al Pabellón de Recreo Artístico e Industrial (1908-1909), el cual formó parte de la Exposición Regional Gallega de 1909. De todos los edificios citados es, resulta evidente, el que mejor responde a las premisas del Modernismo.

Al igual que Gaudí con la Sagrada Familia, la última obra del genial e inclasificable Antonio Palacios también resulta especialmente original, aunque no tan colosal. Se trata de la Vera Cruz de O Carballiño, enorme templo en el que se reiteran muchos de los elementos presentes en Panxón.

Confiamos en que los peregrinos, gracias a este breve repertorio de obras, puedan disfrutar más de su experiencia en el Camino Portugués.

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador