Hay quienes opinan, sin conocimiento de causa, que este Camino Portugués de la Costa es un mero reclamo turístico y que carece de historia ni de tradición jacobea. Nada más lejos de la realidad, pues pronto descubriremos que esta ruta ya era utilizada por peregrinos locales a partir del siglo XII, si bien con mayor asiduidad a partir del XVI. Pruebas de ello las tenemos en localidades como Vila do Conde o Viana do Castelo, pero también en los múltiples templos dedicados al apóstol durante la Edad Media en el norte de Portugal (de hecho, Santiago fue durante siglos el patrón nacional portugués, antes de pasar a la advocación de San Jorge, a raíz de las disputas con España –hasta entonces ambos reinos estaban bajo el mismo patrón, un hecho difícil de justificar durante las batallas– y a la fructífera alianza de Portugal con Inglaterra).
La prueba más palpable de que estamos ante un camino milenario la hallaremos en la iglesia de Castelo do Neiva, a pocos kilómetros de Viana, donde se encontró una inscripción del año 862 en la que el obispo de Coímbra consagraba el templo y lo dedicaba a Santiago, sólo 30 ó 40 años después del descubrimiento de la tumba del apóstol, siendo tal vez la primera iglesia en toda la península dedicada a su culto –después del templo primitivo erigido en Compostela, por supuesto–. Todavía queda mucho por estudiar respecto a la inventio compostelana, en especial sobre su relación con las pugnas entre sedes arzobispales y con la disputa por el control del territorio de la antigua Gallaecia, y hallazgos como éste pueden llegar a socavar la historia oficial que hasta ahora nos han vendido al respecto.
Es sabido que en la Edad Media no existían rutas –ni jacobeas ni comerciales– a todo lo largo de la costa, tanto la cantábrica como la atlántica, por motivos obvios: pánico ante los ataques habituales de vikingos, normandos y piratas sarracenos, insalubridad y fiebres palúdicas por existir múltiples zonas pantanosas, inexistencia de puentes, dificultad de atravesar el cauce bajo y la desembocadura de los ríos, pobreza de las aldeas de pescadores, cuyas tierras eran salobres, etc. Sólo unos pocos puertos bien situados en las desembocaduras de los ríos –Porto, Vila do Conde, Viana do Castelo, Baiona– crecieron como enclaves del comercio marítimo, tanto el de cabotaje litoral como después el oceánico. Muchos peregrinos llegaban a estos puertos por mar y seguían a pie o a caballo por los caminos, tomando alguna de las rutas que unían la costa con el interior.
Además de miles de peregrinos anónimos, numerosos personajes ilustres utilizaron en algún momento esta red de caminos costeros, a menudo en el viaje de vuelta tras su peregrinación: así lo hizo el rey D. Manuel I, que a su regreso de Compostela en 1501 pasó por Vila do Conde y Azurara; también tenemos noticias del paso por aquí de los cronistas Claude de Bronseval (1531), Giovanni Battista Confalonieri (1594), el príncipe Cosme III de Médicis (1669), Gian-Lorenzo Buonafede (que pasó por Matosinhos en 1717), o el animoso Nicola Albani (en 1743 y 1745, en éste último de vuelta desde Vigo). Ya en Galicia, es conocida la ruta monacal que recorrían desde el siglo XII los monjes cistercienses entre Oia y Baiona, y que conectaba con la antigua calzada romana que seguía hacia Iria Flavia y Compostela.
Estamos pues ante un camino jacobeo suficientemente documentado, si bien durante muchos años ha vivido a la sombra del trazado principal por Ponte de Lima y Tui, que siempre fue más concurrido. Su recuperación como ruta jacobea es reciente, pues el estudio y la señalización comenzaron hacia 1993 y su reconocimiento oficial por la Xunta de Galicia llegó en 2010; desde entonces su crecimiento en número de peregrinos está siendo imparable.