El trazado jacobeo que arranca desde Madrid es un camino de contrastes. Si bien la primera etapa atraviesa la mayor región metropolitana del país, donde residen más de seis millones de personas, en pocos días descubriremos comarcas casi despobladas, un mundo rural en franca recesión con pueblos que a menudo no superan el centenar de habitantes. Además de disfrutar de la soledad de estos parajes, la mayor ventaja para nosotros de dicha ruralidad será que, excepto los primeros 13 km de aceras y asfalto hasta salir del casco urbano de la capital, la mayoría del recorrido hasta Sahagún discurrirá por caminos o pistas de tierra, una magnífica noticia para nuestros pies.
Otra de las características de este camino es el contraste de paisajes que nos acompañarán: primero avanzaremos entre los edificios y rascacielos de la gran ciudad, cuya silueta recortada en el horizonte divisaremos a nuestra espalda durante varias jornadas; acto seguido llegarán las dehesas, arroyos y pedrizas de la vertiente sur de la sierra de Guadarrama; desde Cercedilla cruzaremos la sierra por el puerto de la Fuenfría, en una etapa dura y bellísima donde en los meses de invierno será habitual pisar nieve; en la misma jornada, durante el largo descenso hacia la ciudad de Segovia, atravesaremos tupidos bosques y praderas de montaña; después de la sierra comienza el llano, y en pocos días descubriremos lo dificultoso que resulta avanzar por caminos de arena bajo los extensos pinares segovianos o vallisoletanos; más tarde vendrán las colinas y suaves ondulaciones de la comarca de los Montes Torozos; por suerte, aunque sólo sea durante pocos kilómetros, disfrutaremos de un envolvente oasis de verdor en el tramo que discurre en paralelo al Canal de Castilla; y así, ya curtidos tras bastantes jornadas de camino, surcaremos por fin los vastos horizontes de cereal de Tierra de Campos, paisaje que nos acompañará hasta Sahagún, donde nuestro Camino de Madrid confluye y se integra en el gran río de peregrinos que fue -y sigue siendo- el Camino Francés.