Una historia cualquiera del Camino
El caminante, con su paso despacioso y cansado, culmina la última loma antes de Cirueña, en el Camino Francés por tierras de La Rioja.
Se ubica allí un merendero o zona de recreo para peregrinos, con unas vistas impresionantes hacia el este, al horizonte de lo ya recorrido. En ese momento recuerda el caminante una vieja costumbre suya (ratificada con los consejos de cierta churrera pamplonica): cada tanto, cuando cambiamos de horizonte, hay que detenerse para echar la vista atrás y contemplar todo lo que hemos andado ya. Y rememora también, con algo de saudade, a su hijo Pablo, con quien llevó a la práctica este sano hábito en sus últimos Caminos.
Decide que el lugar es óptimo para detenerse allí y hacer honor a tan noble costumbre de volver la vista a lo pasado. En el área de descanso hay árboles, mesas, bancos y una fuente. Un matrimonio de peregrinos franceses ancianos, que acaban de almorzar y arrojan, educadamente, sus desperdicios a la basura, le dice adiós. Vuelve a quedarse completamente solo.
Aparece al poco un caminante, con un perro y tirando de un pequeño remolque de camping adaptado para llevarlo caminando. Pero viene desde Cirueña, desde el oeste. Es inevitable preguntarle por qué va en sentido contrario al de la marcha peregrina natural.
El caminante del remolque, que debe de estar ya acostumbrado a tal pregunta, sonríe, y dice que está siempre haciendo el Camino, en sus diversas variantes, en un sentido y otro.
- "Quise dedicarme a la vida bohemia", remacha, sin dejar de sonreir.
Segunda pregunta de rigor:
- ¿Y en invierno, qué haces?
- Voy por la zona costera del Camino del Norte, allí el clima es suave y las gentes hospitalarias.
El caminante vagabundo se va a instalar allí, en el merendero. Hará noche e incluso puede que se quede el día siguiente, si le apetece. Luego continuará varias etapas hasta Estella donde parará una temporada. El caminante le ayuda a ubicar el remolque. Entre ambos retiran unos pesados bancos para dejarlo en el sitio apropiado, a gusto del vagabundo.
El vagabundo comparte con él una manzana. Le recomienda al caminante prestar atención a las vistas. Son maravillosas, afirma, sobre todo cuando amanece y uno se siente dueño de sí mismo y del paisaje. El vagabundo, dice, se suele quedar cuando pasa por aquí. Se vanagloria de conocer como nadie los mejores lugares del Camino, y este es uno de ellos. Ha comprado un pollo entero y lo va a cocinar allí, bien aderezado con cebollas, patatas y vino. El vagabundo describe tan primorosamente la manera en que lo preparará que el peregrino se relame de gusto oyéndole y sueña, por un instante, en quedarse en el Camino, como su compañero de hoy.
El vagabundo, sin que el caminante le pregunte, asegura que él no pide nada a los peregrinos. Vive de una paguita, que va estirando como puede. Y cuando no le llega, hace algún trabajo eventual para gente que le suele contratar.
Durante toda la charla, el vagabundo no ha dejado de sonreir y mostrar entusiasmo. No es el primer habitante permanente del Camino que conoce el peregrino, pero sí el que le ha parecido más feliz. Y aun así, todavía sigue preguntándose el caminante cuál será la herida que le mantiene allí.
Un saludo a todos.
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Igual si hubo herida, el tiempo la cerró. Tal vez encontró, mientras se curaba, una vida más plena que la que tenía y prefirió no volver. Halló un entorno más amable, relativamente acogedor. Para vivir bajo las estrellas mejor ahí que envuelto en cartones en algún soportal en una gran ciudad. Posiblemente una pequeña paguita tampoco le diera para mucho más en la urbe. De todas formas, creo que es demasiado pollo para una cena tan solitaria. Por la noche, comer en exceso le va a impedir a nuestro Carpanta jacobita conciliar el sueño, aunque sea bajo el cielo del Camino .
Saludos
Bonito relato, de los que te dejan con la duda de que parte será verdad, y que otra no tanto. Gracias y saludos, Manuel.
Sí. Bueno, el relato mío es tal como me sucedió a mí. Pero en cuanto al relato de quien venía en sentido inverso, cualquier cosa puede ser (y también su contraria). Había algo misterioso, oculto, en su manera de contarlo.
Un saludo a todos.
P. S.: Quizás alguno de vosotros se lo haya cruzado alguna vez por el Camino y pueda contribuir a desentrañar el misterio (o a engrandecerlo).
Una duda. Si alguien "vive" en el Camino ¿se considera que está "haciéndolo"? y, rebote para los que ejercen de hospitaleros, tal peregrino permanente ¿ tendria acceso a los albergues?
Yo también me hice esa misma pregunta, Papadopou. Desconozco la respuesta.
Mientras responden a Padopou y despejamos la incógnita, el relato de Manuel, que me ha gustado mucho, realmente hace reflexionar.
¿Podemos considerar vagabundo a esa persona? En sentido estricto lo es: 'Persona [o animal] que anda errante’ y ‘[persona] que va de una parte a otra, sin oficio ni domicilio determinado’, según la RAE.
Pero un vagabundo que deambula siempre por los Caminos a Santiago y regresa siempre, sin tener dónde regresar, como en un bucle, no sé... En cualquier caso y salvando las distancias me parece que es afortunado. Al menos eso podría desprenderse de su conversación con Manuel. Y me lo creo, ya lo creo que sí.
Me recuerda esto un poco a José el Peregrino, pero él volvió a casa hace pocos años.
https://www.gronze.com/articulos/jose-antonio-un-peregrino-con-110000-km...
En una ocasión coincidi en Lezama con este personaje.
https://www.gronze.com/articulos/jose-antonio-un-peregrino-con-110000-km-17950
Totalmente alcoholizado. Por educación prefiero callarme lo que paso esa tarde .
Es curioso. Yo no me he encontrado nunca con ese tipo de caminantes, o si me los he encontrado no los he podido identificar como residentes habituales del Camino. Sin embargo yo sí he sido tomado por uno de ellos. Fue en un Camino de otoño, en Revenga de Campos. Hacía un día espantoso, viento, frío y lluvia intermitente. Hacia las nueve y media de la mañana me acomodé en el pórtico de la iglesia que aún entonces era accesible, lo que no es el caso en la actualidad, y allí protegido de la lluvia y del viento extendí la esterilla, me descalcé, apoyé los pies en alto y la cabeza en la mochila y procedí a preparar con el hornillo de gas el café de media mañana. Estaba disfrutando del cálido Nescafé con leche condensada y unas pastas de almendras típicas de la región cuando apareció una peregrina francesa. La pobre daba pena. Llevaba una capa de plástico que no la protegía muy bien, se veía que el calzado y el pantalón los llevaba empapados, un mechón de pelo rubio rizado le caía sobre la frente y de su nariz colgaba... algo. Pensé que con lo cuidadosas de su apariencia que son las francesas aquella pobre debía de estar pasando un mal rato mientras entabalmos conversación. Me preguntó, como si fuera la cosa más natural del mundo, si yo era "de los que vivían en el Camino". La verdad es que me sorprendió pero tuve que aclarar que no, que era un peregrino vulgar y corriente. No sé si se quedó muy convencida porque enseguida entró en la iglesia que casualmente estaba abierta y ya no la volví a ver. Desde entonces he pensado que a lo mejor no es mala idea pasar largas temporadas en la senda en lugar de hacer recorridos lineales. Aun así no me he decidido a ello, no he salido de mi vulgaridad
Buen Camino.
Cuando empiezo a caminar siempre fantaseo con alargar el recorrido y no llegar nunca. Sin embargo al poco me doy cuenta que necesito saber que detrás del horizonte hay un destino que alcanzar. Porque tengo que llegar para poder regresar. En el día a día está muy bien aquello de que 'se hace camino al andar' y lo de echar la vista atrás para ver la senda que no volverás a pisar, y tal. Pero, ¿y al echar la vista adelante? Una cosa es un largo camino y muchos días peregrinando (¡cómo se me ponen de largos los dientes cuando algunos explican sus recorridos!). Pero la idea de no regresar suele dar vértigo. El concepto 'largas temporadas en el Camino' tendrá que entenderse de forma relativa. Una peregrinación de, pongamos por ejemplo, tres meses podría parecerle eterna o breve a alguien en función de sus circunstancias personales y su motivación. Alargarla en demasía podría resultar contraproducente si en casa te espera una vida, una familia, una rutina cotidiana... algo. Si estás demasiado tiempo fuera, a ver si cuando vuelvas ya no va a estar allí. En cambio cuando si, por el motivo que sea, te sientes expulsado de tu propia vida y la idea de un regreso está envuelta en la niebla, probablemente en todas las encrucijadas tomarás la dirección que te ofrezca el camino más largo. La historia de ese peregrino que sobrevivió a un naufragio y que en agradecimiento fue caminando hasta América y volvió, me ha recordado la del personaje (que fue real) de la película 'El Renacido'. Unos periplos como esos son de regreso a la vida, un renacimiento despues de una casi muerte. El Camino como renacimiento (personal, espiritual ... ) creo que resulta una idea recurrente. Quedarse en él permanentemente sería como permanencer voluntariamente dando vueltas por el limbo que pueda existir (vayan ustedes a saber) tras la linea que supone la muerte, en un espacio fronterizo que no es ni aquí ni allí.
Saludos.
Interesante tema que se ha expuesto aquí, gracias Manuel!! Yo creo que antes habría que hablar con ese señor largo y tendido para saber qué está realmente haciendo... porque las cábalas son muy libres y quizás poco acertadas. En esto del Camino, como en todo lo que huele a aventura, hay mucha leyenda que todos los implicados están interesados en creer, a unos porque les gusta fantasear y a los otros porque buscan notoriedad. Si hablamos de gente "atrapada" o que vive "en pausa" las podemos encontrar en todas las partes de la sociedad, no solo en el Camino. Estar "en pausa" no es sinónimo de movimiento; estar en el Camino no es lo mismo que hacer el Camino. Pero claramente es imposible saber a primera vista si alguien está o no haciendo el Camino. La propia expresión "hacer el Camino" implica tanto un movimiento hacia algún lado como una forma de construcción y por definición quien está "atrapado" o "en pausa" no está ni en movimiento (aunque se desplace) ni está construyendo nada. Eso sí... el Camino puede tardar en hacerse cinco días o cinco mil, todo depende del esfuerzo y tiempo necesario para salir de la "pausa" o de donde estés "atrapado". La clave está en por qué hacemos tal o cual cosa y esto, a veces, ni uno mismo lo sabe.
Un saludo!! :)
Hola
En octubre estando de hospitalero en el camino francés coincidí con un peregrino de los que hablas y puede sea el mismo.
Se acompañaba por un perro ya viejo que según me dijo cogió de cachorro ya estando en el camino. .estuvimos tiempo hablando y por lo que cuentas puede ser el mismo
Me dijo ,creo, era castellano y ya llevaba años en el camino porque decidió cambiar su vida .
Le ofrecí cobijo pero solo acepto la cena porque según me dijo había levantado el campamento en unos chopos cercanos
Me encantó hablar con el
Slds
En cambio conocí a otro , un francés que no me gustó un pelo.
Aunque no contaba nada de él creo fue un antiguo militar de la legión francesa y sus ojos no daban confianza ,solo quería le dieran vino y fruta .
Más vino que fruta.
Si os lo cruzais cuidaros de el .a mi al menos no me gustó.
Pues sí, ese pudiera ser el peregrino-vagabundo. El que yo encontré en agosto de 2019 también era castellano. Tendría unos 40-50 años de edad. Y era de conversación fácil y simpática.
Muchas gracias, Jabeque.
Un saludo a todos.
Yo coincidi hace ya unos cuantos años, con un peregrino (con barba) que iba con un perro (perrazo), y me dijo que vivia en el camino, hacia pulseras, pedia, y a temporadas me dijo que estaba en un monasterio de Galicia (no recuerdo cual).