José Antonio, un peregrino con 110.000 km
Entrevistamos al gaditano José Antonio García Calvo, que ha estado en Santiago recientemente. Su historia nos hace evocar las leyendas medievales, que en aquel tiempo eran asumidas como un acto de fe, y también la literatura odepórica de la Edad Moderna, repleta de ejemplos de picaresca fina, entre otras la inolvidable contribución del napolitano Nícola Albani, peregrino repetidor y aventurero donde los haya.
Es así como en el albergue Viejo Quijote, cuyo título le va ni que pintado como morada a este “ingenioso peregrino” cargado de recortes de prensa de varios países, hablamos distendidamente con José Antonio.
Su historia jacobea y mariana, según él mismo nos cuenta, es la que sigue…
Natural del Puerto de Santa María (Cádiz), donde nació en 1949, desde los 20 años se fue enrolando, como cocinero, en diferentes embarcaciones de pesca. El 1 de enero de 1999, día fatídico, el barco Revolución, que con bandera de Monrovia trabajaba para Pescanova, cuando participaba en la pesquería del bacalao en Noruega naufragó y se fue a pique. Él era el único tripulante español de los 17 que iban a bordo, de diferentes nacionalidades; no sabía nadar, y tras permanecer diez horas en el agua agarrado a un cadáver, fue rescatado por un helicóptero SAR de Irlanda, resultando ser el único superviviente.
Como buen marinero, en su tribulación se aferró a la esperanza de una intervención mariana, en la advocación de la Virgen del Carmen, patrona de los del gremio del mar, y aún en el agua prometió lo siguiente: “Visitaré todos los santuarios famosos marianos del mundo si me salvo”.
Para tratar el proceso de congelación padecido en las frías aguas del Atlántico Norte, hubo de permanecer 8 meses en una cámara hiperbárica, “y sin tabaco”, lo que acrecentó la penitencia, y durante tres años, tras el accidente, tuvo que ayudarse de una silla de ruedas y muletas para valerse.
Una vez recuperado decidió comenzar una interminable ruta, sin interrupción ni descanso, que lo ha llevado por caminos jacobeos y marianos de medio mundo ligero de alforjas, “como decía Machado en su poema” –interpolación suya–, pues la providencia proveerá como lo hizo en la mar.
Un primer camino lo condujo de Cádiz a Santiago (2008), y sería el primero de cinco completos hasta la meta gallega. Sin embargo, la travesía más larga sería aquella en la que enlazó el Camino de Santiago con Roma y Jerusalén, y de aquí siguió por Irak, Irán, la India y China hasta alcanzar, desde Rusia, el estrecho de Bering, por el que cruzó a Alaska en un trineo (supuestamente a 70º bajo cero), ya que de embarcarse de nuevo ni hablar –tampoco ha utilizado desde entonces avión, ni tren, ni autobús–. Es así como descendió por América visitando todos los grandes santuarios marianos del continente: Guadalupe, la Aparecida, Luján…: cinco años de ida y vuelta por el mismo estrecho, 110.000 km hasta el presente, y 38 pares de botas (sale una media de 2895 km por par, buen aprovechamiento).
Sus santuarios favoritos no son los de Occidente –visitó todos los relevantes en España, y docenas en Italia–, ni siquiera los americanos, sino algunos de los europeos, donde más allá del aprovechamiento turístico o comercial ha conocido la fe pura de los devotos: Cracovia, Czestochowa y, sobre todo, el de Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina.
Si pasamos a la otra orilla, confiesa que “si un santuario me ha decepcionado no ha sido Lourdes, por comercial, sino Santiago”. En la Oficina de Peregrinación dice que no han tenido caridad con él pese a haber sido recibido por dos pontífices: “Aquí estoy bajo sospecha como peregrino que practica la picaresca, ya no se escucha ni se indaga, solo se descalifica”.
Al margen de la devoción mariana, valora la hospitalidad recibida en medio mundo, sobre todo por parte de los musulmanes, que la consideran un acto sagrado, y también en los santuarios budistas, por ejemplo en los del Tibet. También en Portugal, camino de Monte Sameiro y Fátima, han sido muy cariñosos con él, por cierto “más que en España”. En tan largo periplo nunca ha tenido miedo, ni siquiera al cruzar Siria en plena guerra, ni nadie le robó: él es un hombre de paz y un peregrino sin pertenencias que a nadie hace daño.
Aunque José Antonio escribe su propio libro caminando, también dice estar redactando un relato autobiográfico; por el momento, con el nombre figurado de Ulises ha aparecido en una publicación de Fernando Morillo Grande (El Misterio del Camino de Santiago, Gaumín, 2014).
Su lema, que no deja de repetir con el peculiar gracejo gaditano, es: “Todos estamos locos, pero no queremos saberlo”. Y ya que de locos anda el juego, uno de los que lo entrevistó para contar sus andanzas fue Jesús Quintero, más conocido como El Loco de la Colina, donde al parecer coincidió con Paula Vázquez.
Pero su popularidad no se debe a los libros, sino a la prensa, pues la de numerosos países, de Europa a América, han relatado su historia y gesta, la recepción que le hicieron los papas Juan Pablo II y Francisco, o el Dalai Lama en la India (2012). Los recortes de diferentes medios escritos, a los que habría que añadir los digitales y audiovisuales, le acompañan como la mejor carta de presentación.
A lo largo de los caminos también ha ejercido como hospitalero, en España en el País Vasco, Asturias o Galicia (Caldas de Reis, O Porriño).
Por el momento sólo se ha detenido para ser operado (cataratas, hernia inguinal), aunque quizá, confiesa, sea llegado “el momento de ir acabando y regresar al Puerto de Santa María”. Lo dice cansado, procedente de Cracovia y Czestochowa (su segunda visita), reconociendo que esta “divina locura” lo ha hecho plenamente feliz. En el momento en que lo entrevistamos no tanto, porque echa pestes al referir el supuesto maltrato que le han dado en Santiago.
Mientras espera que le aprueben la pensión contributiva para abonar la semana que lleva en el albergue Viejo Quijote, José Antonio se despide.
Pues bien, esta es la historia salida de sus labios, la oficiosa que repiten, sin mucha voluntad para contrastar los datos, los sucesivos periodistas, por lo que no hemos de ser nosotros, por reviejos y escépticos sanchos, quienes pretendamos dinamitar tan bello relato a pesar de no haber encontrado noticias del naufragio de un barco llamado Revolución o Revolution, tanto tiene, se habrá perdido su memoria bajo las aguas o en anaqueles de un ignoto archivo no digitalizado, y en cambio sí el registro, bien documentado, del gaditano José Antonio García Calvo, que había sobrevivido a un terrible naufragio, como primer peregrino acogido, en el mes de febrero de 1999, en la Cabaña del Abuelo Peuto (Güemes, Cantabria).
En el Camino siempre ha perdurado el relato literario, e incluso la leyenda, sobre la pura y dura realidad, es parte de su magia; quebrarla sería un sacrilegio, ¿o no?
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