Nos disponemos a atravesar la meseta del Aubrac (de alto braco, lugar elevado), tierra de trashumancia antaño temida por estar infestada de lobos y bandidos. Poco poblada, sus ya escasos campesinos están centrados en la cría de vacas de la raza autóctona, que veremos pastar en las extensas praderas, muchas de ellas turberas, en primavera repletas de flores amarillas (narcisos, gencianas, diente de león). Toda la etapa discurre por encima de la cota de los 1.000 m, y el frío, acrecentado por el viento, suele ser intenso salvo en ciertos días del verano. Solo pequeñas aldeas, capillas y cruces jalonan el yermo, donde los muros de piedra delimitan el camino. El paisaje resulta grandioso.