Etapa 9: Puente Duero - Peñaflor de Hornija | Al Loro

Distancia: 
27,4 km
Duración: 
6 h 45 min
Dificultad: 
3
Paisaje: 
2

Aunque la etapa no reviste especial complicación, la calificamos con nivel de dificultad 3 debido a la distancia y a los diferentes repechos que deberemos afrontar. Por suerte serán cuestas bastante breves, aunque alguna de ellas nos dejará sin resuello.

Nota junio 2024: El puente medieval de entrada a Simancas está cerrado por obras; debemos cruzar el río Pisuerga por la carretera CL-600, alargando el camino en 1 km.

La primera localidad de la jornada es la histórica villa de Simancas. Nuestro camino entra en ella cruzando el río Pisuerga sobre los diecisiete ojos de su puente medieval, y la abandona por su castillo, reconvertido desde el siglo XVI en Archivo General del reino.

Simancas, junto con Puente Duero y Valladolid, pertenece a la comarca de la Campiña del Pisuerga. Desde un mirador en la subida a la villa, a escasos 20 metros del camino, tenemos una fotogénica vista del puente medieval y de las vegas de los ríos Pisuerga y Duero.

Aquellos que vengan caminando o en bici desde Valladolid habrán seguido alguna vía en paralelo al río Pisuerga hasta llegar al puente medieval de Simancas, donde se retoma el camino principal que viene de Puente Duero. Justo aquí hay también una parada de los autobuses 5 y 25, que comunican Valladolid con Simancas.

La antigua Septimanca romana se erigió sobre un asentamiento anterior vacceo, pueblo celta que pobló la región hacia el siglo IV aC. El cercano sepulcro megalítico de los Zumacales es una muestra de que la zona estaba habitada ya mucho antes, desde el periodo neolítico.

Una escultura cerca del castillo insiste en la burda ocurrencia que el nombre Simancas podía provenir de siete doncellas mancas, reinterpretando a su manera una historia o leyenda que se remonta al siglo IX, sobre el tributo de cien doncellas que el rey asturiano Ramiro I debía entregar al emir de Córdoba Abderramán II. Lo único cierto es que mucho antes, ya en el siglo III, el nombre romano de la villa era Septimanca. Por lo tanto, amigos lectores, ante los que a estas alturas pretendan darnos gato por liebre, hay que estar siempre… Al loro!

Durante la jornada entraremos en la comarca de los Montes Torozos, cuyo paisaje se caracteriza por llanuras atravesadas por profundos valles fruto de la erosión, sobre los que se levantan algunos cerros testigos.

Desde el puente de Simancas y en las encrucijadas cercanas a Ciguñuela y Wamba nos acompañan esculturas realizadas en acero corten y que representan siluetas de peregrinos, al estilo de las existentes en el alto del Perdón del Camino Francés.

Ciguñuela, una localidad pequeña, cuenta con un albergue municipal muy acogedor en la antigua Casa del Maestro.

En la glorieta de entrada se levanta una estatua bastante naif en honor del rey visigodo Wamba, quien en el año 672 fue aquí elegido por un concilio de nobles como sucesor de Recesvinto, quien había fallecido en la población. A raíz de dicha elección el pueblo pasó a denominarse Wamba.

Es imprescindible visitar la iglesia de Santa María (s. X-XII), de estilo mozárabe, con magníficos arcos de herradura y pinturas murales de leones en su cabecera. Deberemos consultar el horario de visitas pues varía según la época del año.

Desde la iglesia se accede al osario del antiguo monasterio. Sólo diremos que es tal vez el lugar más sorprendente y extraordinario de todo el Camino de Madrid, con miles de calaveras y fémures apilados en un tétrico puzle. Aquellos que no deseen entrar pueden ver aquí una foto y otra foto.

Aunque en la distancia no lo parezca, el pueblo se halla en lo alto de un cerro, y la última cuesta es de las que no se olvidan.

Si la tarde acompaña podemos disfrutar de una apacible puesta de sol desde un mirador situado al oeste, justo al borde del barranco. Algo así como un Finisterre sobre la vasta llanura castellana.

Son especialidades locales las salchichas de Zaratán, las sopas de ajo, la liebre al modo de los Montes Torozos y los revueltos de setas. Y para los más golosos nada como los dulces artesanos de Simancas: peonillas, pelusas y pastas de té.