Ideas peregrinas en un Camino desde Almería
El peregrino accidental a veces acude al Camino y este ni siquiera le mancha. Al regresar a casa no le ha dejado huella, o casi. Como si un impermeable cubriera todos los resquicios y la lluvia fina no consiguiera penetrar. Ni el agua ni nadie. Insistirá en futuras ocasiones, deseando que la perseverante lluvia finalmente consiga calarle el ánimo.
Otras veces trae de su casa la cicatriz bermeja de alguna herida que necesita restañar. Es una flor roja de ida y vuelta que el tiempo no acaba de curar. La brecha nunca termina de cerrarse porque atraviesa su memoria y alcanza lo más profundo de su carne.
Pero puede suceder también que la aflicción le alcance en el propio Camino. Si en lugar de una leve llovizna le sorprendió un intenso chaparrón y, desprevenido, había dejado abiertas las puertas y ventanas de par en par, el viento soplará por las entretelas de su alma y amenazará con arrancar los porticones, sacudiéndolo todo y dejándolo hecho jirones bajo el aguacero. Cuando vuelva a casa lo hará con otra llaga palpitante.
Le pesa la falta de habilidad para lidiar con la cercanía de los demás. Se siente torpe, siempre pidiendo perdón. Resulta más sencillo caminar apartado, por los márgenes. Siente nostalgia de una vida que no duela. Los mismos lazos que en el cielo atan los planetas entre si en un encaje armonioso, tiran y luego le repelen cuando alguien se aproxima. ¿Dónde podrá oír la música de las esferas y que la angustia desaparezca? Eso debe ser la felicidad, un equilibrio tranquilo. Pero nunca termina de irse esa pesadumbre. No del todo. Siempre queda un rastro. La tirantez del hilo rojo que te une a alguien que quizá ni siquiera te ve. Porque la felicidad no existe. Porque la vida duele. Te duele para que sientas, si no no sería vida. Si no habrá que conformarse con la tranquilidad. Con una vida tranquila, una vida razonablemente infeliz.
Era por la noche. No podía dormir. O tal vez si pude, no estoy seguro. No sabía qué hora era. En esa oscuridad me veía caminando. En ese silencio oía la repetición de un oratorio que marcaba la cadencia de mis pasos. Om mani padme hum. Un paso tras otro. Ommmm. La vibración del mantra lleva más lejos que los pies. Paciencia. Constancia. Respirar, profundamente. Ommmm.
Sentía el mundo girar, las vueltas sin fin del derviche en el dhikr, recitando los cien menos uno nombres de Al-lah, anhelando que el trance le mostrara el centésimo nombre de Dios, el que solo conocen los iluminados. Desconectar de uno mismo para conectar con uno mismo, con el universo del que se forma parte. El Logos, el Verbo, la inteligencia universal que se expresa en la realidad, sea eso lo que sea. En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Om mani padme hum.
Ha cambiado el ritmo de la letanía y se acelera levemente. Mis dedos desgranan una sarta de cuentas que no llevo entre las manos. Angelus Domini nuntiavit Mariae… yo también seré según su Palabra. Porque es la Palabra que crea y sin ella no existo. Entonces la Palabra se expresó: “Hágase la Luz”. Y a través de esa luz se abrió paso la idea. ¡Levántate y camina!
En la oscuridad abrí los ojos. Ya no oía mis pasos, ni los giros, ni las letanías. Estaba a punto de salir el sol y a mis oídos llegaba un eco lejano.
El almuédano entonaba el takbir al principio de la llamada a la oración de la mañana: Allahu akbar, Allahu akbar, Allahu akbar ….
Dudé de dónde estaba. Pero era mi casa. Todavía estaba metido en la cama, debajo del edredón, inmóvil. Esperaba la hora de despertar, de volver a los caminos otra vez. Para ir más lejos. Ultreia. Escapar brevemente del circulo de nacimiento y muerte, de amanecer y ocaso. Más allá del Samsara. Para existir, en armonía si fuera posible.
Volé a Almería temprano. No me fijé si el avión llegó con retraso o llegó pronto. Yo no llegué tarde porque no tenía nada que hacer hasta que muriera ese día y volviera a renacer a la mañana siguiente.
Buenos días y muchas gracias.
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¡Cuántas vueltas tiene todo en los relatos victimistas- victimarios...! Cuando se idealiza el pasado de Alandalus, me suele venir a la memoria que el personaje que más admiro de aquella cultura, el rabino y médico judío Maimonides, tuvo que salir por patas de su Córdoba natal porque habían llegado del sur los fanáticos almohades, que no aceptaban la convivencia con el diferente.
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Era miércoles 6 de diciembre.
Por la mañana Abla y Abrucena se habían cubierto con un manto de niebla. Tal vez se avergonzaban de lo que estaba por venir, aunque fuera un día de hace mucho.
Las nubes bajaron esta mañana de la sierra llorando para contarme de la huida de los pocos cristianos viejos de esas villas en la Navidad del año en que los moriscos se sublevaron. Hoy en los pueblos también preparaban la Navidad, pero engalanando las calles y con luminarias que alegran, o lo intentan, el ambiente. Pero en 1568 lo que se preparaba era otra cosa.
Amparados por la oscura noche consiguieron escapar a Fiñana, junto con algunos notables conversos leales al rey y los alzados se quedaron con las ganas de prenderlos para matarlos. Desde días atrás habían notado idas y venidas de extraños, así como muchos movimientos entre las casas moriscas. El malestar había crecido imparable por la prohibición por el rey de sus costumbres, de sus vestimentas, de sus celebraciones y de la algarabía que hablaban.
Ellos salvaron sus vidas pero ardieron las iglesias después de ser profanadas. En otras partes no tuvieron tanta suerte.
Los moriscos de Fiñana en principio no se sumaron a la revuelta, aunque más adelante si lo hicieron. La fortaleza de la villa no consiguieron tomarla y los sublevados se cebaron con la iglesia, que fue quemada. No hacía ni dos semanas que había finalizado su construcción.
Los defensores de la alcazaba contemplaron el rojo resplandor de las llamas del incendio y del saqueo de la población mientras los atacantes se retiraban hacía las Alpujarras antes que llegaran los refuerzos desde Guadix.
El mismo resplandor rojizo lo observaba desde el borde del camino de Almería el moro del puñal, el que me encontré la víspera en Abla tras la cortina de diseño alpujarreño, aunque ese episodio fue como si hubiera ocurrido años atrás.
Ayer su rostro todavía no tenia las arrugas que iba a labrarle durante años el aire frio de La Alpujarra. Pero hoy esas arrugas ya le surcaban la expresión, que mostraba un rictus de odio y rabia contenida. Su mirada, azul como el agua helada de la sierra, me decía que hubiera preferido vivir tranquilo siendo un leal súbdito, le daba igual de qué rey. Pero este que reina hoy nos empuja de nuevo a la guerra, me dijo, solo por querer rezarle a otro Dios y pedir que nos dejen hablar una lengua diferente, la nuestra. Asentí porque le comprendía perfectamente. As-salāmu ʿalaykum se despidió volviendo grupas y galopó en pos de sus compañeros. Eso espero, que al menos yo encuentre paz. Porque ellos no la iban a encontrar aquí, o sea allí y entonces. La solución para acabar con las dificultades de convivencia con quien era diferente fue drástico, eliminar la diferencia y si no se podía, eliminar al diferente. En 1609 el rey de turno firmó la orden para que todos los moriscos fueran expulsados. Eran sus súbditos y eran cristianos, pero no se fiaba de ellos. Así acabó con el problema.
Había llegado a Fiñana siguiendo pistas terreras que atravesaban olivares y frutales. Justo antes de llegar a la villa la niebla dejó al descubierto el cerro en el que se arracimaban las viejas casas que vivían alrededor de la alcazaba, que hoy está prácticamente derruida.
La iglesia se reconstruyó entonces y el nuevo artesonado que se levantó ha quedado como un maravilloso ejemplo del arte en aquella época. Obra, tal vez, de artífices moriscos, cristianos nuevos, conversos, aunque se les llame mudéjares, que esquivaron la expulsión gracias a que sus habilidades eran difícilmente prescindibles.
Continué el recorrido después de Fiñana por otra rambla, menos polvorienta que las de días atrás porque llovió. Transcurría a los pies de una muralla de arenisca rojiza como la de Granada, qa'lat al-Hamra, las escorrentías habían esculpido las almenas y su interior, probablemente hueco con cuevas y troneras. Un castillo rojo de altas paredes rocosas para defender el paso de Almería a Granada.
En Huéneja fin de etapa. Desde la ventana del albergue vi como avanzaba veloz un banco de niebla que en poco rato sumergió el pueblo en un puré de guisantes muy británico. Un aire misterioso envolvió la villa y la luz de las farolas no bastaban para disipar tantas sombras. Yo cerré bien las puertas y me abracé al calefactor. En el albergue no había nadie más y hacia un frio del carallo, que diría si fuera galego.
Muchas gracias y buenas noches.
Wa aláikum as-salam wa rahmatul-lah wa barakátuh
Amen Además, un poco de suerte siempre se agradece .
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Me está tocando la fibra tanta morería junta, jajaja! Habrá que darse una vueltita por ahí abajo...
Totalmente de acuerdo con la maravilla del artesonado.albañileria.horticultura.etc morisco. Qué pérdida civilizatoria, por Dios!
Solo cincuenta años después de la conquista de Granada, los repobladores cristianos ya no tenían la pericia debida en el uso de los sistemas de regadío en la huerta granadina.
Salud Papadopou,
la estrategia de eliminar al diferente o lo diferente sigue siendo la de los pobres de espíritu -por ser benévolo-,no hay más que mirar alrededor; en cinco siglos en lo que más hemos cambiado es en el estilismo,
Sigue disfrutando tu camino, que nosotros disfrutamos tus crónicas.
Buen camino!
Gracias. En eso estoy en estos momentos, voy a redesayunar. Saludos.
Era jueves, 7 de diciembre.
Por la mañana la gélida bruma seguía ahí, esperando que saliera del alojamiento. Lo hice emulando una cebolla, envuelto en varias capas de ropa. Pero eso no bastó para evitar que se me introdujera en la cabeza y se me trabaran las ideas.
Vi una botella de color dorado tirada en el suelo, medio enterrada. Las probabilidades de que un genio de los que conceden deseos estuviera encerrado dentro me parecieron escasas. Principalmente porque estos prefieren alojarse en recipientes de alto standing, tipo lámparas maravillosas y tal. Aun así la recogí del suelo. La observé cuidadosamente y, efectivamente, en sus buenos tiempos puede que la llenaran de cerveza, pero genio no parecía habitar en ella. La iba a dejar decúbito supino donde la encontré, pero mi (mala) conciencia la invitó a venir conmigo. Me acompañó hasta la siguiente localidad, Dólar. Fue mencionar el vil metal y apareció el astro, rey y poderoso caballero.
Entré en el bar abierto y desayuné. En este camino me suelo inclinar por las tostadas que preparan en estos pueblos con tomate y jamón. Si no encuentro churros me dejo sorprender por la interpretación que hacen, muy libre a veces, del pa amb tomaca.
Después acudí al ayuntamiento a sellar la credencial. Pensando que allí lo sabrían, pregunté por el origen del nombre del pueblo. No parece haber una versión oficial sobre dicha toponimia. Pero si existe unanimidad sobre que la denominación data, como mínimo, del s. XIV. Siendo tan antigua no entiendo porque no se ha reclamado todavía al gobierno americano, el de los EEUU, el pago de derechos por la utilización del nombre para sus billetes verdes.
Alrededor del pueblo han construido enormes balsas para poder almacenar el agua que caiga cuando vuelva a haber un diluvio universal. Les hará falta si pretenden regar todos los almendros que cultivan allí. Pero por ahora mucha agua no hay y las balsas permanecen casi vacías… y los almendros tan resecos que pasarán a mejor vida si alguien no lo remedia.
Cuando la niebla se disipó pude contemplar la montaña en la lejanía. Al levantarse su velo de nubes la descubro ataviada como una novia, con un traje blanco inmaculado. Solo para mis ojos. La novia que se mira pero que no se puede tocar. Ella me reclama zalamera para que acuda al tálamo nupcial. Pero ese lecho se encuentra demasiado lejos y demasiado arriba. Correría a su lado para abrazarla pero está completamente apartada de mi camino, fuera de mi alcance. Una novia desdeñada, a pesar mío. Pero amada y deseada, también a mi pesar. Seguro que tendré que sufrir su enojo pues es rencorosa. Ahora me vuelve la espalda y se oculta de mi vista tras los montes que nos separan. Tal vez mañana su llanto, de pena o de rabia, me alcance y necesite cubrirme para no acabar empapado bajo el aguacero.
Entrando en Ferreira una comparsa canina anuncio mi llegada a todo el pueblo. Afortunadamente estaban encerrados porque si no me hubieran montado un pasacalles. Después la ruta me lleva hasta las tierras de un marqués. Su castillo se alza en un cerro sobre La Calahorra, parece la guinda de un pastel. Alquife está ya a un tiro de piedra. Allí acabó hoy la etapa.
Antes de morir el día, cuando el sol se ocultaba tras la sierra prendió las nubes y encendió un fuego rojo de pasión sobre la montaña. La blanca y radiante novia de la mañana había encontrado otro compañero que no dudó en ascender a las cumbres hasta ella, consumando el himeneo. Otro amigo favorito sin duda más solicito y menos desdeñoso que yo, que últimamente la tenía muy descuidada pues no despego las botas de senderos y caminos y evito volar alto.
Muchas gracias y buenas noches.
Era viernes, 8 de diciembre.
Fue mala idea que coincidiera la llegada a Guadix con el puente de la Purísima Constitución. La falta de alojamiento disponible supuso un problema logístico que he tenido que solventar pasando otra noche en Alquife, y yendo y viniendo desde y hasta el final de etapa en coche.
Por la mañana un viento gélido bajaba de la sierra. Ya imaginé que a pesar de la candente puesta de sol mi amada montaña no dejaría de recordarme mi falta a la primera oportunidad. Acepté la reprimenda y dejé que las frías gotas de lluvia me golpearan el rostro sin atreverme a sacrificar el paraguas en el altar del viento. El enfado no duraría eternamente.
En efecto, en Jerez del Marquesado, tras pasar bajo su Calle Triste, la voluble y caprichosa serranía decidió que era suficiente. Dejó que el viento le fuera desprendiendo su capa de nublados y que la luz del sol hiciera reverberar de nuevo sus blancos ropajes.
Llegué a Guadix a media mañana. Imaginé que estaría concurrido como si fuera día de mercado. Me detuve ante la Alcazaba. Me sorprendió el buen estado de conservación. Más que eso, diría yo. No sabía que conservará las murallas intactas. Sabía que eso no podía era así. ¿Qué sucedía? Me acerqué a la Puerta de Fiñana, o Arco de Santa Ana, donde llegaba el camino desde el Marquesado de Zenete, Fiñana y Almería. Allí se había detenido un grupo formado por varias personas que llevaban dos carros. Discutían con un grupo armado, de la milicia municipal que vigilaba las entradas y salidas de la villa. Intentaban convencerles de algo mostrando unos documentos. De la conversación, que conseguí entender (me he vuelto muy ducho en lenguas antiguas, ¿porqué no?), dos palabras captaron mi atención: peregrinos y Compostela. Empecé a escuchar atentamente.
Le repito que soy Diego Bazán y viajo con mi familia para cumplir peregrinación a Santiago de Compostela. Venimos de Fiñana, donde residimos. Ese documento está firmado por el párroco de la Iglesia de la Anunciación de Fiñana y certifica nuestra identidad y el objeto de nuestro viaje.
Yo conocía el apellido Bazán. Mi breve paso por Abla el otro día me cundió en cuanto a noticias inventadas y personajes reales.
El abuelo de este Don Diego, sirvió a los Reyes Católicos en la guerra de la conquista de Granada y fue compensado con nobleza y bienes en Abla y Abrucena cuando todavía era moro y se llamaba Abul Hacen. Por su conversión voluntaria al cristianismo, anterior a que fuera obligatoria, se le consideró cristiano viejo. Eso pone en los documentos que agita Don Diego para que le dejen en paz.
¿Cuánto tiempo estarán en Guadix y dónde se alojaran?, les preguntó el que parecía estar al mando. Tras recibir la repuesta le requirió para que pasara a informar al alcalde mayor personalmente y les franqueó la entrada a la villa, al no encontrar motivo para impedírselo.
Me acerqué. Disculpe usted, no he podido evitar escuchar la conversación que tuvo con la guardia. Usted es Don Diego Bazán, el alguacil mayor de Abla. Lo fui, respondió, como lo hemos sido los Bazán desde que a mi abuelo Alonso le confiaran el cargo sus Católicas Majestades. ¿Y usted quién es? Soy un viajero que anda un poco desubicado. Pero me pareció entender que usted y su familia peregrinan a Santiago. En efecto, así es. ¿Por qué? Porque yo también. Ahora me miró con atención. Tiene usted un aspecto raro, dijo, con esas barbas tan descuidadas. Si, eso me dice siempre mi madre -me reí-. Pues hágale caso, que nunca le aconsejará mal, y arrégleselas. ¿Y de qué me conoce?, preguntó al fin, no le he visto nunca por Abla ni por Abrucena. Es cierto, por allí solo he pasado una vez, pero es como si hubiera estado mucho mucho tiempo. Por ejemplo se que su padre de usted, Rodrigo, fue de los que pudo escapar de Abla antes de la sublevación de los moriscos. De eso hace ya también mucho tiempo, dijo. Eso le salvó la vida, aunque luego tuvo que luchar … (no quise interrumpirle o cometer la torpeza de añadir, contra su propia gente) en todas las guerras del rey, que no fueron pocas. Años de servicios y siempre ha habido que justificar el pasado. Usted que sabe tanto, ¿sabía que mi abuelo fue un converso? Los que fueron los suyos le llamaban traidor (por detrás, claro) y hasta su madre le escupía a la cara. Sus nuevos correligionarios tampoco aceptaban de buen grado que un moro fuera uno de los suyos. Pero el rey decidió que fuera cristiano viejo. Y todo lo que eso ha supuesto es la historia de mi familia. Ni de aquí ni de allí. ¿Por eso peregrina al Apóstol? No, dijo categórico. Lo hago para suplicarle que me acepte entre sus peregrinos y que disipe toda sombra de duda sobre cuál es mi fe. ¿Y usted qué? Qué de qué. ¿Porqué peregrina? Lo miré perplejo. Buena pregunta, le dije. Si me lo permite me tomaré cuatrocientos años para pensar en ello y otro día le cuento. Dice usted cosas muy raras.
Hablando habíamos llegado ante la Catedral. Nos despedimos allí y cuando se alejaban sonó un bocinazo. Cuando miré no había ni carros ni familia Bazán, solo el hospitalero de Alfique que me había ido a recoger con su enorme coche.
Buenas noches y muchas gracias.
Qué buenas historias. Gracias a tí.
Buen Camino
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Es curioso cómo cuando uno viaja - o peregrinea - a veces conversa más con la arquitectura o con el paisaje que con las personas. Con éstas no siempre se da la familiaridad. En cambio, en el silencio, una pared encalada o una torre mudéjar nos dicen tantas cosas!!! Así como el lugareño lo tiene todo eso muy neutralizado y amortizado por la cotidianidad y la perspectiva utilitaria, al peregrino todo aquello le resuena en mil evocaciones.invocaciones.
Hace relativamente poco volví a estar en el albergue de las clarisas de Carrión de los condes. Piedra, adobe, madera y hierro forjado. Me desperté por la madrugada y como no podía volver a conciliar el sueño, me puse a recitar "la noche oscura" de S.Juan de la Cruz, y ¡uauh! La arquitectura del convento se convirtió en el instrumento musical perfecto para esa partitura.
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Pues ahora que han pasado 400 años a ver si nos lo cuentas también a nosotros.
Ya tengo ganas de saber qué te cuenta Curro Jiménez en Sierra Morena, aunque tendremos que esperar para saberlo.
Buen Camino!! Y arréglate esa barba.
Pues si en el tango cien años no es nada, imagina cuatrocientos, parece que fue ayer. Pero no te preocupes, que cuando me entere te lo cuento.
Respecto a Curro Jiménez, no habia pensado. Pero Carmen, la de Merimee, alguna forma habrá de traerla ...
Era sábado, 9 de diciembre. Y luego domingo, 10 de diciembre. Y más luego, lunes 11.
Estábamos en el coche, el hospitalero de Alfique y yo, camino de Guadix. El día empezaba a despuntar y la aurora peinaba con rosados dedos su brumosa cabellera. ¿Quieres que te deje a la salida del pueblo?, me preguntó. No, mejor en la puerta de la catedral, donde me recogiste ayer. Además al pasar vi una churrería y se me antojo desayunar chocolate con churros. Entonces te acompaño y te invito yo. Protesté pero no cambió de opinión. Mientras llegamos fue explicándome que le gustaría vivir del albergue, de los problemas por los gastos que no se cubrían. Del campo, de la falta de agua, de los precios. De que la mina de Alfique aportaba muy poco al pueblo en comparación con la riqueza que extraían. Que, en cambio, en el pueblo de al lado un gigantesco huerto solar generaba Importantes ingresos al municipio. Era difícil meter baza, pero a mi ya me iba bien solo escuchar. Verás qué churros más buenos, se entusiasmó. Hasta de Almería vienen a comerlos. Me pareció excesivo pensar que alguien recorra 100 kilómetros para comerse unos churros, cuando también los hacen al lado de su casa, pero me abstuve de opinar. Finalmente nos despedimos deseándonos la mejor de las fortunas para el porvenir.
El camino me llevó por Purullena, Marchal y Graena, atravesando curiosas y peculiares formaciones geológicas fruto de la erosión. Cañones, cárcavas, barrancos, dibujan en el árido paisaje formas caprichosas, desde lo alto de las que de tanto en tanto las cabras te observan al pasar.
Fin de etapa en el pueblo de La Peza. Casas blancas y pendientes castigadoras. Un caserío arracimado en la ladera bajo lo que fue la sombra protectora de un castillo. Hoy esa sombra no protege más que del fantasma del olvido, con algunos paneles explicativos que se esfuerzan para que a ojos del visitante un par de lienzos semiderruidos se conviertan en una gloria del pasado.
A la mañana siguiente el mar había llevado su orilla hasta allí. No es que hubiera subido el nivel de las aguas, es que un océano de nubes había cubierto todo el hoyo en que se asienta Guadix y rebasó las defensas en Purullena. Las olas de un mar sedoso rompían en La Peza como en la orilla de una playa improbable.
Había iniciado la marcha temprano y al ganar altura pude ver desde arriba esa lamina blanquecina que se deslizaba lentamente hasta cubrir todo lo recorrido ayer.
Arriba la montaña se encargo de despertar mis sentidos. Me prescribió, sanadora, las fragancias medicinales de plantas aromáticas que allí había. El sol con sus dedos cálidos arrebataba los aromas al tomillo y al romero. Intenté imitarlo y estrujé con suavidad una planta. Mis manos quedaron impregnadas del olor del tomillo, me invadió un recuerdo infantil de sopas calientes en invierno. Hice lo propio con una mata de romero y me pincho. No debía ser romero. La planta se ofendió con aquellas familiaridades inesperadas y me mordió.
A veces hay que recibir algún pinchazo y algún pequeño rasguño para saber qué continúas vivo. Luego notas la comezón de la herida que va curando y te felicitas de poder sentir, de haber vivido con los ojos abiertos. Caminando aquí arriba, y tras haber llegado desde allí abajo y de allí lejos, me van curando el aire, los olores, el agua, el sol. Extraerán las espinas y cerraran las heridas. Las cicatrices serán surcos para el recuerdo.
Subiendo hasta el puerto de los Blancares, por encima de Tocón de Quéntar, se asciende por el torrente y el sendero que atraviesa el bosque de pinos, pegado a la carretera pero sin pisarla. Luego de un pequeño receso para tomar un refrigerio, fui más arriba en busca del collado que me conduciría hasta Quéntar, en el fondo del valle.
Entonces la reina de la cordillera se presentó ante mi desplegando toda su majestad, tocada con su corona de muy altas cumbres, brillantes como diamantes. No se trata de la joven novia vestida con un ligera camisola blanca que llama al caminante para que se una a ella en la cima, caprichosa y voluble, voladiza en sus afectos. Es la gran señora de la Sierra que allí arriba en sus dominios puede decidir sobre la vida y la muerte. Yo no estoy tan alto, no hay peligro, salvo que te atropelle una motocicleta.
Ella mostrando su grandeza, me saludaba benévola y radiante, como un día de sol invernal. Yo con el corazón contento y con las fuerzas recuperadas descendí hacia el final de la etapa. Una bocanada de aire fresco que se ha llevado todas la niebla y todos los velos que me envolvían el corazón. Vuelvo de nuevo con el alma limpia, y las botas sucias que me dijo una amiga. Vaciado, para volver a llenarme cuando llegue el momento de iniciar el próximo periplo.
Por la mañana en Quéntar antes de empezar a caminar me fui al bar a desayunar. En el albergue me habían recomendado el local. Un bar de pueblo, me dijeron. Era cierto. Por la mañana alrededor de la barra debatían sobre aceite, olivas y olivares. No se puede varear un olivo de cualquier manera, si maltratas el árbol no tendrás olivas al año siguiente. Hay que tener muy en cuenta el carácter del terreno porque según qué material, las raíces no pueden acceder al agua del riego. Es importante que convivan almendros y olivos aunque baje el rendimiento del olivar porque el almendro protege de alguna enfermedad, no se cual. Porque sobre todo hablaban de rendimiento y de precios. Toda una clase magistral en el rato de comerme mi tostada con tomate y jamón y mi café. Me tomé dos por enterarme de algo más pero al final allí los dejé hablando y me marché.
En Dudar se abandona el valle y se asciende otra vez a los cerros. Desde lo alto contemplo el valle del rio Genil que, por allí abajo y a mi izquierda, también se dirige hacia Granada. Luego imagino junto a él un recorrido sentimental, porque ese rio que nace ahí arriba en las peñas y recoge en su cauce las las lágrimas de la sierra, las llevará hasta la campiña cordobesa para regar la tierra que vio nacer a mi familia y que, ellos a su vez, también regaron con el sudor de su frente durante mucho tiempo antes de marchar lejos, para que yo mismo pudiera nacer.
También desciendo, pero por el valle de la derecha en busca del Darro. Hacia la ciudad, para entrar por el Sacromonte. Al fondo ya veo la Abadía, las murallas y las blancas casas del Albaicín. Por el camino de Beas los cármenes esperan que el sol tibio los despierte y los caliente.
Caigo en la cuenta que este Camino nos lleva del Sacromonte en Granada al Monte Sacro casi en la propia Compostela, desde el que se pueden contemplar las torres catedralicias.
El agua cantarina del Darro me anima los últimos pasos. No es el Obradoiro pero igualmente aflora la llantina cuando veo la Alhambra y la ciudad. No por no haberla sabido defender, como dicen del moro que la perdió. Sino por haber conseguido ganarla paso a paso y hollando el camino desde Almería.
Aunque no sea gran cosa al fin y al cabo, en esta ocasión necesité volver al Camino antes de lo previsto. Como si tuviera que poner en reposo las sensaciones del anterior. Para cerrar puertas y ventanas, reparar los porticones y entrar en calor después del aguacero. Para que un clavo sacara otro clavo.
Dicen que hay un placer todavía mayor que el de ver Granada. Y es el de volverla a ver (eso no lo escribí yo, que conste).
Buenas noches y muchas gracias.
Espero que este "Camino de los sentidos" haya respondido a tus espectativas, siguiendo tus relatos podemos vivirlo intensamente.
Un abrazo y ¡¡¡ultreia!!!
Gracias. Abrazo.
Nos has ventilado tres días de un plumazo. Lo cual te perdonaría si la frase final hubiera sido tuya, pero, no siéndolo...
A ver si puedes volver a verla pronto y nos lo sigues contando, que ha sabido a poco.
Muchas gracias
Bueno, pues igual busco algo a modo de epílogo, para hacerne perdonar ... y si no lo retomo despues de fiestas, pero desde Málaga, que alli todavía no estuve
Si sales de Málaga terminas en Baena, para volver a conectar más adelante tendrás que volver a Granada e ir a Baena, y ya que estás en ramales te faltará el de Jaén hasta Alcaudete. Y luego está lo por Trujillo o por Mérida. Chico, qué follón!
Muy corto se me ha hecho, aunque siendo un resopón no está mal. Espero que hayas cargado tu batería.
Buen Camino-
No hay viajes cortos. El más largo siempre empieza con unos pocos pasos, solo hay que dejarse llevar. Saludos y gracias por la compañia.
No es porque sea corto, es porque me has dejado huerfano de tus crónicas diarias. Un aliciente para entrar al foro cada día. Creo que no estoy sólo en eso. Abrazo y Bon Nadal a todos.
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Mmm... recomendación quizá impertinente: ¿por qué no centras los episodios por temas, en vez de por días? Entiendo que la inmediatez te lleve a yuxtaponer impresiones, pero a veces es una pena que en el totum revolutum lo sublime de una impresión.reflexion se mezcle y avinagre con lo chusco de una anécdota sin más altura.
Entiendo que parte de la gracia, por ejemplo, de enterarse de las pericias de la oliva y el almendro está en que desayunabas ahí en el instante de esa conversación, pero.... mmm... no sé...
Me pregunto si vas cogiendo notas a lo largo del día y luego las sueltas como un aguacero, o las compones elaborada y "sinfonicamente" en tu cabeza mientras andas, y luego tiras del hilo como un director de orquesta de su batuta. Si este último es el caso, yo le diría a ese director que tendiese más hacia el poema sinfónico elaborado, y menos al apunte superpuesto. (Seré petardo: tú haces todo el camino, luego tienes la gentileza de contarnoslo, y yo aquí con exigencias jajaja)
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¿Pero tú no te habías prejubilado? ¿Qué nota le ponemos al Flórez? Para mí que progresa adecuadamente el chico
Gracias, profe!
Pues mira tú que soy más chaparrón, incluso más que de aguacero. Lo de ideas tal y tal EN un camino tal y tal, resulta literal. Tal como vienen se van, las ideas digo, y se las voy dictando al teléfono. Un dia descubri que la aplicación del word las podia ir transcribiendo y me ahorraba algo de faena. La elaboración es somera , no ando escribiendo un libro. Me gusta más que quede como un dietario. El batiburrillo que llevo en la cabeza no tiene mucho que ver con una sinfonia y si más con una canción que olvidé y voy tarareando para mirar de recordarla.
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Quizá lo de "sinfónico" queda un tanto pomposo... me refería a la ligazón que la propia mente hace de las cuestiones, si las dejas en "barbecho neuronal". La analogía es sí un recurso literario, y un instrumento de primer orden en cualquier tipo de reflexión - humanista pero también científica (que se lo digan a Einstein) - pero es sobre todo una tendencia NATURAL de la consciencia, que tiende a poner en relación las cosas del mundo. Quizá porque lo necesitamos, esforzándonos en evitar la cacofonía "acúfena", y persiguiendo la armonía en el "cielo" de la conciencia.
Resumiendo, quiero decir que, si le dejas, la propia cabeza te hila el discurso. Ese hilo de la analogía natural es el que hace los fraseos de las variaciones musicales, y es el que hace derivar tus voces internas (acufeno etc) en la fina orfebrería de tu fantasía andalusí.
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(En Febrero estaré de hospitalero en Grañón y Quizá me anime a llevar un "cuaderno de bitácora" para ir publicándolo aquí... ese será el momento de tu venganza, y te podrás cebar con mis escritos )
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Prefiero así que vaya surgiendo y crear contrastes. Bajar al suelo desde las nubes para no olvidar que para poder caminar los pies han de tocar el suelo. Cuando he intentado otra cosa parece un parto con forceps. Acuérdate de aquella peli sobre Mozart, que escribía la música al dictado de Dios y el pobre Salieri tenia que picar piedra para ligar cuatro notas. Hay que tenerlo.
Cuando te pongas a escribir disfrutaremos todos. Nada de venganzas, por Dios! A ver si hay algo más para cebarse en estas fechas a parte de mantecados y turrones
Pues no te vas a poder cebar conmigo porque ni se me ocurre derramar aquí el mejunje mental que me cocino cuando ando por ahí. No me entusiasma el jazz pero si hubiera que componer con ello sería lo más parecido. O eso, o lo que interpreta mi nieta de dos años con los cacharros de la cocina.
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El jazz es un buen ejemplo: tiene ese toque "a bote pronto" del informalismo americano, pero en el ritmo, las repeticiones, las combinaciones de solo y grupo va surgiendo una estructura, un hilo, un lenguaje y coherencia interna.
Papadopou tiende al sermo humilis, pero basta releer la introducción a toda esta serie mozarabe para darse cuenta que su discurso está muy currado: cómo hila la imagen de la lluvia con la de herida, con la metáfora de la flor bermeja (precioso adjetivo, tan castizo), a lo largo de dos párrafos... no sé si Mozart, pero Chopin lo firmaría
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Desde el insti no hacía un comentario de texto. Pero reconozco que la introducción hay que darle de comer aparte. Entre un camino y el otro la parí. Lo de los forceps no era broma
Indi, pues cuando seas hospitalero y tus peregrinos te pidamos que nos arropes y nos expliques un cuento, que vas a hacer?
Echaros a patadas
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Muy contento de haber casi coincidido contigo .
Clar que si
Abraçades.
Papadopou! Y ya esta? Se acabo?
Ha sido intenso pero corto.
Para cuando el proximo?
He pasado por este Camino y lo reconozco.
el otro dia empeze a leer una de tus crónicas aprovechando un semáforo en rojo (muy mal, ya lo sé) y olvidé que cambia a verde en pocos segundos! Oii de todo menos bonito!
Abrazo
Epílogo.
Era martes, 12 de diciembre
Me despertó un eco lejano. Allahu akbar, Allahu akbar, Allahu akbar … Dios es el más grande … ilaha illa-lah … no hay más Dios que Al-láh. Miré el reloj. No eran ni las 7. El muecín entonaba la llamada a la oración del alba, así que ni siquiera había salido el sol.
Dudé de dónde me encontraba. Esta vez no era mi casa. Todavía estaba metido en la cama, inmóvil en el saco de dormir y con otra manta encima. En aquella habitación hacia un frio que congelaba las ideas y el pequeño calefactor no conseguía caldear esa amplia nevera, aunque emitía un confortablemente cálido resplandor que invitaba a mantenerse quieto. Me di la vuelta y me dormí otra vez. Iba a esperar hasta que el teléfono me cantara que ya había llegado la hora de levantarse. Podría decirse que estaba en la Gloria. Concretamente calle Gloria, esquina Carrera del Darro, Granada, Monasterio de San Bernardo. Sonreí. Si que me acordaba de donde estaba.
Pasó más de una hora. Ya estaría saliendo el sol sobre la ciudad porque veia algo de claridad a través de la cortina. Entonces volvió aquella voz, potente y acerada. Llenó el silencio y rompió el aire frio de esa mañana otoñal. No me la estaba imaginando.
Observé que se había extinguido el rojizo resplandor que caldeaba la estancia, aunque solo fuera aparentemente. En la vacía habitación se oía a alguien murmurar una letanía. Me levanté todo lo silenciosamente que permitió la cremallera del saco y me vestí en la penumbra. Los susurros habían cesado y alguien se irguió en el rincón, recogiendo lo que parecía una alfombra. Estiré el brazo hasta la ventana y corrí el visillo para que entrara la luz del día. Al iluminarse la estancia al desconocido que antes musitaba en el rincón se le escapó un grito de sorpresa al verme allí. A mi me ocurrió lo mismo y estuvimos los dos gritando sorprendidos, hasta que se nos pasó el susto de encontrarnos de repente ante alguien que un momento antes no estaba allí.
Como a ambos nos daba la sensación de que el otro resultaba inofensivo dejamos de chillar, pero mantuvimos las distancias mirándonos en silencio.
Finalmente él me dirigió la palabra con un saludo, As-salamu alaikum. Me sonaba la formula pero, con los nervios, no atiné con la respuesta correcta. Ave María Purísima, contesté. Me miró extrañado. No lo conocía como saludo, dijo, creía que era Ave Maria, gratia plena, Dominus Tecum … ¿Conoces las plegarias cristianas?, le interrumpí, ¡En latín! Estaba realmente sorprendido. Pero si eres un m… me mordí la lengua, avergonzado. ¿Un moro? Bueno, aprendí a leer y he estudiado. Pues tú pareces un perro cristiano, me soltó divertido. Aunque aquí y ahora tú llevas las de perder y podrías acabar como un perro apaleado si te descuidas y no bajamos la voz. Miré a mi alrededor. La estancia no había cambiado, estábamos solos y yo era más alto y más corpulento. ¿Por qué diría eso?
Me adelanté para disculparme. Me parece que hemos empezado con mal pie, lo siento. Pero es que anoche cuando me dormí aquí no había nadie y hoy aparece usted sin previo aviso. Ah, ahora de usted, mucho mejor. Pero eso que dice lo podría afirmar también yo. Aquí anoche no había nadie salvo yo. Y a la hora del Fajr, tampoco. Usted apareció de pronto con el sol del nuevo día. Tenía razón. Parecíamos los dos lados de un espejo que mostraba un reflejo distorsionado. Pero cuál era el lado del reflejo y cuál el real.
¿Cuál es su nombre?, me preguntó. Curiosamente estaba comprendiendo todas sus palabras a pesar de que hablaba un extraño castellano aljamiado. Extraño para mi, claro.
Domingo Flórez Puente, para servirle. Hizo un mohín de extrañeza. ¿Dos apellidos? No sabía qué algún linaje hubiera empezado esa costumbre en Castilla, ganas de marcar diferencias supongo, pero tampoco conozco a nadie de tan rancio abolengo. ¿Sois vos muy linajudo? Y lo de Puente, ¿de dónde procede, sois constructores? Pues no soy de alta cuna especialmente, respondí, así que puede apearme del tratamiento. Lo de Puente, concretamente, procede de León, tocando con Galicia. Menos mal que eché mano de este nombre, si llego a utilizar el nombre con los ocho apellidos griegos a ver como le explicaba mis presuntas (o no) raíces helenas.
Bien, Don Domingo, qué hacéis aquí, preguntó. Me dirijo a Compostela a cumplir peregrinación al Apóstol Santiago, le contesté muy serio. ¡Vaya, vaya! Así que peregrino ¿eh? Qué curiosa coincidencia. Sí, ¿por qué?, pregunté intrigado. Por cierto, ¿vuestro nombre? Si claro, me llamo Omar, Omar Patón, de la ciudad de Ávila. Y también soy peregrino. ¡Ah! ¿Os dirigís a Santiago también? No. Al menos por ahora. Me dirijo a Makka al-Mukarrama. Ah, asentí, La Meca. Exactamente, confirmó él. Y qué hace en Granada un musulmán de Ávila que se dirige a Arabia, pregunté. En Castilla nos llaman mudéjares. Pero qué hace en el reino nazarí de Granada, jugándose la vida, un cristiano que se dirige a Compostela, preguntó.
¿Qué reino nazarí? Pregunté confuso. Bueno, en realidad poco queda ya del emirato y la ciudad está sitiada por los cristianos. Hace unas semanas, en noviembre, se firmaron las capitulaciones y Granada se entregará más pronto que tarde. ¡Ostias!, exclamé. Vaya, pensaba yo que los cristianos cuidaban de no blasfemar. Si, perdón, no resulta muy correcto por mi parte. Pero, entonces, usted como llegó aquí, le pregunté. Con dificultad, amigo mío. Me embarqué en Valencia con mi paisano Muhammad del Corral, con rumbo a Túnez. Una tormenta nos desvió muy lejos de nuestra ruta y además, yo acabé en el agua. Me recogieron en una playa, me llevaron a Al-mariyya y luego vine hasta aquí porque me enteré que un grupo de creyentes pensaban partir para cumplir la peregrinación. Aquí me ha sorprendió la guerra, pero como, aunque musulmán, soy súbdito de Castilla espero poder partir sin demora cuando entren los cristianos. Volveré a embarcarme a Túnez, donde confío encontrar a mi compañero Muhammad. Allí alguna embarcación veneciana o genovesa me llevará hacia oriente. Será una aventura emocionante, admiro su valor y también admiro la fe que le mueve, le dije. A su regreso será un relato digno de ser contado, tendrá que ponerlo por escrito para la posteridad. Insha'Allah. Eso mismo, ojalá.
Y usted, ¿cómo ha llegado a Granada?, preguntó. Caminando, desde Almería. Bordeando la sierra desde Guadix. Pasé bajo la mirada atenta de la montaña, la que lleva el nombre del padre del sultán, el que se enamoró de una esclava cristiana y que por ella perdió su reino, el que según la leyenda está enterrado allí arriba. Llegué siguiendo al Darro. Si, repuso él, el año pasado también penetró por ahí una incursión de cristianos y clavaron en la puerta de la Mezquita mayor una daga con un pergamino en el que escribieron “Ave Maria”, y luego prendieron fuego en el mercado de la seda, Al-qaysar, la Alcaicería.
Pensé que tendría que cruzar al otro lado del espejo para volver a casa. El monasterio en el que me acogieron para pasar la noche, en este lado no era monasterio sino casa de gente más o menos principal. La ciudad ruidosa de coches y turistas en aquel lado, en este es la urbe islámica que sueña con recorrer el paseante moderno.
Es hora de irnos, dijo decidido. Adónde pregunté. Marchar lejos. ¿No dicen ustedes ultreia?
Salimos al callejón y fuimos siguiendo la muralla hacia la medina. Al otro lado de los muros corría el Darro, que separaba los cármenes del barrio del Albaicín de la ladera en la que se asentaba la Alhambra y los jardines del Generalife. Yo iba mirándolo todo con la boca abierta. Salimos por la puerta que daba al rio. ¿Eso no son los baños del Bañuelo?, pregunté. Arriba, en la alcazaba de la Alhambra ondeaban los pendones y estandartes, rojos y verdes. ¿En las banderas qué hay escrito? “No hay más vencedor que Alláh” , el lema de la dinastía nazarí.
Continuamos por lo que llamó plaza Al-Hattabin, de los leñadores. Me paré un momento a contemplarla. Esto será la Plaza Nueva, allí un poco más arriba la Placeta de Santa Ana y su iglesia. Bueno, repuso, iglesia no, eso es la mezquita del barrio. Vamos que quiero enseñarte algo. Bajamos con el rio hasta lo que parecía un mercado de ropa vieja. Esto debe ser la calle del Zacatín, dije yo ubicándome con rapidez y ahí a la derecha debe estar la Alcaicería. Lo llaman al-Saqqâttîn, pero imagino que te refieres a lo mismo. Y el mercado de la seda o Alcaicería como tú dices, está ahí mismo, algo dañada por el incendio del año pasado, ya te comenté, pero llega hasta allá abajo donde la plaza frente a la puerta Bib al-Rambla. Le dije que yo había visto esa puerta reconstruida en el bosque bajo la Alhambra y él me miró con incredulidad. Ahora ven. Y atravesamos hacia donde yo hubiera esperado encontrar la catedral. Esta debe ser la Aljama, la gran Mezquita, ¿verdad?, le pregunté señalando la torre del minarete. Si, esa es la torre Turpiana, contestó. Yo nunca la había visto porque la habían derruido a golpe de picos y mazos para acabar la construcción de la Catedral. Los infieles no podéis entrar y no podrás contemplar su majestuosa decoración. Pero tú pareces conocer bien la ciudad, dijo intrigado. Si, he estado varias veces, en cierto modo. Me di cuenta que habíamos pasado al tuteo hacia rato.
Ahora ya es hora de que te vayas, a pesar del cerco a que estamos sometidos siento que vas a poder salir. Empezamos a caminar hacia la Puerta de Elvira. De una u otra forma estás pero no estás. Tienes razón estoy desubicado, pero en cuanto cruce la puerta estoy seguro que recuperaré mi sitio.
Al llegar a la puerta me volví hacia él. A Meca, a Santiago, a dónde sea que te dirijas, la paz sea contigo, peregrino, ¡Ultreia!, Omar. Buen Camino, Flórez, me respondió poniendo la mano en su corazón.
Me giré para ponerme en marcha y un tremendo bocinazo me hizo dar un salto que casi me caigo de culo. ¡Quilloooo, a ver si miras por dónde vas! La furgoneta se había parado a tres palmos de mi. ¿De dónde había salido? Me subí a la acera temblando del susto y murmurando una disculpa.
Continué caminando hacia la estación donde me esperaba el tren que me llevaría a mi casa.
El verso dice que no hay mayor pena que ser ciego en Granada, pero en ocasiones me ocurre que lo que soy capaz de contemplar con los ojos de la imaginación puede dejarme tan deslumbrado que me resulta imposible ver nada más, aunque la vista me funcione razonablemente bien.
Buenas tardes y muchas gracias.
Bonito colofón para tu Camino.
¡¡¡Ultreia!!!
Gracias, Martos. Abrazo.
Que Dios-Al-Láh te conserve las vistas, Flórez. Un magnífico relato corto que culmina un magnífico relato peregrino
Gracias
Gracias. Me encomendaré también a Santa Lucia, como entidad competente en el sector
Creo que el primero que usó el recurso literario del vértigo de la fantasía histórica mezclada con el presente fue Mark Twain en su "un yanqui de Connecticut en la corte del rey Arturo". Y se me ha ocurrido pensar que a él le pasaría lo que a ti: que al toparse con toda una arquitectura y paisaje tan evocadora de una civilización pasada (en su caso, la Inglaterra medieval vista por un norteamericano del siglo XIX) la resonancia le envolvió y ya no sabía exactamente dónde empezaba o acababa el presente y la Historia
¡Ganas me dan de irme a hacer ese camino! Quizá no sea muy jacobeo, y como tu personaje acabe peregrinando a la Meca, pero bueno!
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Para los que prefieran la faceta visual del viaje ... y tengan diez minutos para perder con esto. Saludos.
https://youtu.be/aHua4DY4LpE
Eso es to, eso es to, eso es todo, amigos !!!
Las fotos son una pasada, pero unido a esa música has creado otra obra de arte
Con vídeos así, Papadopou, corremos el riesgo que se hagan virales y haya "overbooking" en el Camino de los Sentidos ;-)
Un abrazo.
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Menudo texto introductorio!! Qué marcaje de altura de vuelo!! (En mi petulancia, me siento aludido por lo del "turista accidental"...)
Hay un cántico gregoriano que casi en cada línea usa el sonido "Om": "Benedicite OMnia Opera dOMini dOMino...." interesante, ¿no? Digo por lo del sincretismo espiritual
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Gracias y enhorabuena Papadopou, buen Camino y que nosotros sigamos tus pasos y tus letras.
Gracias, Cristineta. Siempre habrá un hueco en mi mochila para ti
Papadopou, shukran!..me ha encantado seguir este camino.
Las primeras líneas ya son como una torta en toa la cara. Peregrino accidental!
Y las fotos y la música, me descubro y me inclino..
Buen camino, peregrino.