Ampliación a 2022 del Año Santo: ¿qué hay detrás?
Las cosas no siempre son lo que parecen o, como reza el proverbio, no es oro todo lo que reluce. Y como por fortuna no vivimos sometidos al cetro de Kim Jong-un, y todavía es posible expresar libremente opiniones, vamos a intentar analizar cuál creemos que es el significado de la ampliación del año santo compostelano, concedida por el papa Francisco I, ignoro por qué extraño colegueo llamado Francisco a secas, a través de un decreto de la Penitenciaría Apostólica. La noticia fue comunicada por el nuncio apostólico de Su Santidad en España, el filipino monseñor Bernardito Auza, al final de la misa celebrada con motivo del ceremonial de apertura de la Puerta Santa.
En el propio texto, dado en Roma el 1 de diciembre de 2020, se apunta que la razón de esta generosa dádiva, entendida como una prórroga del año santo ordinario de 2021 hasta el 31 de diciembre de 2022, se hace a causa de la pandemia “Cobid 19” [sic], «tratando de evitar aglomeraciones, prohibidas o no aconsejadas, buscando la gloria de Dios y del apóstol Santiago, patrón celestial del Reino de España, y procurando el consuelo espiritual de los fieles».
Por supuesto, la reacción de gozo al unísono ha sido tan jubilosa como la gracia que concederá tamaño doblete. En la línea de lo que ya es el pan nuestro de cada día, tristes tiempos corren para la información, los medios de comunicación se han limitado a relatar, cuan perezosa correa de transmisión que ya ha perdido la capacidad de investigar las fuentes y contrastarlas, el relato oficial sin la más mínima glosa emanada del espíritu crítico.
Sin embargo, en esta decisión, como en otras muchas del ámbito de la Iglesia, en el fondo más «políticas» que eminentemente espirituales, hay un trasfondo que conviene conocer. Para ello conviene clarificar antes algunos conceptos.
Año santo y año Xacobeo
En primer lugar, vayamos a los antecedentes, porque en 1991, gobernando Manuel Fraga Iribarne en la Xunta de Galicia, nació el Plan Xacobeo unido al año santo que se celebró en 1993. Evidentemente se trata de dos cosas distintas: el año santo es una concesión de la Iglesia para obtener la gracia espiritual de la indulgencia plenaria, y el Xacobeo un programa promocional, cultural y de ocio, en un principio complementario.
A base de bombo y platillo, y de grandes dispendios de dinero público invertido en publicidad, dando la vuelta a la tortilla, los hijos de Saturno se paparon rápidamente al padre, y el Xacobeo, que había crecido a costa del año santo como una suerte de Alien, en el imaginario popular acabó suplantando al secular jubileo compostelano. Tanto es así que no resultaba ni resulta extraño escuchar, incluso entre los peregrinos y fieles, que iban o van «a hacer o ganar el Xacobeo».
En virtud de las investigaciones de Fernando López Alsina, docto catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Santiago, sabemos que el origen del año santo compostelano, supuestamente concedido por Calixto II a Diego Gelmírez, y confirmado por Alejandro III a través de la bula Regis aeterni (1179), no es sino una de las muchas falsificaciones que envuelven el hecho jacobeo. De hecho, hasta el siglo XV no tenemos constancia sobre la celebración de jubileo alguno, lo cual no es óbice para estimar que pudo haber, con anterioridad, alguna indulgencia general extraordinaria para quienes peregrinasen al santuario, tal vez en coincidencia con la proclamación de una cruzada.
Actualmente se considera que el primer año santo pudo haberse celebrado en 1428 y, con mayor seguridad, en 1434, este ya documentado y con reflejo de una gran afluencia de navíos ingleses cargados de peregrinos para beneficiarse de la gran perdonanza. Por lo tanto, el año santo compostelano no sería sino un tardío émulo del romano, instituido por Bonifacio VIII en 1300.
Lo mismo cabe decir de la antigüedad de la Puerta Santa, que con su apertura se convierte en símbolo visible, y ritual externo esclarecedor, de la vigencia del año jubilar. Para mayor gloria de la Iglesia compostelana se ha vindicado que la gallega antecedió a las de las basílicas romanas, presentes desde el siglo XV, pero de nuevo se ha confirmado que su origen es posterior, hacia las primeras décadas del siglo XVI.
En un principio se trataba de una entrada modesta, en concordancia con el pasaje evangélico en el que Cristo expresa: «Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta, y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.» (Mt. 7, 13-14). Mas luego llegó la Contrarreforma, con su gusto por la ostentación victoriosa, y convirtió el modesto acceso en el arco triunfal que hoy vemos en la Praza de A Quintana.
La prórroga del año santo
Para realizar una correcta lectura de la ampliación del año santo a 2022 tenemos que revisar, primeramente, si hubo algún precedente, esto es, algún jubileo extraordinario a lo largo de una historia, por cierto, repleta de largos y atroces episodios de pestes y guerras que convierten al Covid-19 en, incluso, cosa menor.
Pues bien, tan solo en dos ocasiones se concedió un año santo extraordinario per se o como prórroga de uno anterior, y no fue, precisamente, a causa de la peste. El primero tuvo lugar en 1885, y fue otorgado por León XIII a través de la bula Deus Omnipotens, que certificaba la autenticidad, tras un largo proceso canónico, de los restos hallados en las excavaciones realizadas en la catedral en 1879 como los del apóstol Santiago. Deslucido por la epidemia de cólera morbo que afectó a la península ibérica, antecedió al ordinario de 1886.
La única prórroga como tal, en unas circunstancias realmente especiales, fue la de 1938, que por las vicisitudes de la Guerra Civil fue concedida tras el año ordinario de 1937 por Pío XI, ocupando la silla compostelana Tomás Muniz Pablos. Se ha pretendido, para justificar la actual, ponerla como ejemplo, pero en aquel entonces comenzaban a regir los principios del nacionalcatolicismo, consagrado por el franquismo, una realidad política y social que nada tiene que ver, por ventura, con la del actual estado democrático. El propio «Caudillo» «peregrinaría» el 5 de diciembre de 1938, entrando en la catedral bajo palio y saludando junto al arzobispo al modo fascista, para agradecer al apóstol su auxilio frente a las hordas comunistas. Eran, desde luego, otros tiempos… Por cierto, en número de peregrinos el año santo de 1938 pasó sin pena ni gloria: más allá de la propaganda conseguida por el régimen, no estaba el horno para bollos.
Otro hecho que no hemos de ignorar, mostrando cuan inconsistente es el razonamiento de una prórroga en beneficio de esos supuestos pobres peregrinos imposibilitados de obtener la gracia, es que nos encontramos en el período largo del ciclo jubilar, once años desde el último año santo de 2010. Se obvia interesadamente, la memoria flaquea, que entre el 8 de diciembre de 2015 y el 20 de noviembre de 2016, por designio del papa Bergoglio se desarrolló el año santo extraordinario de la Misericordia, con carácter universal y concesión de la indulgencia plenaria a lucrar en determinados templos de cada diócesis. Durante este tiempo ¡permaneció abierta la Puerta Santa de la catedral de Santiago!, pero como no hubo Xacobeo que lo acompañara, el hecho no tuvo la más mínima repercusión en el número de peregrinos llegados.
En vista de lo anterior toca ahora preguntarnos si realmente los jubileos siguen suponiendo algo importante para los católicos, o realmente se han convertido, como tantos otros ritos del ayer, en un acto publicitario mayormente al servicio del turismo.
Resulta evidente que las denuncias de los reformistas, ante el escándalo de la compra y venta de más o menos días en el Purgatorio a través de las indulgencias, fue demoledor para la imagen del papado, y que parte de esa crítica ha calado entre los propios creyentes, también entre los que aún nos consideramos católicos. Así pues, el aumento de peregrinos en los años santos no se debe tanto a cuestiones de fe o espiritualidad como de promoción o modas, pues las motivaciones de quienes hacemos hoy en día el Camino, pese a las tretas de la Oficina de Peregrinación para que le cuadren las estadísticas según un esquema preconcebido, ya no son las de antaño, sino múltiples y en cierto modo confusas.
Además, todos sabemos que durante los últimos años santos se ha dado un curioso fenómeno: se dispara el número de españoles (de 79.007 en 2009, el 54% del total, a 188.089 en 2010, el 69%), ello en razón a los grupos católicos organizados que vienen a hacer las últimas etapas del Camino (parroquias, colegios, asociaciones), pero no aumenta significativamente el número de extranjeros y, lo que es más relevante, decrece considerablemente el número de peregrinos de largo recorrido. En esta dinámica radica el negocio para Santiago de Compostela, en primer lugar, y para la Galicia de los 100 km.
En resumen: la concesión de la prórroga no responde solo a cuestiones religiosas, o fundamentadas en la pandemia (el comodín para todo), sino en los tejemanejes y presiones cortesanos de las autoridades gallegas, con el apoyo del ayuntamiento de Santiago y de todos los sectores implicados en el turismo, para que el Xacobeo pueda seguir parasitando, como lo hace desde 1993, el año santo. El resultado se consigue no tanto por una absoluta comunión de intereses, sino más bien por el yo te doy tú me das, magno cambalache de obras y servicios son amores a cambio de bendiciones.
No es que al papa Francisco, con fama de generoso, le hayan metido un gol macanudo a lo Maradona, es que realmente la Iglesia siempre ha actuado así, poniendo una vela a Dios, y otra…, al capital.
Quien ponga reparos a la concesión será a un tiempo calificado de hereje, que esto ya no afecta gran cosa a la integridad física, y de antigallego, ello a pesar de que aquí no gobiernen los nacionalistas.
Al parecer había miembros de la curia compostelana que no estaban de acuerdo con transigir con estas presiones políticas, pero por supuesto han hecho mutis por el foro y a otra cosa, porque al fin y al cabo la afluencia de peregrinos y turistas, cuantos más mejor, también reporta un notable lucro para las arcas de la basílica, al parecer más saneadas desde que se detuvo al electricista Castiñeira: un «no hay mal que por bien no venga» de libro, nunca mejor dicho.
Y como colofón un escándalo
Los rituales pierden todo su sentido cuando se convierten en un ballo di maschera, y como tal, con tristeza, hemos de calificar la reciente apertura de la Puerta Santa. A todos nos extrañó que este año no hubiese en la procesión peregrinos que, como sucedió en los años precedentes, participasen en la comitiva, con el gran valor simbólico que ello representa. La prensa adujo, de nuevo cautiva del trágala, que no estaban por mor del Covid-19.
Otra falsedad, pues sí hubo peregrinos, cierto que pocos, que llegaron ex profeso a Santiago estos días, el mismo 31 de diciembre siete según el registro de la Oficina de Peregrinos. Citemos algunos casos: Jesús Jato e Irene, que hicieron en medio de tempestades y aguaceros el Camino con la ayuda de una carreta prestada por el cura Blas, de Fuenterroble de Salvatierra, y que esperaron pacientemente en las afueras de la ciudad a que llegara la hora de participar con ilusión en la ceremonia. Pese a tener su credencial y Compostela, no hubo tu tía, y un histórico hospitalero como el berciano Jato fue vetado. Hoy lo suponemos más descreído.
Lo mismo le sucedió a Mapi Ybarra, la única peregrina que obtuvo la Compostela el día 30, al menos hasta las 16 h de la tarde, procedente de O Cebreiro «a través de un camino gélido, solitario y con el 90% de los alojamientos cerrados». Al arribar al Centro de Acogida al Peregrino solicitó un permiso de asistencia a la ceremonia, y le fue negado porque las «invitaciones», como si esto fuera el concierto de Nacho Cano, ya «estaban agotadas» desde el día 21 y repartidas a dedo entre los allegados, que no eran precisamente peregrinos con las botas húmedas.
Al peregrino Luis Cañas, que acabó su recorrido por el Camino Francés el día 31, le soltaron una cantinela similar: «¡has llegado tarde!». Según parece, los peregrinos de este año tenían que haber estado en Santiago antes del día 21, y esperar en una suite del Hostal de los Reyes Católicos hasta que les tocase el gordo.
Ante esta vergonzosa falta de sensibilidad hemos evocado el escándalo vivido durante la apertura de 1999, cuando tras cruzar la puerta santa el entonces presidente Manuel Fraga, acompañado de Mariano Rajoy, la cerraron bruscamente ante las narices de los peregrinos que lo seguían, entonces aún ataviados con sus bastones y mochilas, montándose una buena tangana y griterío. Comprobamos con dolor que las cosas no han cambiado, y que el protocolo sigue anteponiendo el boato, para mayor lustre de las autoridades y en aras de un ritual travestido en espectáculo. A los peregrinos solo nos resta ser meras comparsas o, para qué negarlo, esas visas ambulantes que, según se espera, contribuirán a solventar la crisis Covid y harán medrar unos puntos el PIB gallego.
Que Santiago, sea donde esté enterrado y mejor desde la Gloria, los perdone. Amén.
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