El prestigio del Camino de Santiago, apropiado por el marketing comercial, deportivo y turístico
Vamos directos al grano: ¿os parece bien que el Camino de Santiago sea utilizado para dar publicidad sin cuartel a las más variopintas iniciativas? ¿es legítimo que se apropien, con evidente oportunismo, del prestigio de la ruta para favorecer propuestas comerciales, deportivas o turísticas? ¿y si éstas son filantrópicas, es admisible aceptar de mejor grado la utilización?
Pues bien, es cierto que las vicisitudes son muy diversas, y que en muchas ocasiones asistimos a la campaña de unos padres o asociación concienciada, que para llamar la atención sobre un caso concreto –por ejemplo una persona necesitada de un trasplante urgente, de una operación costosa, o para financiar la investigación sobre enfermedades raras- se dediquen a hacer el Camino de Santiago para recoger fondos y, sobre todo, para amplificar su mensaje y sensibilizar a la sociedad.
Otras veces, sin embargo, algunas de estas propuestas son totalmente utilitaristas y causan vergüenza ajena. Nos referimos a aquellas en que los patrocinadores, actuando con manifiesto descaro, llegan incluso a manifestar, cuan generosos mecenas, la gran promoción que están haciendo del Camino, que con su aportación será más conocido. ¿Más todavía? ¡Mama mía!
Cuando Eduardo Chillida (1924-2002), reconocido y consagrado artista vasco, presentó su proyecto de horadar la montaña sagrada de Tindaya (Fuerteventura) para crear allí una singular obra de arte, hubo un intenso debate social que puede ser trasladado al Camino. Entonces, algunos se hicieron la siguiente pregunta: ¿quién aporta más a quién: el artista a la montaña y a Fuerteventura, o la montaña y Fuerteventura al artista? Entre los especialistas había quienes entendían que ciertos artistas, más que cobrar por sus proyectos, deberían incluso pagar, y grandes cantidades, por permitir que su nombre quede para siempre unido a un lugar ya emblemático, natural, sagrado o mítico, que no precisa de intervenciones para crecer. Casos parecidos han sido las intervenciones del arquitecto César Portela con la instalación, que a cualquier otro promotor le habría estado vetada, de un cementerio en el promontorio de Fisterra, o la instalación del monumento titulado A Ferida, impactando gravemente sobre el santuario de A Barca (Muxía), para recordar la tragedia del Prestige, en ambos casos ubicados junto a una ruta jacobea.
Si la aportación de artistas consagrados es contestada socialmente, más todavía lo debería estar la actuación, aunque sea efímera, de chiquilicuatres que tan sólo pretenden vender mejor su producto, al tiempo que obtener subvenciones apoderándose del calificativo, un reclamo que viste mucho, del Camino de Santiago.
Sin contar las muchas iniciativas más propias de frikis, algunas de las cuales resulta insólito que sean tomadas en serio, con patrocinio de empresas y administraciones (Camino en globo, en zapatillas, bailando, en línea recta por no sé qué paralelo, etc), nos irrita especialmente una nueva tendencia invasiva: la de las actividades deportivas que ocupan la ruta.
Del amplio repertorio generado por advenedizos sin escrúpulos, en 2017 nos ha llamado la atención una convocatoria anunciada a bombo y platillo. Estúpidamente titulada como “La Carrera del Peregrino, un nuevo concepto de running”, se propuso completar la totalidad del Camino Francés, entre Roncesvalles y Compostela, del 18 al 24 de junio, cometido en el que estaban implicados diez equipos de relevos. Para animar a los atletas recurrieron a lemas de Perogrullo, tales como “El deporte hace personas… el Camino los une” o “la espiritualidad y la épica del Camino se unen a los valores que aportan el deporte y el olimpismo”. Al escuchar la palabra mágica, ¡Camino de Santiago!, la Fundación del Comité Olímpico Español no pudo negarse a auspiciar el proyecto, que con tanto derroche de inteligencia combinaba deporte, historia y patrimonio, “aunando el espíritu olímpico con la esencia del Camino de Santiago”. Como resulta evidente, la “esencia” del Camino parece haber derivado en correr sin parar, acaso para pillar cama en albergues de donativo o bajo coste, o para huir de la marabunta, quién sabe.
Por si lo anterior fuese poco, en la convocatoria se acuño un nuevo término, el de “corregrino”, espécimen que al parecer tiene derecho de paso, a golpe de aquí está la organización y que se aparten los demás, con privilegios como servicio de atención médica, podólogo y fisioterapeuta propio. Y por supuesto, no todo ha sido correr (entre 6 y 21 km por tramo y relevo), sino también disfrutar del patrimonio, sobre todo del gastronómico, bien patrocinados por incautos municipios o diputaciones, tonto el último. El colmo de los colmillos ha sido la burda escenografía de los relevos, que se hacían al grito de ¡Ultreia! Y como colofón, el tinglado contó con las bendiciones de siempre, y fue calificado como una “oportunidad única para obtener la preciada Compostela”, para que comprobemos cómo se construyen las estadísticas en la oficina de peregrinación. Gran mascarada, y para mayor desgracia se anuncian futuras ediciones, aspirando a convertirse en “un clásico del Camino”. ¡Pavor!
Los peregrinos, que coincidimos con paseantes y atletas, profesionales o aficionados, en parques urbanos, rutas biosaludables, paseos marítimos, ciclovías y demás escenarios, siempre hemos sido respetuosos con la ambivalencia de nuestro Camino, lógica cuando atraviesa poblaciones. Sin embargo, que una competición deportiva invada la ruta, utilizándola para sus exclusivos fines promocionales, y por encima apropiándose de nuestros emblemas, ya me parece a todas luces un exceso intolerable. Tanto es así que incluso habría que solicitar a las direcciones de Patrimonio que no se autoricen este tipo de pruebas organizadas sobre la traza delimitada del Camino, pues resulta evidente que el Camino no es una pista olímpica, tan claro como que un estadio olímpico no se considera un recinto apto para sumar los famosos 100 km peregrinando.
O comenzamos a poner límites, o esto acabará desmadrado, y en próximas ediciones se atreverán a colocar vallas para que salten, llevarán conchas de vieira cosidas al número, y al mentar el Ultreia responderán con un Suseia o con un Buen Camino, quién sabe. Una forma de protesta podría ser la de agruparse en caravanas, como se hacía antaño, y entorpecer al máximo la realización de la prueba (modo pasivo), utilizando los bordones como barrera. Entre otras acciones de sabotaje se me ocurre tapar algunos marcos de piedra a su paso, y pintar alguna flecha para mandarlos al barranco del lobo, que es a donde deberían dirigirse los “corregrinos”, su aficción y, sobre todo, los desvergonzados organizadores.
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