Si cruzar los Pirineos hacia Navarra o Aragón se ha convertido en un mito para los peregrinos a Santiago, ya cabe imaginar lo que supone atravesar los Alpes, por el Grand-Saint-Bernard, a una altura de 2.473 m. Los romanos lo denominaron Mons Iovis (dedicado nada menos que a Júpiter, al que alzaron un templo), y en el Medievo era conocido como Mont-Joux. Aquí, a diferencia de los hospitales de Santa Cristina de Somport o San Salvador de Ibañeta (Roncesvalles), desaparecidos, los canónigos regulares agustinos mantienen la asistencia a los peregrinos en el gran Hospice. Pero antes es preciso llegar, y para ello volveremos a ascender con dureza por descampados y roquedales. Nos guiamos, una vez más, por el curso de La Dranse d’Entremont, y en el tramo final pisamos lo que resta de una calzada romana acompañados, gran parte del año, por la nieve.