Por la Rúa das Alminhas, que toma su nombre de un peto de ánimas, bajamos a la N2. En este tramo dispone de acera, y también de una buena área de descanso con otra fuente 20 m a la izquierda. También pasamos ante una tienda, muy elemental, y del oratorio de Nossa Senhora dos Caminhos, situada junto al p.k. 26.
Nos vemos obligados a superar un peligroso tramo de 200 m sin arcén, y luego, en el alto de Reigás (alto para quienes vienen del norte), a mano izquierda descendemos por un tranquilo camino de tierra a través de un pinar. Transformado en pista forestal, y cerrado al este por un monte coronado por peñascos graníticos, llega a una bifurcación mal señalizada en la que hay que seguir a la izquierda.
Paralelo a un arroyo, que genera una frondosa galería, con las parras trepando al modo tradicional del norte del país por los árboles, el camino alcanza una zona agraria cultivada con maíz, viñedo y legumbres.
En vez de seguir hacia la localidad de Oura, con el núcleo antiguo al otro lado de la N2, pero una extensa zona nueva residencial que se aproxima a la ruta, circulamos ante las piscinas da Ribeira.
5,6 Oura. Bordeando el campo de golf de Vidago, por una rectilínea e interminable avenida arbolada pasamos ante las magnas ruinas del hotel Salus, que como en Pedras Salgadas nos remite a un esplendor termal que ahora se pretende recuperar. La muestra la tenemos en el Gran Hotel, principal manifestación del lujo de los agüistas de antaño, de nuevo en funcionamiento, que ocupa el centro del parque termal. En esta ocasión, pues los peregrinos sudorosos no casan con las 5 estrellas —quedémonos con la Vía Láctea— y los jugadores de golf británicos, no estamos invitados a cruzarlo.
Ya en el pueblo, desde la iglesia neorrománica subimos ante el cuartel de los Bombeiros Voluntários y de un par de surtidos supermercados, alcanzando el centro en el Largo Miguel Carvalho, donde confluimos con la N2.
2,2 Vidago.