Turismo en Mallorca, Barcelona y... en el Camino de Santiago
Un reciente artículo en el periódico belga LaLibre.be, sobre las acciones de algunos colectivos contra el turismo de masas, incluye en sus ejemplos al Camino de Santiago, colocado entre los casos de Barcelona y de Mallorca. Creo, e intentaré demostrar, que este artículo peca de simplismo, y que los problemas en el Camino de Santiago no tienen, ni en sus causas ni en sus consecuencias, ninguna relación ni parecido con los problemas que el turismo genera en las grandes ciudades y en la costa.
Quien esto escribe no conoce ni un solo caso de un vecino que se haya visto en la obligación, por motivos económicos, de abandonar su vivienda porque el Camino de Santiago pasa por delante de su casa. Y en los otros casos son decenas de miles. Primera diferencia.
También es cierto que el aumento de los precios de alquiler y propiedad en el centro de las grandes urbes no sólo se debe al turismo, sino también a una economía orientada cada vez a más al talento, y cada vez menos al capital, como motor de generación de riqueza. Y las grandes urbes ofrecen unos servicios imbatibles, sea en cultura, en ocio, en deporte, en comercio, en educación, en servicios médicos, en transporte… servicios por los que los empleados de esta nueva economía están dispuestos a pagar lo que haga falta.
En el Camino de Santiago, los peregrinos, por la noche, duermen. Los turistas, en los otros casos, no, generando así molestias graves a los vecinos, pues los horarios y ritmos de unos y otros son distintos, sumándole a ello, el poco civismo de una minoría. Segunda diferencia.
Más del 80% del gasto de los peregrinos va directamente a pequeños negocios familiares de zonas rurales, las más perjudicadas por el sistema económico, el nuevo y el viejo. La mayor parte del gasto de los turistas incrementan la cuenta de resultados de las grandes empresas y de sus accionistas, sean cadenas hoteleras, turoperadores, petroleras, compañías aéreas, de restauración, de moda, de cruceros… Tercera diferencia.
El gasto energético y la consiguiente contaminación por emisión de gases producido por el turismo convencional es colosal, pues casi todos los desplazamientos son en avión, en coche o, peor aún, en crucero. Y a ello hay que sumar las compras banales. Mientras, los peregrinos descubren el mundo a pie. Cuarta diferencia.
A grandes número, el año pasado hubo 3 millones de pernoctaciones de peregrinos, mientras que en las Islas Baleares hubo 72 millones de pernoctaciones de turistas y en Barcelona ciudad 21 millones. Son órdenes de magnitud distintas y, por lo tanto, no comparables. Quinta diferencia.
La transformación y degradación del entorno por la construcción de grandes infraestructuras (hoteles, apartamentos, carreteras, aparcamientos, centros comerciales…) que provoca el turismo convencional, sea en las ciudades o en la costa, es de un impacto incomparable con la creación y mantenimiento de humildes albergues y algún que otro restaurante que necesitan los peregrinos. Sexta diferencia.
Y así podríamos añadir más diferencias. La animadversión hacia los peregrinos por parte de las personas que viven en el camino apenas existe, era mayor hace 20 años, cuando algunos vecinos veían a los caminantes con desconfianza y en algunos hoteles y restaurantes los intentaban evitar. Esos mismos hoteles y restaurantes abren hoy la puerta a los peregrinos con una sonrisa de oreja a oreja.
Respecto al artículo de LaLibre, algunas asociaciones de peregrinos, aunque su razón de ser sea la crítica, deberían evitar apuntarse alegremente a todos y cada uno de los bombardeos a los que son invitados, al menos si no son capaces (y parece que no lo son) de aportar los matices e información veraz para un análisis mínimamente serio.
En mi humilde opinión, el mayor daño a los peregrinos y al Camino es causado por la obligación de los 100 km para conseguir la compostela, lo que está convirtiendo los tramos de Sarria y Tui a Compostela en un circo cada día más insufrible, que perjudica la imagen tanto del Camino como de Galicia. Eliminando toda distancia mínima el tramo final seguiría posiblemente masificado, pero sería un lugar más sano y pacífico, pues allí nadie estaría por obligación.
Si no ocurre nada extraño, el número de peregrinos seguirá aumentando en los próximos años, una realidad que avanza indiferente a las opiniones de unos y otros, porque nada ni nadie posee la capacidad para influir en los motivos de fondo que la impulsan. Seguramente es más inteligente aceptar y gestionar, incluso a pesar de los gestores, esta realidad que discutir con ella. Y hay margen, si las cosas se hacen bien, para que el Camino de Santiago siga creciendo sin perder esa capacidad de transformación personal que lo define.
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