¿Tienen futuro los albergues de peregrinos de donativo?
El 27 de mayo de este año fallecía Jesús García Corcuera, párroco de Grañón, y a principios de junio se celebró en la iglesia de la localidad un funeral y encuentro de hospitaleros en su recuerdo. Dado que el albergue parroquial de Grañón, creado en su día por el párroco José Ignacio Díaz y consolidado por su sucesor Patxi Silanes, es un estandarte de la hospitalidad tradicional en el Camino de Santiago, la nueva situación ha reabierto un viejo debate: ¿cumplen alguna función los albergues de donativo en el presente? y, asimismo, ¿son viables en el nuevo contexto, cada vez más turístico, en que se desarrolla el ámbito de la peregrinación?
Nunca está de más reflexionar sobre la acogida tradicional, sea o no de donativo, y sobre el futuro que espera a este modelo de hospitalidad, en el presente eclipsada numéricamente por la inmensa oferta privada. Al respecto, además, percibimos una cierta desesperanza entre quienes llevan tiempo practicándola, e incluso hemos escuchado, por ejemplo en el Camino Norte, la propuesta de cerrar este tipo de albergues en verano.
A lo largo de los años 80 y 90 de la pasada centuria, aunque nos pueda hoy parecer increíble, la mayoría de los albergues, públicos (de la Iglesia o de los municipios) e incluso privados, eran de donativo, sin reservas y de acceso restringido a peregrinos con o sin credencial, cuestión que en aquel entonces no importaba tanto. Aquellos albergues pronto comenzaron a contar con la colaboración de los hospitaleros voluntarios, fraguándose un estilo de acogida que se inspiraba en la tradición de los hospitales de peregrinos existentes desde el Medievo.
A partir de los años 90 en el Camino Francés, y luego en otros itinerarios con importante concurrencia de peregrinos, fueron surgiendo los albergues privados, regulados por cada comunidad autónoma según sus criterios –en ocasiones muy dispares– como negocios turísticos. Por supuesto, entre esta amplia y variopinta oferta también encontramos muchos albergues montados por peregrinos que practican una acogida cálida, preparan una cena comunitaria y tienen otros detalles propios de los albergues tradicionales.
Algunos empresarios de albergues privados, con el riesgo que siempre supone crear un negocio que exige, además, una importante inversión económica y de esfuerzo personal, creen que los albergues de donativo carecen de sentido hoy en día. En muchas ocasiones, al tratar el tema hemos escuchado que si bien jugaron un papel fundamental hace unas décadas, pues era necesario promocionar el Camino, ahora ya no tienen razón de ser, porque los tiempos cambian y el peregrino del presente ya no precisa de estos lugares, salvo que queramos mantenerlos para los aprovechados.
Otros, menos finos y pisando sobre cacharros rotos con grandes dosis de desconocimiento de lo que ha sido la historia del Camino, no se cortan un pelo y dicen que este tipo de albergues, sin regulación específica, deberían desaparecer ya, pues no son más que una trampa de inseguridades para el peregrino, focos incontrolados ante las plagas de chinches, una tapadera para trabajar en negro, escuelas de proselitismo y, por supuesto, una insoportable competencia desleal.
Quienes así se explayan creando demonios donde no los hay, del mismo modo que los que atribuyen todos los problemas de un país a los inmigrantes, han tenido la suficiente fuerza para contagiar a algunos responsables de la administración aún menos informados, los cuales se han propuesto, según es tan caro a la burocracia, regular todo lo que se mueva, e imponer condiciones leoninas para la prosecución de la actividad de acoger peregrinos: seguros, registros, accesibilidad, condiciones laborales, equis camas y aseos por metro cuadrado, determinados servicios obligatorios, etc.
En el fondo se trata de ponérselo difícil a un tipo de “competencia” que en realidad no es tal, pues muchos peregrinos (jóvenes, parados, personas sin muchos recursos), de no existir este tipo de alojamientos tendrían muy difícil el poder hacer la ruta jacobea, y ya no digamos en invierno.
En cualquier caso, la económica no es la única dimensión del asunto. La hospitalidad tradicional aporta mucho más al Camino que bajo coste o gratuidad para quien no dispone de medios. Favorece, sobre todo, una experiencia diferente, más acorde con el sentido histórico de la peregrinación, de acogida por parte de otros peregrinos que, ahora como voluntarios, se disponen a dedicar su tiempo libre para ayudarnos.
¿Qué sería del Camino sin los albergues que practican una acogida tradicional? Pues posiblemente, el Camino dejaría de ser lo que ha sido siempre: espiritualidad, servicio, convivencia, confraternización, intercambio,…, para convertirse en un itinerario de senderismo con excelentes opciones de alojamiento y restauración, pero indiferenciado y en reñida competencia con tantas otras rutas turísticas de fe, naturaleza y cultura.
Alguien ha definido la hospitalidad tradicional como el alma del Camino, y lo suscribimos plenamente. Porque el confort material del cuerpo de nada vale si no se sacian también las apetencias espirituales de todo tipo, y no nos referimos a las entendidas como religiosas, ya que este tipo de acogida por parte de la Iglesia está en franca retirada en los itinerarios con mayor afluencia, persistiendo testimonialmente gracias al esfuerzo de algunos párrocos o comunidades religiosas.
Los diferentes caminos perderían una buena parte de su patrimonio inmaterial si cerrasen albergues como los de Arrés, Grañón, Tosantos, Frómista (Betania), Bercianos, Rabanal del Camino (Gaucelmo), Hospital de Órbigo, Astorga, Foncebadón, Ligonde (La Fuente), Vitorino dos Piâes, Herbón, Güemes, Grado, Fuenterrobles de Salvatierra, Tábara, Corcubión,…
Precisamente para hacer de contrapeso al lobby de los alojamientos turísticos, en 2017 nació en Castilla y León la Asociación de Albergues de Acogida del Camino Francés, que con el tiempo se ha ampliado al resto de los caminos jacobeos de la comunidad, y por el momento cuenta con 21 socios. Entrevistamos a su presidente, Miguel Pérez Cabezas, sobre la situación actual de este tipo de hospitalidad y sus perspectivas de futuro:
En 2017 hubo un encuentro en Santiago sobre esta cuestión, ¿estuvo allí el germen de la asociación que habéis creado?
El encuentro formaba parte del proyecto Life Star, que la Federación de Asociaciones de Amigos del Camino realizó para la eficiencia energética en los albergues, aunque también se habló de la acogida. Entonces se coincidió en la voluntariedad como una característica de los hospitaleros que practican esta acogida y los albergues en la que se desarrolla.
Pero la Asociación ya se venía gestando tiempo atrás, al coincidir varios albergues de distintas modalidades de propiedad y gestión pero con iguales valores a la hora de acoger peregrinos.
¿Cuál es la filosofía de la Asociación de Hospitalidad Tradicional de Castilla y León?
Su principal objetivo es mantener una de las señas de identidad del Camino, tan antigua como él y que, en sus diferentes variantes, ha pervivido a lo largo de los siglos. Desde un punto de vista más práctico supone, además, la posibilidad de que peregrinos de todo el mundo, tenga el nivel de riqueza que tenga el país del que proceden, puedan hacer el Camino. No podemos olvidar que hacer completo el Camino Francés requiere algo más de 30 días, y que a precios "de mercado" la peregrinación sería prácticamente inviable para un porcentaje muy elevado de personas.
Por otra parte, también es muy importante en España para incentivar a los jóvenes, y a las personas con menos posibilidades económicas, a acercarse al Camino. Y a ello hay que sumar el compromiso firme, una auto-obligación, de abrir todo el año, y de hacerlo tanto para cientos de peregrinos como para uno solo. Hablamos de un compromiso global con el Camino.
¿Era necesario agruparse en una asociación?
La evolución y complejidad que está adquiriendo el Camino exige unirse para defender la filosofía con la que trabajamos frente a una legislación fría y poco ágil que, en muchos casos, no acaba de entender la importancia de nuestra existencia. También por una necesidad de aunar criterios y apoyarnos en las necesidades comunes.
¿Quién forma parte de la asociación?
Albergues públicos y privados de todos los Caminos de Castilla y León, dispuestos a realizar su labor atendiendo a la filosofía principal citada.
¿Y el resto de comunidades?
De momento la asociación es muy reciente, y aunque tenemos peticiones al respecto, estamos poniendo las bases en el territorio que mejor conocemos y que, probablemente, más necesidades tiene.
¿Cuáles son vuestras demandas?
Que las instituciones nos reconozcan como un patrimonio singular del Camino, que hay que proteger para que perdure. Por tanto, que cualquier legislación que se plantee no se haga con intenciones regulatorias absolutas, sino de protección de este trabajo. En último término plantearemos la necesidad de convertir la Acogida Tradicional en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
¿Está habiendo receptividad?
En el caso de Castilla y León estamos en una situación expectante porque, en buena medida, pensamos que no acaban de entender la importancia de los albergues de acogida en una comunidad que no cuenta con un red pública como la gallega.
Ya en el plano personal, ¿consideras que tienen futuro la hospitalidad tradicional, y los albergues de donativo, en un Camino de Santiago cada día más comercial y regulado?
Pues tienen tanto futuro como el mismo Camino, y los mismos peligros que a éste amenazan. Buena parte del éxito del Camino está basado en esta forma de viajar, en su economía y en su apertura todo el año. Si hoy estos albergues cerrasen en invierno directamente se cerraría el Camino. Si desapareciesen el resto del año los precios se equilibrarían al alza y muchos miles de personas no tendrían capacidad para peregrinar. Los albergues de acogida, además, generan entornos de convivencia vividos intensamente por los peregrinos; esto, junto con la introspección que provoca el caminar durante días, crea la “magia del Camino”, una experiencia única en el mundo.
¿Cuál puede ser la fórmula de su viabilidad?
Su viabilidad pasa por ser conscientes de las aportaciones que produce y la necesidad de su existencia. Más allá de su protección por el mismo hecho de haber perdurado en el tiempo más de mil años.
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