Camino Francés: El goce de las pequeñas cosas
En ocasiones nos gusta entender el Camino de Santiago como si se tratase de una delicada pieza de orfebrería, acaso aquel rosario del que hablaba Arturo Soria Puig. En tan preciado objeto un vándalo, insensible ante la belleza, puede causar grandes desperfectos allí donde sólo ve metales preciosos, prestos para ser fundidos, o gemas con las que traficar en almonedas. Sin embargo, a veces también mana el sentimiento opuesto cuando aparece un artesano, sensible y habilidoso, dispuesto a mejorar la pieza con filigranas, repujados o cabujones. De regreso al Camino real, consideramos que procede aplaudir las intervenciones que restauran, completan o mejoran lo que ya existe, y suele suceder que estas actuaciones a menudo son las más modestas, las que menos se perciben, pero también las que mejor completan el sutil y delicado encaje. En pasar casi desapercibidas radica, precisamente, su éxito.
Nos vamos a detener hoy en dos pequeñas muestras de este buen hacer en el Camino Francés, ambas muy próximas a Compostela y por nuestra parte merecedoras del aplauso.
Un hórreo renacido
Hace aproximadamente una década, por el abandono que amenaza a tantos edificios del rural, en A Calle de Ferreiros se desmoronó el pequeño hórreo, durante tantos años fotografiado, que se situaba encima de un rueiro, estrecho paso enlosado por el que el Camino atraviesa la aldea. Este granero estaba asociado a una casa de labranza de piedra también arruinada, y ocupaba tan pintoresca posición posiblemente ante la falta de un acomodo mejor, sobre todo para la correcta ventilación, en otro lugar de la propiedad.
Hace unos años, la vieja casa fue rehabilitada con mimo para instalar en ella el Hotel Rural A Casa do Hórreo, de seis habitaciones, que es una auténtica delicia. Su nombre parecía anunciar que el hórreo derribado, del que tan solo restaba la repisa sobre el Camino al modo de un paso de piedra, acabaría siendo restituido. Esto mismo, por fortuna, es lo que acaba de suceder ahora mismo, constituyendo un motivo de alegría comprobar a mediados de marzo que los operarios estaban finalizando la cámara de madera, réplica de la original.
Una pequeña intervención, de carácter privado, devuelve así al itinerario uno de sus símbolos como en su día se había obrado en Leboreiro, antes de llegar a Melide, levantando de nuevo el cabeceiro u hórreo primitivo de varas entrelazadas y cubierta vegetal.
Si las administraciones competentes pusieran más interés en estas pequeñas obras (pasos de invierno, muros de piedra seca, fuentes y lavaderos tradicionales, cruces, petos de ánimas y otros elementos propios de la infraestructura viaria y el paisaje tradicional), y no tanto en las magnas y en muchos casos desmesuradas intervenciones, mejor le iría al Camino.
Un monumento reconvertido
No lo podíamos resistir porque nos causaba profundo espanto, y no en el sentido barroco o luso del término, sino en el más peyorativo, y por ello muchas veces hemos calificado de auténtico mamotreto, indigno del lugar, el monumento titulado «Encuentros en el Camino de Santiago» (1993), alzado en el Monte del Gozo para conmemorar la IV Jornada Mundial de la Juventud (1989), presidida por el entonces romano pontífice Juan Pablo II.
El artefacto, por denominarlo de algún modo, fue encargado por la Casa Real a la escultora brasileña y condesa, residente en la corte española, Yolanda Lins d’Augsburg Rodrigues. Lo concibió como un pesado y rimbombante artilugio de dudoso gusto y simbolismo, pues en vez de reforzar el sentido de la milenaria colina vinculada a la alegría de los peregrinos al contemplar por vez primera las torres de la catedral, su propuesta era una suerte de panegírico papolátrico que se antojaba más propio de la grandilocuencia estética del fascismo o de los soviets —todas las dictaduras pecan del mismo defecto de ensimismamiento y soberbia—.
Sobre una base piramidal truncada revestida de piedra, cada una de cuyas caras mostraba un relieve alusivo al mentado Encuentro, se levantaban dos grandes espirales de acero, simulando algo así como sendas llamas, que sostenían una plataforma coronada por una cruz decorada con una concha de venera y escoltada, a sus pies, por dos peregrinos.
En marzo de 2021, dado el mal estado en que se encontraba la escultura —parece mentira que una artista brasileña no haya previsto los efectos de la corrosión galopante en un clima menos tropical que el de su país, pero sumamente lluvioso, como el gallego—, la Xunta de Galicia, es de suponer que con un asesoramiento técnico previo, tomó la decisión de desmontar la pieza y, visto que era imposible recuperarla, se procedió a instalar las cuatro placas con los relieves alusivos al viaje del papa, sobre el terreno en una composición que, al menos, no resta protagonismo a la orografía de la colina.
Lo más gracioso del asunto, verdadera opereta en la que los ribetes ideológicos priman sobre los artísticos, es que algunos colectivos indignados han visto en el desmontaje de esta chatarra, oxidada y a punto de colapsar, un atentado contra los valores católicos promovido por la Xunta de Galicia, auspiciada y azuzada por la izquierda radical, en permanente combate con la religión. Como tal hay que calificar la desproporcionada reacción de la asociación denominada Abogados Cristianos, que en el verano de 2021 anunció un recurso a la vía contenciosa, interpretando la acción como un episodio más de la descristianización del país, procediendo a recoger firmas de protesta y no descartando acciones penales contra el mismísimo Alberto Núñez Feijoó, el peligroso rojo que por ahora sigue gobernando la Xunta de Galicia. En su alegato no se les ocurrió mejor chanza que señalar que mientras eran derribados los símbolos cristianos, en Galicia proliferaban los monumentos dedicados a los marxistas, tal el del Ché Guevara en Oleiros. Sin más comentarios, vivíamos en Venezuela sin percatarnos, qué ingenuos somos los ciudadanos del noroeste.
Por cierto, recordamos que en una colina próxima, que algunos estudiosos consideran otra posible ubicación del Monte do Gozo, en el año santo de 1993 también fueron dispuestas dos esculturas de Acuña que representan a sendos peregrinos emocionados al divisar Compostela. Esta sí ha sido una intervención respetuosa y acorde con la tradición del lugar, y es una lástima, como apuntó en su día Mario Clavell, que no fuese la elegida para el Monte do Gozo 1, inmediato al Camino. ¿No han pensado en realizar un cambio?
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