Mochila: cómo aligerar el peso, pero sin pasarse
Os aseguramos que nos encantan esos blogs de Internet, y esos videos de Youtube y TikTok, en que los listos de la clase nos explican sus ingeniosos trucos para quitar las manchas de la ropa, el mejor sistema para ordenar la cocina y otros métodos infalibles para curar las hemorroides, cepillar al gato o cocinar los mejillones. En esa enciclopedia infinita de sabiduría popular, aún pendiente de las irrefutables aportaciones de la I.A., por supuesto también hay información detallada a propósito del Camino de Santiago, y entre otras cosas sobre cómo hacer la mochila guay, la más ligera, en la que no faltará nada de lo que precises.
Pues bien, por nuestra parte no vamos a ofrecer ninguna solución definitiva, teniendo en cuenta que cada persona es un mundo con sus necesidades específicas y manías. Así mismo, todos los itinerarios son diferentes, más o menos duros, mejor o peor dotados de servicios, esto sin olvidar la época del año en que se realicen y otras variables e imponderables.
Dado que la mochila será como nuestra casa a cuestas, el peregrino debe ordenar y mandar en la suya como Dios le dé a entender, cada maestrillo con su librillo, por lo que no seremos nosotros quienes le vayamos a enmendar la plana. En cualquier caso, Gronze ya ofrece una lista muy depurada, aunque seguramente discutible, de lo imprescindible.
Por lo tanto, nos limitaremos a unirnos al coro de los esclavos para, al menos, intentar aligerar las cadenas, no vaya a ser que en la primera etapa, por previsores de más (la novatada por la que todos hemos pasado), alguien se vea obligado a mandar el 30, 40 o 50% de la carga para la estafeta de Correos de Compostela, o directamente a casa.
Y como el intercambio de recursos y experiencias siempre resulta enriquecedor en el mundillo peregrino, y en Gronze hay muchos veteranos de la ruta, esperamos que nos echéis una mano tras leer estas reflexiones.
Así pues, vamos a comenzar por dos temas delicados y a la vez cruciales para todo caminante: el calzado y la mochila.
1. En cuanto al calzado, como la mayor parte del tiempo lo llevaremos puesto, no pesará en la mochila. La apuesta más minimalista pasa por utilizar solo un par para la ruta, elegidlo bien y domadlo antes, es algo crucial, y luego unas sandalias o chanclas que tanto puedan servir para la ducha, evitando así el riesgo de pillar unos molestos hongos, como para descansar los pobres pies y pasear por la tarde, aunque lo ideal serían dos pares: sandalias de trekking ligeras, que en un momento dado también puedan ser usadas en las etapas o para largos paseos urbanos, y unas chanclas de las baratas para la ducha. El uso persistente de chanclas de goma o plástico de poca calidad, en días calurosos puede llenarnos los pies de ronchas.
2. Por lo que atañe a la mochila, aquí siempre aconsejamos que no se anteponga el ahorro a la calidad, ya que acabaremos castigando la espalda. Busquemos una mochila ligera pero resistente y que amarre bien, mejor con el protector de lluvia incorporado en la base, y de una capacidad de unos 40-45 litros para itinerarios largos o estaciones intermedias y frías, y de algo menos para los cortos o veraniegos (30-35 litros).
3. El tema de la ropa es también importante, pues si llevamos el ropero para marcha y reposo, más otro para dormir y varios juegos y repuestos ante el temor de que llueva y no podamos lavar y secar, o los trapos de gala por si nos invitan a una fiesta vip, estaremos perdidos y necesitaremos del famoso maletón.
Sin llegar a un extremo, puede ser razonable incorporar únicamente tres mudas de camisetas, ropa interior y calcetines, lo que implica que habrá que lavar prácticamente a diario, algo que la rutina convertirá en una acción rápida y casi automática. Si no se quiere sobrecargar la mochila, se podrá poner la ropa que se va a usar al día siguiente tras la ducha y para dormir, aunque también se puede llevar un juego más, siempre ligero (dos piezas, 300 gramos), para la noche, o una camiseta o camisa únicamente para la tarde.
A mayores, aunque siempre se puede practicar el poco higiénico sistema de la cebolla, suele ser imprescindible un cortavientos ligero y un polar de recambio o para el frío. Se discute bastante sobre la necesidad o no de la capa, que nos empapará por dentro con el sudor: hay quien prefiere encomendarse al propio cortavientos si es impermeable o a un chubasquero, con el complemento de un paraguas portátil. Por supuesto, en invierno habrá que protegerse del frío, pero estas prendas «extra» no suelen cargarse en la mochila, y hoy en día se fabrica ropa técnica con excelentes prestaciones térmicas y de poco peso.
Para no llevar dos pantalones, uno largo y otro corto, se recurre al desmontable con cremalleras, aunque tendremos que pensar en otro más deportivo, corto o largo, para después de la ducha.
¿Traje de baño? Solo si realmente piensas bañarte en playas o ríos. Los hay muy cortitos y ligeros, como los de los nadadores profesionales; evita, por favor, los largos de tipología hawaiana.
4. Una cuestión peliaguda, que ha dado que hablar bastante en los últimos tiempos entre los que no quieren cargar ni un cepillo de dientes, es la del saco de dormir. Nosotros entendemos que forma parte de la indumentaria moderna del peregrino, y que su uso nos permite obtener ciertas garantías en el caso de que refresque de noche (fundamental en ciertas estaciones), pero también para establecer una barrera con unas fundas de colchón que no siempre destacan por su limpieza. Por fortuna, hoy contamos con sacos ultraligeros que ofrecen buenas prestaciones y confort térmico con un peso inferior a 500 gramos.
La alternativa que propugnan algunos, para no cargar con el saco, es la sábana-saco, desde luego mucho más ligera, pero más necesitada de lavados y, sobre todo, del complemento de mantas que no siempre encontraremos en buen estado de limpieza en los albergues. Puede ser una opción válida si peregrinamos en época de mucho calor. Por supuesto, existe otra solución: ir siempre a albergues que ofrezcan la cama hecha, o a alojamientos alternativos de mayor precio, pero esto implica que renunciaremos a pernoctar en algunos lugares emblemáticos de las diversas rutas, y asumir el riesgo de que un día no exista la alternativa de otra modalidad de alojamiento, y que no sea posible alquilar un juego de sábanas.
5. En ocasiones los peregrinos, por ser previsores de más, o por pensar que van a caminar por un territorio poco menos que salvaje, se atiborran de productos de aseo, higiene y médico-sanitarios. En este campo siempre hemos aplicado la receta de los viajes en avión de bajo coste: envases pequeños, por lo general nunca mayores de 100 cl, para lo que se precise llevar, y ya se irán rellenando a medida que se necesite. Un par de paquetes de pañuelos de papel pueden prestar múltiples prestaciones, y donde decimos múltiples cada uno que piense en los usos.
6. Otro tanto cabe decir del botiquín, que debería ser muy somero, poco más que tiritas, kit de ampollas en el caso de que las tengáis habitualmente y un desinfectante, poco o nada más. Eso sí, que nadie se olvide de la crema solar aunque sea en pequeñas dosis a reponer, ni de una toalla de microfibra que no tiene por qué ser de tamaño familiar, basta con una pequeña para secarnos por parroquias. En el Camino suele haber farmacias, y en los albergues y alojamientos siempre disponen de un botiquín básico, el Camino no discurre por la Amazonía.
7. Los más románticos puede que amemos el papel o la fotografía realizada con máquinas específicas, pero es bien sabido que hoy en día el móvil es algo así como un cuchillo suizo o un McGyver universal, ahí tienes agenda, calculadora, máquina fotográfica, radio, equipo de música, gps, cartografía aceptable, linterna, calculadora y, por supuesto, también puedes haber descargado aplicaciones para otros usos o con tu itinerario, y consultar con datos o Wi-Fi buenas guías como la de Gronze, e incluso pagar con Bizum. En resumen, te ahorrarás cargar guías de papel, libretas y bolígrafos o lápices, máquinas, el Garmin y demás. Eso sí, como se te descargue el móvil estás listo, y ya no queremos ni pensar lo que puede ocurrir si se estropea, rompe, extravía o te lo roban (no ha sido el primer caso). Por si acaso, pégale una estampita de San Pancracio para la buena fortuna, y lleva otra de San Antonio por si se te pierde. Y si quieres un recuerdo no digital, de los que duran de verdad, entonces recuerda el papel, que nos acompaña desde hace dos milenios y no falla.
8. Vamos ahora al listado de otros objetos, denominémoslos complementos, que pueden resultar, o no, una carga: sombrero o gorra con visera, sí, imprescindible, pero los hay muy ligeros; orejeras, pañoletas, fulares, bufandas, bragas para el cuello y demás, cada uno sabrá si las necesita; lo mismo los guantes, que estimamos un incordio salvo en invierno; gafas de sol, tal cual, a quien Dios se las dé San Pedro se las bendiga; dos bastones, ¡qué locura!, nunca lo hemos entendido, en la mayor parte de caminos llega y sobra con uno, sea bastón telescópico, rígido o bordón, e incluso con ninguno; esterilla, ni hablar, ya pasó su época; bidón o cantimplora, uno y basta, de 1 litro llega, venden botellines de agua para días de mucho calor y largas distancias sin pueblos ni fuentes; utensilios para cocinar, ¿pero de qué me estáis hablando?; una bota de vino, qué lujo, sobre todo si va llena = 1 kg; una navaja, muy recomendable, no es necesario que sea suiza, o china de imitación, llega con la navaja simple de una hoja; y el resto de cubiertos de plástico, pero nunca esas basuras de un solo uso. ¿Jabón para lavar la ropa? Pues se puede usar el mismo gel-champú del cuerpo si ese día no lo hay en el albergue. ¿Cuerdas, pinzas? Allá tú, pero las segundas podrían ser mini (lo que sí resulta práctico, para colgar ropa mal secada de la mochila, son los imperdibles, un clásico sin apenas gramaje del peregrino hacendoso).
9. Ah, eso sí, que nadie se olvide de la documentación, sobre todo la credencial, el DNI y la tarjeta sanitaria. En cambio no es necesario llevar todas las tarjetas de crédito y débito de la colección, ni las de descuentos de supermercados y otras empresas, o las de socio del club de fútbol o del casino, como hacen algunos, y tampoco la del transporte público de tu ciudad, salvo que esta la vaya a cruzar tu Camino. No hablamos de amuletos porque es una cuestión muy personal.
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Todo lo anterior puede no servir de nada si al pesar la mochila, antes de partir (no contamos alguna comida que se pueda consumir en varios días, tipo barritas energéticas, frutos secos o galleta), esta sobrepasa los 8 kg. De hecho, el peregrino bien organizado, austero y práctico no debería cargar más allá de 6-7 kg, y en ningún caso, como reza ese axioma tan próximo al conocimiento mágico, más del 10% de su peso corporal, generalización asumida que no estima si ese peso que soporta es de masa muscular o de grasa fofa.
En fin, amigos, olvidad la perorata y, por favor, transmitid a los demás vuestros consejos, que sin duda serán sabios, para aligerar la mochila, pero sin pasarse y caer en el hatillo mendicante.
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