Las grandes dehesas de la Plata
El Camino de la Plata es grandes dehesas, calor, silencio, luz, colores intensos y aire limpio. Y soledad, una inmensa y profunda soledad. Hay quien dice, después de haber andado en solitario de Sevilla a Santiago, que para él la palabra “soledad” ha tomado, para siempre, un nuevo significado. Y para quien se aventura en el Camino de Plata la soledad no termina al llegar a Santiago: allí, una multitud de peregrinos que llegan del Camino Francés, y que se han conocido en el camino, celebran con alborozo el final de su periplo. Pero el que llega de la Plata no conoce a nadie. Casi cuarenta días de camino solitario y cuando llega, por fin, a la plaza del Obradoiro, abarrotada de gente, se encuentra más solo y perdido que nunca.
Cuando se dice que la Plata es especial puede parecer un tópico, pero no puede negarse que la Plata tiene algo que no tiene ningún otro camino en el mundo: las dehesas. Las dehesas son bosques claros de encinas, de una belleza sugerente, por donde pastan libremente el ganado bovino y porcino. Su existencia se remonta a más de tres mil años, y son el resultado de la transformación por la mano del hombre de primitivos bosques para la explotación ganadera extensiva. En las comunidades de Andalucía y Extremadura suelen tener una gran extensión, mientras que en la provincia de Salamanca son más pequeñas.
El Camino de la Plata cruza muchas dehesas, y cada día es necesario abrir y cerrar varias cancelas de paso. Un hecho curioso relacionado con las cancelas es que el procedimiento para abrir los pestillos nunca es el mismo, y hay algunos mecanismos de una originalidad suprema que requieren un detallado estudio y análisis previo de la cerradura para conseguir abrir de una vez por todas la cancela y continuar el camino. No hay ningún problema en cruzar a pie las dehesas siguiendo el Camino de la Plata, pues los animales suelen ignorar olímpicamente a los caminantes. Aún así, es mejor no tentar a la suerte, y es recomendable no molestarlos ni acercarnos demasiado allí donde pueda haber crías. El camino no pasa por las dehesas donde hay toros de lidia; afortunadamente, pues aunque dicen que nunca atacan en campo abierto, su aspecto amedrenta al más valiente.
En octubre de 2003, cuando hice este camino, los alojamientos destinados a los peregrinos eran, en general, y por decirlo de alguna manera, poco higiénicos. Una buena parte de ellos no disponían de agua caliente, hecho que asumo como gajes del oficio, pero lo peor es que en algunos casos llevaban años sin mantenimiento ni limpieza. En un pueblo de Salamanca dormí en las antiguas escuelas (ahora en este pueblo hay un albergue), una casa en las afueras, con los cristales rotos, sin luz, sin camas, y con una variedad de insectos, arácnidos y otros artrópodos dignos de un reportaje del National Geographic. Estoy convencido que en aquel lugar habían evolucionado especies endémicas que la ciencia desconoce. No sabía ni dónde dejar la mochila. Pero no había alternativa, así que después de la cena me tomé un whisky para tener el valor suficiente de volver allí e intentar dormir. Como en este mundo todo cambia, incluso algunas veces para bien, el Camino de la Plata ha ido, poco a poco, mejorando los alojamientos para peregrinos. Por ejemplo, en Zamora, en octubre del 2003, me dirigí a la Oficina de Turismo para que me informaran de qué ver y también para que me aconsejaran de algún lugar para dormir. La chica, muy guapa y simpática, me dijo que “pronto” (era octubre de 2003) se abriría un albergue municipal para peregrinos, y me recomendó una pensión que resultó de lo más curioso (merecería otro post) en el centro de la ciudad. Hace pocos días, en enero de este año, leí que se iba a inaugurar, en Zamora, el albergue municipal de peregrinos, de 32 plazas.
Pero me han dejado un poco triste las estadísticas de un estudio de campo realizado por Víctor Sierra y algunas asociaciones. Dice que en el año 2006 hicieron el Camino de la Plata 3.523 peregrinos, 6.467 el Portugués, 5.378 el del Norte y 82.502 el Francés. Y una buena parte de los peregrinos de la Plata son ciclistas. Queda claro, pues, que los soberbios paisajes del Norte seducen más que la sutil belleza de la Plata.
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