El Camino en soledad
Hasta hace poco, cuando nos referíamos a la soledad en el Camino podíamos aludir a dos realidades: o bien que alguien decide realizar a priori la ruta sin compañía, o bien en los peregrinos que buscan deliberadamente las soledades, y no únicamente la personal, por elegir una estación o un itinerario de escasa concurrencia.
La primera fórmula, recomendada por la mayoría de los que hemos hecho varias veces el Camino, permite al peregrino disfrutar al máximo de su experiencia, sin ataduras de compañeros ya conocidos, y menos aún de las grupales, que suelen limitar las capacidades y posibilidades de decidir por uno mismo, pensar o reflexionar, y relacionarse con los demás. Además, es bien sabido que una vez en marcha no suele haber ningún problema para buscar compañeros de viaje, y que entre individuales es más fácil respetar las opciones y preferencias del otro, tanto es así que suele ser bastante frecuente que estos grupos formados al azar no sean siempre constantes, y que se multipliquen los encuentros y reencuentros.
En cuanto a quienes huyen del mundanal ruido con la intención de buscar una experiencia diferente, más sensorial, intuitiva, plácida, introspectiva, alternativa, mística y todos los atributos que se deseen añadir, así como más próxima a los valores de lo que ha sido históricamente la peregrinación jacobea, en los últimos años se van decantando por los meses de noviembre a marzo, evitando siempre la Semana Santa, los puentes largos y determinados días de las vacaciones navideñas.
Nadar contracorriente tiene sus ventajas, y la principal es el no tener que soportar la masificación, grave problema en ciertos tramos e itinerarios, sobre todo en las proximidades de Compostela, y los efectos del turismo de bajo coste. Sin embargo, a nadie escapa que también son bastantes los inconvenientes, y entre ellos los relacionados con el tiempo, pues aunque el cambio climático nos está echando una mano, en invierno suelen estar garantizados el frío, la lluvia y, en ocasiones, la nieve, lo que puede impedirnos disfrutar de ciertas etapas, por ejemplo, con certidumbre, la ruta alta entre Saint-Jean-Pied-de-Port y Roncesvalles, cortada de noviembre a marzo.
Otro inconveniente de los que buscamos refugio en la temporada baja, por la propia dinámica del sistema económico en el que vivimos, es la escasa oferta de alojamiento, e incluso de restaurantes y tiendas, con los que vamos a contar. Entonces las pequeñas localidades del Camino, sobre todo aquellas emplazadas en zonas del interior, vuelven a su realidad natural, dominada por el envejecimiento y la despoblación, y en ellas sólo permanecen activos algunos servicios básicos. Desde luego, es menester reconocer el mérito de quienes mantienen albergues de peregrinos abiertos en invierno, en muchos casos por el compromiso de instituciones, caso de los públicos, o de sus propietarios. Una providencial web nos permite saber, cada año, cuáles son los que permanecerán abiertos en el Camino Francés (www.aprinca.com).
Hasta aquí el comentario a las fórmulas clásicas de entender la soledad en el Camino. Pero…, hay más.
En efecto, a raíz de la entrevista realizada a Puri, la hospitalera de Olveiroa, nos fijamos en un comentario de trinchera que nos dejó anonadados, aquella en la que consideraba que los peregrinos del presente, a diferencia de los de años atrás, manifestaban su predilección por la soledad, siendo cada vez más normal que fuesen por el Camino sin comunicarse ni relacionarse apenas con los restantes compañeros. Es algo que nos extrañó mucho, ya que entre las estadísticas referidas a las motivaciones siempre se cita como primordial la de establecer vínculos con otros peregrinos, conocer gente de otros países y vivir experiencias de compañerismo. Asimismo, cuando los peregrinos concluyen su Camino suelen aludir a las buenas amistades que han hecho, muchas de las cuales perduran en el tiempo.
¿Qué demonios está pasando, entonces, para que los peregrinos opten por la soledad? ¿Acaso vivimos una época de intensa neo-espiritualidad, que los lleva a evitar un contagio que pueda distraer su atención en lo esencial, perturbando la vía hacia la ataraxia? ¿Se está llenando el Camino de eremitas ambulantes que han hecho votos de silencio, pobreza y castidad?
Hace unos días, por motivos de trabajo, hemos recorrido en plena vorágine de agosto el Camino Inglés. Atónitos, hemos constatado en este verano, del que ya habíamos escapado como peregrinos hace tiempo, que las palabras de Puri son ciertas. Había bastantes peregrinos y los que iban en grupo, como siempre, se centraban en su círculo más o menos cerrado; lo mismo ocurría con parejas, tríos o cuartetos de amigos o familias, que plantean sus vacaciones “diferentes” comportándose del mismo modo que lo harían en un destino playero, a lo suyo. Cada vez que hablábamos con ellos eran correctos, pero se percibía que lo hacían bastante por compromiso, como quien habla del tiempo en un ascensor, y que una ruta tan corta no llega a generar arraigo en el hecho de peregrinar, siendo su estilo más propio de los senderistas.
La sorpresa saltó cuando también constatamos que los peregrinos solitarios, en general, eran reacios a charlar y a relacionarse. Estaban en su mundo, atentos a sus contactos por el móvil, y básicamente poco receptivos. Otro tanto ocurría en los albergues: una peregrina tumbada en la hierba, otro cocinando sus cosas y los más, aquí y o el rincón, ensimismados con sus móviles.
Más allá de entender que estamos ante una plaga de desconfianza, acaso provocada por la actual situación mundial de inseguridad, me temo que el espíritu de la generación de los milenials ha irrumpido en el Camino. Y si ya hace años que en los albergues se valora más la existencia de wifi que una charla calurosa, ahora se está llegando al extremo de que el Camino se convierta en una experiencia permanentemente transmitida por las redes sociales. Es así como muchos peregrinos, que en ocasiones van escuchando música toda la etapa e ignorando los sonidos de la vida, estableciendo así una barrera más, dedican gran parte de las horas de convivencia a mandar fotos y relatos a sus familiares, amigos, seguidores o fans. La desconexión es una quimera.
El “peregrino selfie” es la nueva tipología que prolifera en un Camino que ha visto casi de todo en doce siglos. Para ellos tal vez habrá que reformular el milagro de los caballeros loreneses, rebautizado como de la amistad, que figura en el Calixtino, y que como todos sabemos concluye con la aparición de Santiago, a los peregrinos que habían abandonado a sus compañeros, para espetarles una abrumadora certidumbre: -“¡Vuestra peregrinación no ha servido para nada!”.
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