Motivaciones para hacer el Camino de Santiago
El mundo de las motivaciones es muy personal, no suele aparecer con facilidad en las estadísticas, y menos aun cuando su planteamiento es confuso, ambiguo, tan propio de los tiempos postmodernos en que nos ha tocado vivir. Sociólogos y antropólogos han intentado, a base de entrevistas, sonsacar a los peregrinos a propósito de esta cuestión, pero a menudo, por comodidad y para ahorrar costes, lo han hecho en la meta, una metodología que puede desfigurar bastante los resultados. Apuntamos esto porque cualquier peregrino sabe que, en muchas ocasiones, las motivaciones iniciales dan paso, una vez en el Camino, a otras interpretaciones diversas, y que entre los caminantes de largo recorrido las expectativas iniciales suelen ser superadas a medida que se avanza.
Los historiadores tenemos claro cuáles eran las motivaciones principales del peregrino medieval, que pese a las diferentes condiciones sociales, y de su mayor o menor religiosidad, siempre se encontraba imbuido del ambiente de la época, que no era otro que el de la cristiandad. Con el tiempo las cosas fueron cambiando, y desde la Baja Edad Media se han documentado peregrinaciones más propias de aventureros, y en la Edad Moderna mucho viaje de la “sopa boba”, así hasta la debacle decimonónica, en la que a raíz de la revolución de los transportes y del desmantelamiento de la red asistencial hospitalaria, el peregrino a pie se marginaliza, pasando a ser un bicho raro.
Hecha la breve presentación intentaremos centrarnos en los peregrinos del presente, y cuando decimos presente nos queremos fijar especialmente en los últimos años: desde el 2010, último año santo jacobeo, hasta ahora. No es un mero capricho, pues aunque no tenemos constancia fehaciente de un cambio de tendencia basado en estudios objetivos, sí sospechamos, a través de un conocimiento entre intuitivo y basado en impresiones y conversaciones, que algo está cambiando, bastante rápido, en esta segunda década del siglo.
No vale la pena dedicar mucho tiempo a analizar las estadísticas de la oficina de peregrinación de la catedral, irreales y tendenciosas, pues nadie que vaya al Camino se puede creer la letanía, por repetitiva no menos falsa, de que las motivaciones meramente religiosas sigan en 2016 acaparando el 44,26% del total, y que el sibilino epígrafe de “religiosas y otras” se lleve otro 47,74%, con tan sólo un 8% de peregrinos consecuentes que se quedan sin su Compostela clase A –con ser ridícula, la cifra también crece cada año-. El coleccionismo de títulos, ya se sabe, es una parte de la fascinación del Camino contemporáneo, y los peregrinos practican la mentira piadosa para obtener su certificado, que la mayoría de los principiantes valoran como el de una licenciatura.
Existen otros análisis más serios basados en encuestas, como los elaborados por el Observatorio del Camino de Santiago, dependiente de la Universidad de Santiago de Compostela, las aportaciones de Manuel García Docampo (1999), el libro Homo Peregrinus (1999) y varios artículos de Antonio Álvarez Sousa, catedrático de la Universidad de A Coruña, el estudio de los profesores Antonio Granero, Francisco Ruíz y María Elena García, publicado en 2007, y otros varios entre los que recordar, ahora que acaba de fallecer, las aproximaciones de un gran estudioso de la temática jacobea que ha sido el profesor alemán, reconocido medievalista, Robert Plötz, que en paz descanse.
Tipos de motivaciones
Según el autor o la escuela, se fijan para las peregrinaciones en general, y para la romería jacobea en particular, diferentes clasificaciones. Entre las clásicas, algunas motivaciones son más genéricas y atienden a impulsos universales, que pueden ser psicológicos (confirmar la fe y unos valores, aproximación a Dios, ascesis y crecimiento espiritual, búsqueda interior, idea de realizar una misión o gran aventura, necesidad de proceder a un cambio personal, ruptura con la vida rutinaria, apreciación de un símbolo, carácter penitencial, encuentro comunitario, reflexión sobre la existencia, etc) o sociales (por devoción, para cumplir un voto o penitencia, por delegación, para obtener una gracia o indulgencia, etc).
Sin embargo, Santiago no es la Meca, santuario exclusivamente reservado a los fieles mahometanos y al que es obligación acudir al menos una vez en la vida, sino una catedral abierta a todos, católicos y demás cristianos, pero también a fieles de otras religiones, agnósticos e incluso a ateos, pues a nadie se pregunta por sus creencias salvo al recibir la Compostela (grave intromisión). A esta apertura hemos llegado a través de un proceso secularizador y, en los últimos tiempos, de la mano del turismo religioso y cultural.
Dentro del nuevo panorama iniciado en el siglo XX, a las clásicas habrá que sumar otras motivaciones contemporáneas como las culturales –un amplio espectro que permite disfrutar de valores patrimoniales materiales e inmateriales, desde la historia y el arte a la gastronomía o las fiestas-, deportivas y de superación personal -el senderismo lúdico y ecológico-, las modas, el seguir las pautas de los programadores turísticos y de la publicidad sin gran reflexión, el oportunismo de quienes utilizan el Camino para dar más repercusión a una causa o reclamación, etc.
Resumiendo mucho, en el panorama actual no podemos negar que siguen existiendo algunos peregrinos que llegan a la ruta impulsados por motivaciones religiosas, entre ellas el deseo de visitar la tumba del apóstol, con la posibilidad de agradecer o pedir algo. Los estudios más recientes consideran que aún tienen bastante relevancia, en torno a un 25%, pues aquí hay que incluir a muchos grupos organizados de parroquias, asociaciones y centros de enseñanza católicos, con gran presencia en los años jubilares.
No obstante, y basta salir al terreno para comprobarlo, el Camino ya no es hoy un espacio en el que prepondere la peregrinación religiosa, poco a poco sustituida por otros deseos y tendencias ya citados como la búsqueda difusa de una espiritualidad universal, de un ámbito propicio para la reflexión y el crecimiento personal, para el encuentro con los demás (compañerismo, amistad, amor) y que favorezca una desconexión con la vida cotidiana y sus problemas, entre ellos la acuciante plaga del estrés.
Por último, crece sin parar el porcentaje de usuarios del Camino, que no peregrinos, que lo entienden como un óptimo marco para el turismo de bajo coste, con mayor o menor aprovechamiento cultural, o para unas vacaciones sanas, diferentes a las consabidas y masificadas de sol y playa. Estamos en un momento de transición, acelerada, hacia una nueva concepción del Camino, una deriva clara y aparentemente imparable que fluctúa según la época del año o el itinerario. Se podría concluir que es la fase final del proceso de secularización de la vía sagrada y de su “democratización”, propiciada en última instancia por un aprovechamiento turístico intensivo. Por fortuna, mientras la trituradora y el tamiz actúan, en la ruta convive un totum revolutum de motivaciones, múltiples en un mismo individuo, reflejo claro de la sociedad actual y del sistema económico imperante. La grandeza del Camino es que aún posee la capacidad de transformar a los viajeros despistados, convirtiéndolos en peregrinos.
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