Camino Portugués: 10 lugares que visitar en Coimbra
Coimbra, la tercera gran ciudad histórica de Portugal tras Lisboa y Porto, que desde 2013 ha situado a su Universidad en el selecto club del Patrimonio Mundial de la Unesco, atesora un rico patrimonio cultural, desde luego denso si lo comparamos con su población (143.000 habitantes).
En lo que atañe a su relación con la ruta jacobea, estamos persuadidos de que su posición en el Camino Central Portugués, a medio camino entre la capital del país, Lisboa, y la metrópoli del norte, Porto, la va a convertir en un lugar deseado para quien busque realizar una peregrinación en la órbita de la media distancia: 367 km hasta Compostela por el Camino Central, esto es, entre 14 y 15 días, un período muy demandado por quienes, sin disponer de más tiempo, desean empaparse del espíritu del itinerario.
A lo anterior habrá que sumar el rol que podrá desarrollar, en un futuro próximo, cuando se promocione como es debido el enlace con el Camino Portugués Interior hasta Viseu, por ahora señalizado en parte bajo el título, puro y ridículo eufemismo gestado por alguna lumbrera, de Camino Nacional da Espiritualidade.
Quien llegue a Coimbra desde Lisboa ya habrá conocido plazas históricas como Santarém o Tomar, y después de entre 8 a 10 jornadas de media, deberá pensar en descansar un día y cultivar el espíritu en un ambiente urbano. La ciudad, junto con Porto, es sin duda la mejor ocasión para esta «paradina».
Limitándonos al repertorio monumental, nos vamos a centrar en lo más evidente con algún que otro guiño jacobeo, para sugeriros 10 lugares (se necesitarían tres jornadas completas para conocerlos todos en detalle):
1. No puede faltar, para un peregrino que se precie, conocer la Sé Velha. La catedral ha sido, como casi todas, musealizada, y la visita incluye, además de la basílica románica del siglo XII, con el altar mayor flamenco de Olivier de Gand y la soberbia capilla renacentista del Santísimo (João de Ruão), el claustro gótico del siglo XIII.
2. Resulta imprescindible la visita de la Universidade. Fundada en 1290 es una de las tres más antiguas de Europa, el símbolo cultural más genuino de la ciudad y, aún en el presente, motor económico y compendio de ricas tradiciones estudiantiles que se suceden cíclicamente cada curso —entre ellas a Latada o a Queima das Fitas—. Ocupa la posición más elevada del casco antiguo, las vistas están aseguradas desde sus balcones, y los edificios históricos se sitúan alrededor del Largo da Porta Férrea, donde tenía asiento el palacio real da Alcáçova, cedido para los Estudios Superiores. Tiene por emblema externo más visible la esbelta torre barroca del reloj y las campanas, obra del italiano Antonio Canevari, pero entre sus dependencias la más fascinante es la Biblioteca Joanina (1717), realizada durante el reinado de Dom Joao V, que pasa por ser una de las más hermosas del mundo. Sus tres salas, con las librerías talladas en maderas exóticas, custodian unos 250.000 ejemplares. El circuito guiado se prolonga por otras estancias como el Palacio Universitario manuelino con la Sala dos Capelos o aula magna para las solemnidades, la Sala do Exame Privado con los retratos de los rectores y emblemas de las facultades, o la capilla renacentista de São Miguel. Del conjunto de facultades-mole salazaristas y su monumental estatuaria, que arrasaron parte del entramado urbano medieval, más vale no hablar.
3. Nos ha sorprendido gratamente el Museu Nacional de Machado de Castro, cuyo título rinde homenaje al escultor nacido en la ciudad (1731-1822), que tras la moderna e impactante ampliación diseñada por Gonçalo Byrne (2013), se ha convertido en uno de los más notables del país. Resumiendo mucho, además del palacio episcopal que le sirve en parte de contenedor, provisto de una bella loggia renacentista digna de Florencia (Filippo Terzi), se sustenta sobre un monumental criptopórtico, de galerías abovedadas, que formaba parte del foro de Aeminium, la urbe romana. En cuanto a la colección, es muy rica la sección escultórica, con un claustro románico conservado parcialmente in situ y numerosas obras del siglo XIV al XVI, en especial por lo que respecta a la escuela de Coimbra, con su producción en piedra blanca caliza de Ança, de la que en el Renacimiento destacaron maestros como João de Ruão o Nicolau Chanterenne.
4. Santa Clara-a-Nova y Santa Clara-a-Velha. Los dos monasterios de clarisas evocan directamente a uno de los personajes más queridos de la ciudad y de Portugal: la reina doña Isabel de Aragón, la peregrina Rainha Santa. Del convento inferior, gótico del siglo XIII, huyeron las freiras por las reiteradas crecidas del Mondego y humedades, para construir el enorme convento superior que acoge el albergue de peregrinos. A él se llevaron el sepulcro de la santa con los atributos, bordón y escarcela, que le había regalado el arzobispo compostelano en 1325 y con los que fue enterrada. El descomunal claustro barroco data del s. XVIII.
5. Originaria del siglo XII, la iglesia de Santiago se alza entre la Rua Ferreira Borges y la Praça do Comércio, y en ella evocamos la reconquista de la ciudad. Según el milagro relatado en la Crónica Silense y el Códice Calixtino, el propio apóstol, que se apareció en sueños a un obispo griego peregrino que dudaba de su deriva como Matamoros, entregó las llaves de la ciudad a Fernando I de León el 25 de julio de 1064.
6. La iglesia de Santa-Cruz es objeto de devoción por parte de los portugueses, pues acoge el panteón real en el que reposan Dom Afonso Henriques, primer monarca del reino independiente, y Sancho I, su sucesor (tumbas de Nicolau Chanterenne). El templo del siglo XII, reedificado en estilo manuelino, custodia también un hermoso púlpito renacentista de Chanterenne y ricos paneles barrocos de azulejos. El monasterio incluye el claustro manuelino del Silencio con su chafariz (Diogo Boytaca), y en la trasera el conocido como Jardim da Manga, segundo claustro abierto ahora a la ciudad con su monumental fuente del Renacimiento, delicada pieza de João de Ruão. Por último, el Café Santa Cruz ocupa una capilla que formaba parte del monasterio, por lo que no debemos dejar de tomar un café o chá bajo sus bóvedas góticas.
7. Para el paseo sosegado es recomendable el extenso Jardim Botánico, obra dieciochesca con bellos jardines y variedad de especies, muchas de ellas traídas del Trópico. Al anterior hay que sumar el no lejano parque de Santa Cruz o Jardim da Sereia, asimismo del s. XVIII, que destaca por su gran fontanario decorado con azulejos.
8. No solo para los niños, sino para todo público, el Portugal dos Pequenitos (junto al puente del Mondego), es una recreación, a pequeña escala, de los grandes monumentos de Portugal, así como de diferentes muestras de la arquitectura popular, contando también con varios museos dedicados a las antiguas colonias.
9. En la orilla sur del Mondego se sitúa la Quinta das Lágrimas, ahora hotel de lujo a cuyo jardín se puede acceder para evocar el ignominioso crimen de Doña Inés de Castro, amante del príncipe Dom Pedro. En dicho huerto se muestran la Fonte dos Amores, donde los amantes se encontraban, y la Fonte das Lágrimas, junto a la cual habría sido asesinada por orden de Afonso IV (1355), lo que daría lugar a una guerra civil entre padre e hijo. Inés, que fue mandada coronar después de muerta por Pedro I, reposa junto al monarca en el monasterio de Alcobaça.
10. Por último, a 2 km del centro localizamos el santuario de Santo António dos Olivais, capilla y convento franciscano en el que profesó San Antonio de Lisboa, por lo que el lugar es muy visitado por sus devotos, que en Portugal son legión. El templo data del siglo XVIII, y por sus blancos paramentos tiene un aire meridional, con el interior forrado de paneles de azulejos que relatan la vida del santo.
Además de las anteriores citas está, por supuesto, la ciudad toda con sus empinadas calles del casco medieval en la colina, y las igualmente laberínticas y estrechas de la Baixa, con plazas tan evocadoras como el Largo da Portagem, por donde entra el Camino, o la do Comércio, que todavía conserva, como la romana Piazza Navonna, la forma del circo romano, sin olvidar la peatonal y mercantil Rua Ferreira Borges, o la barroca da Sofia, jalonada de conventos. También es obligado mencionar, desde luego, los parques y paseos ribereños del Mondego, a estas alturas ya un gran río. Y podríamos seguir con la gastronomía, pero esto ya queda para otra ocasión.
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