Camino de Santiago: Albergue versus hostel
Cada vez que nos lanzamos a los caminos para conocer sus novedades en vivo y en directo, vamos comprobando que a los tradicionales albergues de peregrinos se van sumando otros alojamientos, bien sean los calificados como albergues turísticos, bien los auto-titulados, según la nomenclatura internacional, como hostel.
Los hostel nada tienen en realidad de extraño, pues se trata de una tipología de alojamiento compartido, aunque también pueda disponer de habitaciones privadas, de bajo coste. Nacieron en Alemania en 1912, en un principio orientados a los jóvenes carentes de recursos para viajar utilizando pensiones u hoteles, pero con el tiempo se fueron abriendo a todo tipo de usuarios, incidiendo en la filosofía viajera del mochilero, y los albergues juveniles se quedaron como una categoría aparte.
Con presencia en todo el mundo, sobre todo a partir de los años 60, en su concepto, estructura y servicios en poco se diferencian, aparentemente y salvo que son menos sobrios, de un albergue de peregrinos. Es cierto que no suelen estar dirigidos a un viajero específico, sino a cualquiera que desee participar de su desenfadada propuesta de convivencia social y lúdica. Para promover las relaciones entre los huéspedes, que pueden ser de cualquier edad, jóvenes, mayores, solitarios, parejas, grupos, familias con niños, etc…, suelen dedicar un gran espacio a las áreas comunes, que por lo general están bien diseñadas y decoradas, y resultan confortables para que todo el mundo se pueda relacionar. En este sentido, también suelen programar actividades participativas, sean musicales o de otro tipo, y se esmeran en ofrecer una información práctica sobre la ciudad o zona en la que se localizan, así como actividades externas que se puedan contratar en el mismo alojamiento.
En el Camino los hostel han ido penetrando lentamente a partir de las ciudades, pues su primer ámbito de expansión en España, a donde han llegado con retraso respecto a otros países, es nítidamente urbano. Es así que contamos con una buena representación de los hostel en poblaciones como Bilbao, Donostia, Santander, Pamplona, Logroño o León. En Portugal aún aparecen en mayor número, y en muchos casos ocupando céntricos edificios históricos rehabilitados con mimo, en Lisboa, Porto o Coimbra. Por el momento, Santiago de Compostela es una excepción.
Hace años, los principales usuarios de este tipo de alojamiento eran, sobre todo, extranjeros, ya que el hostel siempre ha tenido un gran predicamento en el mundo germánico y anglosajón. Por este motivo, con esa simpleza que a veces practican los receptores aculturizados, pretendiendo ser así más modernos y hospitalarios, su estilo, motivos y decoración solían aludir a emblemas y símbolos del Reino Unido o Estados Unidos. Con el paso de los años, sin renunciar a ese impostado cosmopolitismo, cada hostel ha desarrollado su propio perfil, adentrándose en ámbitos temáticos más atentos a la cultura autóctona y sus raíces.
¿Son los hostel aptos para los peregrinos?
Pues depende de qué clase de peregrino estemos hablando y, por supuesto, también de qué hostel. Si optamos por un alojamiento de este género en alguna de las ciudades que hemos citado, las vicisitudes pueden ser variadas en función de la época del año, e incluso del día de la semana. Sin embargo una cosa está meridianamente clara, y es que los hostel no son alojamientos específicos para peregrinos. Por lo tanto, aunque un peregrino puede alojarse sin traba alguna en ellos, que además suelen contar con habitaciones de menor capacidad que las de los albergues (lo más habitual es que las de literas sean de 4 a 10 plazas), y algunas reservadas para las chicas, el ambiente no es el mismo que en un albergue de peregrinos.
Entre las principales críticas que se hacen a los hostel está la de su carácter festivo, pues suelen estar ocupados por un público por lo general más joven, sea internacional o no, que se dirige a una ciudad para conocer su patrimonio y ambiente, diurno y nocturno, y sobre todo para convivir con otros viajeros en su misma onda. Resulta evidente que los horarios de este tipo de clientes no suele coincidir con el de los peregrinos, que llegan cansados y se recogen pronto, madrugando al día siguiente. Es por ello que los diferentes intereses pueden llegar a causar mala relación entre unos y otros, ya que si los peregrinos no pueden dormir cuando los otros continúan de fiesta en salones, terrazas o jardines, haciendo ruido al acostarse, a la hora de levantarse la afección es la contraria, ya que los madrugadores peregrinos alteran el sueño de los noctámbulos.
La falta de previsión ha hecho que en algunas ciudades con merecida fama por sus zonas de vinos, que se han convertido en referentes para la juerga grupal o las despedidas de soltero de fin de semana, pongamos como ejemplo del Camino Francés a Logroño o León, en algunos hostel haya resultado inviable la convivencia. Para evitar roces, y las posteriores críticas vertidas en internet por ambas partes, algunos negocios han llegado a separar por zonas o plantas a los alojados, peregrinos o fiesteros, y otros, directamente, han preferido seleccionar a sus clientes: en verano optan por los turistas, viernes y sábado suben los precios para acoger a los que vienen de ocio nocturno, y el resto de la semana y épocas del año se decantan por el flujo continuo de los peregrinos.
Y puesto que hemos mencionado el precio, este es otro de los elementos que suelen fijar una barrera para los peregrinos, habituados a unas cantidades bastante homogéneas que no suelen pasar de los 12-15 euros por persona y noche. Los hostel, que en general abren todo el año, en temporada baja ofrecen precios muy asequibles, pero en la alta pueden llegar a cobrar entre 20 y 30 euros por noche en litera (con o sin desayuno), aunque por lo común con la ropa de cama incluida.
Hemos pernoctado en hostel en temporada alta y baja, con otros peregrinos o sin peregrinos, y en general podemos concluir que sus instalaciones son buenas, mejores que la media de los por lo general más austeros albergues de peregrinos. Sin embargo en ellos, salvo raras excepciones, el peregrino no se va a sentir arropado, ya que le faltará el calor de la parentela jacobea, los compañeros de ruta. Con todo, consideramos que son una buena opción para desconectar de vez en cuando, sobre todo a la hora de establecer una pausa urbana, que es el ámbito donde el peregrino se aleja más de su cotidianeidad. Ya se sabe que peregrino viene de “per agere”, por los campos.
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