Camino de Santiago: pasión por los sellos
No vamos a hablar de filatelia, tranquilos, aunque el tema podría dar juego si aludiésemos a los ejemplares y series dedicadas al Camino de Santiago o sus monumentos. Pero no, no señor, estamos en una web del Camino, y cuando se dice sello, carimbo, tampon, timbro, stamp, etc., inmediatamente pensamos en la credencial del peregrino.
Esa credencial, que nació no tanto para obtener al final del itinerario la Compostela, sino para servir como pasaporte que identificase al peregrino, permitiéndole acceder a los albergues a él destinados y a otras ventajas, es el testimonio material (porque lo digital por ahora ha cosechado escaso éxito) de la experiencia.
Años atrás ya había algunos sellos más vistosos o cuidados que otros, y los peregrinos los apreciaban como un pequeño tesoro, aunque sin estar obsesionados por conseguirlos hasta el punto de coleccionarlos compulsivamente. En realidad, lo que importaba era recordar los lugares en los que se dormía, y algunos de paso que quedaban reflejados con el sello de un templo, de algún monumento, el oficial de algún municipio o institución pública, el de alguna oficina de turismo, los de los bares o restaurantes en los que se había comido, el de una tienda en la que se había comprado,…
Con la obligatoriedad, según el requisito impuesto por la Oficina de Peregrinación de la catedral de Santiago, de estampar dos sellos al día en los últimos 100 km, su densidad ha aumentado en las etapas gallegas, lo que a muchos obliga a ensamblar credenciales para alargar el espacio de sellado. Por otra parte, en algunos caminos como el de Invierno resulta francamente complicado poner un segundo sello por jornada.
Credenciales y sellos siempre han tenido un importante valor sentimental, e incluso existe una web, propiedad de Ángel Marcos que, minuciosamente y con la colaboración de los peregrinos, ha recogido muchos de los sellos específicos del Camino (www.lossellosdelcamino.com), sumando a día de hoy nada menos que 3.041 citas.
Un paso más en la motorización para identificar los sellos imprescindibles lo tenemos en la app Jacobstamp, que entre otras funciones permite “geolocalizar los diferentes sellos que hay disponibles en el camino, para que elijas los que más te gusten y sepas como ir a por ellos”, y por supuesto para incorporarlos en tu credencial digital y compartirlos no solo con la parroquia de amigos y familiares, primeras víctimas de los protagonistas de gestas y superadores de retos, sino con el mundo mundial. ¡Qué cruz!
Asociaciones, hospitaleros, municipios y demás han estado compitiendo por diseñar sellos cada vez más atractivos, estos ya inequívocamente jacobeos y con la consabida emblemática caminera, toda una parafernalia de vieiras, cruces de Santiago, flechas, esquemáticos peregrinos, mojones, botas, monumentos reseñables, distancias que faltan a Compostela, “Buencaminos”, lemas y todo lo que os podáis imaginar.
Recuerdo, décadas atrás, lo molón que resultaba el sello de Roncesvalles, todo un sigilum medieval que aún se sigue utilizando. O, como rareza, aquel careto del señor de gafas oscuras del Bierzo que los canónigos de Santiago, hasta que acabaron identificando al tal Prada a Tope de los pimientos y el vino, confundían con la marca de una discoteca mirándote mal. Luego vinieron aquellos sellos lusos tan vistosos, el compuesto en dos fragmentos de textos medievales de diferente color que eran ensamblados en Rates, o los lacres del albergue Pinheiro’s de Alvaiazere. A los que sumar otros sencillos pero entrañables, como el del santo con el gallo y la gallina de Santo Domingo de la Calzada, y tantos otros, originales o de primor estético, que han ido poblando la senda.
Sin embargo, dado que todo está cambiando muy rápido en el Camino, donde las interferencias puramente comerciales, las tendencias divulgadas en las redes sociales, la moda por diferenciarse con lo único y el coleccionismo no metódico, sino voraz, también están afectando a esta práctica, generando lo que podríamos denominar como “sellitis”.
El síndrome que hemos bautizado con un neologismo jacobeo, no es más que una nueva distorsión del peregrinaje tradicional, donde lo esencial acaba por pasar a un segundo plano para permitir que ocupe su espacio lo anecdótico o intrascendente.
Resulta evidente que no vamos a criticar a aquellos que deseen poseer una credencial lo más original, alternativa o fashion posible, allá cada uno con sus gustos, manías y formas del perder el tiempo. Lo que nos irrita es el papanatismo de quienes hacen cola, muchas veces sin saber muy bien por qué, para obtener un sello supuestamente obligatorio, algo que ya está ocurriendo en algunos puntos, sobre todo próximos a Compostela, del Camino Francés. Por lo tanto, nos apostamos un queso de tetilla a que la práctica acabará contagiando en breve a los restantes caminos.
En algún caso, como el de la oficina del peregrino de Lalín, la asociación local ha dispuesto una auténtica artillería de sellos chulis, con varios modelos que emplean diseños, lacres y cintas de diferentes colores, toda una intendencia digna de una empresa del ramo. Sin duda una oferta encomiable para un itinerario que está germinando, así como un ingenioso método para conseguir fondos para el colectivo.
Pero de lo que queríamos hablar aquí es, sobre todo, de la reciente costumbre de cobrar por los sellos, porque si antes todos eran por supuesto gratuitos, ahora hay quien considera una buena inversión diseñar un sello irresistible por el que se pide una contribución fija.
Atrás queda ya la actuación de un espontáneo que, en el Cabo Fisterra, por 1€ ofrecía el último sello del Camino, the last stamp, en perfecto inglés. ¿Quién podía rechazar tan seductora proposición? Era el último, bien valía un pequeño esfuerzo económico. Un crac.
Pero los sellos, como los imanes de nevera y otras bagatelas, han ido aumentando su valor en la bolsa de cotización de los recuerdos del Camino, y ahora ya los hay que superan esta cantidad, pues el precio depende de la demanda, y de lo que el consumidor esté dispuesto a pagar por ellos.
El desenfreno coleccionista de lo singular, del souvenir que pasa a ser efímero objeto de culto, tiene cada vez más citas en los caminos, porque los seres humanos, además de gregarios e imitadores de comportamientos ajenos, siempre queremos estar a la última según lo que en cada momento sea la norma, y esta, por lo que atañe a las credenciales, en el presente ya no se contenta con los sellos de estancos, con el nombre del propietario y a veces un teléfono y el CIF, o de las parroquias, a menudo con su santito patrón mostrando los atributos del martirio.
En las redes se votan los sellos más cuquis de la ruta, que por supuesto son los más apetecibles, tanto que la gente pasa ante un templo románico, que forma parte consustancial de la historia del peregrinaje, sin apenas frenar la marcha o girar la cabeza, pero es capaz de dedicar gran esfuerzo y tiempo a conseguir el sello de moda. Saga pueril.
Uno de los más apreciados, por ejemplo, es el de la tienda La Huella, de Palas de Rei. Además de incorporar un peregrino contemporáneo que camina de frente, incluye un pensamiento, como las galletas chinas de la fortuna: “Muchos sueños se podrían volver realidad si tan solo se creyera en ellos”; sin duda provocará una reflexión profunda que puede llegar a cambiarte la vida. Pero lo anterior, dado que el listón está muy alto, no bastaría para situarlo en el top, hay más: al sello de tinta lo acompaña una cintita con una mini vieira o bici de plástico que queda adherida con lacre rojo al cartón, y sobre el lacre van impresos dos pies. Y este no es el único modelo, tiene repertorio. Por cierto, la práctica comercial ha sido un bombazo, ya que el sello no tiene precio, pero…, solo es otorgado a quien compre algo en la tienda. ¡Genial! Una usuaria de TikTok ha publicado en septiembre una información sobre este sello que, en pocos días, llegó a 200.000 visitas, más o menos como los artículos de Gronze, es retranca gallega. El efecto viral ya ha provocado huellitis palatinaregensis y colas que pronto superarán a las catedralicias.
¿Hay quién da más? Por supuesto, y a pie de ruta, porque ahora los tenderetes que proliferan en las inmediaciones de Santiago ya no venden latas de bebida, vieiras, bastones o aparatosos recuerdos, se han dado cuenta de que un humilde sello, y la consabida tinta china, instrumento y material muy baratos, resultan mucho más rentables que el avituallamiento convencional, que además exige aprovisionamiento permanente, refrigerio, recogida de desechos y, en el caso de cobrar, licencias so pena de sanciones. Con el sello los ingresos son más fáciles, y todo en negro aunque la tinta sea verde o roja.
En suma, que más allá de cultivar el coleccionismo jacobeo, que incluso puede ser una sana consecuencia de la pasión peregrina, no podemos perder de vista lo que es fundamental, y saber separarlo de lo contingente o complementario. No es broma, porque corremos el riesgo de convertirnos en una ridícula caricatura postmoderna, en pos de jueguecitos que sustituyen a los ritos y fruslerías que enmascaran el objetivo, de lo que en su día fue un peregrino.
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