El Camino de Santiago y su Meta

Hay metas que, por su fama, prestigio o condición, han eclipsado a sus caminos. Hay metas que han nacido tarde, y por lo tanto carecen de camino, solo tienen carretera, o ferrovía, o aeropuerto… Hay caminos que no conducen a ninguna meta, pero siempre pasan por o llegan a algún lugar. Y también hay caminos, como el de Santiago, que han acabado, en cierto modo, aventajando a la meta.

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Catedral de Santiago desde el Monte do Gozo (Foto: Paco Lima)
Catedral de Santiago desde el Monte do Gozo (Foto: Paco Lima)

Aunque nos ha quedado un tanto poética, la presentación podría dar para un ejercicio escolástico, debate dialéctico o, quizá, simplemente para un mero enredo mayéutico que nos atrape en el sibilino laberinto del caminero juego de la oca. Pero vamos a intentar poner los pies sobre la tierra y, sin caer en elucubraciones filosóficas, centrar el asunto, porque a través de esta breve reflexión deseamos proponer una hipótesis que ya hace años está circulando por el Camino: expresa que el Camino de Santiago, si bien tiene una meta, está en su nombre y todos vamos hacia ella, ya no tiene su razón de ser, por curioso y chocante que parezca, en dicha meta.

De ser cierto, haber llegado a este punto sería en primer lugar consecuencia de la progresiva secularización de la experiencia peregrinatoria. Pero esta fenomenología no ha afectado en tan gran medida a otros santuarios, católicos o de otras religiones, en los cuales la meta sigue siendo fundamental; tanto es así que algunas ni siquiera precisan de caminos, al menos pedestres o lentos, pues basta con acceder a ellas con el recurso a cualquier medio de transporte, cuanto más rápido y directo mejor.

Esta nueva realidad que ha ido disociando metas y caminos, promovida por la revolución de los transportes, también afectó a Santiago de Compostela, donde a partir del siglo XIX declinaron, aparentemente sin remedio, las peregrinaciones tradicionales. En nuestras investigaciones sobre la peregrinación del siglo XIX estamos cansados de leer, en la prensa, artículos y libros, que había acabado una época, y que la romería secular estaba periclitada, se había convertido en una realidad del ayer de la que tan solo, como anacrónicos elementos folclóricos residuales, perduraban cuatro nostálgicos que, por tradición familiar, fe a prueba de bombas, redundancia en aspectos penitenciales o por gozar lo poco que quedaba de la sopa boba, seguían, erre que erre, caminando hasta la tumba del apóstol.

La peregrinación de larga distancia y a pie estuvo a punto de desaparecer, cierto, pero resucitó con renovadas fuerzas en diversos episodios a lo largo del siglo XX, y de forma más organizada, gracias a la recuperación de los itinerarios medievales o pedestres alternativos, la señalización de las flechas amarillas y la reapertura de los albergues, sustitutos de los hospitales de antaño, a partir de los años 70-80 del siglo XX. Esta primera reactivación tuvo un perfil historicista, el de un auténtico revival obsesionado por la edad dorada del Medievo.

Sin embargo, los santuarios nacidos con la Revolución Industrial ya no necesitaron de caminos pedestres, y el caso más claro es Lourdes, cuyas apariciones tuvieron lugar en 1858. Y, dato importante, el tren llegó a la ciudad en 1866, ¡con el primer tren de peregrinos solo ocho años después de las apariciones! Por lo tanto, Lourdes no necesitó largos itinerarios pedestres y se desarrolló, desde su origen, gracias al impulso del ferrocarril, que imprimió un carácter al santuario muy diverso del compostelano, a través de los trenes de enfermos que, vía exprés, buscaban el milagro o, al menos, un consuelo espiritual.

Por Lourdes transita hoy el conocido como Chemin du Piémont, que se ha sumado a las cuatro grandes arterias calixtinas a un mismo nivel de igualdad, pero se trata de una construcción reciente, sin excesivo éxito en relación con quienes siguen llegando por tren o, desde mediados del siglo XX, también en automóvil. En Lourdes, por lo tanto, prima el santuario, o sea la meta, sobre el camino, está claro, y quienes pasan por allí caminando suelen ser los peregrinos jacobeos.

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Santuario de Lourdes
Santuario de Lourdes

Otro ejemplo igualmente contemporáneo y próximo es el de Fátima. El santuario luso, también mariano, se desarrolla a partir de las apariciones a los tres pastorcillos, que tuvieron lugar en 1917. A tan apartado lugar ubicado en la Serra d’Aire, municipio de Ourem, en el ribatejano distrito de Santarém, el tren había llegado antes de las apariciones, aunque la estación estaba situada en Chão de Maças, a unas cuatro leguas de Fátima, quedando conectada primero por diligencias, luego por autobuses, ligazón que acabaría completándose desde otros lugares y por diferentes carreteras.

En el santuario portugués, no obstante, sí que existe una peregrinación a pie, popular y muy nutrida de fieles, sobre todo durante el mes de mayo, pues el día 13 de este mes se produjo la primera aparición de la Virgen. No obstante esta peregrinación, ojo a la relevancia del dato, descuida por completo el camino, concebido con carácter penitencial al modo de tantas romerías, y con él los lugares por los que discurre. Se trata, por lo tanto, de un mero tránsito, sin grandes ritos de paso u otros templos o cultos emblemáticos asociados, hacia la resplandeciente meta. La demostración más plausible de esta certidumbre es que los romeros a Fátima van por carretera, contando con la asistencia de familiares y amigos que los siguen en coches para apoyarlos y ofrecerles vituallas, y hasta ahora han rechazado, pese al evidente peligro que supone la convivencia con los automóviles en algunas de estas carreteras, seguir los caminos jacobeos, que en el sentido a Fátima fueron desde su inicio balizados con setas azuis, esto es, flechas azules. Estos peregrinos, por supuesto, salen al modo antiguo desde sus casas, y van enlazando con las rutas más directas que conducen a Fátima. El diseño de los Caminhos de Fátima ha sido una tentativa turística de senderismo que por ahora no goza de gran aceptación por parte de los romeros.

Hasta aquí hemos considerado rápidamente dos ejemplos, los más próximos y conocidos en el ámbito católico del sur de Europa (podríamos tratar otros muchos, marianos o no, con circunstancias parecidas), para llegar a nuestro Camino de Santiago, que a diferencia de los citados tiene un origen medieval, casi 1.200 años de historia desde que llegó Alfonso II el Casto con su cortejo (c. 830), pero que pese a ello ha sabido abrirse a nuevas realidades, lo que ha supuesto un notable proceso de aggiornamento.

Y pese a que la Iglesia siempre ha dejado claro, así en la obtención de las gracias jubilares del año santo, que para ello no es exigible el requisito de caminar ni 800, ni 100, ni 1 km, y tampoco pasar por la Puerta Santa, sino acceder a la catedral con espíritu de arrepentimiento, orando por las intenciones del papa y, antes o después de visitar la tumba apostólica, haberse confesado y comulgado en los 15 días precedentes o subsiguientes, el mensaje no parece haber cuajado. Está claro, por lo tanto, que según la doctrina católica la gracia se obtiene a través de los sacramentos, y no por ningún esfuerzo, por grande que este sea, para alcanzar la meta. Así pues, si lo que se desea es obtener la perdonanza, el viaje a pie carecería de sentido, y tanto valdría aterrizar en el aeropuerto Rosalía de Castro el mismo día como haber caminado dos meses y medio desde Aquisgrán para llegar a la catedral.

Pero… hoy nadie se chupa el dedo, y si el culto a las reliquias ha pasado a mejor vida, tampoco los cristianos están muy satisfechos con las simplificaciones para obtener la gracia, porque el ciudadano contemporáneo, sea o no creyente, sufre una crisis de identidad que ya no se resuelve con recetas simples. Se precisa, por lo tanto, de tiempo, y el tiempo nos lo proporciona el Camino, cuanto más largo mejor, con sus claves, no la Meta.

En ocasiones la meta sigue viva por una mitificación cultural, y mantiene su atractivo como para ser merecedora de un esfuerzo que, replicando experiencias del pasado, nos haga llegar a ella lentamente, saboreando a un tiempo los valores patrimoniales de la ruta, entendidos como complementarios. De este modo, la seducción de una meta histórica, artística, natural, etc., se une al reto para alcanzarla. En este paradigma, el sudor constituye un valor añadido, pues en esta especie de juego de rol nos plantearíamos, básicamente, un reto por superar. Podríamos encajar aquí ciertos caminos como el del Inca, que conduce al Machu Pichu, y otros igualmente singulares, pero no así el de Santiago.

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Machu Picchu, meta del Camino Inca (Perú) (Foto: zielonamapa.pl, wikipedia)
Machu Picchu, meta del Camino Inca (Perú) (Foto: zielonamapa.pl, wikipedia)

El caso de Compostela, por esa adecuación contemporánea a la que hemos aludido, es único y excepcional, realmente irrepetible por el peso histórico y de la tradición, imposible de replicar en los numerosos productos turísticos de imitación, inclusive los que conducen a otros santuarios reactivados, carentes de tal grado de autenticidad, esencia o alma. Y es que la catedral y la ciudad que acogen la supuesta tumba de un apóstol de Cristo siguen siendo la meta que todos entendemos y respetamos, pero son hoy en día, sobre todo, una disculpa para «hacer el Camino».

Fundamentado en encuestas sociológicas, lo que acabamos de expresar es realmente importante y supera la probación científica de la presencia del cuerpo de Santiago en la catedral. Esta autentificación, fundamental en el pasado, pues de no estar allí sus huesos se acabaría el concurso, como decían los clásicos, carece actualmente de relevancia. Y no porque la meta ya no sea la tumba, y que en su sustitución se pueda fijar la catedral como santuario de la memoria o el espíritu de Santiago, o incluso la ciudad nacida a su alrededor como imagen refrendada como Patrimonio Mundial para los laicos. No, en absoluto.

El valor del Camino de Santiago radica precisamente en el itinerario, y por lo tanto en la credencial como testimonio del recorrido, y no tanto en el certificado de la Compostela, que, fijémonos en el dato, precisamente lleva el mismo nombre de la meta. De ahí que ya en los años 90 se acuñara aquel eslogan de «más Camino y menos Compostela», si no me equivoco ideado por Fernando Imaz.

Hablamos, evidentemente, no solo de un Camino físico, sino también de una experiencia introspectiva de reflexión, iniciación y crecimiento, jalonada de un sinfín de rituales, de tránsito o acogida, que refuerzan su valor. De ahí el absurdo de los cinco días desde Sarria o Tui, la excursioncita que en este sentido no sería más que un juego, achicoria barata frente al mejor café de Colombia, aunque cada quien es libre de dejarse engañar por la publicidad subliminal reinante, y creerse a pies juntillas que ha realizado un acto de libre elección con esas pataratas y cantinelas de que cada uno hace su camino, que todo vale por igual, etc., etc. y etc.

Al expresar lo anterior ya estamos definiendo los dos grandes campos en los que se reparte el flujo actual: en un bloque estarían los peregrinos que aún valoran por encima de todo la meta, y por lo tanto reducen al máximo su Camino, porque creen haber cumplido no se sabe qué obligación al recibir un papelito; por otra, los que la valoramos también, sería injusto negarlo, pero de otro modo, y alargamos la experiencia, como siempre se ha hecho, para hallar, precisamente en esta dimensión espacial y temporal, en el propio Camino, una buena razón para haber salido de casa.

En la tesitura actual no deja de ser curioso que quien debiera haber velado por reforzar el papel de la meta, que es el cabildo de la catedral de Santiago, y que en el plano meramente teórico y doctrinal lo siga haciendo, haya sido el agente que más la ha devaluado con su aceptación de una visión reduccionista de la peregrinación. Una paradoja que habrá que estudiar en el futuro, sin duda un papelón no ajeno a presiones políticas que se superponen a otros intereses, cada quien sabrá a qué estímulos responde y a qué amo obedece.

Como apunta nuestro siempre admirado profesor Pierre Swalus, Compostela puede ser hoy muchas cosas según a quien se le pregunte, pero todos sabemos que no se ganó Zamora en una hora, ni Roma se hizo en un día. Que se apliquen el cuento los consumidores-devoradores de esencias eternas, sean el Louvre, Venecia o el Camino, a golpe de selfis.

PD. Escrito, con amor a Santiago, el 25 de julio de 2024.

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Un grupo de peregrinos de camino a la catedral de Santiago de Compostela
Un grupo de peregrinos de camino a la catedral de Santiago de Compostela

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador

Comentarios
antonio santiesteban
Imagen de antonio santiesteban
simplemente el camino ha cambiado. Prácticamente murió y renació en el siglo XX. Renació en un tiempo anterior a grandísimos cambios (no me atrevo llamarlo revoluciones) en nuestra forma de vida. Teléfonos, calzado, mochilas, ropa, vias de comunicación (alguna vez he dicho que se tarda mas y es mas caro desde Algeciras que desde Munich), ayudas sanitarias (cada vez mas pueblos tienen estos servicios), seguridad, etc.. y sin olvidar que cada par de horas o menos te puedes tomar un café. A esto le añades una publicidad brutal tanto en el ámbito eclesial (años santos) como en el civil (turismo y promocion de cada sitio por donde pase el Camino). La motivación turística está ganando terreno a la motivación religiosa y espiritual. Y bastantes cosas mas. Darian para algo mas largo. En definitiva; el Camino y sus usuarios ha cambiado. Seguramente no a nuestro gusto, pero lo ha hecho. ¿Qué podemos hacer? Pues ni idea. Si os puedo comentar lo que no deberiamos hacer: quejarnos. Y solo leo quejas. Saludos
xico miguel
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Antón. 100% de acuerdo. Y en cuanto a Fátima, es exactamente como dices. He caminado 11 veces (me lleva 3 días cada vez). A una de mis hermanas le gusta decir que va en auto y así tiene más tiempo para orar!! Es la meta que busca !
Alejandro Cerdeño
Imagen de Alejandro Cerdeño
Y cuando llegas al final del camino, te darás cuenta de que tú eras la meta.