¿Dónde comienza realmente el Camino de Santiago?
Cuando la filosofía va siendo arrinconada en los planes de estudio, dado que estos conocimientos son poco útiles para producir sumisos consumidores, que por ahora es de lo que se trata, cuando no el rebaño soñado por las autocracias venideras, es un buen momento, y más en el artículo 200 de esta serie (¡gracias por la paciencia de los lectores!), para tratar un asunto epistemológico.
Venimos escuchando con suma reiteración, tanta que ya va calando a nivel popular, una supuesta verdad del barquero, y es esa que se resume en que «el Camino comienza en la puerta de la casa de cada peregrino», lo que en consecuencia lleva a una conclusión aparentemente razonable: «hay tantos caminos como peregrinos».
Hoy nos vamos a esforzar en desbaratar este pensamiento en base a la lógica y la realidad de los acontecimientos. Porque puede ser que en el pasado la cosa fuese más o menos así, que tampoco, porque los peregrinos medievales, en su mayoría, no eran señoritos individualistas como los del presente, cada uno a lo suyo, sino mucho más gregarios, la debilidad mandaba, y solían partir en grupos o caravanas más o menos nutridas, ya agrupados desde, llamémosles «lanzaderas», un principio. Y por supuesto convergían lo antes posible en los grandes itinerarios jacobeos, protegidos jurídicamente y dotados de la infraestructura de acogida, porque aventurarse por otros lugares, experiencia muy guay y alternativa hoy en día, podía resultar sumamente peligroso (alguno lo hacía, los Fontana o Torres Villarroel de turno que se han convertido en objeto de devoción para el neocaminismo, pero eran la excepción).
Por eso sabemos, con bastante certidumbre, cuáles eran los caminos mayores del Medievo, nada que ver con un producto turístico reciente, sino que realmente funcionaron y estuvieron operativos no una temporadita, sino durante muchos siglos (¿cuántos de los hoy señalizados pasarían la prueba del algodón?). Todos los restantes itinerarios ocasionales, por más que caminase por ellos algún peregrino despistado que a veces la palmó por la zona y quedó registrado, por más que contaran con algún hospital de pobres y peregrinos (los había por doquier, el título es una mera fórmula), por más que por allí hubiese encomiendas hospitalarias o templarias, y por más que también existiesen capillas o iglesias dedicadas a Santiago o a San Roque, y en un capitel labrada una venera, no dejan de ser vías históricas, pero no caminos de Santiago estricto sensu.
El resurgir del Camino
Es preciso aludir, en primer lugar, a los presupuestos del renacimiento contemporáneo del Camino, promovido primero por algunos pioneros en Francia (la Société de París con el marqués René de Lacoste-Messelière), la asociación de Estella/Lizarra o Elías Valiña y colaboradores, que lo que pretendían era una especie de revival historicista del peregrinaje medieval. Por lo tanto se fijaron en el Camino Francés, lógico, y no en el de Zamarramala ni en el de los Volcanes, y sobre él diseñaron un plan que consistía, básicamente, en promover una reactivación del peregrinaje tradicional a pie o caballo, que había decaído, pero que nunca se había extinguido, en los siglos XIX y XX. También acertaron, porque estaba en su génesis, al apostar por un peregrinaje de dimensión internacional, y no por una romería local o regional, que es lo que había promovido por una parte la Iglesia compostelana desde finales del s. XIX, con comitivas desde los arciprestazgos, o nacional, que era la visión patriótica del régimen franquista, desde los años 60 trufada con el turismo cultural, un bienvenido Mr. Marshall que abanderaba el ministro Fraga Iribarne.
En los 80 estaba claro que esa concepción del «camino completo», por lo que atañía al campo de actuación hispano, llegaba hasta los Pirineos, o sea, que había que trabajar entre los pasos históricos, Ibañeta y Somport, y Compostela. Los de esta vertiente estaban conectados con las asociaciones europeas que comenzaban a nacer, sobre todo con la ya veterana de París, que también desarrollaba estudios y estrategias para recuperar, en una primera fase, las célebres cuatro vías descritas por el Calixtino en territorio galo, por más que estas rutas no fuesen más que una construcción interesada del s. XII.
En Portugal la cosa comenzó bastante más tarde y de un modo diverso, porque el Camino se recuperó de norte a sur: primero en Galicia, luego en el Minho y el Douro, y en una tercera fase desde Lisboa a Porto. Para el Camino del Norte, o la Vía de la Plata, se siguió el modelo del Camino Francés, fijándose los comienzos, respectivamente, en Irún y Sevilla. Y así sucedió con las restantes rutas jacobeas, mayores y menores, aunque con notorias inexactitudes históricas, y acoplamientos meramente funcionales, en rutas como el Camino Inglés o el Portugués de la Costa.
Podemos decir, por lo tanto, que en aquel revival hubo una serie de consensos, quedando establecidas unas bases que, más o menos, fueron respetadas durante un par de décadas:
- Que el peregrinaje actual a Compostela debía estar fundamentado en el rigor histórico, porque de otro modo sería algo meramente inventado e inconsistente.
- Que el Camino de Santiago era un itinerario europeo de largo recorrido.
- Que los peregrinos, aunque los tiempos habían cambiado, participaban de los valores del pasado, la devoción al apóstol, la fe o, al menos, de una cierta vocación espiritual, todo ello, por supuesto, con un envoltorio cultural amplio e inclusivo.
A raíz de lo anterior se fijaron dos inicios del Camino en España, cierto que una pura convención, para quien deseara realizar la ruta completa en el país, lo cual no era óbice para que quien quisiera venir de más lejos lo hiciese. La divulgación asumió el planteamiento, y las primeras guías del Camino situaban su inicio en Roncesvalles o Somport, algo a primera vista absurdo, en lo alto de sendos montes, cuestión que el tiempo ha ido corrigiendo en el primer caso, ya que Saint-Jean-Pied-de-Port ha ido suplantando progresivamente a Roncesvalles, y no tanto en el segundo, si bien es de esperar que en pocos años Oloron-Sainte-Marie cumpla la misma función.
En aquel entonces no se solía valorar hacer el Camino de Santiago desde más cerca, aunque uno viviese en Mansilla de las Mulas, Zamora o Betanzos, pongamos por caso, porque se trasladaba la idea de un «camino completo» desde el Pirineo, Irún, Sevilla y los restantes puntos de partida. Si no lo hacías entero te perdías algo importante, etapas que eran como capítulos de un libro, lugares y edificios que albergaban claves interpretativas, fases que dotaban del sentido global a la experiencia.
Aunque seguía habiendo peregrinos que salían, por un voto personal o tradición, caminando desde su casa, lo más habitual ya era desplazarse a estos puntos de inicio consagrados, y quien no disponía de tiempo se proponía hacerlo en varios tramos, aprovechando los períodos vacacionales. Es una costumbre que perdura, pero cada vez más residual.
Andado el tiempo entraron en acción los vendedores y empaquetadores del Camino, que aunque el público no se diese cuenta, lo que estaban haciendo era crear un producto a su medida, para su mejor gestión y lucro, con la vitola de la libertad de elección del consumidor, que es inteligente y sabe lo que le conviene. También las administraciones autonómicas, tan dadas a aplicar visiones sesgadas en aras de su marco competencial, contribuyeron a la parcelación, especialmente la gallega por poseer la meta («Camina a Galicia», es su lema de este doble año santo).
Y en medio de tal revolutum, alguien se dio cuenta de que tenían una baza a favor en aquella medida de estímulo que, en su día, la catedral de Santiago había establecido para entregar la Compostela. Si la Iglesia bendecía el peregrinaje de corto recorrido, ¿para qué demonios salir de Oviedo, Irún, Sevilla, Lisboa, Roncesvalles o Somport? La receta se aplicó a todos los caminos y neocaminos y así estamos, en una proyección cada vez más gallega, sin fases, sin claves, sin espacio y sin tiempo, y todo ello supuestamente soportado en la libre elección, la misma libertad de beber Coca Cola, Pepsi o Bolivariana Cola.
De hecho, ahora la mayoría de peregrinos ni hacen el Camino desde su casa, confluyendo luego con los trazados homologados y dotados de infraestructuras para peatones (en muchos casos sería un suicidio, porque a diferencia de los peligros medievales, los actuales tienen que ver con el riesgo a que te atropellen), ni tampoco desde los inicios asumidos en los años 80 y 90.
Hoy en día muchos peregrinos, la mayoría de turigrinos y la casi totalidad de turistas por el Camino con maletas y maletones, recorren el itinerario en función de dos variables que son totalmente nuevas y nada tienen que ver con la historia y la tradición del peregrinaje:
1. La rápida accesibilidad, para los extranjeros con gran peso del avión, lo que explicaría el éxito de los trazados portugueses desde Porto, con su aeropuerto internacional prácticamente a pie de vía. En cierto modo alguien podría señalar que esta modalidad tiene mucho que ver con las peregrinaciones marítimas del pasado, cierto. Sin embargo, hemos de pensar que hoy en día los peregrinos ya no valoramos como primer objetivo llegar a la catedral de Santiago lo antes posible, sino disfrutar de la experiencia del Camino paso a paso, pues si pretendiésemos lo primero no existiría el peregrinaje a pie, y todo el mundo iría directamente a Santiago en coche, autobús, tren o avión.
2. El reduccionismo de la experiencia a cuatro o cinco etapas, creer que completar el tramo Sarria-Santiago, Valença/Tui-Santiago o Ourense-Santiago tras llegar rápidamente con el AVE, es igual a hacer el Camino de Santiago.
Al aplicar concepciones mercantilistas al Camino, se pretende convencer al consumidor de que la experiencia individual no es extrapolable a la comunitaria, y que constituye una especie de rebeldía sin causa «encontrar tu propia senda», «construir tu propio camino» (véanse las webs de las agencias), diferente del de la masa, por supuesto tan legítimo y válido como cualquiera, porque hoy en día, ¿ya lo hemos olvidado?, todas las opiniones valen lo mismo, ¿no era, acaso, esto la democracia?
Las excentricidades pueden acabar haciendo granero, y es posible que el Camino acabe perdiendo su sentido inicial para convertirse en una ruta de senderismo sin principio ni final, del mismo modo que la Compostela ya se ha transformado en un souvenir desacreditado.
Pero los itinerarios de peregrinación no se han establecido en el presente para encarrilar a las ovejas en un siniestro plan de la mafia clerical o Fu Man Chu, sino para recuperar una tradición milenaria, y a la vez para ofrecer seguridad al caminante, una infraestructura de paso y acogida adaptada y, sobre todo, para volver a crear comunidad. Por supuesto que el individualista, el solitario, el que se basta a sí mismo y no necesita a nadie, o que usa a los demás para alimentar su ego, puede hacer su camino por donde le dé la gana, evitar los albergues —herederos de los hospitales de peregrinos— y hasta los itinerarios reconocidos y balizados, pero será su camino, no el «Camino de Santiago». A los solitarios siempre solemos recomendarles las rutas de montaña por parques naturales, en ellas estarán en su salsa y ahorrarán calorías al no tener que decir, cada dos por tres, «¡Buen Camino!».
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