Félix, peregrino por las montañas
En ocasiones, y no se trata de una realidad tan extraña como podríamos pensar, algunas personas que viven una situación complicada relacionada con su salud, tal como superar una enfermedad grave, salir bien parada de una operación difícil o vislumbrar un milagro cuando la ciencia parecía haber agotado sus recursos terapéuticos, hacen una promesa. Al modo tradicional, como sucedía en el Medievo, el voto puede concretarse en la realización de una prueba de esfuerzo y fe, por ejemplo completar el Camino de Santiago, y no precisamente desde Sarria, Tui o Ribadeo. Al respecto conocemos varios casos en los que la obligación contraida, con sus ribetes penitenciales de partida, acabó transformándose con el descubrimiento del valor de una experiencia, la del peregrinaje compostelano, entendida como fuente de realización y satisfacción personal, y de crecimiento espiritual. Así se ha desarrollado un segundo compromiso: el de ser por siempre, mientras las fuerzas acompañen, peregrino.
Félix, nacido en Zaragoza en 1951, pertenece a esta clase de peregrinos que podríamos denominar circunstanciales, ya que a raíz de una intervención quirúrgica compleja, en la que le fueron implantados tres bypass coronarios, hizo la promesa de peregrinar desde su casa, en Cerdanyola del Vallés, hasta la tumba del apóstol Santiago en agradecimiento. Hablamos por lo tanto de una vocación tardía, que encaja en una tipología tradicional, pero alimentada con la energía del converso, de quien ha identificado el peregrinaje con lo que interpreta como el inicio de una segunda y nueva vida.
Por casualidad conocimos a Félix en el Camino Portugués, y su relato sobre una de sus peregrinaciones recientes nos pareció de sumo interés para poder corroborar, por una parte, que todos somos capaces de alcanzar cotas impensables, y lo de cotas tiene aquí todo el sentido. Nuestro peregrino, aunque bregado montañero que sale a diario a caminar por la Serralada de Collserola, completó en 2017 un itinerario jacobeo de gran dureza, construido a base de unir cuatro rutas de montaña: el Camino Lebaniego, la Senda del Arcediano, el Camino del Salvador y, de postre, el Primitivo…, o sea, varias etapas reinas del Tour de Francia juntas.
A primera vista ya asusta la concatenación de puertos en la Cordillera Cantábrica, y máxime en marzo, fecha del “renacimiento”, aunque la exigencia, en este caso, va pareja a la belleza, y todo adquiere la dimensión de un reto, para muchos impensable, concluido en poco más de un mes.
Para Félix, sin embargo, no se trata más que de un episodio de un gran relato, el de una peregrinación perpetua, la continuación de otro camino anterior, pues cada año elige un nuevo trazado de largo recorrido, siempre con meta en Compostela, que intercala con otras rutas menores, también dirigidas hacia otros santuarios con jubileos, así Caravaca de la Cruz o Santo Toribio de Liébana.
Me temo que pocos peregrinos se podrán permitir, ni físicamente ni por el tiempo dedicado, una sucesión de tantos caminos montañeros de esta envergadura. ¿Será que la fe mueve montañas, o mejor dicho, ayuda a que uno se mueva por ellas?
La fe…, en opinión de muchos es una tapadera para ocultar los miedos personales o el clavo ardiendo donde se agarran los desesperados. En mi caso es algo que me acerca a Dios, me da la fortaleza para seguir adelante por sendas y vericuetos de montaña incluso en las situaciones más adversas, la esperanza de que voy a llegar a ese u otro albergue y que El proveerá siempre.
Y casi siempre sobre caminos balizados con la flecha amarilla, ¿por qué a Santiago y no al Himalaya, o por quedarnos en casa, al Pirineo, pues santuarios los hay en todas partes?
Santiago es el Apóstol al cual se apareció la virgen Maria sobre un pilar en Zaragoza, lugar de devoción para muchos y sobre todo para los aragoneses como yo, de ahí la particular elección. El tema de caminar vino por la prescripción del cirujano que me operó; me dijo que tenía que caminar al menos una hora diaria.
Pero hasta el día de hoy no he repetido ninguna de las rutas jacobeas. Tal vez..., algún día ocurra.
Para quien se va a las alturas, morada de los dioses de toda época, ¿no le resulta difícil el descenso? Y no vale responder que el hombre puede alcanzar las más altas cotas, pero no vivir mucho tiempo en ellas…
La montaña es dura para quien no la conoce, y para conocerla es preciso pasar muchas horas caminando por ella, admirando sus paisajes, valles y ríos, respetando el medio, la naturaleza. Después de alcanzar las cotas altas del Camino y disfrutar las panorámicas has de descender para volver a subir, y así descubrir nuevos horizontes con nuevos paisajes, pero… mira, en mi caminar diario suelo pasar muchas veces por los mismos senderos y veredas, y siempre los veo diferentes.
Decía Haroun Tazieff, el gran vulcanólogo polaco, que “las montañas ayudan a los hombres a despertar sueños dormidos”. ¿Has aprendido de la montaña más que del Camino?
Sinceramente creo que ambas cosas van unidas, al igual que la meseta castellana, la dehesa andaluza y todo lugar por donde las flechas amarillas te guíen, todo eso es el Camino.
El peregrinar me ha enseñado a valorar otras cosas tales como aprender a estar solo. La soledad no es mala si sientes que la divinidad de un ser supremo está siempre a tu lado, hablar con uno mismo no es otra cosa que hablar con Dios. La convivencia, la confianza en los demás, el compartir, amar todo lo que te rodea es parte de las enseñanzas de ese Camino. Yo no sueño mientras estoy peregrinando, vivo un sueño.
Todos sabemos que el Camino de Santiago cautiva, pero a cada uno de un modo y con una intensidad diferente. ¿Cuál está siendo tu banderín de enganche?
Tengo la fortuna de poseer una familia maravillosa, esposa, hijos y nietos a los cuales adoro, y también amigos y gente allegada. Ellos entienden el porqué de mi peregrinar, todas las rutas jacobeas para mí no son más que parte del Camino. Cada una de ellas lleva un título, bien sea por un enfermo, un colectivo en problemas, guerras y todo tipo de necesidades que asolan este mundo en que vivimos. Si no fuera por ellos, la familia, creo que ya sólo viviría en, por y para el Camino.
Me imagino que en marzo, por ejemplo en el de este año, le pueden entrar a uno muchas ganas de volver pitando a casa. ¿En tu ruta no te viste tentado a tirar la toalla?
En todas y cada una de mis peregrinaciones no he flaqueado hasta el día de hoy, gracias a Dios. En más de una ocasión me he angustiado con la idea de abandonar a causa de algún problema físico, o como una vez en la que llamas senda del Arcediano, cuando perdí la cartera…
Suelo comenzar solo pero siempre he terminado bien acompañado. Cada día, al terminar de caminar me gusta escribir la crónica de los hechos acaecidos y acompañarla de las fotos que voy haciendo…, disfruto con ello.
Y para concluir, como persona de fe y creciente religiosidad ¿no te sientes como una rara avis en este Camino comercial de la postmodernidad?
“Lo cortés no quita lo valiente”. El ser religioso y creyente me ayuda a comprender los diferentes motivos por los que el Camino es lo que es. Por lo cual no ha lugar para clamar al cielo. Una cosa es tener fe y ser religioso, y otra ser un santón. No obstante, suelo encontrar muchas personas que se autodenominan no creyentes o ateas, y luego resultan ser ejemplo de bondad y virtud. Tengo asumido que soy como un imán para otros peregrinos “especiales”, pues siempre acabo en compañía de ellos.
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