San Bol, el fin del oasis
El oasis constituye un soplo de vida en medio del desierto, en el plano simbólico sería como el asidero de la esperanza en el marasmo de la desolación, y su milagro nace del agua, elemento del que ha surgido todo lo que se mueve, imprescindible para la existencia de quienes poblamos el planeta.
Antes de que el pensamiento se vaya al Sahara o el Oriente Próximo, pues nuestro imaginario ha sido modelado a través de clichés generados por la literatura y el cine, y es probable que estemos pensando en palmeras, dromedarios y Lawrence de Arabia, vamos a adelantar que nuestro oasis está en el Camino de Santiago, y más concretamente en ese «desierto», que en realidad solo lo es para las mentes urbanitas habituadas a la presencia de parques públicos a los que llevar a cagar a los perros, de la meseta castellana. Diana: estamos entre Hornillos del Camino y Hontanas, en San Bol, un lugar muy especial que ha proporcionado solaz a miles de peregrinos sudorosos, y cama a quienes han calculado mal la etapa, se han topado con Hornillos lleno o, conscientemente, han buscado una experiencia diferente.
El propio nombre de San Bol o Sambol tiene algo de exótico aunque no sea más que contracción de San Baudilio, el patrón de un cenobio, dependiente del antoniano de San Antón de Castrojeriz, que en su día acogió a los peregrinos. Nos dice la historia que alrededor del monasterio, el arroyo Penilla y la fuente, hubo también un poblado, hoy arqueología, abandonado súbitamente por sus habitantes en el siglo XVI, permaneciendo una solitaria ermita.
La reciente crónica del lugar está vinculada a su albergue, inaugurado en 1988, donde un hospitalero gallego, Álvaro, creó un singular ambiente con sus pinturas murales, en las que representó temas del Antiguo Testamento, el juego de la oca y motivos esotéricos, sin olvidar la cúpula estrellada de su original dormitorio. Su sello también es uno de los más originales del Camino.
He pasado muchas veces por San Bol refrescándome en su piscina y con el agua de su fuente, hablado con los hospitaleros que se han ido sucediendo, y de quienes dependía por completo, más que en ningún otro sitio del Camino, la impresión causada por el lugar. Recuerdo al carismático y siempre afable Luis, que creó un estilo inolvidable, al propio Álvaro, al alemán Uddo, a Enrique… En los años 90 tenía unas 20 plazas, y carecía de agua, duchas, sanitarios o electricidad. Era un refugio para valientes, aún más austero que el de Tomás de Manjarín, digno heredero de San Antón, la que había sido su casa madre, funcionando en régimen de donativo. Con el inicio del milenio comenzaron a cobrar, pero el agua caliente no llegó hasta el último año santo, cuando las plazas se redujeron a 12, el canónico número medieval.
Pues bien, vamos allá sin más anestesia: el oasis en parte ha desaparecido, pues si bien permanece el agua, elemento fundamental que permitirá su regeneración en el futuro, ya no están los árboles que lo identificaban y eran su razón de ser, la sombra, el fresco, el susurro de las hojas al soplar la brisa, la hojarasca hollada en el invierno.
Mediatizados por la desastrosa gestión del Camino en Castilla y León, ya estábamos afilando cuchillos para, sabedores de que nada pueden contra hachas, al menos desollar a algún responsable. Hechas las indagaciones pertinentes, sin embargo, no parece que en esta ocasión haya más culpable que la propia naturaleza, pues los chopos que allí había estaban enfermos, y corrían serio riesgo de desplomarse, el día menos pensado, sobre alguno de los peregrinos-beduinos.
Nos hemos quedado sin una treintena de chopos, que tras haber amparado a tantos peregrinos pasarán a arder en algunas estufas, último servicio a la humanidad. Pese a su capacidad de resistencia ya no habrá más brotes, que decía Machado del olmo, porque la seguridad exigía el sacrificio.
Así pues el revuelo que había causado este, supuestamente, nuevo atentado contra el patrimonio del Camino, pues ya sabemos que tan patrimonio es una catedral como la humilde senda que ascendía de Rabanal a Foncebadón, hemos de interpretarlo como una triste decisión tomada por el alcalde de Iglesias, municipio al que pertenece San Bol, acelerada después de haber caído algún ejemplar con los últimos temporales.
Permanecen huérfanos algunos álamos y sauces, y se promete la replantación, algo que deberá ser urgente, para que los sustitutos comiencen a brotar ya en la próxima primavera. Que no caigan en la tentación de utilizar especies de crecimiento rápido, San Baudilio libéranos de plátanos o eucaliptos, sino las variedades propias de la comarca, porque estos árboles ya no los plantaremos solo para nosotros, sino pensando en nuestros hijos.
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