De Santiago a Lires por Fisterra: el cielo estaba en la tierra
Fin de la tierra, colofón del Camino, epílogo… Si bien Santiago es la meta per se de la peregrinación a Compostela, son muchos los peregrinos que, llegados a este extremo de la península ―¡y del continente europeo!― siguen su periplo hasta el océano, en Fisterra, a menudo pasando por Muxía, como destino final de su ruta jacobea. Un itinerario corto ―de Santiago a Fisterra, unos 90 kilómetros―, sin especiales dificultades y de una palpitante belleza, más aún si el camino ha sido largo: la sensación de llegar al océano andando, sea de donde sea, resulta difícil de describir; cuando menos, inmensa, como el mismo Atlántico.
Valga nuestra reciente peregrinación por el Camino de Fisterra y Muxía para compartir algunos hallazgos incorporados a la guía, que encontraréis en la sección «Al loro» con información de interés y práctica. En esta ocasión, hemos llegado a Fisterra por Corcubión desde Compostela y prolongado el viaje hasta Lires, a mitad de camino entre Fisterra y Muxía, para conocer mejor esta perla inadvertida. Santiago, por una vez…, ¡es la casilla de salida!
Aunque la ruta a Fisterra es una prolongación del Camino, no es extraño encontrar peregrinos que parten de Santiago para disfrutar del corto recorrido, pues este itinerario ofrece, como veremos, mucha versatilidad con el añadido ―nada desdeñable― de la Costa da Morte: ¿se puede pedir más?
En este camino podemos seguir usando la misma credencial con la que llegamos a Compostela, o bien poner rumbo al «fin del mundo» estrenando la credencial específica y gratuita que entregan en la Oficina de Acogida al Peregrino, expedida por la Asociación Solpor. Los sellos nos servirán para solicitar la Fisterrana y la Muxiana al término de este «tramo extra», dos bonitos certificados disponibles en sendas oficinas de turismo y en los albergues públicos de peregrinos.
Con independencia de las etapas propuestas en la guía, en esta descripción nos tomamos la licencia (poética) de partirlo en dos: «a. C.» y «d. C.». No hemos retrocedido en el tiempo, no: para el peregrino a Fisterra, creemos, hay un antes y un después de Cee-Corcubión, de arribar al océano.
Santiago - Fisterra, «a. C.»: El Camino por Galicia, en esencia
Sin ánimo de ponernos dramáticos, si la llegada a Fisterra simboliza la muerte y resurrección a una «nueva vida», tan chocante no será que este último tramo «terrenal» que precede al mar ―quién sabe si lo más cercano al éter que podamos experimentar, donde bañarnos en la eternidad― se nos antoje ese hipotético «tráiler» en el que vemos nuestra vida pasar. En este caso, quienes pasamos somos nosotros por un tramo que, en poco más de 70 kilómetros, concentra los principales elementos icónicos de la esencia del Camino por Galicia, como queriendo obsequiarnos a modo de despedida con puentes, molinos, ríos, embalses, cascadas, pozas, hórreos, corredoiras… y hasta alguna criatura mitológica; sin olvidar, claro está, variantes, subiditas (con sus vistas) y una señora bifurcación. ¡Y aún no hemos pisado la costa!
Para muestra, Ponte Maceira, que no necesita presentación. Quizá ello explique que el magnífico puente medieval sobre el río Tambre eclipse los dos discretos molinos hidráulicos que se conservan en buen estado pasado el puente, a la derecha, ambos de acceso libre y con sus piedras de moler. Hubo un tercero, de maquía (maquila, la parte de la harina que se pagaba al propietario por usarlo), justo antes del puente. Este último contaba con una vivienda encima, convertida hoy en un restaurante-cafetería.
Y es que no puede faltar, en nuestra ruta hacia el mar, el agua que, en estas tierras, nos acompaña de tantas maneras. Si además del caudaloso río Tambre, en Ponte Maceira, ya conocíamos la preciosa variante al cauce del Barcala, después de Negreira, y las espléndidas panorámicas sobre el curso del Xallas o el embalse de Fervenza, O Logoso nos depara una agradable sorpresa: a la salida de la aldea veremos indicadas unas pozas naturales a 500 metros del camino, de fácil acceso. Nos apetezca o no bañarnos, recomendamos vivamente visitar este bucólico remanso, con pequeñas cascadas en las que relajarnos a la orilla del río Hospital, afluente del Xallas. Solo debemos seguir río arriba para encontrarlas.
Mala idea no será un poquito de relax para afrontar el «susto» del monstruo Vákner, aunque avisados estamos desde mucho antes. A las puertas de Olveiroa, el Concello de Dumbría nos advierte, con aterradora cartelería, que entramos en su territorio. Cual antesala de una buena película, en los siguientes kilómetros se nos desvelan más pistas. No estará de más, en adelante, mirar de vez en cuando por encima de la mochila… Para los más miedosos: el «animalito» nos espera en dirección a Fisterra, poco más de 2 kilómetros después de la bifurcación. Quienes quieran «saludarlo» o hacerse el selfi de rigor en su ruta hacia Muxía pueden retomar el camino por Figueiroa enlazando con Dumbría.
Santiago - Fisterra, «d. C.»: Donde el mundo acaba, la poesía empieza
El último tramo tierra adentro, entre la bifurcación y el anhelado océano, conforma el interludio perfecto: 14 solitarios kilómetros entre prados y bosques de sublime belleza, sin servicios ni pueblos intermedios, de inevitable comunión con la naturaleza. Al fondo, aún lejano, el azul asoma como una promesa; las olas nos llaman sin prisa y con una fuerza magnética. Cee y Corcubión son el último eslabón que nos encadena al mundanal ruido ―Fisterra será un asterisco―, apenas un tentempié ―nunca mejor dicho― de un litoral tan próximo como magnífico, que embruja sin remedio y condena a una suerte de exilio: nadie sale indemne de las playas de aquí a Fisterra. Imposible volver, y menos de una pieza, a la vida que conocíamos.
El punto de inflexión es San Roque, el albergue de peregrinos de Corcubión. Poco antes de la bifurcación, un joven peregrino de vuelta te lo ha recomendado como solo se recomiendan esos albergues de los que apenas quedan: «Está pasado el pueblo, a un kilómetro, después de una subida. Pero merece mucho la pena». Y como ya llevas suficiente camino para reconocer ese temblor y ese brillo, allí vas, y te quedas. Y a la huella de esa hospitalidad genuina se suma la estampa, a la mañana siguiente, en la bajada misma del albergue y si la visibilidad es buena, de las primeras vistas del cabo Finisterre ―como quien dice― a tiro de piedra. El faro, ese otro Santiago, ese pilar imponente y firme en el que estás llamado a convertirte, te espera. Todavía lejos, pero ya muy cerca.
Lo que hay en medio no tiene nombre. O sí, que es peor, porque señala indeleble tu mapa y consuma la maldición: Estorde es nombre de conjuro; si alguno quedaba en pie, derriba hasta el último muro y te desborda sin remisión. (Posología como hechizo-tratamiento: descubrir esta playa, casi virgen, al amanecer redobla los efectos del encantamiento; supleméntese a las 24-48 horas según evolución con Mar de Fóra y Rostro como dosis de refuerzo). A continuación, en paralelo a la carretera, bordeamos playas y calas como en una alucinación, al filo de la frontera entre dos mundos que no concuerdan. Langosteira, finalmente, ratifica la condena: el cielo empieza en la arena, y quien llega a tocarlo paga prenda. Hemos andado hasta Fisterra.
Llegados a este punto, la emoción es inmensa. Pero que no nos nuble la razón. En las playas atlánticas, las fuertes corrientes y la silenciosa marea pueden causar la muerte de los más imprudentes: ¡mucha precaución! Y otro toque de atención: aunque es habitual y casi instintivo llevarse un «recuerdo natural» del océano después de nuestro largo periplo, la recogida de conchas vacías está prohibida por ley en Galicia para conservar los ecosistemas de las playas (al degradarse, forman una parte muy importante de la arena) y su biodiversidad (muchas especies se refugian en los caparazones vacíos o viven adheridas a ellos, y algunas están protegidas). El impacto de más de 100.000 visitantes al año solo en la Costa da Morte urge a un cambio de hábitos para preservar este maravilloso entorno, así como el del cabo, donde ―conviene recordarlo― está prohibido quemar prendas o «colgar las botas», y no digamos tirarlas por los acantilados (¡!). Hay «luces» que llevar siempre puestas por mucho que ilumine el faro…
Fisterra - Lires: La guinda, quedarse a medias
Quien más, quien menos, todos sentimos nostalgia al terminar nuestra aventura jacobea. La buena noticia es que el Camino, si termina, no tiene por qué hacerlo en Fisterra. A quienes vinimos por Corcubión todavía nos queda Muxía, y quienes llegaron por Muxía siempre pueden «cerrar el círculo» en Compostela (ningún camino de vuelta es el mismo; lo sabemos por experiencia). En cualquier caso, el recorrido ―unos 28 kilómetros― entre Fisterra y Muxía está perfectamente señalizado en ambos sentidos. Habiéndolo completado una vez en cada dirección, ambas del tirón (cuando-la-guía-iba-a-misa), en esta ocasión decidimos partirlo, quedarnos a medias y salirnos del camino (y-contarlo-aquí-para-redimirnos). La apacible localidad de Lires permite dividir la etapa en dos mitades exactas; para muchos, 13,5 kilómetros no será una jornada…, salvo que alguien (¡gracias!) te descubra estas maravillas y te tomes el tiempo de disfrutarlas.
El primer motivo, cómo no, es una playa. A quienes nacimos lejos del océano y en Mar de Fóra se nos metió dentro, nuestra playa del alma nos sabrá a poco cuando pisemos, a 500 metros del camino tan solo, un arenal indómito… ¡de casi 2 kilómetros! Sin servicios y apenas turismo, la playa do Rostro es un enclave aislado aún virgen y salvaje, protegido, con altas dunas de finísima arena blanca y vegetación abundante. Los fuertes vientos y el furioso oleaje le imprimen un marcado carácter que, como poco, estremece, y que a nadie deja indiferente. Por supuesto, evitaremos bañarnos, aunque podemos andar por la playa en paralelo al camino y retomarlo luego. Si tenemos suerte y la bajamar lo permite, en el extremo sur de la playa podremos ver los restos de un pecio, un vapor portugués hundido en 1927 que no emergió hasta 2014 y cuya armazón, a golpe de temporal, en ocasiones queda al descubierto. La belleza del conjunto es tal que, personalmente, me llevó todo el día «aterrizar», y en Lires tampoco es fácil tocar el suelo…
Puestos a dar «rodeos», qué mejor manera de llegar a Lires que por el litoral. Si vamos en dirección a Muxía, poco antes de alcanzar A Canosa veremos visiblemente indicada una M sobre una flecha roja: es el desvío por la costa. Este recorrido alternativo entre Fisterra y Lires sigue el Camiño dos Faros en un tramo corto sin dificultad y con vistas impresionantes, bordeando las calas de Area Pequena y Area Grande. Alargando el recorrido apenas 1,3 kilómetros respecto al camino oficial, desembocamos ―literalmente― en la preciosa ría de Lires, la más pequeña de Galicia, desde donde contemplar la puesta de sol en un entorno espectacular con playa incluida. La desembocadura del río Castro es, en efecto, un pequeño paraíso ornitológico en el que avistar numerosas aves marinas, sobre todo gaviotas, cormoranes y garzas establecidas en torno a la piscifactoría. Cuesta creer que este rincón de ensueño, a apenas 1,2 kilómetros del camino (desde la iglesia, a la entrada/salida del pueblo), pase inadvertido para la mayoría de los peregrinos, que «tiran millas»… como una servidora hizo en su momento. Cada uno, a su ritmo, y cada cosa, a su tiempo…
De vuelta (caminando) a Fisterra, termino el viaje que emprendí en Vigo hace un año (enlace al artículo) y que no pude culminar según lo previsto. De aquel punto final en Santiago, apenas un «paseo», una de tantas moralejas: lo difícil, a veces, de llegar cerca. De este epílogo a Fisterra, una promesa cumplida, la de volver andando a mi faro después del camino más largo: estoy viva. El mundo sigue queriendo acabarse, pero siempre nos quedará la poesía.
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