¿Burbuja en el Camino?
El pasado 21 de abril asistimos a la rueda de prensa conjunta que se celebró en Santiago de Compostela, convocada por las asociaciones Agalber (Asociación Galega de Albergues), Red de Albergues del Camino de Santiago y Solpor (Asociación Profesional de Empresarios do Camiño de Santiago a Fisterra y Muxía), para protestar la decisión de la Xunta de Galicia, singular en el panorama español, de obligar a los albergues privados (quedan exentos los suyos) a tener todas las camas hechas con ropa de tela y toallas, del mismo modo que en una pensión u hotel. Más allá del desconocimiento profundo, por parte de una administración a la que se le llena la boca con las palabras “calidad”, “excelencia” e “imagen internacional de Galicia”, sobre el funcionamiento de un albergue de peregrinos, y sin haber ni siquiera consultado a sus inspectores de turismo, que son los que conocen las quejas y demandas de los peregrinos, me quiero detener hoy en una frase pronunciada en este acto por parte del presidente de la Red Española de Albergues, el riojano Enrique Valentín, cuando expresó su preocupación por un peligro del que no se habla, pero que se está fraguando en silencio y puede tener, a corto plazo, desastrosas consecuencias. Ante la desmesurada y continua apertura de albergues y otros alojamientos destinados a los peregrinos en los últimos años, sobre todo en el Camino Francés, Valentín se cuestionó si no estaremos “creando una burbuja” similar, salvando las dimensiones, a aquella que dio al traste con el milagro del crecimiento económico español, cimentado en un desarrollo inmobiliario sin pies ni cabeza. Como dice Gronze, ¡al loro!
Pues bien, hagamos un rápido análisis para saber si esto puede o no ser verosímil y preocupante, sobre todo para los emprendedores y entusiastas que se atreven a abrir un albergue, con las consecuencias que una debacle podría tener para el Camino y los peregrinos.
Es sabido que uno de los axiomas del capitalismo es la ley de la oferta y la demanda. En el libre mercado, la oferta puede estimular la demanda (fue el cometido de los albergues públicos y de donativo en los años 90), pero lo más habitual es que el crecimiento de la demanda estimule el de la oferta. Esto segundo es lo que ha sucedido en el Camino Francés entre los años 90 y el año santo de 2010, y lo que ocurre actualmente en los caminos Norte, Portugués, Primitivo, prolongación a Fisterra-Muxía y, en menor medida, Inglés y Vía de la Plata.
En el Camino Francés, espejo para los demás, el incremento anual de nuevos albergues en la última década ha estado en una media de 20-25 albergues al año, con lo cual tan solo en este período se ha doblado la oferta. En el presente, contando los ramales aragonés y navarro, y también Saint-Jean-Pied-de-Port por ser el punto más frecuentado en la partida desde los Pirineos, y otros albergues que trabajan con peregrinos en proximidad a la ruta, a finales de año funcionaban 525 albergues. Asimismo, nos consta que están en obras, con la intención de abrir a lo largo de 2017, al menos otros 20. En esta cifra incluimos también los hostel urbanos, presentes en ciudades como Pamplona o León.
Ante dichos datos no es complicado hacer cuentas: en el Camino Francés hay, de media, un albergue cada menos de 2 km, y en algunas localidades la oferta se ha disparado, algo que puede tener sentido en Sarria (21), Santiago (21), Portomarín (16) o Arzúa (11), pero no tanto en lugares como Castrojeriz (8), Reliegos (6) o Trabadelo (5). A día de hoy prácticamente no hay ningún pueblo que no tenga al menos un albergue, y lo más habitual es que sean más de uno.
Otro factor a tener en cuenta es el número de plazas por albergue, que ha ido aumentando en las nuevas promociones con el objetivo de rentabilizar la inversión. Este es un modelo, el del albergue con vocación puramente empresarial, que se ha ido imponiendo a otras tipologías más románticas, como las propiciadas por experiencias de peregrinos que han decidido quedarse en el Camino, porque sobrevivir en esta vorágine resulta cada vez más difícil.
La competencia, acrecentada por el caos regulatorio de cada comunidad autónoma con sus normativas turísticas y particulares ocurrencias, es hoy en día tan feroz que la presión sobre los potenciales clientes se ha tornado, por momentos, insoportable. Los precios varían mucho, y van de los 6-8 € en Castilla y León para los que están dados de alta como turísticos, a los 10-12 € de Aragón, La Rioja o Galicia, alcanzando el techo de los 12-15 € en Navarra. En algunas ciudades, por no estar todos los albergues orientados específicamente a los peregrinos, se suelen superar las tarifas de Navarra en temporada alta.
Pues bien, visto lo visto en tan fugaz panorama, cabe concluir que dado el estancamiento en el número de peregrinos del Camino Francés, e incluso el ligero descenso en meses como agosto, estamos ante un evidente problema de sobreoferta que está generando varios conflictos: en primer lugar, un mal rollo evidente, con tensiones de todo tipo entre los albergues de la misma localidad y prácticas agresivas que, en algún caso, han llegado a los juzgados; por otra parte, el actual proceso va a convertir en inviables a muchos de los albergues privados, siendo cada vez más los que se alquilan o están en venta; la bajada temeraria de precios para captar clientes, en la línea del dumping que practican algunas grandes cadenas, también está conduciendo a algunos a la ruina; como consecuencia, los albergues de hospitalidad tradicional y donativo comienzan a ser injustamente “perseguidos”, por considerar los privados que se trata de competencia desleal, cuando les deberían estar agradecidos por haber hecho crecer la buena imagen del Camino; por último, los anteriores y los albergues públicos que mantienen una servicio subvencionado, corren el riesgo de ser fagocitados por la avalancha del turismo de masas low cost, con esas colas primaverales y estivales, formadas desde primera hora, tan ajenas al espíritu del Camino.
El liberalismo, que hoy es dogma de fe, se fundamenta en la ley de la selva, pura teoría darwiniana aplicada al mercado, a saber: perecerán los más débiles, el pez gordo se comerá al chico y quien no se adapte a las circunstancias acabará extinguiéndose. Es por ello que tal vez sea llegada la hora en que las administraciones competentes que siempre dejan hacer, comenzando por los ayuntamientos a la hora de conceder licencias de actividad, se preocupen en regular no tanto si las sábanas son de tela, para mayor gozo de las chinches, o si están hechas las camas para que las ensucie el vecino con su mochila o la ropa sudada, sino de establecer numerus clausus en las zonas ya saturadas de oferta. Crecer y crecer sin control ya sabemos a donde conduce: de cabeza a las vacas flacas.
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