¿Puede morir de éxito el Camino de Santiago?
Hace ya mucho tiempo que algunas personas muy vinculadas al Camino, entre ellas Paolo Caucci o José Antonio de la Riera, comenzaron a utilizar la expresión «morir de éxito» para alertar sobre el futuro que podría esperar a la peregrinación jacobea. El sentido, de todos conocido y desde luego paradójico, venía a cuento por esa obsesión de cifrar el éxito en lo numérico, batiendo récord tras récord, con la venia del Covid, hasta el batacazo final. Un tortazo previsible que no nace del pesimismo jeremíaco, sino como pura consecuencia del aprovechamiento turístico y mercantil, una minería intensiva que ya ha causado estragos en Venezia, Machu Pichu, el Everest o, sin ir tan lejos, en Barcelona o en las islas Cíes.
Al respecto los gestores de la cosa, que son quienes tienen las competencias y las ejercen con mano de hierro, siempre fundamentaron su optimismo en una circunstancia histórica: que la peregrinación compostelana ya ha cumplido doce siglos, y que pese a las vicisitudes negativas de los tiempos, siempre ha resistido, contra viento y marea, como una roca.
Es verdad que la perpetuación de este camino a una tumba apostólica es un fenómeno casi único de perseverancia a lo largo de los siglos, pero también que ha habido crisis, algunas profundas y largas, por ejemplo al final del Medievo, con la Reforma o, sobre todo, durante el siglo XIX y gran parte del XX. Por lo tanto, resucitar puede resucitar, pero el Camino no está exento de sufrir una larga travesía por el desierto.
En cualquier caso, el modelo de explotación intensivo, a todas luces cortoplacista y carente de una planificación sustentable, conduce a los ya conocidos escenarios derivados de la ley de la oferta y la demanda, máxime cuando el cotarro ya ha entrado en la perniciosa dinámica de la moda: pérdida de los valores que lo han hecho atractivo, entrada en el tablero de otros competidores e imitadores, progresiva devaluación y agotamiento de la marca, hartazgo de los habitantes del Camino que no se benefician directamente del aprovechamiento y turismofobia (en este caso peregrinofobia) y, en el mejor de los casos, vámonos a otro itinerario o vuelta a empezar.
El despertar de La Voz de Galicia
El periódico más leído e influyente de Galicia, tercero de España en difusión, parece haber descubierto la pólvora al haber recientemente publicado sendos artículos de opinión sobre este asunto y bajo el título «¿Puede “morir” de éxito el Camino de Santiago?». Para estimular el debate se recurre a un remedo de la disputatio escolástica, o si se prefiere a un debate entre jesuitas y jansenistas, una polémica que nos remite al dúo poli bueno, poli malo: uno defiende una postura, aunque realmente no crea en ella, y el contrario más o menos la opuesta, al menos sobre el papel.
El crítico con la situación actual es un viejo conocido de la casa, Cristóbal Ramírez, que desde los años 90 ha manifestado un especial interés por el Camino de Santiago, presidiendo durante varios años la Asociación de Periodistas y Escritores del Camino de Santiago (APECSA).
Precedido de una sintética y simplificada revisión del renacimiento jacobeo a partir de fines del s. XIX en el que Elías Valiña no aparece por ningún sitio, olvido llamativo siendo como es gallego el autor, y de los supuestos elementos que sostienen el éxito de la experiencia (ser una ruta histórica, de espiritualidad y con valores), su argumentario para alertar del sombrío panorama que aguarda al Camino se centra en cuatro peligros:
-El cortoplacismo y la obsesión por batir récords.
-Concebir el Camino como un producto turístico.
-La imparable multiplicación de las rutas jacobeas.
-La irrupción de los influencers.
Su receta para evitar la debacle es: ¡atención, revisemos el modelo a tiempo antes de que sea demasiado tarde!
En cuanto a la oponente en el ring, María Elvira Lezcano, profesora en la Escuela de Turismo de la Universidad de A Coruña, quizá desbordada por las noticias que hemos conocido este año a propósito de la irritación de los compostelanos, practica el rousseaunianismo, esto es, el mantener la esperanza en la naturaleza bondadosa del hombre. Su tono es manifiestamente idealista, al utilizar conceptos como el de la felicidad a través del viaje y la responsabilidad social, confiando en una evolución positiva en el sentido de la sustentabilidad.
En nuestra opinión, acaso por permanecer anclada en la retórica académica y en la metodología de su disciplina, parte de un error de base: el equiparar la peregrinación a una forma de turismo motivado por lo religioso o lo espiritual. De hecho, es tajante en su análisis, porque el peregrino es un turista y punto pelota:
“Que el Camino de Santiago constituye un hecho turístico es una realidad que no tiene discusión; que quienes lo protagonizan se encuentran en actitud turística, sea cual sea su motivación, tampoco, pues se trata de personas que han abandonado temporalmente su lugar de residencia habitual para desplazarse a otro por distintas razones”.
Esta concepción, desde luego, es la raíz de muchos de los males que afectan actualmente al Camino, porque quienes asesoran a nuestros políticos no son las asociaciones de amigos del Camino de Santiago, meros comparsas en esta función del nuevo milenio, sino precisamente los técnicos y expertos en Turismo, y por supuesto los cluster o lobbies de la hostelería. Todos ellos, aplicando criterios economicistas y de gestión empresarial, son los que marcan las pautas y diseñan los planes de gestión del Camino desde hace tiempo, que nadie se engañe.
No obstante resulta sumamente curioso que tras plantear esa visión turística del Camino no aplique el recetario que prescribe la farmacia, e ipso facto se preocupe por las luces de alarma que sonaron este verano entre un vecindario compostelano harto de las peregrinaciones masificadas y ruidosas, que nada tienen que ver con la «invasión» que había profetizado Valiña en el Pirineo.
Y en defensa de la comunidad receptora, olvidando su papel de «poli mala», nuestra profesora parece adherirse a la causa de los críticos, asumiendo el riesgo de un deterioro social y la pérdida de identidad, porque Santiago de Compostela (del resto de los caminos no habla) no puede sacrificarse en aras del todo vale por y para el turismo. Asimismo, arremete contra los instagramers, santos muy de la devoción de la catetada política.
Para concluir apuesta por la calidad, y no por la cantidad, que suele degenerar en un turismo masivo e irrespetuoso. Regular el flujo, estableciendo normas y cambiando el discurso promocional, puede ser la solución.
Más vale tarde que nunca
Nuestra conclusión es que, en realidad, no ha habido debate, pues ambos opinadores, pese a diferentes puntos de partida, han llegado a conclusiones prácticamente idénticas. Pero lo sorprendente de esta discusión no es su oportunidad, acaso generada por un veranito especialmente agitado, sino el cambio de línea editorial del periódico en cuestión.
Los medios de comunicación tienen su alícuota parte de responsabilidad en lo que está ocurriendo alrededor del Camino, porque en muchos casos han callado a sabiendas, proporcionándonos una visión amable y feliz de todo lo que sucede, por ser rehenes de patrocinios, subvenciones, publicidad, etc. Ahora, después de tantos años actuando como palmeros, y aplaudiendo todos los récords de los cientos de miles, parecen haberse caído del caballo camino de Damasco. El mismo articulista que ahora pronostica la catástrofe que se avecina, aún hace poco tiempo calificaba de «anti gallegos» a quienes pedíamos al cabildo de Santiago que modificase la perniciosa norma de dar la Compostela a quienes hubiesen completado a pie 100 km. Pero siempre es de agradecer que ahora se sitúe en primera línea, al modo de los conversos, como el más duro censor de la política turística jacobea de la Xunta de Galicia.
Nunca es tarde para ver por fin las orejas al lobo, porque en este campo ya todo está planteado hace años, no se trata de un fenómeno reciente, y nadie se ha caído del guindo. En cualquier caso, será conveniente recuperar el proustiano tiempo perdido.
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