La visión heterodoxa y esotérica del Camino de Santiago
No todo el mundo está conforme con el relato de la tradición jacobea hispana, en el que se han integrado episodios históricos y leyendas de diverso origen, y hay quien prefiere acudir a otras interpretaciones. Estas visiones heterodoxas beben en fuentes variadas, aunque por lo común acaban mezclando hipótesis y misterios de todo pelaje en la coctelera, de modo que el combinado resultante suele por una parte desembocar en tópicos (celtismo, códigos secretos de los maestros constructores, los templarios y el santo grial, las brujas y la Inquisición…), al modo de un pastiche a lo Dan Brown. No obstante hay algunas excepciones, y de algunos de esos títulos ya clásicos, que se han convertido en referentes de otra forma de entender la historia del Camino de Santiago y la peregrinación, nos vamos a ocupar ahora.
Es de justicia comenzar con un precursor como Louis Charpentier, que en el año santo de 1971 publicó Les Jacques et le mystere de Compostelle, aquí traducido como El misterio de Compostela. Su prólogo no puede ser más demoledor, pues se dedica a atacar a quienes denomina pontífices de la moral, la política y, por supuesto, de la historia. Queda pues inaugurada la anti-historia del Camino, nada que ver con los reparos de monseñor Duchesne, en la que casi todo vale.
Su tesis parte de la falsedad de que Santiago haya predicado y su cuerpo haya sido trasladado a Hispania, por lo que todo ha sido un montaje para cristianizar un camino mucho más antiguo que seguía el eje este-oeste bajo las estrellas. Dicha ruta, como las que hubo en Bretaña o Cornualles, también está jalonada de megalitos y petroglifos con laberintos, y alcanzaría gran desarrollo con los celtas y sus druidas. Mantendría su carácter de itinerario iniciático en el que conocer, de la mano de los maestros constructores, los secretos de una gran tradición llegada por mar, acaso de la Atlántida vía Tartesos. Un recorrido de oca en oca, en el que experimentar la muerte simbólica, que en su conclusión posee un santuario interpretativo en las laudas, tenidas por gremiales, de Santa María a Nova de Noia.
En cuanto a Santiago, todo parece encajar en su figura:
«El Maestro Jacques es un hombre de la piedra, y, cuando se coloca el cadáver de Santiago sobre una piedra, ésta se ahueca por sí misma convirtiéndose en sarcófago; milagroso tallador de piedra. Y sobre su tumba se instala la estrella, la estrella última del camino de las Estrellas, del camino iniciático, de la Vía Láctea. Santiago se convierte así en “magister”. Tras su muerte debe renacer, y esto es algo que hará en la batalla de Clavijo, en la que cabalga la yegua, la cábala, el caballo blanco, y así tenemos el caballero.»
Entre los clásicos del esoterismo jacobeo no puede estar ausente un título que incide en el simbolismo en la escultura románica. Se trata de la temprana obra de Jaime Cobreros y Juan Pedro Morín, El camino iniciático de Santiago (1976), que a través de capiteles, canecillos, portadas, marcas de constructores y la alquimia nos conduce por un apasionante universo. Los autores pisan la senda desbrozada por Charpentier, y en aquel entonces se atreven a augurar que «la historia del camino no está terminada, ni mucho menos», ya que la dimensión espiritual que entonces aflora de nuevo en Europa y el mundo puede despertar el interés de una vía sagrada entre quienes «somos hijos de la mentira clásica». Para quien esté poseído de un espíritu curioso, y disponga de tiempo y paciencia, se disponen a desvelar las claves de la iniciación que se sugieren a través de los símbolos y la iconografía románicos. Para ello proponen una detallada guía del Camino Francés, una ruta ideal para encontrarse a uno mismo como puedan serlo, en oriente, el yoga o el zen.
En este fugaz repaso es inevitable citar a Fernando Sánchez Dragó, que en su monumental Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España (1978), con prólogo de Torrente Ballester, derroche bibliográfico y nada menos que 70 ediciones, se sumó con brillante erudición a la nómina de los grandes heterodoxos patrios. En ella analiza algunos de los mitos históricos fundacionales de la nación, entre ellos el Camino de Santiago, que pasaría a condensarse en su Historia mágica del Camino de Santiago (1999). En sus páginas resurge con fuerza arrolladora la hipótesis priscilianista, esto es, aquella que defiende que quien en realidad fue enterrado en Compostela no es el apóstol de Cristo, sino el obispo hereje de Ávila decapitado en Tréveris a finales del s. IV:
«Cuatro años después de la tragedia, un grupo de gallegos aparece en Tréveris y pide permiso para exhumar los cuerpos de los mártires. En cierto modo, termina ahí la historia de Prisciliano y empieza la del priscilianismo. […] Siguen, por determinismo geográfico y por obediencia a los antiguos dioses, el mismo camino que en la Edad Media trazarán las peregrinaciones jacobeas. El que los celtas habían vuelto a abrir. El que los romanos no se atrevieron a cegar,…».
Por supuesto, en su opinión resulta obvio que la Iglesia cristianizó la vieja ruta de las estrellas, todavía poblada de claves que permiten percibir, en función de una historia comparada de las religiones, lo que había ocurrido con anterioridad.
El autor español que más jugo le sacó a la dimensión misteriosa del Camino de Santiago en clave esotérica fue el valenciano Juan García Atienza, que de guionista y escritor de ciencia ficción evolucionó hasta convertirse en el mayor experto de la heterodoxia hispana, y más concretamente de los templarios, los judíos y todo tipo de misterios, enfocados, eso sí, con un claro criterio comercial y oportunista. Así se entiende que entre 1992 y 1993, primer año santo del ciclo masivo, siendo como era un prolífico escritor publicase nada menos que tres libros sobre el Camino de Santiago en Robin Book: La ruta sagrada (1992), una especie de guía secreta que constituyó un superventas; En busca de Gaia (1993), centrada en el legado de los maestros constructores a lo largo del Camino Francés y, acaso el más depurado y documentado, Los peregrinos del Camino de Santiago (1993), donde se analizan el mito jacobeo, el programa manipulador de Cluny y las intenciones de los peregrinos.
García Atienza acepta la tesis priscilianista (Duchesne, Unamuno, Américo Castro, Sánchez Dragó) y entiende que «la incorporación del simbolismo esotérico al mito jacobeo explica su universalidad y su perdurabilidad a lo largo de siglos», estando el Camino repleto de «sutilezas herméticas» y «signos arcaicos». Tras aceptar la comprensión de la ruta como una experiencia iniciática de muerte y resurrección, pasa a analizar todas las claves aún presentes en el recorrido, sobre todo en la arquitectura y los símbolos románicos, algo que ya habían hecho Cobreros y Morín. Aparecen así algunos edificios que serán el santo y seña de todos los análisis posteriores: el crismón de la catedral de Jaca, San Juan de la Peña, Leire, Santa María la Real de Sangüesa, Eunate, Roncesvalles, San Pedro de la Rúa de Estella, Torres del Río, Clavijo, Santa María la Real de Nájera, Yuso (San Millán de la Cogolla), la pila bautismal de Redecilla del Camino, San Juan de Ortega, San Antón de Castrojeriz, San Martín de Frómista, Villalcázar de Sirga, San Isidoro de León, la herrería de Compludo, Peñalba de Santiago, el castillo de Ponferrada, O Cebreiro y su grial, y por supuesto Compostela, cuya catedral tiene una planta que ve inscrita en un pentáculo estrellado y una cruz Pateada, y donde la colegiata de Sar, con su inclinación, también estaría cargada de mensajes mistéricos.
Los grandes maestros del Camino han plasmado su enseñanza para provecho de quien desee captarla y entenderla, lo que desde luego exige un esfuerzo y un compromiso extra. Asimismo, el peregrinaje a un lugar sagrado, hacia el centro intangible del mundo, ha sido apropiado por diversas religiones hasta hacerlo casi irreconocible. En escena aparecen aquellos que han procurado ese lugar no físico a través de la alquimia, entre ellos Nicolás Flamel.
Para Atienza, como para Charpentier, el Camino carece de sentido si no continuamos hasta el Finisterre (Pico Sacro, Iria Flavia, Padrón, Noia, Fisterra, Moraime, Muxía), pero también con proyecciones en las Rías Baixas en pos de leyendas, misterios y laberintos como el de Mogor que describe, las más de las veces, muy a la ligera. Aunque nadie pone en duda de que se ha documentado, quien mucho abarca…, ya se sabe.
El concepto más mercantil de todo lo misterioso y esotérico ha tenido numerosos seguidores, de mayor o menor formación, entre los que sobresalen Mariano Fernández Urresti (Un viaje mágico por el Camio de Santiago. De oca a oca por el camino de las estrellas, 2004), colaborador de Milenio 3 en la Ser, que ha visto publicado su texto en «El Archivo del Misterio» de Iker Jiménez; José Tono Martínez (Hijos del trueno. Mitos y símbolos en el Camino de Santiago, 2015 y El anillo de Giges. Las peregrinaciones heterodoxas por Santiago, 2020), por su densa erudición y nuevas vías abiertas digno sucesor de Sánchez Dragó; Óscar Carrera (El Dios sin nombre. Símbolos y leyendas del Camino de Santiago, 2018), sintético y preciso, o Francisco Contreras Gil (Guía mágica del Camino de Santiago. Un viaje en busca de lo mágico y lo sagrado en el camino de las estrellas, 2015).
Una nueva forma de entender el Camino, sin duda apasionante, aunque con sus propios temas tópicos, por momentos tan cansinos como los milagros del Calixtino, donde las novedades suelen ser escasas.
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