El impacto socioeconómico del Camino de Santiago a debate
Recientemente ha sido presentado un trabajo de la Universidad de Santiago, coordinado por Melchor Fernández y Dolores Riveiro, ambos profesores de Fundamentos de Análisis Económico, titulado Estudio del impacto socioeconómico del Camino de Santiago. Centrado en Galicia, pese a tratarse de un documento académico ha tenido gran repercusión en los medios por haber refrendado la política sobre el Camino de Santiago de la Axencia de Turismo de Galicia, que es quien lo ha patrocinado.
No vamos a ser malpensados, y considerar que unos profesores de la Universidad puedan haber estado mediatizados por quien sufraga el estudio, aunque en cualquier caso no deja de resultar extraña la coincidencia de unos resultados, en los que ni siquiera vemos aflorar una timorata crítica, con el discurso oficial imperante: el Camino no está masificado en Galicia, de ninguna manera, y tan sólo se dan algunas aglomeraciones puntuales en tramos y localidades de algún itinerario y, sobre todo, en períodos temporales muy concretos y breves. Además, la población no tiene ninguna queja de los peregrinos, todo lo contrario. Por lo tanto, la “capacidad de carga” del Camino sigue siendo inmensa, y el flujo podrá seguir creciendo numéricamente en el futuro, al menos hasta el próximo año santo (nadie piensa más allá por ahora en la administración), sin causar daño alguno al bien patrimonial en cuestión ni a los habitantes de los municipios implicados. Éste, llamémosle negacionismo, ha sido el titular más repetido.
Expresado así parece que todo está resuelto, no tenemos ningún problema a la vista Houston, así que a coser y cantar, que todo va viento en popa a toda vela y con avezados timoneles bendecidos por la Iglesia y la inteligencia controlando la singladura. No obstante, dado que nuestra pasión por Sherlock Holmes y Hércules Poirot no tiene límites, y por los chinos sabemos que no es oro todo lo que reluce, nos ponemos a releer la síntesis del estudio para reconocer en qué se basan tales afirmaciones, que además contrastan tanto con la experiencia cotidiana de, entre otros, peregrinos, hospitaleros, hosteleros, alcaldes y periodistas no domesticados.
En primer lugar, la metodología deja bastante que desear, pues además de recurrir a estadísticas oficiales de pernoctaciones, basa gran parte de sus conclusiones en dos encuestas realizadas, respectivamente, entre la población residente de los municipios de Pedrafita do Cebreiro (212 personas) y Melide (260), por una parte, y entre los peregrinos llegados a Santiago, por otra. El trabajo de campo se hizo, además, en agosto y la primera semana de septiembre, periodo que no es, desde luego, el más representativo de la variopinta fauna del peregrinaje, sino más bien del turismo de bajo coste nacional.
Nos resulta extraño que la muestra de los vecinos se haya centrado en un municipio rural escasamente poblado y envejecido fuera de los 100 km, donde al parecer han llegado a hablar con el 30% de sus habitantes, y en otro que no es fin de etapa habitual, como Melide, y por lo tanto donde el impacto del Camino no es tan grande como en Portomarín, caso paradigmático, Sarria, Arzúa o Palas de Rei.
También sorprende que no se haya entrevistado a los ciudadanos de Santiago de Compostela, sin duda los más afectados por el turismo de masas y la peregrinación, y ya no sólo por cuestiones de ocupación del espacio o de sobre-utilización de los servicios públicos, sino también por procesos más avanzados de gentrificación, o sea, de encarecimiento de bajos y viviendas, expulsión de población del casco histórico, reconversión de éste en parque temático comercial, y desorbitado crecimiento, a través de las plataformas eufemísticamente autodenominadas de economía colaborativa, de la oferta de apartamentos turísticos en detrimento del alquiler a residentes; de ahí la creciente turismofobia de una parte de la población, y las primeras medidas al respecto tomadas por su gobierno municipal, que ha decretado una moratoria en la concesión de licencias para más alojamientos turísticos y clama en el desierto por la implantación de una tasa turística como la que ya lleva funcionando hace años en la mayoría de los países de Europa.
Además, fuera del Camino Francés nada de nada monada, por lo que extraer conclusiones a partir de Pedrafita y Melide, y pretender hacerlas extensivas a los restantes itinerarios gallegos, parece poco menos que temerario.
En cuanto a la magna encuesta realizada a los peregrinos, ha alcanzado la superlativa cantidad de 434 entrevistas, o sea, menos de la mitad de los que responden cada año al cuestionario de la Federación Española de Asociaciones Jacobeas, publicada en la revista Peregrino.
Con tan débil base cuantitativa, y posiblemente también cualitativa, se llega a conclusiones tales como que: la satisfacción de los residentes, y también de los peregrinos, es muy elevada, y que el Camino es un “ejemplo de sustentabilidad social y medioambiental”. Y siendo ésto el presente, y aspirando el Plan Director del Camino de Santiago, siempre de acuerdo con la falsa contabilidad de la entrega de Compostelas, a alcanzar los 464.000 peregrinos en el año santo de 2021, se hacen la pregunta de si este desembarco masivo podrá seguir manteniendo la sustentabilidad del Camino de Santiago en Galicia.
Pues bien, para que la respuesta sea afirmativa siempre es posible recurrir a un viejo truco contable: en vez de analizar cada itinerario a partir de su realidad y con su específica problemática, los juntamos todos (Francés, Primitivo, Norte, Inglés, Portugués Central y de la Costa, Ourensano, de Invierno y Prolongación a Fisterra y Muxía), más los que puedan seguir siendo reconocidos de la lista de espera, y elaboramos una media, que siempre será muy baja. Y si aun así no estamos contentos, hay otros remedios infalibles: que la tropa se redistribuya, a poder ser en ordenada formación o por medio de trasvases pactados de un camino a otro (como el agua del Tajo a las cuencas deficitarias de Júcar y Segura) y, asimismo, que sistemáticamente el personal vaya ingiriendo la pócima mágica de la desestacionalización, deje de tocar las narices y pille vacaciones, por supuesto, en pleno invierno, a poder ser lluvioso.
A pesar de los pesares, cuando se pregunta a los vecinos de Pedrafita o Melide si su vida cotidiana ha mejorado con el Camino de Santiago, aun estando de acuerdo en que la economía global del municipio sí lo ha hecho, son tan malos gallegos que entre el 39 y 43% se muestra en desacuerdo, y otro 34-36% indiferente. La peregrinación tampoco parece haber propiciado una mejora sustancial en la regresiva demografía de la mayoría de los municipios del Camino Francés, tan solo suavizado el declive.
En cuanto al nivel de satisfacción de los peregrinos, responden que ha sido superior o muy superior al esperado en el 64% de los casos, cifra que si bien sigue siendo alta, ya no está, como ocurría hace 15 años, en el 80-90%, lo que por algo será (no hay comparativas ni analizan coyunturas). También resulta muy llamativo que pese a no sentirse como turistas, sino como peregrinos (56%), y el resto del contingente adscrito a etiquetas como “viajero”, “senderista” o “deportista”, en las respuestas sí consideran a muchos de sus compañeros, curiosa percepción, como “turistas”. Algo no cuadra.
Los coordinadores del estudio agrupan a los peregrinos, clasificados tantas veces y de tantas formas según la metodología empleada, en seis grupos un tanto caprichosos: expertos (los más críticos), tradicionales (sobre todo extranjeros de largo recorrido, que prosiguen a Fisterra), viajeros (jóvenes forasteros que no repiten), modernos (nacionales, los más satisfechos), lúdicos (de variada procedencia y edad, críticos) y jóvenes (nacionales, de corto recorrido), pasando a analizar dónde se alojan y cuánto gastan de promedio.
Al valorar la sensación de saturación ¿por qué será?, queridos profesores, que aumenta entre los peregrinos de largo recorrido, y también entre los que van solos o en grupos pequeños, pero no entre los que vienen de Sarria…
Y de vuelta a la capacidad de carga, la cosa tiene trampa, ya que se limitan a calcularla no con el número de usuarios y la densidad de ocupación por m2 de vía (interminable fila estival del Camino Francés en hora punta), sino en relación al número de plazas ofertadas por los alojamientos. Así pues, obviando la situación de O Cebreiro, estiman que la ocupación es baja entre O Cebreiro y Sarria, incluso en temporada alta de mayo a octubre, y tan sólo media entre Sarria y Melide, desde donde el efecto embudo, por recoger las últimas etapas a los peregrinos de los caminos Norte y Primitivo, causa algunos picos esporádicos en Arzúa y O Pino, nada grave. Tal vez les haya faltado hacerse una pregunta: ¿no será que ya asistimos, por la política de Kansas City y hecha la salvedad de O Cebreiro o Pedrouzo, a una sobreoferta de plazas en el Camino Francés?
Podríamos alegar otros muchos defectos de forma, pero nuestra conclusión es que el tan cacareado estudio, por más que algunos nos quieran hacer comulgar con ruedas de molino, está muy lejos de representar la realidad del Camino de Santiago en Galicia. Basta contrastar sus resultados con los de los realizados por geógrafos como Andrés Precedo Ledo, José Manuel Santos Solla o Miguel Ángel Troitiño Vinuesa, y con las visiones aportadas por sociólogos o antropólogos.
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