El mausoleo romano de Fabara
En pleno Camino del Ebro, en el término municipal de la histórica Fabara y a un solo kilómetro de la población, se halla un interesante vestigio romano. Superado el río Matarraña por el puente de la carretera, tan solo debemos desviarnos del camino 300 metros para visitarlo. El monumento está cercado por una alambrada, así que si queremos visitarlo adecuadamente debemos pedir las llaves al Ayuntamiento (en el horario pertinente) y luego regresar para devolverlas.
Se trata, nada más y nada menos, de un mausoleo romano del siglo II, considerado el monumento fúnebre de origen romano mejor conservado de la Península Ibérica y uno de los mejores conservados del antiguo Imperio.
Uno trata de imaginar las vicisitudes que durante 1.800 años debió padecer el monumento, y admirarse de que continúe en pie sin apenas ninguna reforma ¿Cuántas de la construcciones actuales aguantarían sin reformas, a la intemperie, ni siquiera una décima parte, ni siquiera 180 años? Pero una sólida construcción no basta para resistir casi dos milenios. Tiene que haber algo más. Algo igual de importante. La suerte.
En el mundo, los ejércitos y los colonizadores nunca han mostrado demasiada sensibilidad para conservar las obras artísticas o monumentos de los conquistados, y aún menos si no sirven para nada. Porque, seamos sinceros, un mausoleo sólo sirve para consuelo de aquellos que lo construyeron. No es como un puente, un acueducto o un anfiteatro. Por lo tanto, podemos imaginar que las modestas dimensiones del mausoleo de Fabara, su cierta sobriedad, y su localización a orillas del Matarraña, medio perdido, medio escondido, allí, como quien no quiere la cosa, debieron favorecer su conservación. A menudo no hay mejor condición para sobrevivir que pasar desapercibido.
No fue hasta el año 1874 que el historiador Vicente de la Fuente descubrió el monumento e informó a la Real Academia de la Historia. Anteriormente, el mausoleo era utilizado para las cosas más banales; por ejemplo, se usaba como almacén, como refugio provisional y también era un lugar donde los niños iban a jugar y a tirar piedras. En aquel tiempo se conocía con el nombre de “Casa de los moros”, por el simple hecho de que siempre se atribuía a los musulmanes todas las construcciones antiguas.
Hay en Fabara quienes aseguran que una vez hubo una tentativa de destrucción del mausoleo, pero una tremenda tormenta, que devastó parte de las cosechas, lo impidió. Esto les hizo creer que en aquel raro edificio se escondía algún ente maléfico que, con la amenaza de alguna terrible maldición, era mejor no tentar. Ya no hubo más intentos de derribo, y desde 1931 está protegido bajo la figura legal de Monumento Histórico Artístico Nacional.
En fin, una construcción sólida como una roca y una suerte providencial permiten a los modernos peregrinos admirar la sobria belleza del monumento mortuorio romano. Un monumento pensado para durar una eternidad, un monumento que mandaron levantar unos desconsolados padres por la memoria eterna de su hijo muerto, un niño llamado Lucius Aemilius Lupus.
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