Performance en el Obradoiro: el caso de la peregrina 3472
La peregrina 3472 no es la ciudadana fichada y tatuada por un régimen despótico, ni la número 3.472 en llegar en el mes X a la Oficina del Peregrino para recoger la Compostela. La peregrina 3472 es quien ha querido ser recordada con esta cifra, los kilómetros que ha caminado desde su casa, queremos entender, hasta la plaza del Obradoiro.
El viernes 16 de junio comenzó a circular por las redes sociales jacobeas, al parecer con origen en un foro alemán, la foto de una peregrina anónima que, sentada en la plaza del Obradoiro, había elaborado una composición para la posteridad: ante ella, extendida, una interminable credencial con multitud de sellos; en el siguiente plano sus desgastadas botas decoradas con unas flores y la mochila con su concha bien centrada; y en el espacio más próximo al objetivo la cifra 3472 Km escrita a gran formato con tiza blanca.
A medida que se compartía el archivo surgían los incipientes comentarios, algunos elogiosos para quien ha completado tan larga peregrinación, pero también otros, estimamos que inesperados para la protagonista, referidos al atentado contra el patrimonio que supone, en una plaza monumental y emblemática como la compostelana, hacer una pintada, aunque sea de tiza, de tal magnitud.
Se criticó, desde el primer momento, el acto en sí mismo, que si bien no tan grave como lo que podría suponer usar un espray con los que habitualmente se hacen los grafiti, o esos rotuladores acrílicos que se están poniendo de moda, tampoco era una cuestión baladí.
Ascendiendo un escalón en los análisis, se trató esa tendencia irrefrenable que impulsa a tanta gente, de los menos menores a los más mayores, permitidnos la ironía lingüística, de querer a toda costa perpetuar sus «hazañas». Aunque no sean las de don Suero de Quiñones, máxime con el certificado en la mano, alimentan igualmente el ego de tantos pobres diablos y diablas, almas en pena que semejan pulular por este mundo sin rumbo fijo ni destino, en cierto modo obsesionados por reivindicar su valía. Ya que ahora nadie parece querer eternizarse en los cromosomas, que eso tiene consecuencias y cargas futuras, se desea conseguir a través de la superación de permanentes retos que, muy alejados de los trabajos de Hércules, la fugacidad devora sin piedad ni remisión al poco tiempo de ser publicados.
Triste deriva la de creer que se puede hacer de tu capa un sayo entendiendo el Camino de Santiago como un plató en el que rodar los episodios de tu crecido ego, un modo de obrar, desde luego, antagónico al anonimato generalizado de los peregrinos del pasado, algunos de los cuales escribían libros o manuales no para mayor gloria de sí mismos, sino para ayudar a los demás. ¿Dónde se ha metido ese valor del peregrino, llamado humildad, que antes era santo y seña del itinerario?
Pues bien, en la arena pronto entraron en lid opinadores en caliente de todo pelaje, impulsados por un denodado esfuerzo de imponer sus principios. Los tirios pusieron el acento en la agresión patrimonial, y no tanto en su gravedad, sino en el peligroso precedente de que genere un neo rito que los papanatas de turno copien.
Por su lado, los troyanos, igualmente llevados por la visceralidad que campa en las redes, encumbraron a la peregrina hasta convertirla en una especie de Santa Bona despistada o, si se prefiere, en una Juana de Arco de la causa del largo recorrido con venia para tizar (americanismo, véanse acepciones).
Entonces entraron en lid el Facebook de la FICS y el Twitter del Barroquista, historiador del arte compostelano que se bate el cobre a menudo en la defensa del patrimonio jacobeo, y se armó la marimorena. Ambos fueron acusados, en juicio sumarísimo, de linchadores y puritanos, torquemadas sin atribución que estaban linchando a una inocente peregrina, mejor dicho, heroína a la que se le puede y debe perdonar todo, siendo además mujer que al parecer ha caminado sola 3.742 km hasta el Olimpo, y con eso basta para que la lluvia, los barrenderos o los bomberos, si fuera menester, acaben con una pintadita que no va más allá del despiste o la chiquillada.
Salieron entonces a colación, desde las trincheras, los numerosos atentados, porque las cosas hay que situarlas en un contexto, que está padeciendo el Camino de Santiago en los últimos tiempos, sobre todo en los 100 últimos kilómetros de los itinerarios más trillados.
Terciose asimismo sobre el indebido uso que se está haciendo de la Plaza del Obradoiro, en ocasiones lugar de concentración de grupos ruidosos y exaltados, y en otras llegando a ser utilizada como merendero, con encargo de pizza y cava para tomárselo viendo las torres de la catedral (esto parece que no ha ido a más, ya que el Concello ocupa el pazo de Raxoi y la policía municipal tiene su sede en el mismo edificio).
Se habló, inevitablemente, de las ingentes cantidades de basura y mierda, con perdón, que se vienen enganchando y acumulando a los pies de la Cruz de Fierro en los últimos tiempos, recogidas periódicamente por voluntarios cada vez más espantados de lo que se encuentran allí (dejamos para otra ocasión el catálogo, que es todo un compendio de la estulticia humana).
Surgió también la cuestión del Cabo Fisterra, donde además, con la costumbre de quemar las botas y otras prendas de ropa viejas, se provocan incendios cada dos por tres en los alrededores del faro. Y el maltrato que padecen casi todos los mojones entre Sarria y Santiago, vandalizados por los aprendices iletrados de Bansky. O de las apachetas o montículos de piedras, a modo de ofrendas new age, que ya no solo afectan al Camino sino a todo espacio natural. Y como colofón de las reiteradas pintadas que han venido afectando la mismísima catedral de Santiago.
Más allá del Camino hemos de pensar también en los efectos del turismo de masas, en tantos casos asociado a la barbarie y la falta de educación, en lugares tan emblemáticos como Venezia, el Machu Pichu o el mismísimo Everest, y cómo se ha intentado combatir sus efectos con información y pedagogía, incremento de la vigilancia, sanciones, numerus clausus y reservas programadas, subidas de precios de acceso, etc.
El barullo en torno a los kilómetros de tiza ha alcanzado una notable dimensión al ser trasladado a la prensa nacional, primero por medio de una noticia publicada en ABC, luego en La Voz de Galicia. Esto quiere decir que habrá llegado ya a oídos de los responsables, entiéndase el Concello de Santiago, de mantener limpia la ciudad y de que el casco histórico ofrezca un buen estado.
Precisamente este tema, el de los efectos del turismo masivo en la ciudad, ha sido determinante en los últimos resultados electorales y el cambio de alcalde al frente de la recién elegida corporación. De hecho, hasta ahora la receta municipal había sido: hay que aguantarse, turistas y peregrinos, o peregrinos y turistas, pues ahora es un totum revolutum, generan importantes beneficios para Santiago, así que algún inconveniente habrá que padecer a cambio.
Pero la ciudadanía no está por la labor, sobre todo aquellos que moran en el casco histórico, los cuales con razón han llegado a un punto de hartazgo, lo que Doxey llamaba índice de irritación con los turistas y algunos califican de turismofobia. Aguántate tú, alcalde, y vete para casa (entendió el Senado), y la recién proclamada alcaldesa, Goretti Sanmartín, del BNG, que se ponga las pilas y trabaje para la mayoría de los vecinos, y no solo para el honorable y nunca satisfecho gremio de la hostelería y el comercio de souvenires.
Desconocemos si a la anónima peregrina le habrá llegado el temporal provocado por su batir de alas, pero desde luego el tiro le ha salido por la culata, y de heroína ha pasado, mayormente ha sido así, a villana.
Posiblemente ni tanto ni tan poco, insistimos en que por fortuna no se ha tratado de nada grave en sí mismo más allá de sus implicaciones, pero en lo que tendremos que estar de acuerdo es que procede comenzar a regular los espacios y monumentos del patrimonio cultural del Camino con mayor rigor y menor tolerancia. Y dado que la única forma en que los cretinos aprenden es con multas, habrá que comenzar a aplicar severas sanciones, previo aviso en varios idiomas —también alemán—, para el que sea pillado in fraganti.
Sabemos que los vándalos descerebrados, por ahora, son porcentualmente una minoría, pero podrán acabar por ser legión si no nos tomamos en serio sus jueguecitos y ocurrencias vanidosos. No esperemos a que se quiebren las barandas de los puentes, como ocurrió con los candaditos del amor inspirados por Federico Moccia.
Aprende a tiempo, Santiago, de Venecia, o te hundirás como ella en una laguna, pero de inmundicia, porque ahora algunos peregrinos ya no se contentan con llorar y abrazarse en el Obradoiro, ansían a toda costa, pura droga, sus likes, perpetuarse aunque tan solo sea unas horas, reivindicarse en su insignificancia.
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