Apuntes sobre la Vía Francígena
Ya de vuelta de un recorrido de 384 kilómetros por la Vía Francígena, entre Lausanne (Suiza) y Pavia (Italia), aprovechamos la ocasión para aportar algunas informaciones y reflexiones sobre este itinerario.
La Vía Francígena es un camino de peregrinación histórico con inicio en la catedral de Canterbury (Inglaterra) y meta en la plaza de San Pedro de Roma; transcurre a lo largo de 2037 kilómetros. Fue declarado Itinerario Cultural Europeo en 1994, siete años después del Camino de Santiago.
Suiza: Lago Lemán (Lausanne-Villeneuve)
En Lausanne, superada la tentación de seguir la Vía Jacobi (ruta 4) hacia Genève por deformación profesional, tomamos la ruta 70, pues así está señalizada la Vía Francígena en Suiza. Empezamos con un agradable paseo a orillas del lago Lemán, donde encontramos varios lugares bien acondicionados para bañarse y tomar el sol, con gente rica y amable que gusta de conversar con los peregrinos. Más adelante, nos enfilamos por las terrazas de los viñedos de Lavaux, con abiertas panorámicas sobre el lago y la distracción de ver pasar los trenes, omnipresentes en este pequeño país alpino.
Por una zona de altísimo nivel económico (no hay más que ver los coches y las casas), y con unos precios terroríficos (3,5 veces los normales en España), pasamos por las ciudades de Vevey (sede de Nestlé), la lujosa Montreux (famosa por su Festival de Jazz) y Villeneuve, ya en el extremo oriental del lago. No es un mal lugar para retirarse después de la jubilación… para Fernando Alonso y otras celebrities. El resto de los mortales, olvidémoslo.
Suiza: Valle de Ródano (Villeneuve-Martigny)
Al alejarnos del lago Lemán el «altísimo» nivel económico se reduce a «alto», y los precios bajan a «solo» 2,5 veces los normales en España. Un pequeño respiro. Además, a partir de ahora disponemos de acogidas religiosas (curiosamente más por parte de iglesias protestantes) a peregrinos de la Vía Francígena, lo que nos evita tener que pagar precios desorbitados para dormir. Estas acogidas también favorecen el encuentro y la confraternización con otros peregrinos, por ahora pocos, y permiten respirar un cierto «ambiente peregrino».
El río Ródano, que tantos días nos acompañó y maravilló el pasado abril en la Vía Gebennensis (Genève-Le Puy), vuelve a ser nuestro compañero de camino durante dos etapas y media. La traza del itinerario, como es habitual fuera de la Península Ibérica, no avanza por la llanura del valle: sería demasiado fácil. Se enfila por la ladera de la sierra este, por solitarios caminos entre viñas y bosques, y con los primeros desniveles relevantes.
De los pueblos de este tramo destaca Saint-Maurice, final de etapa clásico, con numerosos atractivos culturales y naturales. Su abadía, fundada en el año 515, es el monasterio más antiguo de Occidente. Los peregrinos dormimos en una de sus dependencias, un lujo, con desayuno y charla (en francés, por supuesto) garantizada. Aquí compramos las credenciales, imprescindibles en algunas acogidas.
Al día siguiente pasamos, ahora sí a través de la ancha llanura del río Ródano, junto a cascadas y grutas hasta la ciudad de Martigny, que también cuenta con una humilde acogida parroquial a peregrinos.
Suiza: Ascenso al collado del Gran San Bernardo (Martigny-Col du Grand Saint-Bernard)
Aquí empieza lo bueno. Martigny es, a la Vía Francígena, el equivalente a Oloron-Sainte-Marie al Camino Aragonés. Tres etapas de ascenso para superar, en el primer caso, los Alpes, y, en el segundo, los Pirineos por el puerto de Somport. Hay, sin embargo, una diferencia importante: Somport está a 1632 metros de altitud, mientras que el Gran San Bernardo se encuentra a 2473.
Las tres etapas de Martigny (471 m) al Gran San Bernardo están pautadas -casi todos los peregrinos las cumplen pues no hay demasiado margen para variarlas-, con pernoctación intermedia en los pequeños pueblos de Orsières (887 m) y Bourg-Saint-Pierre (1632 m), ambos con acogidas religiosas.
Es en la primera etapa donde encontramos las mayores dificultades técnicas, pues la senda, un auténtico tobogán, es escarpada y a tramos aérea. Los que sufran de vértigo deben tomar el tren entre Martigny y Sembrancher, saltándose los primeros dos tercios de la etapa.
La segunda etapa, en continuo ascenso, es tranquila, bonita, fotogénica, y la más boscosa. En Suiza, la política de las administraciones sobre su extensa red de caminos pedestres consiste en realizar las actuaciones mínimas imprescindibles para su continuidad. Presupuestos pequeños para problemas pequeños, contrariamente a las actuaciones sobredimensionadas tan habituales en los caminos en España.
La tercera y última etapa, a pesar de tener apenas 12 kilómetros, es la físicamente más exigente por el desnivel (+1100 m) y, sobre todo, por los efectos de la altitud en el rendimiento físico. Ello hace que los peregrinos, saliendo de Bourg-Saint-Pierre a las 7 de la mañana, alcancemos el collado sobre la 1 o las 2 del mediodía. El paisaje y el terreno, que recordaba de los prehistóricos tiempos de mi juventud, son los habituales de la alta montaña; debemos tener precaución con las condiciones atmosféricas (frío, viento, niebla, nieve…). En nuestro caso, el día fue radiante. La suerte, a veces, está de cara. Otras veces no.
Suiza-Italia: Col du Grand-Saint-Bernard
Se trata de uno de los lugares más visitados de los Alpes, que se llena de turistas por la mañana y se vacía por la tarde. Los peregrinos tenemos el auténtico privilegio de dormir en el fabuloso albergue del Hospice du Grand-Saint-Bernard, en la parte suiza, acogidos por los monjes de la congregación religiosa e invitados a los actos religiosos y a la cena comunitaria. El día 4 de septiembre nos hospedamos unos cincuenta peregrinos, diez de los cuales habíamos llegado caminando, mientras que los otros cuarenta empezaban la Vía Francígena al día siguiente. La mayoría de estos últimos eran de nacionalidad italiana.
La inadaptación a la altitud provocaba en algunas personas que cualquier pequeño esfuerzo, como subir escaleras, fuera tres veces más costoso de lo normal. Y algunos, dijeron, no pudieron dormir y lo atribuyeron a los efectos de la altitud, aunque uno no sabe si los nervios de empezar el camino al día siguiente también influyeron.
¿Y los perros de raza San Bernardo? Por supuesto, no se puede escribir nada sobre este collado sin hablar de ellos. Estos enormes perros de guardia y salvamento, ellos sí adaptados a la altitud y al terreno, se crían en el collado desde el siglo XVII, y se cuenta que salvaron de morir de frío a centenares de personas. Junto al hospicio hay una perrera con unos treinta ejemplares, extraordinariamente bien cuidados, pero ya sin la función de antes; convertidos en el souvenir más vendido, su visita no deja sino una extraña sensación.
Merece una visita, asimismo, el museo, en el que se relatan de forma amena los acontecimientos históricos del lugar desde la época romana; destacan la construcción del hospicio por parte del monje Bernardo di Mentone (que da nombre al collado) en el siglo XI, y el heroico paso del ejército napoleónico en la primavera de 1800.
Italia: Descenso del collado del Gran San Bernardo (Col du Grand-Saint-Bernard-Aosta)
A 300 metros del hospicio cruzamos la ahora abandonada frontera ítalo-suiza (la última vez que estuve aquí no era tan fácil pasarla) e iniciamos un trepidante y fabuloso descenso (con panorámicas del macizo del Mont Blanc [4810 m] en algunos tramo) que, en dos etapas -aunque algunos lo hacen en una sola-, nos llevará a la ciudad de Aosta. Situada esta a 580 metros de altitud, poco hay que añadir de la magnitud de la bajada.
A las tres o cuatro horas de iniciar el descenso ya dejamos atrás el rocoso paisaje de alta montaña y el aire gélido, internándonos en bosques de altura y pasando por pequeños y bonitos pueblos de montaña. Un café, un euro -casi no lo podemos creer. Estar en Italia es siempre una alegría: por su pizza, su pasta al dente, sus gelati, su cappuccino, su historia y arte, su dolce far niente, su ordenado caos-…
Nunca dejará de sorprenderme comprobar hasta qué punto los macizos montañosos, incluso algunos pequeños, llegan a separar formas de vida e idiosincrasias tan distintas. «Aprende geografía y entenderás el mundo», decía un profesor.
Aosta, capital de la región italiana Valle de Aosta, es una pequeña ciudad alpina, tranquila y agradable, orientada económicamente al turismo y a los deportes de montaña, y emplazada en el ancho valle del río Dora Baltea. Es de la época romana de la que conserva sus principales monumentos: el foro y el criptopórtico, el teatro, el puente romano y la Puerta Praetoria. Cuenta con dos acogidas parroquiales a peregrinos.
Italia: Valle de Aosta (Aosta-Pont-Saint-Martin)
Son tres etapas las que necesitamos para recorrer de un extremo a otro el ancho valle del río Dora Baltea, el principal de la región. El itinerario de la Vía Francígena avanza por la montañosa vertiente septentrional-oriental del valle, a unas altitudes de entre 100 y 400 metros respecto al río. La intención, alejar a los peregrinos de las zonas urbanizadas del fondo del valle y de sus vías de comunicación -como la importante autopista que se dirige a Francia por el túnel del Mont Blanc-, parece buena. Sin embargo, hay un par de tramos de excesiva e innecesaria dureza, pues se hubiera podido optar por otra solución o, si no la hubiera, por un plácido recorrido junto al río. A nuestro humilde entender, si se pretende popularizar este camino entre peregrinos, y no solo entre senderistas con experiencia, como es de suponer, el trazado elegido es desacertado.
En la primera etapa tenemos buenas vistas del macizo del Gran Paradiso (4061 m), en la vertiente opuesta, y en la segunda podemos ver el pico, solo el pico, del Cervino (4478 m) -Matterhorn para los suizos-, una de las montañas más bellas y fascinantes del mundo. Las localidades más interesantes en este tramo son Châtillon, Saint-Vincent, Verrès y, finalmente, Pont-Saint-Martin, en la que destaca su puente romano del siglo II a. C.
Poco antes de Pont-Saint-Martin pasamos junto al impresionante Forte di Bard (siglo XIX), enorme fortificación sobre un cerro rocoso. Se puede subir a través de una batería de ascensores y un funicular, y cuenta con varios museos (entre ellos, el Museo de los Alpes), auditorios y salas de exposiciones. Es escenario habitual en el rodaje de famosas películas de aventuras y superhéroes.
Italia: Llanura padana (Pont-Saint-Martin-Pavia)
Las dos primeras etapas (ahora en la región del Piamonte), primero a la interesante ciudad de Ivrea y luego a Viverone, son de transición de los Alpes a la llanura. Una clase maestra de geología, pues avanzamos por una sierra del gran anfiteatro morrénico (el mayor de Europa) creado por el arrastre de sedimentos de la última glaciación.
La llanura padana (valle del río Po) tiene la misma extensión que la región de Aragón, o sea, no es pequeña para los que nos movemos sin motor, y la Vía Francígena la cruza de norte a sur a lo largo de más de 200 kilómetros. Alejados de las grandes zonas industriales que circundan las principales ciudades, especialmente Milano y Torino, el camino avanza básicamente por zonas agrícolas en las que dominan los arrozales. Hay agua en todas partes. Comprendemos el terrible sufrimiento que para el ejército de Aníbal supuso atravesar estas marismas, después de perder a miles de hombres cruzando los Alpes.
Los peregrinos también avanzamos con dificultades, aunque con seguridad inferiores a las del gran general cartaginés: si hace pocos días nos quejábamos por los desniveles y los senderos rocosos, ahora la penurias vienen del inclemente sol que nos cae a plomo, la humedad, el calor y los numerosísimos mosquitos. En el camino y en la vida siempre existen motivos para la queja, tan solo es cuestión de buscarlos.
Las pocas zonas con sombra son siempre bien aprovechadas para descansar y beber mucha agua, lo que las convierte en lugares de improvisada tertulia peregrina. Resulta divertido el caótico popurrí de lenguas en estos encuentros: francés, inglés, italiano y, en menor medida, alemán. Las lejanas vistas sobre el coloso del Monte Rosa (4634 m) nos refrescan un poco, por sugestión.
Este tramo no está, en absoluto, exento de interés, pues además del paisaje de los arrozales -que a primera y última hora del día puede ser verdaderamente bello-, pasamos por ciudades como Santhià, Vercelli y Mortara. Pavia, final de nuestro recorrido y una de las principales ciudades de la Vía Francígena, cuenta con un animado ambiente en sus plazas y terrazas, en buena parte por jóvenes universitarios. Además de su duomo (catedral), cabe destacar la bellísima iglesia de San Miguel, obra cumbre del románico lombardo.
Conclusiones: Vía Francígena y Camino de Santiago
El 90% de los peregrinos con los que coincidimos habían hecho uno o varios Caminos de Santiago. Queda claro, pues, que la Vía Francígena es una alternativa para aquellos que tienen experiencia en las rutas jacobea y desean, o bien huir de ellas (que los hay), o algo diferente, por otros países y con otra meta.
De génesis distinta, pues en el Camino de Santiago primero fueron los peregrinos y después los intereses político-económicos, justo al revés de la Vía Francígena, sí comparten el sentido de ser rutas internacionales y de largo recorrido. Son los políticos mediocres y provincianos los que las desvalorizan al reducir su ámbito a un solo país o, peor aún, a una sola región.
«Cada año pasan más peregrinos, pero esto no es el Camino de Santiago», hemos oído varias veces en los albergues y B&B. La Vía Francígena y los otros caminos de peregrinación italianos no serán, al menos a medio plazo, una competencia seria para los Caminos de Santiago; hablamos de magnitudes distintas, y por lo tanto no comparables. El extraordinario y sólido prestigio del Camino de Santiago en medio mundo, gracias a los valores que representa en el imaginario colectivo, no tiene parangón.
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