Camino de Santiago: La farsa de agosto
“...el Camino de Santiago –tanto la ruta como el imaginario– está hoy controlado e instrumentalizado por un poder reaccionario difuso y difícilmente visible por disperso, que acapara toda interpretación y lo pone al servicio del orden establecido, destruyendo y falsificando cuanto se desvíe u oponga a la interpretación «oficial»: el Xacobisnes”.
(Mario Grande, Caminos sin Santiago, 2003, pág. 16)
La propaganda asumida en formato de noticia
El 2 de agosto ya se batió otro récord histórico, con la llegada del peregrino 200.000 –consabida foto con los representantes de Cultura, Turismo y la catedral–, que cada año, como las cigüeñas, se adelanta. Durante el Puente de la Asunción nueva superación de la barrera del sonido: en cuatro días recibieron la Compostela 8.000 peregrinos. Poco después el deán afirma que en agosto están llegando 300 peregrinos más al día que en 2018: éxito cuantitativo sin fin. Noticias de este tipo se suceden al igual que las victorias, logradas sin tregua en diversos frentes, difundidas por los altavoces de la distópica cárcel orwelliana de 1984. Cifras incontestables, información sin contraste ni matices, verdad oficial, el país de Jauja, pura manipulación de los datos.
Frente a tan poderoso aparato mediático, que cuenta con un nutrido corifeo de monaguillos, algunas voces se alzan de vez en cuando, por lo común timoratas, para pronunciar la palabra “masificación”, ¡anatema! De inmediato, quienes manejan el cotarro al servicio de la industria turística cortoplacista replican con dureza, al modo de los intocables curas-profesores de los años 50: ¡falso de principio a fin, la “capacidad de carga” (expresión talismán y antídoto procedente de la verborrea turística de la sostenibilidad) no se ha sobrepasado, la oferta es superior a la demanda salvo en picos muy pasajeros y en tramos muy concretos del Camino Francés, todo está controlado, y tenemos estudios sociológicos que lo corroboran para tapar vuestras ignorantes bocazas!
Nada se dice, sin embargo, sobre una oferta ya desmesurada en algunos caminos, que sigue creciendo en una selva desregulada donde todos intuimos lo que le va a ocurrir más pronto que tarde: una burbuja que estalla, ¿no nos suena a algo conocido? En cuanto a los estudios, hemos ya analizado su endeblez metodológica, porque si el 85% de los peregrinos que llegan en agosto a Compostela, que curiosamente son los entrevistados, a pesar de los pesares se manifiestan muy satisfechos con la experiencia, es porque precisamente venían a disfrutar de ese botellódromo en que se han convertido, con bendición apostólica incluida para todo tipo de modalidades (incluidos piragüistas y buzos), esos 100 últimos kilómetros desde Sarria o Tui, dos tramos hoy por hoy desprovistos de cualquier atisbo de espiritualidad o carácter que nos remita al sentido tradicional de la peregrinación.
Y nosotros, malpensados, nos preguntamos: ¿cuántos de los de agosto vienen más allá de Sarria o de Tui-Valença? ¿cómo se puede establecer, a través de sus opiniones, un parangón con situaciones precedentes si solo conocen el parque temático en estado puro?, ¿qué nos están intentando vender al denominarlos “peregrinos”?, ¿no será que todo este cuento de las estadísticas de la Oficina de Peregrinación, no es más que una tapadera para ocultar con números triunfales la ausencia de planificación en los caminos de Galicia?, ¿o es que nadie quiere aún reconocer, por vivir en el presente continuo (el de los niños y los políticos), que el turismo de masas ya ha llegado al Camino, y que sus efectos devastadores en la imagen y la experiencia también se están dejando notar? Lo puede reconocer cualquiera que se moleste en leer (sabemos que da trabajo y lleva tiempo) los más recientes diarios y blogs de peregrinos, las conversaciones mantenidas en foros de asociaciones jacobeas internacionales o de peregrinos, artículos de opinión firmados por buenos conocedores del Camino y con largo recorrido como Paco Nadal. La imagen inmaculada de la peregrinación compostelana se está resquebrajando, y por eso resulta imperioso, entre todos los que amamos el Camino, desenmascarar esta farsa.
La Compostela y las Indulgencias
Al igual que Lutero, razonablemente escandalizado con el mercadeo que Roma hacía con las indulgencias, clavó en la puerta de la iglesia de Todos los Santos, en Wittenberg, sus 95 tesis en 1517, el actual ambiente del Camino, en relación a la forma de gestionar la Compostela, es propicio para que suceda algo similar: verbigracia, la reunión de algunos reformadores juiciosos o protestantes alborotadores, según quien los juzgue, dispuestos a quemar en el km 0 del Obradoiro un lote de esas Compostelas que ya poco valen y casi nada representan, al tiempo que clavan sus proposiciones regeneracionistas en la puerta del Palacio de Gelmírez (multa asegurada).
El programa purificador podría exigir que se le siga dando la Compostela a los turistas de los 100 km, claro que sí, pero única y exclusivamente a aquellos que vengan de Sarria, Tui, Lugo, Vilalba u Ourense, y de paso que pongan el logo de la Xunta en el documento, porque eso es lo que representa ahora mismo el certificado, que ha evolucionado hacia un mero souvenir turístico, nada que ver con aquella tradición inmemorial del peregrinaje internacional de largo recorrido.
Otra medida de protesta, que a buen seguro acabará viendo la luz como lo hizo aquella bufa “Zapatona”, especie de venganza contra quien utilizó a aquel irredento peregrino del Obradoiro sin el más mínimo respeto en Fitur y otros saraos, sería la de crear un documento laico que certifique únicamente a los peregrinos que han llegado desde lejos, sean cuales sean sus motivaciones, porque a nadie se le debe forzar a mentir, aunque se trate de una mentirijilla piadosa que no exija confesión, por recibir un papel.
Las condiciones actualmente exigidas para obtener la Compostela se basan por una parte en un estímulo, creído en su día oportuno para reactivar la ruta jacobea (ya a todas luces innecesario), en el descarado intento de consagrar a una porción de Galicia como el territorio en el que se puede completar la peregrinación, y por otra en la falacia de un peregrinaje histórico de corto recorrido, ya que los peregrinos del pasado partían de su propia casa. Sin embargo se oculta que los gallegos nunca tuvieron gran afecto por Santiago, en gran medida por lo que el poder allí radicado representaba, y solo se desplazaron a pie a la ciudad para las fiestas del Apóstol, centradas en otros placeres más mundanos. Falso es, por lo tanto, afirmar que hubo un peregrinaje masivo de corto recorrido en el pasado, y falacia revestida de aperturismo democrático aquello de que cada uno hace el Camino como le viene en gana, porque si a la experiencia no le dedicas el tiempo que se merece se quedará en una excursioncita, y de ningún modo en la aventura de una vida, y si haces la ruta en plan payaso, por ejemplo bailando swin sin parar, pues sobran los comentarios.
La explotación turística intensiva
En torno a la palabra peregrino se cierne un mar de hipocresía por la utilización espuria del término. El contingente representado en las cifras del desfile de la victoria es variopinto: peregrinos tradicionales, semi-peregrinos entre laicos y espirituales, de largo, medio y corto recorrido, de tramos por temporadas, grupos organizados y desorganizados, fiesteros impenitentes, turigrinos de profesión, deportistas obsesionados con las marcas, senderistas que han elegido el Camino porque es barato, caminoterapieros y también, no se puede negar, turistas de tomo y lomo, y un buen número de despistados que llegaron al itinerario por casualidad, por acompañar a alguien o simplemente porque está de moda y punto.
Puestos a separar la paja del heno, aunque en realidad tendríamos casi que hablar de agua y aceite, dado que ambos mundos en cierto modo se repelen, podríamos decir que a día de hoy en el Camino conviven dos grandes tipologías: los peregrinos, o más o menos peregrinos, en su mayoría de media o larga distancia, y aquí están muchos de los foráneos; y los más enfocados, con la disculpa de la falta de tiempo, en el intrascendente consumo turístico. En el presente al 50%, pero cada temporada subiendo los segundos.
¿Qué ocurre en agosto? Pues que los segundos ganan por goleada a los primeros, que a no ser por la fatalidad mediterránea de las vacaciones estivales fijas, procuran evitar este mes ya maldito en el legendario contemporáneo: abarrote, españoles, ruido, calor, prisas, precios elevados, etc. El Camino en agosto, sobre todo a medida que te sumerges en los fatídicos 100 últimos kilómetros, es como Venecia, un decorado de cartón-piedra, un esperpento, una falsedad de multitudes que solo marchan por la mañana, de terrazas repletas de excursionistas masoquistas, todo puro comercio, carreras sin fin del transporte de mochilas, individuos agotados que a la mínima llaman a Protección Civil, negocios de hostelería repletos, agencias haciendo su agosto, valga la redundancia, colas insufribles desde las 11 de la mañana en los albergues públicos, folclore, mal gusto, desinformación generalizada, timos a go-go, baratijas made in China, y larguísimas esperas para recibir la Compostela a primera hora del día, en fin, un auténtico despropósito y cada vez con menos trigo en medio de la cizaña.
Los responsables de esta situación no son los usuarios, sino quienes han realizado una promoción errónea y sin planificación, aquellos que permanecen obsesionados con batir récords y quienes, con sus títulos en latín, bendicen y justifican este juego, una ruleta rusa que conduce, inexorablemente, al suicidio. De estos responsables, con nombre y apellido, hablaremos próximamente.
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