Camino de Santiago, ¿solo o acompañado?
Los divulgadores del Camino, que muy finamente ahora algunos designan como prescriptores, nos esforzamos en orientar a los futuros peregrinos, en base a la experiencia acumulada de quienes nos han precedido y la propia, con una serie de consejos que, evidentemente, no son fórmulas infalibles.
Entre quienes van a realizar el Camino por vez primera, máxime si proceden de países alejados, donde se desconoce la realidad de las rutas jacobeas que recorren Francia o la península ibérica, por citar las que discurren más próximas a la meta, una de las preguntas más recurrentes es: ¿lo hago solo o acompañado?
Dependiendo de la personalidad y trayectoria vital de cada persona, y de si tiene experiencia como senderista, montañero o viajero alternativo, puede que la coraza del miedo o la prudencia, connatural en todo ser humano en mayor o menor grado, le aconseje unir su suerte a la de otros peregrinos. Esto es algo que en el pasado, por cierto y dadas las circunstancias de la Europa medieval o de la Edad Moderna, era más que aconsejable, tanto es así que se solían organizar caravanas de peregrinos que, ante todo, buscaban en el grupo la protección frente a lo extraño y desconocido.
Pese a que los tiempos han cambiado una barbaridad, en el presente siguen circulando noticias que provocan desconfianza, y en ocasiones alarma, entre quienes no están mínimamente familiarizados con la ruta: accidentes a veces graves, gente que bebe y se pone agresiva, hurtos y robos en el Camino y los albergues, abusos sexuales y ciertas situaciones de violencia. Esto es algo ultra minoritario y anecdótico, y ya no digamos cosas más gordas como la que le ocurrió a infortunada peregrina estadounidense Denise Thiem en 2015, porque la seguridad en el Camino es muy elevada, desde luego mayor que en las ciudades aunque sean turísticas, y España y Portugal dos países entre los más seguros, conforme a las estadísticas, de Europa y el mundo.
Pero el miedo, como dice el refrán, es de prudentes, aunque otro replica que peor es temerlo que tenerlo. Y este sería el principal inconveniente, unido al de la asistencia mutua, para que alguien opte por hacer la ruta acompañado. Pero otro reputado dicho, no lo olvidemos, sentencia aquello de que más vale solo que mal acompañado.
¿Qué diablos hacemos entonces?
Pues vamos a valorar las dos opciones, con sus diversas alternativas, para proyectar al menos, sobre la palestra, un foco de luz.
Si no sabes estar solo, nunca serás libre
Hoy nos hemos levantado sanchopanzescos, y seguimos con el refranero erre que erre. Bueno, que no se diga que como eslogan para vender esta elección no está bien, porque sin entrar en profundidades filosóficas, nadie puede dudar que en un camino de larga distancia soledad es igual a libertad, casi suena a regla matemática.
Libertad para caminar a tu ritmo, elegir donde te paras, disfrutar del silencio, planificar tus etapas, comer lo que realmente te guste, acoplarte mejor en albergues con pocas plazas, decidir quiénes serán tus compañeros vespertinos de charla y convivencia —caso de que decidas compartir parte de tu tiempo con alguien diferente a ti mismo—, libertad para pensar u orar, para reflexionar sobre tu vida, para gozar de aquello que realmente te llena cada jornada sin pedir permiso a nadie. En fin, a priori todo parecen virtudes incontestables.
Pero…, hay quien expresa que la soledad puede también ocultar altas dosis de individualismo y narcisismo, de falta de interacción y de espíritu comunitario, solidario y fraternal, una independencia que algunos califican de egoísmo, una actitud propia de seres insoportables que no aguantan a nadie y a quien nadie soporta en algunos casos, ególatras felices consigo mismos y, como mucho, con su perro, a quien amarán más que a cualquier ser humano.
Acompañados o en rebaño
La segunda opción, la de la compañía, puede expresar un deseo de compartir algo tan hermoso como el Camino con los demás, loable propósito, sean estos las personas amadas (¡qué bonito hacer el Camino en pareja!, también una prueba de fuego), familiares, amigos, compañeros de aficiones, por ejemplo de una asociación cultural o deportiva, o de trabajo.
Con la ayuda de los colegas los problemas que puedan surgir se resolverán mejor, nos apoyaremos los unos a los otros solícitos como los mosqueteros, estaremos más entretenidos, no cabe duda, compartiremos alegrías y penas, charlaremos más, comeremos juntos, ahorraremos bastante en ciertos gastos comunes, etc. También en este caso, qué curioso, la elección parece imbatible, miel sobre hojuelas.
Pero aunque la compañía puede ir de uno a cien, resulta evidente que nada tiene que ver hacer el Camino en pareja, con un amigo, o integrados en pequeños grupos que ya se conocen, a realizarlo en viajes organizados por agencias, en muchos casos coincidiendo con desconocidos y sin disponer de mucho tiempo para acoplarnos.
Las desventajas de los grupos no se nos escapan, pues son exactamente las opuestas a las ventajas del solitario: menor libertad para elegir y planificar, una cerrazón hacia los demás que crece a medida que el grupo es más numeroso, menos tiempo para pensar o detenerte donde quieras, dificultad para adaptar el Camino a tu ritmo o estado físico en cada momento y, por supuesto, mayor dificultad para alojarte, en determinadas épocas del año y tramos, si no has reservado con tiempo, lo que implica estar más sometido a la planificación, que es otra de las enemigas de la libertad.
Además, era costumbre entre los pastores tradicionales expresar que una oveja mala el rebaño entero daña, y este es un problema habitual en grupos, grandes o pequeños, que en muchas ocasiones acaban disolviéndose cuando no están atados por reservas, pero que en otros casos pueden llegar a provocar una convivencia difícil, generando las típicas tensiones grupales o familiares que pueden acabar dando al traste con lo que se presumía como un idílica experiencia vacacional y de aventura.
La cuadratura del círculo: solo pero a la vez acompañado
Más allá de la tipología del solitario radical, que evita a los demás y quiere aislarse como un ermitaño, por lo que habitualmente ya elige rutas minoritarias, y del extremo opuesto de los grupos organizados conducidos por guías a través de agencias, hay un extenso campo intermedio, y en el medio es proverbial que se encuentra la virtud.
Vamos pues a ello, a procurar un equilibrio entre las virtudes de la soledad y de la compañía, algo que realmente es factible y que, a menudo, los peregrinos practicamos con resultados muy provechosos.
La receta es la siguiente: comienzas el Camino solo, con tu mochila, tus dudas, tus miedos, tu viaje hasta el punto de partida, pero entonces te das cuenta de una certeza que te atrapa, y es que otras muchas personas, algunas probablemente con un carácter, personalidad, ideas, creencias o gustos parecidos a los tuyos, o al menos complementarios y no opuestos, han llegado a ese mismo lugar también llenos de dudas sobre si su decisión funcionará o no.
Entonces surge la magia del Camino, ese espacio lineal utópico en el que todo parece ser posible, y las personas, como el metal atraído por el imán, se van natural y espontáneamente agrupando. Esto no quiere decir contigo para siempre, hasta que Compostela o Fisterra os separen, unir nuestro destino caminero a una especie fatalidad aunque llueva o truene (figuradamente), nada de eso. Todo va a resultar circunstancial y hasta cierto punto funcional.
Dado que la mayoría de peregrinos a pie hacemos unas etapas parecidas, será fácil coincidir con la misma gente cada día, y de entre ese grupo que nos ha tocado en suerte, como los naipes en una partida, nos iremos aproximando a los que mejor nos caigan, hablen nuestra lengua, compartan nuestra forma de entender el Camino o el mundo, los lazos pueden surgir por múltiples y muchas veces inexplicables motivos, vínculos que se irán reforzando con el paso de los días hasta hacerse muy sólidos, y así surgirá la amistad.
Ya en sintonía con unos cuantos peregrinos, que no faltarán en las rutas más populares, se podrán compaginar momentos de soledad y de compañía. Al respecto suele ser habitual que muchos caminen solos por la mañana y gran parte de la etapa, pero que luego se vayan encontrando y detengan a hablar o a comer con los conocidos, e incluso que hagan los últimos kilómetros acompañados hasta el alojamiento, en el que muchas veces ya se acuerda quedar con el grupo que se ha ido perfilando. Unos grupos que se van transformando, unos dejan la ruta antes de llegar a la meta, otros sufren percances que les obligan a detenerse o a abandonar, otros se van sumando por haber iniciado el Camino en puntos más próximos a Compostela, o por avanzar más lentamente.
Otro momento favorable para la socialización es la tarde. Tras la ducha y el descanso, se puede realizar una visita con los compañeros para conocer algún monumento, dar un paseo por la localidad o ciudad de turno, degustar el café o el tapeo en una terraza… Una cena en compañía siempre resulta grata, y si es a base de raciones compartidas también más económica. Otra posibilidad es la de adquirir víveres y cocinar juntos en el albergue, o colaborar en la preparación de la cena comunitaria si fuera el caso.
El único freno para la convivencia, sobre todo entre los más tímidos e introvertidos, que está causando estragos en las relaciones entre peregrinos, es el uso abusivo de las redes sociales a través de los móviles. La dependencia de lo virtual nos separa de la realidad inmediata (paisaje, patrimonio construido, gente del Camino, otros peregrinos…) y propicia la creación de burbujas de supuesto confort en las que el usuario, sin romper con su rutina diaria, se siente seguro y obtiene un cierto placer y retorno. Si bien mantener una permanente comunicación con la familia o amigos es una ventaja tecnológica de la que no se disponía hace unas décadas, en las que la comunicación se limitaba al uso de las cabinas de teléfono a golpe de ver caer monedas por la ranura, a veces es necesario romper el cordón umbilical para adentrarse en el mundo real que estás viviendo, impregnándote de él y, sobre todo, abriéndote a los demás.
En resumen, que aunar soledad y acompañamiento, sabiendo graduar en cada momento lo más provechoso para que la experiencia sea plena y enriquecedora, puede ser lo más conveniente para que nuestro Camino resulte redondo. Y es algo, además, que no exige operaciones ni actitudes especiales, totalmente espontáneo.
Ahora, cada uno de vosotros podrá añadir su opinión y vivencias, porque en el Camino casi todo es posible, y hemos conocido almas solitarias, y acaso perdidas, que han encontrado a su par en el Camino, pero también parejas aparentemente sólidas y bien acopladas que han acabado enfadados o incluso rompiendo en la ruta. O a grupos de amigos inseparables que han trasladado su rutina diaria a la ruta jacobea con plena satisfacción, frente a otros que, quizá, han descubierto que su cotidianeidad no encajaba en el formato y los valores de un viaje tan especial, con sus códigos específicos, como este.
Todos somos diferentes, y las circunstancias de cada Camino nos dictan, en gran medida, lo que debemos hacer olvidando los planes preconcebidos. Escuchar al Camino, como expresan muchos hospitaleros y peregrinos veteranos, es de sabios, y por lo tanto ninguna receta es válida al 100%, salvo prestar atención con los cinco sentidos sin descuidar la habilidad del sexto, esa propiocepción que preferimos interpretar como instinto de supervivencia y adaptación.
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