Camino de Santiago: Un breve relato en el que no pasa nada
Es una tarde de mayo de 2015 y estoy en un pequeño pueblo de la Meseta, con las terrazas de los bares llenas de peregrinos, el cielo límpido y un sol que en su declive cae suave. Casi todos son no españoles. Con cuatro o cinco coincido desde el inicio, en Saint Jean, y con otros tantos nos vamos encontrando según el día. A unos pocos no los había visto antes; harán etapas más cortas o más largas. Los ciclistas siempre son nuevos; avanzamos en mundos paralelos que rara vez se entremezclan. Todos llevamos muchos días compartiendo dormitorios enormes, a veces incómodos, con poco espacio, con duchas y servicios escasos, pero nos movemos en una extraña, por insólita, armonía.
Los jóvenes, unos 10 o 12, de cinco continentes según me dijo uno de ellos, forman su propio grupo, de habla inglesa, of course. Los que no somos jóvenes nos juntamos en grupos según el país y, sobre todo, la afinidad idiomática.
Paseo por la calle principal. El mundo que observo es silencioso, lento, a medio camino entre el real y uno de cuento para niños. Hasta los grupos de italianos hablan bajo, como si presintieran que están en un lugar sagrado. Las carcajadas que de vez en cuando se oyen del grupo de jóvenes no interrumpen este mundo de ficción; al contrario, forman parte de él. Veo que entre ellos han surgido un par de parejas, posiblemente amores pasajeros pero inolvidables.
Where are you from? Y después de la respuesta, and you, where are you from? Una breve conversación y sigo el paseo. No hay un interés especial, y los dos lo sabemos, en saber de dónde somos; nos comunicamos, nos decimos sin palabras que hoy hemos pasado el mismo calor, que hace cuatro días nos cayó encima la misma lluvia, y que, sin embargo, aquí estamos. Que los dos somos peregrinos. Que mañana nos volveremos a ver, o quizás nunca más, pero que, sea lo que sea, estará bien.
En la litera, con el dormitorio a oscuras, veo una sombra humana subiendo a la cama superior. Pienso que quizás es el director de una multinacional, o un estibador del puerto de Rotterdam, o un jubilado, o un funcionario de baja, o un piloto de Vueling, o un conductor de autobús. Pero no, eso no es importante. Quizás, una vez, mató a alguien. Quizás ha vivido alguna desgracia inmensa, de esas que a veces ocurren, como perder a un hijo. Tampoco ahora esto importa. La memoria, los recuerdos que nos construyen, se desvanecen en la penumbra del gran dormitorio.
En el tránsito hacia el sueño un hilo que sube de mi estómago me conecta con mi compañero de litera. Dos vidas enormes separadas por un metro. El mismo lugar, el mismo momento y el mismo propósito; descansar para seguir mañana el Camino. Él el suyo y yo el mío. Un hilo invisible, sí, pero poderoso.
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