¿Mil y un Caminos de Santiago? La fiebre de la Flecha Amarilla
No pueden confundirse los itinerarios culturales con las rutas turístico-culturales, porque los primeros responden a criterios históricos de autenticidad, de continuidad y de intercambios contrastados entre culturas, mientras que las segundas son invenciones turísticas de conveniencia, promovidas por agentes públicos o privados, que hilvanan redes de recursos patrimoniales más o menos homogéneos y vinculados entre sí para la oferta de un producto comercial prefabricado y virtual, en ocasiones tematizado y autoconstruido con nula base científica,…
(Carta de Itinerarios Culturales. Comité Científico Internacional de Itinerarios Culturales. Asamblea General del ICOMOS. Québec, 2008)
La presión se va a tornar insoportable, para las administraciones competentes, en este sainete del doblete añosantero. Todo quisque quiere ser Camino de Santiago a partir de entusiastas asociaciones que hacen el trabajo sucio. Viene luego el recurso a los mercenarios, que en el supermercado de la historia van llenando el carro con un peregrino despistado, otro que falleció en tal localidad, un hospital cualquiera de pobres y romeros como los que hubo por doquier, capillas e iglesias de advocación santiaguista, iconografías del apóstol, topónimos violentados, cruces y puentes, vías antiguas sean romanas, medievales, modernas o del siglo XIX, leyendas y tradiciones encajadas a martillazos, cualquier otro ingrediente sacado de contexto con fórceps y, sobre todo, con muchas suposiciones, y siempre prescindiendo de lo cuantitativo y de la perpetuación en el tiempo. Para que el suflé crezca son asimismo imprescindibles los eslóganes y lemas ingeniosos, que esto es una mercancía y hay que venderla. Y para la distribución se ha de contar con el apoyo político, del ámbito local al planetario.
Todo vale, sí señor, para justificar mi caminito, pues si los demás lo tienen también yo lo quiero. Es así como no paran de nacer caminos de serie B con los títulos más pintorescos, de largo, medio o ínfimo recorrido, variantes mayores o menores, enlaces y más enlaces, sin tregua y hasta el infinito.
Obviamos la leyenda fundacional de la última revitalización, en los montes de O Cebreiro, y los primeros pasos apostólicos. Aquellos hechos, que constituyeron un peculiar episodio de la Movida ochentera, y trajeron consigo la recuperación del Camino Francés, ya son historia, y por lo tanto se pueden consultar, del mismo modo que en Pompeya contemplamos unos cadáveres fosilizados, en la magna Xacopedia.
La segunda oleada de esta fiebre, entonces aún contenida por la auctoritas de los expertos, que repartían bendiciones asperjando rigor científico sin la intromisión de la potestas, se expandió por los caminos históricos, que progresivamente fueron colonizados en los 90: Norte y Primitivo, el del Salvador, Prolongación a Fisterra y Muxía, Vía de la Plata, Camino Central Portugués, Camino Portugués del Interior, Camino Inglés, Camino Meridional o Sanabrés, el Catalán, el del Ebro, el Vasco por el túnel de San Adrián, todos documentados, y por ende legítimos en mayor o menor grado. En Francia, aplicando criterios más propios de los GR, que se lo pregunten a Denise Péricard Méa, hicieron de su capa un sayo con las cuatro vías calixtinas, tomando la delantera el Camino de Le Puy. El mismo proceso se desarrolló en Bélgica, Países Bajos, Suiza, Alemania, Italia, etc.
Vinieron más tarde, o se solaparon con las anteriores, las mil y una vías complementarias, algunas con un soporte documental flojo: amables variantes para los buscadores del mar, interesados desvíos por pueblos y negocios de toda índole, enlaces que interconectaban unas y otras tejiendo una maraña laberíntica… En este tiempo de frenesí también se actuó bajo la premisa de comunicar las más relevantes poblaciones del presente con los principales ejes peregrinatorios, loable intención para que cada uno saliese de su casa a la antigua usanza, aunque pocos lo han aprovechado. Ahí están los caminos mozárabes andaluces, el de la Lana, los de Levante (durante un tiempo dos paralelos que se entrecruzaban beligerantes), el de Madrid, el de Uclés, el del Baztán, los portugueses de la Costa o por Braga, el Zamorano-Trasmontano, el llamado de Invierno, etc. Y en Francia el Camino del Piémont, y otros enlaces con, y desde, las cuatro grandes vías citadas. Fue un meritorio esfuerzo que incidía en la recuperación de la memoria perdida, y a la vez de comedido aggiornamento.
Llegamos así al momento actual, que se viene incubando desde el inicio del nuevo milenio, y de forma exponencial tras el año santo de 2010. La historicidad es ahora solo una argumentación menor, para cumplir con el ritual como lo hacen las asesorías mineras o eólicas con el medio ambiente y el patrimonio, una retahíla de letanías que tanto vale para un roto como para un descosido. El desarrollo turístico es el único interés que subyace, aunque se recurra a historiadores para intentar justificar lo injustificable. Surgen así los caminos temáticos o de marca, lo más parecido a productos turísticos, neocaminos de diseño que, al modo borgiano y como advierte Icomos, pueden llegar a ser inventos de laboratorio, una pura ficción.
Entre los últimos en llegar hay algunos cuya permanencia a lo largo de los siglos es anecdótica o dudosa, por lo que es necesario un título comercial para hacerlos más apetitosos: Ancestral, Olvidado, de la Estrella, Espiritual o, rozando ya el paroxismo, A Orixe. Este último engendro neonato, con partida del faro de Corrubedo, en una antológica y lunática decisión ha sido ¡reconocido por la Oficina de Peregrinación del todo vale si lo digo yo, pero solo lo que yo quiero y sin que exista más normativa que mi puñetero y santo capricho, y que el solicitante sea de la cuerda, claro está, y a quien dios se lo dé, Santiago y la Xunta se lo bendigan!
Otra tipología es aquella de los itinerarios de autor, donde sus promotores se adhieren como una lapa a un diario de viaje —sea erudito y con pretensiones de cicerone, o puramente gallofo y desternillante—, convertido en infalible magisterio. Entre ellos cabe citar los caminos de Künig, de Torres Villarroel (este nada menos que clasificado en la lista que espera el reconocimiento de la Unesco), del Padre Sarmiento, la Generación Nós,… y pronto los de Pipi Calzaslargas y los Pokemon. Tras los pasos de dichos viajeros deambulamos como papanatas, teniendo por brújula sus filias y fobias, manías, caprichos y desvaríos, ello por más que un grano nunca hizo granero, que decían nuestros sabios antepasados, y que confundamos lo que es una ruta literaria con un Camino de Santiago. Fortuna que aún no hayan propuesto el Camino de A Esmorga, que a todo se llegará, nuestros estómagos lo agradecen.
Otros postulantes, metódicos y con la cartografía en la mesa, optan por ofrecernos propuestas geográficas, definiendo imposibles circunvalaciones costeras que conciben al peregrino como un curioso émulo de Darwin, recurriendo a vías antiguas sin más, o transitando por territorios hasta ahora desposeídos del maná jacobeo, así los múltiples enlaces desde la Vía de la Plata a través de Portugal, los que parten del Algarve hacia el Norte del país luso (entre ellos el llamado Caminho de Nascente, un más difícil todavía), la pintoresca pirueta costera desde Lisboa dando un rodeo turístico por Cascais y Sintra, el Camino del Mar, el Camino de la Geira, la Vía Regia, y otros que tendrían más futuro como rutas de senderismo. A este paso en breve conseguiremos algo que parecía impensable: recuperar la trama completa de las vías romanas, de las veredas alto y bajo medievales, de los caminos reales de postas la Edad Moderna e incluso alguna estrada decimonónica para regocijo de madamas y galanes que gustan de la diligencia, todos ellos bajo la vitola compostelana, la de las conchas, los bordones y la cruz de la espada.
Mientras esto sucede, grandes caminos históricos duermen el sueño de los justos a falta de valedores, por ejemplo el de Vilalba a Betanzos, o el de Lisboa por Torres Vedras.
Hemos titulado la «fiebre de la Flecha Amarilla» porque esta locura tiene mucho parecido, en sus síntomas, a la que condujo a Lope de Aguirre, en su obsesiva búsqueda del Dorado, a la perdición. La histeria colectiva santiaguista responde a una pretensión desesperada para engancharse a la gran marca de éxito del turismo cultural, manifestando una suma pereza por explorar otras opciones como las de los caminos históricos o verdes, que podrían tener tanto o más éxito que el Camino de Santiago. Tal proceso febril es como una metáfora de aquella insensata carrera por hacerse con una porción del carro de heno, que representó magistralmente el Bosco: en ese heno, en esa flecha, residen la satisfacción y el beneficio inmediatos, lo que está de moda, lo subvencionable, el bálsamo de la reactivación económica para los políticos cortoplacistas (¿los hay que no lo sean?), el huerto al que acuden los caza-recompensas con el instinto de Clint Eastwood, el reto para los eruditos obtusos de la cuadratura del círculo, el baile de los esperpentos valleinclanianos. Es el todo vale del tiempo presente, si lo puedo vender bien y dispongo de una cohorte de palmeros en las redes, y el unamuniano insulto a la inteligencia. No hay redención posible más allá de la flecha, ni más eternidad que la de los ciclos jacobeos: ¡6-5-6-11 años y vuelta a empezar!
Del mismo modo que un ilustrado presidente de los hosteleros de Burgos —ni siquiera llega a los talones de Manolito de Mafalda—, llega a exponer sin recato que, para que acudan visitantes a su plaza, es tan válida la mamarrachada del Ecce Homo de Borja como la «sublime» genialidad de un tal Antonio López en horas bajas, a cualquiera le servirá plantear cualquier medio para obtener el fin deseado, que no es otro que llenar las alforjas a costa de turigrinos que piquen el anzuelo.
Así pues, en esas andamos, en el desenfreno y la competencia feroz entre caminos. Y qué decir de la flecha amarilla, nunca registrada, capturada como botín y utilizada cuan piedra filosofal por las hordas bárbaras, prostituida en su valor y significado por la turbamulta, convertida en arma arrojadiza entre itinerarios que luchan sin cuartel por llevar agua a su molino, gritando como placeros en Fitur su mercancía, sobornando a bloggers y poblando Youtube de videos grabados con drones que nos sugieren mágicos momentos para el alma dormida. ¡El neocamino alimentará hasta el último rincón desheredado de la España vaciada! ¡Nadie sin Camino de Santiago!, es la premisa y bandera, todos tenemos derecho a la flecha amarilla, es tan de justicia como disponer de un puesto de trabajo o una vivienda digna.
En pos de este ideal y su melifluo son acudiremos en masa, como lo hicieron los roedores tras el flautista de Hamelin, directos al precipicio, porque si todo es Camino de Santiago, y cualquier camino que quiera serlo en el presente ya lo puede ser sin excesivas cortapisas, al final nada es Camino de Santiago, silogismo que conduce al hartazgo del burlador burlado, y a que tan potente marca se diluya como un azucarillo en una inmensa taza cuya infusión se tornará amarga.
Esta vorágine delirante y oportunista que nos toca sufrir dará que hablar en el futuro, y lo hará, sobre todo, mostrando la imagen de un país de charanga y pandereta, recalcitrante en las manidas recetas del turismo cuando los turcos —¿ahora también chinos?— ya hacían sonar sus trompetas a las puertas de Constantinopla. Con la frialdad que genera la distancia nos contemplarán embaucados, apostando en masa por aquel caballo siempre ganador, ¿blanco corcel clavijeño?, que tras bregarse en tantas carreras ya estaba viejo y cansado. El arqueólogo de los tiempos venideros, al estudiar las ruinas de centenas de albergues y chiringuitos de ruta, será incapaz de concebir cómo pudieron ser enterrados tantos fondos europeos en tan pocos años, y menos aún cómo pudo durar tan poco la explotación intensiva.
¿Estamos aún a tiempo de parar esta enajenación colectiva?, ¿lo estamos para vacunarnos de una puñetera vez y superar esta pandemia a la vez que modificamos los planteamientos erróneos que arrastrábamos?, El tiempo lo dirá, no los profetas.
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