La multiplicación de los panes…, y de los caminos jacobeos
La multiplicación de los panes y peces fue un milagro y, según parece, una bendición, pero la multiplicación de los itinerarios jacobeos, con la misma intención de saciar a miles de bocas hambrientas no precisamente de pan, lleva camino de convertirse en un grave problema.
Hasta ahora podemos sistematizar tres grandes fases en la recuperación de las rutas a Santiago: la primera, que comenzó con el Camino Francés y fue rápidamente seguida con la reivindicación de los grandes itinerarios históricos; una posterior, promovida por las asociaciones jacobeas, en la que se procuró conectar todas las comunidades autónomas, y sus principales ciudades, con los ejes mayores antes definidos; y ahora mismo estamos en la tercera, en la que si bien se van incorporando caminos con cierta lógica histórica, sobre todo enlaces y variantes, es la que venimos denominando como de la «fiebre amarilla», caracterizada por un contagio mimético del monocultivo turístico de las vías compostelanas y también por una plaga de advenedizos, sin imaginación ni vergüenza, que construyen artificios comerciales con nombres de opereta —también vale serie de Netflix— y practican un lamentable uso de la historia y la arqueología para documentar lo que sea menester sin el más mínimo recato.
Una noticia reciente, la de que la Xunta de Galicia selecciona de la enorme lista de espera una serie de rutas, siete para ser más exactos como los pecados capitales, para estudiar su historicidad, nos pone en estado de alerta. Se trata de los caminos conocidas como Miñoto-Ribeiro (también llamado en Portugal da Geria, y en Galicia de los Arrieros), Künig (alternativa a la subida por O Cebreiro y con paso por Lugo), do Mar (Ribadeo-Ferrol), de San Rosendo (por Bande y Celanova hasta Ourense), Mariñán (cortos enlaces con el Camino Inglés), de Muros-Noia (con ramales desde Muros y Porto do Son) y la variante a Muxía por Brandomil.
Es bien sabido que tras estas solicitudes ya no solo están asociaciones jacobeas o culturales enamoradas de su comarca, sino también los municipios con sus alcaldes al frente, las diputaciones de turno y, en algún caso, ilustres prebostes de los partidos gobernantes. Por lo tanto, para la Axencia de Turismo y el Xacobeo se trata de una patata caliente que rápidamente le pasan a la Dirección Xeral de Patrimonio, que es la encargada de aceptar o no estas propuestas, dando paso a un reconocimiento oficial que se hará, con toda seguridad por mayoría absolutísima, en el parlamento. En cuanto a la Ley de Patrimonio de Galicia es bastante ambigua en los requisitos: «Podrán ser reconocidas como Camino de Santiago aquellas rutas de las que se documente y justifique convenientemente su historicidad como rutas de peregrinación a Santiago de Compostela y su influencia en la formalización de la estructura del territorio por el que transcurren», que es como decir ya veremos y depende.
Recordemos que hasta ahora se han ido guardando las formas dentro de lo que cabe, que no es mucho. Los dos últimos caminos en haber accedido al parnaso, por ejemplo, fueron el Portugués de la Costa (A Guarda-Redondela) y el mal llamado de Invierno (2016). En ambos casos había serias carencias documentales, pues si bien en el primero estaba bien definida, sobre todo desde el siglo XVI, la ruta costera lusa de Porto a Caminha, se sabía que la mayor parte de los peregrinos, llegados a este punto, remontaban el Miño hasta Tui por tierra o en barca; pero ahí estaba Vigo, la única ciudad de Galicia sin Camino, y el temor a agravar el discurso del victimismo, que es la marca del alcalde de las luces de Navidad, pudo con todo. En el segundo caso, si bien hasta Monforte la apoyatura documental era notable, a partir de aquí se miró para otro lado forzando el enlace a través del monte do Faro y Lalín.
Más aún, en sentido estricto hay caminos de la primera fase que tampoco pasarían una exigente prueba de resistencia histórica, sobre todo si tenemos en cuenta la fórmula del profesor Caucci, Presidente del Comité Internacional de Expertos del Camino de Santiago, que ya hace años estableció las pautas para que un itinerario pudiese ser considerado como «Camino de Santiago». Entre ellas se suele obviar una relevante: que el susodicho camino, además de contar con una red de acogida y testimonios fehacientes de peregrinos, tuviese una permanencia a lo largo del tiempo; y permanencia, en casi 1.200 años de peregrinación, ¡son siglos!
Esta fiebre ya no es solo española, pues nuestros vecinos se han contagiado a gusto. En Francia, por ejemplo, los principales caminos históricos, como ha demostrado una investigadora tan rigurosa como Denise Péricard-Meá, eran los de Tours, en primer lugar, y la Vía Tolosana; y sin embargo, allí la que tiene mayor predicamento es la Vía de Le Puy. Hace más de un siglo Alexandre Nicolaï (Monsieur Saint-Jacques de Compostelle, Burdeos, 1897) ya había profetizado lo que sucedería al señalar que, si recuperásemos todos los caminos con vestigios del paso de peregrinos, o en los que hubo hospitales, acabaríamos por definir la trama viaria medieval francesa (o de cualquier país) completa.
Los portugueses, pisando el acelerador como James Dean en Rebelde sin causa, se han dejado arrastrar por el pícaro e irreverente Torres Villarroel, camino de autor donde los hubiere que no merecería pasar de la anécdota, y sin embargo han ignorado uno de los más relevantes, tal es el de Lisboa al norte por Torres Vedras, y abandonado a su suerte el más antiguo, según el profesor Arlindo de Magalhães, que es el Interior.
En España es sabido que prima el mercadeo político, y así mientras que grandes rutas bien fijadas por la historia, así las del túnel de San Adrián (Camino Vasco del Interior), el Camino Aragonés, el del Salvador o el catalán por Barcelona que tuvieron mucha importancia, ocupan hoy una posición marginal —otros son directamente ignorados, caso del camino de Vilalba a Betanzos, prolongación principal del Camino Norte—, y entre tanto florecen los productos turísticos inventados y tocados de vieiras como el caballero del milagro de Maia, los de los últimos partos dotados de nombres ingeniosos, comerciales o tan desternillantes como «Céltico» o «A Orixe».
Pero como decíamos antes, en el todo vale, vale todo, y llega con un peregrino despistado que la palmó por ahí, la presencia de un hospital, de una capilla o iglesia con advocación santiaguista, o una piedra templaria o sanjuanista, para montar un buen tinglado con el recurso de contratar a unos mercenarios de la profesión que sepan moverse bien por el gran bazar de la historia. Y así, que nadie lo dude, se puede justificar cualquier cosa, incluida la planitud de la Tierra.
Ahora la patata caliente, que salta de mano en mano, le ha tocado al CSIC —curioso que hayan pasado olímpicamente del Comité de Expertos y de las Universidades—. Como para el cometido hay una pasta gansa (600.000 euros), es posible que nadie rechiste, e incluso que se acepten con mansedumbre las directrices llegadas de lo alto, porque en algunos casos la suerte parece estar ya echada de antemano antes del paripé.
Podemos apostarnos, ojalá me equivoque, que de los 7 magníficos candidatos saldrán no todos, porque hay alguno que es de absoluta traca, pero nos acercaremos al pleno. Y con la chanza no queremos decir que los siete sean entelequias, porque es cierto que hay un par de ellos que están suficientemente justificados aunque hayan llegado tarde en demasía al banquete, lo que sin duda generará tensiones y agravios comparativos, difíciles de solventar, con los caminos vecinos.
El panorama, además, está sobrecalentado, como la previa de los partidos, por la irreflexiva actuación de esa agencia paralela de certificación en que se ha convertido el cabildo compostelano, que se dedica a bendecir a diestro y siniestro, repartiendo indulgencias a las pías comisiones que ante su cátedra se postran, los supuestos «caminos históricos», concediéndoles el beneficio de la Composela en la Oficina del Peregrino. De este modo les abre el apetito a quienes, superada la primera instancia, ya se sienten más próximos a la gloria.
Visto lo visto, el futuro va a ser el de la despiadada competición entre los caminos, una pugna salvaje para que cada quien lleve agua a su molino y, como dijo en su día el ínclito Paco Vázquez, sarna para los demás. Por otra parte, la galleguización del Camino prosigue su imparable consolidación. Los reconocimientos provocarán, con razón, que los caminos mayores, y sobre todo los más utilizados, y por lo tanto más necesitados de inversiones que mitiguen los efectos de la marabunta, se revuelvan y subleven frente a los recién llegados; ¿para cuándo la rebelión, o es que os habéis dormido en los laureles, del Camino Francés?
Se está generando un muy mal rollo y nadie parece querer darse cuenta, o será que los responsables del desaguisado viven ensimismados en el presente como si no hubiese un mañana, que el futuro puede ser incierto en este galimatías jacobeo.
¿No sería hora, para que la gente no se acabe tomando el Camino de Santiago a chota, que se establezca de una vez por todas una jerarquía viaria? El maná a discreción para todos, muy democrático y guay (¡todos tenemos derecho a tener un Camino de Santiago en nuestro pueblo y la Dama de Elche en el salón!), es un suicidio a cámara lenta que promueve la deriva turística del peregrinaje y la apuesta por el senderismo puro y duro. ¿La solución? Potenciar los caminos históricos, espirituales o naturales como rutas pedestres (ahí están el Camino de los Faros o la Vía Mariana Luso-Galaica), y desde luego comenzar a poner huevos en otra cesta que no sea la del Camino de Santiago, porque como acabe entrando en crisis, los del monocultivo jacobeo, y los del eucalipto también, se van a quedar, al menos en Galicia, con el culo al aire.
En ocasiones es bueno mirar atrás para no perder el horizonte, que dice el sabio refrán, y lo que en su día fue riqueza, en aras de recuperar un patrimonio y una experiencia aletargada, ahora es reiteración, ambición por subirse al carro del éxito, desconcierto y, en suma, banalización, porque si todo es Camino de Santiago, al final nada será Camino de Santiago. ¿Alguien nos podrá tomar en serio si nos convertimos en la fábrica de los caminos?
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