El turigrino en la diana
Acabamos de leer en la revista Les Zoreilles du Chemin, publicada en francés por los editores de la guía Miam Miam Dodó, una interesante y documentada reflexión de Pierre Swalus, de la asociación belga-valona Amis de Saint Jacques de Compostelle, sobre la realidad turigrinesca. Vamos a comentar aquí algunas de sus atinadas consideraciones y reflexiones, pues no es habitual, salvo en tono despectivo y despachándolo con cuatro palabras, dimes y diretes, que se hable de este fenómeno contemporáneo que refleja, como pocos, la progresiva, ¿acaso inevitable?, transformación del Camino de Santiago en un producto turístico.
A partir del neologismo turigrino, todavía no aceptado por la RAE pero de uso frecuente en el mundillo del Camino (¿cuándo y dónde surgió exactamente este término?, nos preguntamos), se nos propone una primera definición: «persona que realiza el Camino de Santiago de Compostela no por motivos de fe o espiritualidad, sino para disfrutar de los beneficios ofrecidos a los verdaderos peregrinos». Por lo tanto, a través de esta tajante aproximación ya estaríamos hablando de alguien que se aprovecha de una infraestructura específica no concebida ni destinada para su objetivo.
Poco después el autor recurre a la Xacopedia para puntualizar, pues allí, en la entrada firmada por Manuel Rodriguez, director y alma mater de tan magna empresa, se indica que es una palabra del argot del Camino «para referirse de forma crítica a las personas que realizan el Camino de Santiago sin ánimo de trascendencia y sin acabar de entender y aceptar los conceptos de hospitalidad, solidaridad, compañerismo y sobriedad que son, para muchos peregrinos y hospitaleros, esencia de la ruta jacobea». Luego se añade que el término es utilizado por hospitaleros voluntarios, albergueros y veteranos del Camino, que suelen tener por premisa el manido lema de El turista (ahora turigrino) exige, el peregrino acepta, ya que no es lo mismo pisar el Camino que entrar en él.
Traspasada la línea del frente, en la trinchera de la hostelería y el turismo no faltan los que elogian sin recato la figura del turigrino, que desde luego aporta más a las arcas de los negocios que un austero peregrino tradicional. No sin cierta ironía Swalus pone como ejemplo la agencia de viajes gallega que, sin el más mínimo complejo, tiene a gala utilizar este nombre bajo el almibarado lema de «No sueñes tu vida, vive tus sueños» (www turigrino com).
Ametrallando sin tregua alude también al Bono Jacobus, paquete promovido por la Axencia de Turismo de Galicia, en colaboración con empresarios del Camino, para realizar cómodamente la ruta, como un estimulo para el turigrinaje. ¿Fue antes la gallina o el huevo, la oferta o la demanda?
En la parte valorativa del fenómeno menciona dos de las reacciones más generalizadas al turigrineo: la primera, acuñada en su día en francés, el célebre «à chacun son chemin», que es una forma en apariencia muy democrática y respetuosa de decir que cada quien haga de su capa un sayo, dejando implícito que todas las formas de aproximarse al Camino, o de viajar, son igualmente respetables, en la línea del buen rollismo igualitarista contemporáneo del todo vale. Otra salida también bien pensante, es la de señalar que algo les aprovechará a los turigrinos, que con el paso del tiempo podrán llegar a ser también peregrinos (es, por cierto, lo que siempre se ha aducido desde la Oficina de Peregrinación de Santiago cuando se critica su laxitud en la entrega de la Compostela).
Tras reconocer que «los caminos a Compostela no son propiedad de los peregrinos, y que cualquier persona tiene derecho a utilizarlos independientemente de sus motivaciones o de su forma de viajar», Swalus considera que el problema radica en el uso que el turista pretende hacer de las instalaciones reservadas a los peregrinos, tales los albergues de titularidad pública, pues esto si es un abuso y fuente de confrontación.
Asimismo, la irrupción de legiones de turigrinos está transformando el ambiente tradicional del Camino, donde ahora priman los negocios de mayor confort y con más servicios, aunque estimamos que esto, a priori, no tiene porqué ser negativo si quienes acuden a ellos son turistas, viajeros culturales o senderistas, e incluso algún peregrino que en un momento dado quiera desconectar de los albergues o darse un premio.
Si coincidimos con él cuando considera que el turigrineo está provocando un serio problema de masificación de ciertas rutas (señala el Camino Francés y la Vía de Le Puy, a los que añadiríamos el Camino Portugués desde Porto), generando ruido frente al silencio y la soledad que muchos peregrinos buscan, que como solución, apuntamos nosotros, se ven abocados a caminar en temporada baja, o a huir hacia itinerarios más tranquilos.
Por su parte, los vecinos del Camino ven cada vez más a los peregrinos como clientes, y como tales van tratando a todos, contemplándonos al modo de una Visa ambulante.
Interesante, por fin, su reflexión sobre un peregrino que siempre es extranjero en su viaje, mientras que para el turista los únicos extranjeros, aunque él también lo sea de facto, son los nativos.
La conclusión de nuestro compañero no es positiva: estima que el fenómeno se acrecentará en las rutas más comercializadas, y pronto se contagiará, si hay negocio a la vista, en las restantes. El progreso, triste ironía final, no se puede detener y, nueva glosa propia, el Covid va a contribuir a acelerar esta dinámica.
Pensamos que lejos de motivar compasión o incluso simpatía, como en el pasado lo pudieran lograr bordoneros y gallofos de todo pelaje que tan bien entroncaban con el popular género de la picaresca, ya que entre mendigos y desposeídos de la tierra andaba entonces el juego, y el ingenio siempre era bien valorado por quienes, al margen de las reglas, se regocijaban del tono burlesco de la escena, los turigrinos no suscitan en el presente, entre quienes se consideran peregrinos y ya no digamos entre los hospitaleros, mucha querencia.
En realidad, más que de arquetipos definidos, tendríamos que referirnos a diferentes tipologías o, incluso nos atreveríamos a decir, estadios en la evolución respecto a la forma de entender el Camino. Esto no es nada nuevo en relación a los viajes, pues está sobradamente estudiado y sistematizado en tablas por antropólogos, sociólogos y psicólogos sociales, que desde hace tiempo diferencian entre varias categorías de viajero de acuerdo con su aproximación, más o menos intensa y comprometida, al país, territorio o itinerario que recorre.
Por supuesto, en el rango más bajo está todo lo relacionado con la paquetización turística, los viajes relámpago organizados para quien se contente con quedarse en la epidermis, traducido hoy a «turismo de selfie». Dicha actitud se caracterizaría por dejarse llevar por las modas de cada momento, no preparar lo más mínimo el desplazamiento, carecer de interés por las singularidades o posibilidades que ofrece ese lugar o espacio en concreto, despreciar incluso esas diferencias con una actitud cultural supremacista, ignorar las claves para poder disfrutar de lo que percibimos sensorialmente y, en suma, pasar por el Camino sin enterarse prácticamente de nada, realizando un acto de consumo más.
En el extremo opuesto estaría el viajero que prepara a conciencia su ruta, se documenta a tal fin por todos los medios a su alcance, está dispuesto a participar de la tradición del Camino en el caso que nos toca, asume su condición de peregrino hacia una meta frente a otras motivaciones deportivas o culturales, y sea con una mentalidad religiosa, espiritual o de reflexión y búsqueda, nueva dimensión de las vías de peregrinaje desde los años 60-70, hace todo lo posible por integrarse en el relato histórico, que sigue vigente, de dicha ruta, asumiendo los valores que va descubriendo a medida que avanza. De este modo, con la inestimable ayuda de una longitud temporal, el viaje acaba dejando una huella más o menos honda, en ocasiones imperecedera.
Los extremos limitan un espectro por el que, sin duda, todos y cada uno de los peregrinos hemos circulado en algún momento. Se reafirmaría pues la figura del turigrino como una fase evolutiva en su comprensión e interacción con el Camino, pero también procede recordar que el protagonista muchas veces se queda única y exclusivamente en eso, en turista de principio a fin (Maldonado dixit), lo cual es una lástima, porque se habrá perdido lo mejor del Camino pese a haberlo pisado acaso más de 100 km. Y es que no todas las rocas, por mucho ahínco y tesón que ponga el escultor, resultan dúctiles para la labra.
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